5 de enero de 2011

Vietnam - Bahía de Ha Long (1)

Donde el dragón se sumerge en el mar


Por carretera salimos de Hanoi, sin atasco en esta ocasión, para reencontrarnos con sus arrozales y su caótica y funcional circulación. 

Las motos siguen transportando sus singulares cargas, nuestros amables guía y conductor nos avisan de una en especial para que podamos tomar la foto, y es más, el segundo decelera con toda tranquilidad para que la podamos hacer mejor.






Hacemos una parada técnica, por supuesto en una tienda, pero en esta ocasión es una macrotienda con todos los artículos imaginables y por imaginar, expuestos tan bien que hay que atarse las manos para no empezar a comprar compulsivamente.

Un señor de la sección de joyería nos enseña piezas de rubíes muy bonitas, y más que el clásico rubí nos gusta el rubí estrella, del que preguntamos el precio y nos quedamos casi muertos, con lo que él solo comienza un regateo contra sí mismo. No soy de muchas y grandes joyas con lo que no entiendo de precios, y por lo que he visto después con toda seguridad nos dio buenos precios, pero claro, la que me gustaba mucho por muy buen precio seguía siendo carísima, así que con pena decido dejarlo allí.

Lo que yo tengo es una idea fija, aunque este no es el lugar más oportuno que los hay mejores, pero pregunto por ello y me dedico a ver ao dais, el típico traje vietnamita, que son preciosos. 

En esta tienda parte de los beneficios se destinan a ayudar a niños discapacitados, con lo que es un acierto hacer un desembolso en ella.

Emprendemos el camino hacia Ha Long, famosa por su bahía en el golfo de Tonkín, a 165 km de Hanoi. La ciudad es industrial y fea, dividida en dos partes por un estuario que cruza un puente (antaño solo se podía cruzar con un ferry). Hong Gai es la zona más antigua, un municipio industrial dedicado a  la explotación del carbón en minas a cielo abierto. Bai Chay es donde se concentran los hoteles, pubs, restaurantes, servicios turísticos, principalmente en el paseo marítimo. 

Por si os puede interesar, ya que nosotros no tuvimos tiempo de hacer esta excursión, Bai Chi se alza sobre una cadena de suaves colinas que se adentran en el océano. Una de ellas, conocida como la montaña del Poema (Nui Bai Tho) por los versos que el emperador Le Thanh Ton grabó en la piedra para elogiar la belleza de la bahía, está coronada por un privilegiado mirador, desde el que se contempla el mar de rocas en todo su esplendor. Eso sí, para alcanzarlo, hay que ascender por una empinada y larga escalinata. 

Un mapa de la bahía para situarnos:


Pasamos por calles sin gracia, en algunas hay un karaoke tras otro (es un destino turístico para los chinos y son amantes de este invento), en otras edificios desangelados, que más parecen recientes de una guerra, al lado de nuevas construcciones…un batiburrillo de construcciones y estilos.

A nuestro conductor le cortan el paso recto al muelle, hay obras, con lo que tiene que subirse por las calles de la ciudad más antigua, que son más estrechas y autóctonas, mientras nuestra guía va hablando continuamente por el móvil. De repente, a pesar de estar en estas calles acelera, debe ser que vamos con retraso para subir al barco y hay que llegar como sea.

Sin percances llegamos al muelle, sacamos la maleta de mano, el resto se quedarán en el coche, ya que la guía y el chófer dormirán en la ciudad. Lo normal es que si se va en autobús porque hay un grupo, las maletas se quedan en la consigna del hotel, pero al ser solo nosotros y entrar en el maletero así no hace falta volver a Hanoi a por ellas.

Todo corriendo, parece que somos los últimos y nos esperan, en un tender o similar nos acercan a nuestro barco o junco.


No es el barco más lujoso que surca por la bahía, pero al consultarlo por internet se veía cuco, y además en teoría cuando contratamos el viaje podíamos ir en tour, con lo que siempre ir mejor con los que viajas y ya conoces que separarte de ellos nada más comenzar, no sabíamos que íbamos a viajar solos. El dormitorio es justito y bien aprovechado, al frente de la cama se encuentra el lavabo abierto, a la izquierda de éste la ducha (bien amplia) y a la derecha el inodoro, ambos cerrados con puertas correderas que con la humedad se atascan un poco.


Sobre la cama tenemos el plan de actividades y horarios de comidas. También hay posibilidad de masaje, manicura y pedicura. Las bebidas por supuesto no están incluidas. 

Según entramos en el comedor  escucho castellano, así que saludo para ir conociendo a compañeros en este viaje, son una pareja muy simpática de recién casados, ella preocupada por esa balsa de agua que ni se inmuta porque no tiene biodraminas, repaso mentalmente mi botiquín y de eso no llevo, no se me pasó por la mente que me pudiera marear (mala memoria neozelandesa, una historia a contar de un viaje inolvidable).

Comenzamos a navegar lentamente, como tortugas que se hubieran tragado todas las espadas, pero es el mejor modo de disfrutar del paisaje. Dejamos atrás la ciudad de Ha Long y nos adentramos en la bahía.


La comida es un buffet no demasiado apetecible, con exceso de gambas y cangrejos, yo solo me acerco a las primeras que de los segundos solo me como las patitas y no era cuestión de dejar todos los caparazones intactos en el plato. De esta comida no hay fotos, entre comer y moverse de un lado para otro para disfrutar el paisaje e intentando hacer fotos se nos olvida por completo a los dos, y además tampoco merece la pena, nada destacable, excepto que hoy probamos la cerveza Ha Noi. 


 
El paisaje es parecido al de Tam Coc, farallones verdes emergiendo del agua, al ser por mar parece algo más salvaje,  más infinito, y con cierto aire de romanticismo al haber algo de bruma y no distinguirse completamente las rocas al fondo, que se dejan ver según nos acercamos a ellas.

El mar está surcado por infinidad de juncos llenos de turistas ávidos de disfrutar de un paisaje declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco.

La bahía está formada por 3.000 islotes de piedra caliza, desgastados en sus bases por la erosión del agua.


Aparte de los barcos de recreo también surcan por la bahía los juncos de los pescadores, que al tiempo son sus casas, su medio de vida, su todo.


El nombre de Ha Long significa “donde el dragón se sumerge en el mar” y cuenta una leyenda (pues sí, otra) que una enorme criatura (o dos, madre e hijo) cubierta de escamas fue enviada por los dioses a las aguas del golfo de Tonquín para dominar las corrientes marinas.


 
Tarasque, “dragón en el agua”, que así se llamaba el monstruo (como si los monstruos no tuvieran derecho a tener nombres), al que muchos pescadores aseguran haber visto, golpeó con su cola las simas sumergidas formando de esta manera el intrincado laberinto de gigantescos monolitos de piedra.

El dragón escupió joyas y jade por toda la costa, y estas se convirtieron en islas. El dragón siguió conviviendo y velando por la paz de los habitantes, sumergido en las aguas de la bahía para siempre.

Otra leyenda cuenta que las rocas son un ejército de dragones que el Emperador de Jade esculpió en el mar para frenar el avance de una flota enemiga en el río Bach Dang.

Para terminar de contar las leyendas, hay grupos de militares paranoicos que sospechan que el dragón que los pescadores creen que han visto se trata en realidad de un submarino espía.


Lo cierto (o no) es que tras la última glaciación el nivel del mar se elevó con el aporte de los glaciares, que inundaron la zona y convirtieron sus colinas en islas, algunas de las cuales se formaron hace 250 millones de años.

En muchas de estas rocas la erosión del agua ha labrado cuevas, en las que viven familias de pescadores o que se han acondicionado para el turismo.

Una de estas cuevas, que no visitamos, en la isla Dau Go (Isla de las Estacas de Madera) se almacenaron las estacas de bambú con las que el general Trang Hung Dao, al que le dedicaron en Hanoi el Templo de Jade, ancló a las naves del mongol Kublai Khan en el río Bach Dang.

En este escenario de película se rodaron escenas de una en 1991, Indochina, un referente para mí durante este viaje por Vietnam.


 
Después de esta navegación parsimoniosa, de gran disfrute visual y de relajación corporal y mental a pesar de la excitación al contemplar estos farallones de leyendas, fondeamos con otros juncos. 


En un pequeño tender nos acercan a un pequeño embarcadero, donde subimos a un sampán para continuar la navegación por la bahía. Hacemos el viaje en compañía de la pareja de recién casados y su guía, que a casi todo lo que le preguntaba la chica respondía “No sé, no sé”.


Nos llevan a conocer un pueblo flotante, en la bahía hay unos cuantos de estos pueblos. No se me hace fácil vivir en estas casas, ya no solo por lo pequeñas que son, sino por la humedad constante, el no tener tierra firme que pisar al salir de ellas y el temor a las poderosas e indomables lluvias.


El pueblo es bastante grande para lo que se puede esperar, casas a los dos lados pegadas a las rocas y al final una concentración mayor de casas.


De alguna manera estamos invadiendo su intimidad, desde el sampán se ve perfectamente su casa, sus muebles, y el detalle que no falta en ellas, la televisión. 

Los habitantes del pueblo se dedican a la pesca principalmente y tienen piscifactorías para hacer más productiva las capturas, aparte de no realizar una exterminación de las especies supongo.

Nos acercan a otro embarcadero, donde hay tiendas por supuesto, pequeños estanques de criaderos de peces (al tiempo que atracción para los turistas) y una mujer enseña el arte de cultivar perlas: se les introduce un elemento extraño (una piedra pequeña) y como protección lo envuelven en capas de nácar y se crea la bonita perla al cabo de los años.

Según una preciosa leyenda, creo que china, cuando los ángeles lloran, sus lágrimas caen al fondo del mar y se convierten en perlas.


Terminada la visita y el cotilleo por la tienda, con objetos bonitos de artesanía y por supuesto joyería de perlas  volvemos al sampán para seguir navegando.


Afortunadamente tomamos el rumbo hacia la roca horadada y pasamos por debajo, si ya se, ya pasamos por las cuevas del río en Tam Coc, pero ahora es mar, con lo que la experiencia ya es diferente.


De vuelta al barco totalmente sudados, la actividad programada a esta hora es ¡¡la del baño!!. Una amiga me preguntó si me bañaría en la bahía, que normalmente la gente no lo hace porque el agua está llena de suciedad y grasa, y la verdad es que el agua no estaba sucia a pesar del tráfico de barcos arriba y abajo, además el calor incitaba, aunque lo hacía más el sumergirse en esas aguas de paisaje mágico. 


Hasta el momento no me han salido escamas verdes purulentas ni nada, así que el agua no estará tan mal, a pesar de todo lo que se vierte en ella para ser Patrimonio Natural. Lo que sí hacía era corriente, te tiraba hacia la derecha, y claro, si nadabas hacia allá se iba muy bien pero al volver hacia el barco la cosa se ponía trabajosa. 

Otros en lugar de bañarse optan por hacer kayak o remo en compañía.

 
Después del baño estuvimos de relax con unas cervecitas en las hamacas de cubierta disfrutando el paisaje y la tranquilidad. 

Desde la plataforma que se ve a la izquierda de la foto se saltaba al agua (el que podía claro porque yo subí, me lo pensé y me bajé -cobarde, gallina, capitán de las sardinas, que me podrían cantar-).


 
Gran parte del pasaje, y no somos muchos porque creo que solo hay 12 camarotes en el junco y parece que no está a plena ocupación, estamos en cubierta disfrutando del paisaje.

Mirábamos el cielo en busca del atardecer entre las nubes y se nos apareció un águila majestuosa. 


En el rato que me bajé a duchar se celebró la actividad de aprender a elaborar rollitos de primavera, con lo que al subir a cubierta solo nos encontramos los platos sucios, y más de uno nos quedamos con las ganas de aprender la técnica. Yo no tardé mucho en esta operación de lavado así que en menos de diez minutos aprendieron los que estuvieron, demasiado rápida me parece la clase. 

Un carguero se carga (nunca mejor dicho) el paisaje idílico. El atardecer que se ve en esta foto es lo que tuvimos, al irse cubriendo el cielo durante el día de nubes, al final el sol solo se intuye por su luz tenue, pero de atardecer como lo soñábamos nada de nada. Todos nos quedamos con un buen palmo de narices. 


 
El junco navega durante un pequeño tiempo en busca del lugar donde pasaremos la noche, por supuesto en compañía de otros juncos y barcos, que comienzan a encender sus luces y a iluminar la bahía y la noche. 



 
Tenemos que abandonar nuestro refugio en cubierta para arreglarnos para la cena. Por lo menos yo, que voy a aprovechar la ocasión y estrenar el ao dai que me había comprado en el camino hacia Ha Long. Las camareras al verme aparecer en el salón se miraron entre ellas sonriendo y haciéndome gestos cómplices que aprobaban el detalle, que también podían haber sido de cachondeo total pero no, su sonrisa era agradable.  

El menú consiste en crema de calabaza (bien calentita), ensalada de pepino y tomate (con la piel del tomate en forma de una bonita flor), gambas a la plancha con queso (esto del queso como que sorprende, pero la presentación vuelve a ser original, y esas flores de verduras también se comen), rollitos de primavera vietnamitas (muy graciosos presentados, alrededor de una piña iluminada por dentro -además apagaron las luces para llevar las piñas a las mesas-, calamares al grill (eran calamares rebozados), patatas fritas (que manía que tienen con estas, por supuesto con kétchup), cerdo a la plancha (duro como él solo y se quedo en casi todas las mesas después de intentar comerlo y solo hacer bolitas con él en la boca).

Durante la cena tuve que tirar de todo el espíritu zen de mi cuerpo para no tenerla con el chino que teníamos detrás. En el comedor hacía un calor terrible, a pesar del aire acondicionado, que no tiraba lo suficiente, y a mitad de la cena la pareja que estaba en el lado contrario al nuestro abrió la puerta, con lo que entró un aire que me emocionó hasta las lágrimas, así que le digo a mi marido, por favor abre tú también y que haya corriente. Pues nada más hacerlo, el chino que no, que entraría más calor y que cerrara, mi marido educado lo iba a hacer, y yo le intento explicar que entra aire en inglés, a lo que me contesta “I don’t speak spanish”, ataque de ira en mi persona, relajación mental y no le contesté “ni yo chino tonto el haba” que es lo que me pedía el cuerpo. Menos mal que la gente del comedor sí se dio cuenta del aire que entraba, hasta la camarera, y al final las puertas se abrieron para poder respirar todos. Eso sí, la familia que estaba justo debajo del aire no entendía nada, porque a ellos si les llegaba el fresquito directo.

Disfrutamos de la noche en la cubierta en compañía de los recién casados y de la familia de tres que sí estaban fresquitos en el comedor, mientras otros pescan (o intentan pescar) calamares en la popa.

La pena es que el bar lo cierran temprano y no podemos tomarnos nada, con lo que después del rato de charla amena, donde descubrimos que los de Barcelona vuelan de vuelta vía Madrid (y nosotros a Madrid vía Barcelona), compartiendo viajes pasados y posibles viajes futuros nos vamos a descansar, que mañana queremos (por lo menos quiero) madrugar.

A pesar del chino enfadica y peleón, el día ha sido perfecto, y nos queda el amanecer en la bahía.



2 comentarios:

  1. Precioso Maca. A nosotros nos pareció un sueño y no veas lo que nos gustaría volver de nuevo. La Bahía de Halong es una auténtica maravilla natural. Un abrazo.

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  2. Hola Nacho. La bahía de Ha Long no decepciona, impresiona incluso más de lo que te esperas.

    Repetir con tanto mundo por descubrir creo que no nos dará tiempo, que no es falta de ganas, con lo que nos gustaría más ir a conocer Krabi y Phi Phi en Tailandia, o Guilin en China, paisajes parecidos a esta bahía (sin comparar, o por lo menos haciendo las comparaciones justas).

    Un saludo.

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