28 de abril de 2011

Japón - Kioto - Santuario de Fushimi Inari Taisha

Un torii, dos toriis, tres toriis....


Terminada la discusión del cambio de habitación, salimos corriendo del hotel y andando vamos a la estación de trenes, aunque se nos ha hecho más tarde de lo deseable nos vamos a conocer un santuario que es famoso por los toriis que tiene, más de cinco mil, el santuario Fushimi Inari. Se dice que en un día de lluvia sería imposible mojarse al pasar bajo ellos.

En la estación preguntamos varias veces ante el riesgo de confundirnos y acabar en cualquier otro lugar, pero todo es muy fácil, se siguen las indicaciones y se llega al andén sin pérdida. Es un tren regional tipo metro, con lo que no hay asientos numerados.

El primer torii de todos, el que avisa de la existencia de un santuario.


Le sigue otro torii y una puerta de acceso.


Inari es el dios del arroz y del sake, y en el país hay multitud de santuarios en su honor, aunque el principal es éste, cuyos orígenes se remontan al siglo VIII. A Inari se le representa con la figura de un zorro, que no siempre presenta este aspecto fiero de guardián. Pero Inari tiene un aspecto negativo, ya que el zorro tiene fama de embrujar a las personas, así que los supersticiosos evitan estar cerca de los santuarios de Inari tras la puesta de sol, y nosotros estamos ya en esta hora. Lo que lleva Inari en su boca parece un arma, pero en realidad es una llave, la que cierra el granero de las cosechas.


Después de unos pequeños toriis que van marcando el camino llegan los pasajes de toriis, que impresionan mucho, tanto el verlos como el pasar por debajo. Quizás no tantos Iranis como toriis, pero figuras de este dios también hay muchas durante el camino, de todos los tamaños. 


Entre los toriis se ve bosque, con lo que no solo es arquitectura, es un bonito paraje. 

Cada torii es una donación, principalmente de hombres de negocios rogando por la prosperidad de los mismos.


En un punto del camino los toriis se desdoblan, sería complicado dedicarse a contarlos.


Por si fueran pocos, en los altares que vamos encontrando por el camino hay infinidad de ellos colgados, supongo que como ofrendas.

 
Va cayendo la noche, así que sólo llegamos hasta un pequeño lago que hay a medio camino y decidimos bajar. El  recorrido total puede significar unos 4 km hasta la cima, y es una pena no poder alcanzarla. Con lo poco recorrido y visto disfrutamos un montón en este santuario, y creo que es una visita que a ser posible se debe realizar. 

En el camino de vuelta conocemos parte de la "fauna" local, alguno de ellos me dejó su marca en las piernas. 



Este santuario fue elegido por Rob Marshall, el director de Memorias de una Geisha para los últimos planos de la película. 



De vuelta a Kioto en el tren, y ya que estamos en la estación aprovechamos para conocerla, ya que arquitectónicamente merece la pena, hay una ampliación de la misma que llaman El Cubo que es impresionante, nuevamente acero y cristal de la mano y con espacios abiertos.

 
Nos quedamos a cenar en uno de los restaurantes, que elegimos por mayoría y aconsejados por una pareja que la noche anterior ya había estado aquí, un italiano, es hora de recordar la comida occidental. 

27 de abril de 2011

Japón - Kioto - Santuario Heian-jingu

Explosión anaranjada


Continuamos el tour, y nos vamos al santuario Heian-jingu, con un torii de 24 m de altura, debajo del cual circula el tráfico. 

 
Esta visita se realiza bajo un sol de justicia, del que me salva el bendito paraguas, y es una pena, porque el sofocante calor hace desmerecer lo que se ve, ya que es imposible disfrutar en esta explanada y contemplar los edificios que nos rodean sin sentir las gotas de sudor resbalando por nuestras mejillas, espalda, piernas...hasta casi entrar en lipotimia.

 
Aunque tampoco es mucho lo que podemos ver, porque no entramos al templo, sólo paseamos por su amplio recinto.

El santuario fue construido en 1895 para conmemorar los 1.100 años de fundación de la ciudad y para alimentar la moral y la economía de la ciudad, bastante minadas después de que se otorgara la capitalidad a Tokyo en 1868. Es el segundo santuario sintoísta más importante de la ciudad, detrás del de Yasaka. Es una reproducción a escala dos tercios del palacio imperial del periodo Heian (794-1185).


Tampoco visitamos el jardín, que en teoría estaba incluido en la visita, y esto es una pena, porque a la vuelta tuve la confirmación que era el jardín donde entraba Scarlett Johanson  en la película Lost in translation. Antes de partir fue uno de los datos que me quedó pendiente verificar.

Aun así, las construcciones anaranjadas, que personalmente me traslada a la imagen que tengo de China, son impresionantes y de gran belleza. No en vano el santuario rememora la dinastía Tang de China.


A la salida del templo un pequeño mercadillo de souvenirs y variedades, pero pasamos muy rápido por él. La última visita del día es a un Centro de Artesanía, aquí si nos dejan tiempo libre para comprar, aquí tienen comisión, si no las guías directamente desde luego la agencia organizadora, aunque suelen tener como el Bazar Oriental de Tokio un surtido sorprendente de artículos, y de buena calidad, con lo que salimos de él con más adquisiciones. Vimos unas pinturas grabados ukiyo-e preciosas .

Enfrente del centro hay una tienda especializada en katanas y armaduras de samurais, verdaderas obras de arte. Mi marido se compra unos nunchaku para nuestro rincón japonés en el salón, son pequeñitos de madera y flanquearan a nuestro juego de katanas de Toledo (cuyo diseño es más bonito que las que hemos visto en la tienda aunque sean menos auténticas japonesas). Y uno de los del grupo sale con una armadura que pesa quintales y por la que tendrá que pagar lo suyo al facturar. 


Con el autobús nos llevan hasta el hotel, no queremos seguir cargando con las compras, algunos más que otros y también saber que ha pasado con la habitación, ya que hemos solicitado un cambio a nuestra guía, porque en recepción no admitían más reclamaciones de nuestro grupo, se sintieron desbordados.

Cuando llegamos nos está esperando un responsable de la agencia, pretende que paguemos un suplemento por el cambio, cosa que nos parece totalmente inaceptable. Nos pasamos discutiendo o dialogando más de 45 minutos, que es un tiempo demasiado valioso, y ya cuando al final una del grupo le dice, "ya basta, a la vuelta en España vuestra agencia tendrá una queja formal sobre el hotel seleccionado y sobre el trato ofrecido por vosotros, ya que durante todo este tiempo no estás realizando ninguna llamada para intentar solucionar el tema.", como por arte de magia todo cambia, las habitaciones están listas y podemos ir a ellas, y lo más gracioso es que nuestras maletas ya estaban allí. No entendí ni entiendo este paripé.

La habitación es del mismo tamaño, pero son modernas, los colchones son nuevos, la decoración ya no es de motel de carretera, los cuartos de baño no parecen habítaculos encajonados, la bañera y su alcachofa no parecen de juguete, y una diferencia sútil: los ascensores para las habitaciones anteriores siempre estaban colapsados, era casi imposible entrar en ellos, las masas de turistas a todas horas lo abarrotaban, y de repente llega la calma, se pueden tomar ascensores con tranquilidad, y sin empujones, en fin, otra vida en esta parte del hotel.

26 de abril de 2011

Japón - Kioto - Templo de Kinkaku-ji (Pabellón Dorado) -

Reflejos dorados en el agua

Terminada la visita al Castillo Nijo-jo volvemos al autobús, y desde él contemplamos una escena en la calle, que lo dice todo, no solo por la expresividad de sus protagonistas, sino por esa continua dualidad del país, pasado y presente. ¿Hay algo más hermoso que las sonrisas de esas ancianas hacia un autobús de desconocidos?.

 
Llegamos al templo Kinkaku-ji o Pabellón Dorado, otro monumento Patrimonio de la Humanidad, y otra vez una grandiosa visión ante nuestros ojos. Kyoto y sus rincones, que están de punta a punta en la ciudad, y es bastante grande, nos está ganando visualmente el corazón.


El shogun Ashikaga Yoshimitsu (1358-1408) adquirió la residencia de un noble y la transformó en 1397 en el pabellón dorado, su villa de retiro. Renunció a sus deberes oficiales (aunque no al poder) y se ordenó sacerdote a los 37 años. Por expreso deseo suyo, la villa se transformó en un templo tras su muerte, con Soseki (si, como el gato de Sanchéz Dragó), sacerdote zen del que era ferviente seguidor, como figura superior.

Aunque el pabellón sobrevivió a la guerra Onin, en 1950 fue quemado premeditadamente por un monje trastornado, un incidente que noveló Yukio Mishima en su famoso Kinkakuji. Reconstruido en 1955, se dice que el edificio actual es una copia exacta, aunque sus detractores afirman que el recubrimiento de pan de oro es más brillante y extenso que el original, sobre todo después de la restauración llevada a cabo en la década de 1990.

Es tan bonito y espectacular que no importa que no sea el original. La foto que todos quieren, normalmente con los protagonistas turistas enturbiando la visión, es la de su reflejo en el estanque. 


No visitamos el interior, y nuevamente no hay tiempo para hacer una escapada particular y entrar, aunque lo que había visto por internet no es que fuera el top de la belleza, pero estar tan cerca y no poder disfrutarlo siempre causa cierto sentimiento de impotencia. Para saber si gusta o no gusta algo hay que verlo.

Paseamos por el jardín por el que entramos a ritmo frenético y ahora lo hacemos más pausadamente, aunque este tour de pausado tiene poco. 



Nos paramos en un sitio donde lanzar unas moneditas a cambio de buena suerte en la vida, y cuando estoy contenta me atrevo con todo, y eso que mi puntería raya en la inutilidad, pero ¡¡acierto en el tiro!!

Con esto se termina nuestra visita al templo y nuestras visitas de la mañana. Es la hora de comer y parece que tocan la campana del aviso.



Restaurante local otra vez, las mesas ya están listas y la decoración es espectacular. Toca suelo otra vez pero muy cómodo, hay una silla baja con respaldo y se pueden poner con facilidad las piernas estiradas debajo de la mesa, sólo hay que componerse bien para no chocarse con el de enfrente.

Principalmente sashimi (pescado crudo), descubriendo que la gamba cruda, o esa gamba cruda en particular, no me gusta nada. El cazo con leche hirviendo es para el final de la comida, se le tiene que echar un espesante de un vasito pequeño y luego echar unos tacos de tofu para terminar de hacerlo. Definitivamente pasé del tema, aunque ví como la hacían otros y no parecía tan fácil. 

El postre tampoco me convenció, era una pasta de judía envuelta en un higo o algo parecido, que al primer bocado se quedó en el plato, pero a nuestra guía le encantaban y se metía el postre (tamaño pelota de ping pong) enterito en la boca. Después de la experiencia vietnamita  con el dulce de arroz creo que sería capaz de intentarlo de nuevo, aunque los higos (o las brevas) no me gustan.

Curiosamente, a pesar de lo que escribo con tantos peros a mí me gustó la comida, y para el resto del grupo, y para otro grupo con el que empezamos a compartir visitas y restaurantes, fue con la comida que peor lo pasaron. Y es que esto de los paladares es bastante complicado.

A la hora de la bebida van sirviendo café, pero yo soy de té, y más estando en uno de los países del mismo, se lo pido a la señora amablemente, y me dice que no, que coffee, así que le doy las gracias pero declino el café. Se lo consulto a la guía y me dice que ya lo ha preguntado para otros comensales pero que no es posible. Y justo cuando vuelvo a mi sitio en la mesa aparece la señora con una tacita de té para mí. Ya os podeis imaginar el arigato  (gracias) tan grande con el que la respondí, mi inclinación de agradecimiento y la sonrisa que le dediqué. 



El restaurante tenía un bonito jardín, que si, que por todos lados aparece el verde, y nos damos un paseo por él. Y aquí una bonita historia sobre zapatos. Al entrar en los templos, santuarios, castillos....nos hemos ido quitando los zapatos y dejándolos en unas estanterías al aire libre. En los restaurantes clásicos también, y en este por supuesto también, pero aquí hay unas cajitas con llave para evitar confusiones con intenciones o sin ellas.


El caso es que como andas sin zapatos por el restaurante no se puede salir al jardín, ¡¡pero no!!, ellos siempre tienen preparadas unas zapatillas (muchas) para los que deseen salir a pasear. Y lo mismo ocurre para entrar en los baños, entrar descalzo sería antihigiénico, así que allí están las zapatillas listas para ser usadas. Al principio da reparo, porque es raro esto de ponerse las zapatillas de todos, pero siempre se ven limpias, como si les pasaran pañitos a menudo y las renovarán con asiduidad.


Esta historia de las zapatillas, ponérselas y quitárselas, la había leido en internet y me pareció algo complicado, pero luego es de lo más sencillo: las utilizas y las dejas en su sitio para el próximo.
Un buen recuerdo de este lugar y de este restaurante es el que tengo, pero del que por desgracia no os puedo dar el nombre ni su situación.

25 de abril de 2011

Japón - Kioto - Templo Sanjusangen-do - Castillo Nijo-jo

De los números a los ruiseñores


Nos reunimos con nuestra nueva guía, muy pequeñita ella, Nara-san. Nuestra primera visita de hoy es el templo de Sanjusangen-do, que parece un trabalenguas pronunciarlo bien. Es el más largo del país, con 115 m, y su nombre, sanjusan significa 33, que viene por el número de espacios entre los pilares de la sala. Y creo recordar que es un número mágico para los japoneses. Su nombre real es Rengeo-in, fue fundado en 1132 y reconstruido en 1266 tras un incendio.

 
Ya había visto fotos en internet y realmente prometía el templo, pero entrar allí es  completamente alucinante; es el esplendor, la belleza, el trabajo, el dorado deslumbrante, realmente apabullante. Impactan sus mil imágenes de madera de ciprés de Kannon, que son todas diferentes, aunque no había tiempo de jugar a buscar las diferencias. Las estatuas fueron realizadas por artesanos, cuyo trabajo pasó de padres a hijos e incluso a nietos. 

 
Todas estas figuras custodian la imagen del Buda de los mil brazos, en medio de todas ellas, quinientas a la izquierda, quinientas a la derecha. Realmente son 42 los brazos, de los cuales 40 vigilan los 25 mundos de la filosofía budista, con lo que 40x25 = 1.000, y con los otros dos brazos reza. Muy curioso este ahorro de brazos. Sobre la cabeza hay otras diez cabezas más, incluida una miniatura de Buda Amida. La imagen fue tallada en 1254 por el maestro escultor Tanke a los 82 años.


Imagen de internet (no recuerdo la fuente)

También hay 28 imágenes de dioses protectores y los dos dioses cuyas estatuas se suelen encontrar a ambos lados de casi todos las puertas de entrada al recinto de los templos, el Dios del Trueno, Raijin y el Dios del Viento, Fujin.  


Según se entra no hay ningún cartelito que advierta que no se pueden hacer fotos, o por lo menos realmente visible, y nuestra guía no nos la ha advertido, así que ocurre lo normal, todos a disparar con las cámaras como locos, y ahora la guía si nos hace el aviso de la prohibición, con lo que lo mejor es guardar la cámara.

 
Aún así, algunos todavía lo intentaron, con lo que el guardia de la sala se enfadó muchísimo, y regañaba a nuestra guía de muy malos modos, e incluso a una persona le hizo borrar las fotos de su cámara.. Y además tuvimos la amenaza, que sonaba realmente seria, de quitarnos la cámara, la cara del guardían era para verla.

Paseamos un poco por el exterior. Normalmente los santuarios o templos son grandes recintos en los que aparte del templo principal también hay otros subtemplos o construcciones de otros menesteres y siempre (o casi por si me quemo en la afirmación) con sus propios jardines.

Antes de adentrarnos más en la ciudad y sus monumentos, conozcámos algo más de su historia. Kioto fue fundada en 794 como Heian-kyo (capital de la paz y la tranquilidad) y se construyó según el modelo de la ciudad china de Chang'an, capital de la dinastía Tang. Con montañas en tres de sus lados, oeste, norte y sur, y dividida por un río que fluye de norte a sur, el emplazamiento fue estimado idóneo por los geománticos del emperador Kanmu. Con el crecimiento de la población la higiene se convirtió en un problema, sobre todo cuando se desbordaba el río Kamo. Ante esto nació una serie de festivales destinados a aplacar a los espíritus responsables de las enfermedades y de otras catástrofes que se siguen celebrando en su mayoría. 

La cultura de Kioto evolucionó como una amalgama de influencias, con las de la corte imperial y la nobleza a la cabeza. Más tarde llegaron los samurais, mecenas del budismo zen y de la ceremonia del té. Los mercaderes también tenían su influencia, en especial los tejedores de seda de Nishijin.

La ciudad fue reducida a cenizas varias veces por terremotos, incendios y la guerra civil de Onin (1467-1477). Durante el periodo Edo el poder pasó de Kyoto a Edo, y la primera perdió la capitalidad en 1868.

En Kioto los monumentos están bastante alejados unos de otros, con lo que el desplazamiento será en autobús, nuestro destino es el Castillo de Nijo-jo, que este si es antiguo, no como  la reconstrucción del de Kanazawa.

Fue construido en 1603 aunque algunos edificios se quemaron en un incendio en el siglo XVIII, como la torre del homenaje. Ha sido declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad y es un monumento formidable más, como los que se encuentran en esta ciudad y que iremos descubriendo. 


Esta es la puerta de entrada y en ella destaca el magnífico trabajo en madera, con profusión de vegetación y animales sobre ella. 

Como acaba de entrar un grupo numeroso para la visita, nuestra guía decide sabiamente que mejor nos vamos a dar un paseo por el pequeño jardín antes de comenzar a explorar el palacio;  que como todos los jardines del país es un esplendor de hierba, de pinos negros modelados y de agua. Cuando se concibió este jardín se hizo sin árboles, porque las hojas caídas representan la transitoriedad de la vida, y se supone que esto al shogun no le haría gracia, aunque luego si se le añadieron árboles para darle más alegría. 


En el interior del recinto hay dos palacios, Honmaru, que no se visita, y Ninomaru, que es la zona que se visita y está formado a su vez por cinco edificios unidos en forma de "s", para aprovechar la luz del sol y fue ideado como símbolo de poder y riqueza del shogunato. Desafortunadamente no se pueden hacer fotos de su interior, así que hay que conformarse con las palabras. 

La decoración a la que estamos acostumbrados en Europa no tiene nada que ver con la austeridad que se encuentra en Japón: suelos de tatami, mucha madera, en algunos casos con filigranas, como la de separación entre una habitación y otra que tenía un dibujo por un lado y otro diferente por el otro, y principalmente esas paredes de papel de arroz con unos increíbles dibujos de garzas, aves, tigres, cerezos, flores, paisajes.....con ello solo se conseguía ambientar la habitación.

En una de las habitaciones se recrea la presentación de los señores feudales ante el shogun Tokugawa, él siempre en un tatami más alto para reflejar el respeto que le deben.

Lo más curioso es que en los pasillos de madera que comunican los edificios hay un mecanismo bajo las tablas, como una "l" metálica que al pisar la madera emite un sonido, es lo que llamaban el suelo del ruiseñor, y era para advertir al shogun de posibles intrusiones en el palacio y evitar sustos.

18 de abril de 2011

Japón - Kioto - Pontocho - Gion

En los barrios de las geishas


Terminadas las visitas concertadas y no concertadas en Kanazawa la comida de hoy nos toca  en el hotel donde hemos estado alojados, que es más de estilo chino-oriental que puramente japonés. Al terminar de comer vamos a la estación, donde estaba la curiosa tetera, hay que tomar el tren hacia Kioto.

El hotel en Kioto está situado frente a la estación, con lo que volvemos a montar la caravana de maletas, y el tour del caracol, de un lugar a otro, la procesión de la Santa Maleta.  

La primera decepción que encontramos es el hotel,  New Miyako Hotel, que no tiene nada que ver con los que hemos ido teniendo en Tokio, Takayama y Kanazawa. De repente las habitaciones han mutado a motel de carretera, pequeñas en tamaño, pequeñas las camas, pequeños los cuartos de baño (parecían más de camarote de barco) y sus admíniculos. Por ejemplo, yo en la bañera me duchaba más o menos bien, básicamente porque soy pequeña, pero alguien con diez centímetros más de altura tendría que coger la  mini alcachofa para poder hacerlo, además los golpes que se arrearía serían finos. Esta historia del hotel tiene una segunda parte, a la que ya llegaremos.

Hasta aquí nos ha acompañado Sumitsu, a partir de ahora lo hará Nara San, a la que conoceremos mañana. 

Hay que aprovechar el tiempo, con lo que lo más rápido que podemos salimos al lobby, pedimos un mapa e información, y nos acompaña un amable trabajador japonés a tomar un taxi, con la advertencia que le dirá al taxista que vamos hacia Pontocho y no hacia Gion, porque dice que si pedimos lo segundo nos puede cobrar más caro, ya que la zona es de más alto nivel. Se lo agradecemos, pero después de pasar dos días más en Kyoto dudo mucho de este movimiento de precios dependiendo del destino.

El taxista nos deja en el puente de Shinjo-dori, y entramos en la calle Pontocho, uno de los dos grandes centros de diversión nocturna tradicional, tipo geishas principalmente. 

 
Es una calle estrecha, iluminada con faroles, con las ochayas disimuladas, (que podían ser casas de té o restaurantes o....) con mucha gente de ida y vuelta.


Los restaurantes exhiben sus platos de muestra, y la carne parece carne de verdad. 

 
En otros casos parecen juguetes para las casitas de muñecas. 


Muchos restaurantes tienen terrazas hacia el río, aunque no siempre es fácil entrar en ellos, ya no sólo por la afluencia de público, sino porque en algunos de ellos no es posible entrar si no se lleva recomendación, y por supuesto los precios también pueden ser prohibitivos. 


Con todas esas razones y que la noche comenzaba a ser lluviosa, deshechamos la idea de buscar un restaurante con terraza. Cruzamos el puente y nos vamos a la caza de la geisha en Gion, el otro barrio de geishas de Kioto, aunque en teoría es un poco tarde y todas deberían estar en sus labores. El puente es el que hace de separación entre los dos barrios de diversión y geishas.


La calle principal es mucho más amplia que la de Pontocho, pero también está iluminada con sus farolillos rojos y poco más. Gracias a la película de Memorias de una geisha este barrio fue mundialmente conocido, aunque yo no recuerdo ninguna escena en la que claramente se distinguiera la calle, y si fue alguna de las pequeñas laterales mucho más difícil; creo que tendré que volver a ver, y disfrutar, esta película.
 
La historia de Gion comenzó en el medievo, con puestos destinados a cubrir las necesidades de peregrinos y visitantes, que pronto se convirtieron en casas de té en las que satisfacer una serie de apetitos variopintos. A finales del siglo XVI, el kabuki (teatro japonés) se trasladó desde la orilla del Kamo (donde se originó) a varios teatros situados al este del río, fomentando la reputación de Gion como paraíso del hombre del mundo.

En esta calle hay menos movimiento de gente, aunque hay turistas como nosotros, y se ven muchos taxis y coches importantes, algunos con los cristales tintados,  cuentan que algún escándalo político ha salido de esta calle.


Vemos a una señora mayor con su kimono y sus getas corriendo por la calle, parece que alguien ha pedido un paquete de tabaco y ha tenido que salir a buscarlo,  es una señora muy elegante,  no lleva pintada la cara y es mayor, a lo mejor fue una geisha y ahora sólo se encarga de una ochaya o de un restaurante fino o de educar a geishas (esto es sólo imaginación mía). Es divertido verla caminar (otro capítulo merece como andan las japonesas en general) porque parece que se va a caer de un momento a otro, con esos pasitos tan apretados y tan acelerados, motivados por el cierre del kimono que no deja mucha maniobra.

Y en un suspiro de repente aparece una geisha, pero yo casi no la veo, solo vi su quimono de refilón entrando en una de las ochayas.

Miramos los sitios para cenar, y de uno de ellos sale una pareja de españoles que dicen que han cenado muy bien y que no es caro. A nuestra amiga de paseo le apetece probar el shabu-shabu, y a nosotros repetir, entramos. El entendimiento es casi imposible, allí el inglés casi ni para decir hola, pero a trancas y barrancas nos entendemos, por lo menos la carta está en inglés y señalando con nuestros dedos todo es más sencillo.

El camarero japonés nos ayuda en la preparación, porque el shabu shabu se trata de yo me lo guiso, yo me lo como. Encienden el fuego, ponen el puchero con agua, una bandeja con verduras, que el japonés va echando para ir haciendo el caldo donde luego se pasará la carne, y nos advierte que dos trozos grandes blancos, que intuimos tofu, se deben dejar para el final. Mientras vamos apurando unos aperitivos de encurtidos que ya pagaremos, porque tal y como decía la carta, más o menos: "hasta que no se sirva la comida se servirán aperitivos, que se cobrarán en la factura, esto es el japan style".

Llega la carne cortada en láminas finas, a elegir entre ternera de Australia o de Japón, por supuesto elegimos la autóctona, que nos la comimos rápidamente porque estaba riquísima, así que pedimos otro plato para no quedarnos con hambre.

 
Al local, que es realmente pequeño,había cinco mesas, apurando salía una sexta mesa, llega un grupo de ocho personas, ¡¡¡españoles!!!, con lo que conquistamos el restaurante totalmente. La cena para nuestros paladares y estomágos resultó todo un éxito, cena que por supuesto terminamos con una botella de digestivo y fresco sake, ¡kampai! 

Callejeamos, llegamos al teatro donde hacen representaciones las maiko (aprendizas de geisha), Teatro de Gion Kobu Kaburen-jo, tanto de teatro, música como la ceremonia del té, pero no miramos horarios (mi destino es ver el té de lejos).

Volvemos caminando por la calle, pasamos al lado de la ochaya más famosa y grande del barrio, Ichiriki, que realmente se ve impresionante y bonita, aunque también se nota que es inaccesible.


Y al lado de esta tranquilidad de nuevo las luces, el jolgorio, las tiendas, el caos luminoso y comercial.....esto es Japón.


Como ya voy tomando confianza, pasamos a ver a la occidental en su yukata poseída por una andaluza más que por una geisha. 


De momento Kioto con todo su contraste, de pasado y presente, nos ha gustado mucho. 

17 de abril de 2011

Japón - Kanazawa - Nagamachi - Casa Nomura - Centro Kaga Yuzen

Del arte de la guerra al arte de la seda


Después de achicharrarnos en el Jardín de Kenroku-en nos vamos al distrito de Nagamachi, que era un barrio samurai, cuyas casas hoy son propiedad privada pero que se adivinan en algunas entradas y en sus tejado la magnificencia de estas construcciones del siglo XIX. 

Visitamos la Casa Nomura (Nomura-ke)


Los restos de esta casa fueron restaurados en la década de 1910 por un navajero, que le añadió parte de una casa que poseía en otra ciudad, con lo que no es que sea un edificio completamente auténtico, pero es la única casa visitable en el barrio. 



Como siempre destaca su jardín, dicen que una obra maestra del paisajismo en miniatura, con rocas y corrientes de agua, puentes y linternas de piedra, y carpas, que nunca (o casi) faltan en los estanques.


Siendo la casa de un samurai no falta su armadura. 


En una habitación al fondo se había habilitado un pequeño museo, con armaduras, katanas, zapatos, tinteros y otros objetos. 

Sumitsu nos deja callejear por el barrio hasta la hora de partir, con lo que descubrimos algunas casas más y asomamos la nariz y el resto del cuerpo por la entrada de las que podemos.




Como tenemos tiempo suficiente nos acercamos hasta el Centro de Seda Kaga Yuzen, donde vemos cómo se realiza el estampado en la seda.


El resultado es increíblemente bello, tanto en los cuadros, los biombos, los pañuelos y los exquisitos quimonos. 


  
De vuelta para encontrarnos con nuestro grupo aprovechamos para refrescarnos con unos ricos helados, que se derriten casi instantáneamente con lo que tenemos que ser rápidos al comerlos.