7 de marzo de 2011

Singapur - Chinatown

Peregrinación terrestre y aeronáutica de vuelta (3)


Salimos de la zona colonial por la North Canal Road y caminamos para llegar al barrio de Chinatown, donde curiosamente se encuentra un templo hindú, Sri Mariamman, donde destaca su gopura (entrada) con cientos de estatuas en ella, muchas más que las que vimos en el templo de igual nombre de Saigón, es una explosión de color. Aquí en lugar de darnos incienso directamente se paga por utilizar la cámara de fotos o de vídeo.


El templo actual fue construido en la década de 1930 pero su origen se remonta a 1827. Dentro más estatuas de colorines, techos con colorines, solo faltaba que al entrar a nosotros nos colorearan para estar a juego con el ambiente. 

 
Sobre el tejado del templo más y más estatuas y más y más color. 


Rodeando el muro del templo vacas blancas que te hacen sonreír porque ya no sabes dónde te encuentras entre tanta figura y tanto color, si no supiéramos que buscábamos un templo pensaríamos que habíamos llegado a un teatro o a un circo. 

 
En este muro que rodea el templo hay “altares”, donde destaca uno que parece una atracción de feria, da la sensación que por un momento va a abrir la boca y nos va a decir el futuro o que es la entrada para subir a un  tren que nos llevará de viaje psicodélico a la India. 

 
En la ciudad hay otro templo hindú más importante y si es más colorista que este es para llevar gafas de sol potentes, pero la razón de haber ido a este ha sido práctica, al encontrarse en Chinatown aprovechamos para pasear por sus calles.

 
Chinatown son cinco calles pequeñas, Sago, Smith, Temple, Pagoda y Mosque Sts, donde por supuesto hay tiendas y restaurantes.


En la esquina de Sago St con Trengganu St se halla una pagoda museo. Sago Street era conocida por sus casas de la muerte, donde los enfermos terminales acudían a morir. 


Chinatown también es historia de la ciudad, cuando la comunidad china se asentó en ella, Sir Raffles designó este espacio para ellos, donde se encuentran las casas con postigos de madera, algunas de las cuales fueron tiendas, otras fumaderos de opio y otras burdeles.



Además no queremos llegar apurados de tiempo al aeropuerto ni demasiado cansados, tenemos que controlar bien el horario para tener tiempo para descansar un poco, con lo que una vez realizadas las últimas compras (ahora sí que sí se terminan) emprendemos la vuelta hacia el metro por el mismo camino, pero sin rodeos, por el que llegamos, Boat Quay y Marina Bay están iluminadas y como tal lucen preciosas. 

  
El skyline singapurense se ve bien bonito.


El edificio asombroso ahora llama mucho más la atención con sus láser; ahí arriba tiene que haber una buena fiesta.


Antes de coger el metro, yo todavía tengo que ir a un sitio, donde en un principio pensaba rematar el paseo tomando un cóctel o un café descansando, pero no hay tiempo para esto y además vamos hechos un asquito con la sudada que llevamos como para entrar en él, el mítico Raffles Hotel. El hotel y yo nos merecemos tener un encuentro en el que yo esté más presentable y poder tomar el cóctel Singapore Sling en el The Long Bar.


El hotel fue inaugurado en 1887 y fue declarado Monumento Nacional en 1987, lo que le salvó de la demolición ya que en la década de 1970 estaba abandonado y en mal estado. En 1991 reabrió con todo su esplendor tras una reforma que costó 160 millones de dólares singapurenses.

Nos conformamos con cotillear el exterior, con espectaculares coches aparcados.


Con lo que lo único que puedo hacer es sentarme en su terraza; con un día más de posibilidad de viaje seguramente hubiéramos pasado aquí la noche pero no era posible alargar el viaje más, casi casi que mi marido se tenía que haber llevado un traje para según bajara del avión haberse ido a trabajar…y dejarme a mí sola con el trabajo de deshacer las maletas ¡ni hablar!. 


De nuevo al metro, para evitar los trasbordos, solo se realiza el necesario para coger la línea del aeropuerto, bajamos de nuevo a la estación de City Hall, por supuesto en el vagón prohibiciones de todo tipo, nada de mind the gap. 

 
Ya en el aeropuerto, lo primero es ir a por la maleta en consigna, que nos lleva lo nuestro, porque no es fácil llegar o por lo menos nosotros nos hacemos un lío y tardamos más de lo necesario y conveniente, y luego tomamos el tren interno para cambiar de terminal.

 
La siguiente peregrinación por el aeropuerto es ir a la sala business, que está en una esquina de la terminal, pero por fin llegamos, y lo primero que hacemos es examinar los baños, no solo por las necesidades fisiológicas lógicas sino porque había leído que había duchas y después de todo el día caminando bajo un bochorno tremendo sería un placer poder tomar una, para lo cual íbamos preparados con nuestra pequeña maleta de mano. Y sí, allí estaban, con toallas empaquetadas para usar y dejar en un cajón. No solo son duchas, son cuartos donde arreglarte y componerte con tranquilidad, con peine, cepillos y pasta de dientes, elixir bucal, secador de pelo…¡el paraíso de los aeropuertos!, la business es otro mundo y la logística aeronáutica se alío para hacernos el viaje más cómodo que nunca. 


La ducha es inmensa, con una columna de hidromasaje con la que jugar y relajarte…un auténtico placer. Y el resultado es que parece que acabamos de llegar de casa y no de patear por Singapur durante unas cinco horas bajo el calor asiático sofocante.

En la sala hay comida de todos los tipos y sabores: calientes, frías, dulces…un auténtico surtido, donde tomamos algunos sándwiches y algunos dulces, porque ya sabemos que en el avión nos van a alimentar bien, pero por si acaso pasamos de comer y directamente decidimos entrar en sueño.


Sin lugar a dudas, el aeropuerto de Singapur y su sala VIP es la mejor en que nuestros afortunados cuerpos han estado; un aeropuerto muy grande pero con buenas comunicaciones en terminales, limpio, preciosamente decorado, con tiendas en las que disfrutar del cotilleo y de las compras; y una sala con un amplio surtido de comidas para todos los paladares (asiáticos o europeos), y con esas cabinas con ducha que te ayudan a seguir el viaje. 

Con tiempo suficiente para ir andando con tranquilidad salimos de la sala para ir hacia la puerta de embarque que está en la punta contraria de donde estamos. 

 
En el avión, lugar de verme todas las películas posibles, hasta para esto me faltan las ganas y la concentración, ¡¡a mí!!, prefiero cotillear en la música, con recopilaciones de los 60, 70, 80 y 90, en los cd’s actuales descubro una nueva voz que me gusta y que desconocía, Janiva Magness, y para no olvidarme del nombre mejor una foto.



 
Supongo que por el cansancio, y que la cámara estaría guardada en el bolso y por culpa del mismo no quise buscar, no hay foto de la cena durante el vuelo, sólo la del menú disponible (que ofrecen antes para hacer la elección oportuna). 


Y a dormir, de nuevo con el antifaz para tapar los ojos y la poca luz que hay en la cabina del avión. No dormiría mucho, tres horas o poco más, el tiempo restante lo paso leyendo.

Al no dormirme disfruto de los bonitos colores rojizos del amanecer.


Para el desayuno decido no ponerme las botas, bollería y pan con mantequilla, lo justo para contentar el estómago; desayuno del que nuevamente no tenemos fotos. 

 
Hacemos la escala en Milán, de nuevo nos podemos quedar en el avión, aunque en esta ocasión sí nos ofrecen bajar del avión, pero ya que estamos a gusto preferimos quedarnos. La escala dura algo más que en el viaje de ida, ya que bajan pasajeros italianos y suben algunos. En este tiempo hacen una limpieza rápida de asientos, donde veo colocar las almohadas usadas en sus lugares de origen y no me gusta nada, pero las que usamos nosotros siempre tenían la sensación de apresto con lo que será por orden y no por reutilización de las mismas (eso quiero creer pero tengo mis serias dudas). 

Todavía nos queda un pequeño aperitivo en el avión, uno de los lugares donde más se come si no se tiene control. 

Llegamos a Barcelona y tenemos que ir a recoger las maletas, lo hacemos todo deprisa porque queremos pillar el próximo avión de puente aéreo que salga. Elegimos el puente aéreo para no depender de aviones con horario fijo que se pueden retrasar o tener que ir a la estación de tren y esperar allí, puestos a esperar lo podemos hacer en el aeropuerto. 

Facturamos las maletas y tenemos la suerte que el avión que tenía que haber salido lo va a hacer con retraso, con lo que parece que la cosa nos sonríe, pero el señor que repasa los neceseres no sabe qué hacer con una cuchilla de afeitar, ¡pues tírela si no puede pasar! que tenemos que ir en ese avión en el que van a empezar a embarcar.

Ahora sí que desayunamos los dos (aunque alguno ya se había puesto las botas en el vuelo anterior). 


En el avión a pesar de ser final de vacaciones se me ve feliz por todo lo vivido. 


Llegamos a Madrid, nuestras maletas llegan a Madrid también.

Ahora solo queda pensar en el siguiente, ¿planes?, muchos, o mejor dicho ¡todos!