9 de mayo de 2011

Japón - Hiroshima

Lágrimas por la humanidad

En Kyoto tomamos nuevamente el tren bala, durante el viaje vemos el castillo de Himeji, uno de los mejor conservados y más bonitos, y que no veremos. Directos a Hiroshima, una visita que no quería perderme pero que ya me tenía el corazón en un puño. No iba a ser nada fácil visitar esta ciudad, pero hay lugares a los que hay que ir para recordar, aunque no hace falta irse lejos desgraciadamente, que los humanos no somos tan humanos ni tan civilizados. 


El bombardero B 29, alias Enola Gay, dejó caer la primera bomba atómica sobre Hiroshima e 6 de agosto de 1945, Little Boy, que explotó a las 8.15, a 580 m sobre el centro de la ciudad. Decenas de miles de personas murieron instantáneamente, y el número de víctimas ascendió a 180.000-200.000 durante los años que siguieron a causa de los efectos posteriores. Dos días después bombardeó Nagasaki y con ello forzó la rendición incondicional del Gobierno japonés.

La primero que vemos son los restos de un edificio, la Sala de Promoción de la Industria de Hiroshima, ahora conocido como la Cúpula de la Bomba Atómica, Gembaku Domu, de lo poco que quedó en pie después de la explosión de la bomba, ya que la ciudad quedó casi totalmente arrasada. 


Contemplar sus hierros retorcidos, los cascotes, los boquetes ahora tapados, las ruinas, es impresionante, y lo es más el que este edificio soportara temperaturas de 300.000º C. Peor es pensar en la gente sobre la que cayó la bomba. 


Pasamos al lado del puente Aioi, en forma de T, que fue una de las razones para elegir la ciudad, ya que era un enclave muy fácil de divisar desde el cielo, la otra razón primordial era puramente militar. 

 
Muy cerca se halla una escultura de dos niños, que es el contraste de la desolación con la esperanza, el más pequeño sujeta una paloma entre sus manos. Al lado otra escultura de un señor del que no me acuerdo quien era, también con palomas entre sus manos. Esperanza y confianza en que seamos mejores, pero con toda nuestra historia es difícil creer en ella.

 
Nos acercamos al lugar del hipocentro, el lugar donde cayó la bomba. Una placa con una foto en la fachada de lo que ahora es un hospital lo recuerda. 


Caminando vamos hacia el Parque Conmemorativo de la Paz, Heiwa Kinen-koen, donde nos encontramos con dos mujeres que solicitan firmas contra el armamento nuclear, y creo que firmamos todos, a cambio te entregaban unas figuras de papel, unas grullas, el arte del origami al servicio de un bien que deberíamos apreciar más y mejor.

Lo primero que vemos es la Campana de la Paz, que se puede hacer sonar, pero que a mí me produce demasiado respeto, por más que con ello se refleje un acto de paz no dejamos de ser un grupo de turistas paseando alegremente por el pasado, que afortunadamente hoy es presente y sobre todo futuro en la ciudad.


Después de pasar unos paneles en los que hay cientos de grullas de papel de colores, vemos el Monumento Infantil de la Paz, Genbaku-no-Ko-no-Zo. Estas grullas son un modo de desear una mejoría en la enfermedad, ya que este animal es símbolo de la longevidad y la felicidad. La historia dura que hay detrás de este monumento se basa en una niña, Sadako, víctima de la bomba, que creía que se recuperaría si fabricaba 1.000 grullas de papel, pero no ocurrió, aún así, el monumento siempre está adornado con grullas coloridas de papel.

 
A los pies del monumento, como en las placas conmemorativas que hay en el parque, siempre multitud de botellas de agua. Esto es porque después de la bomba, la gente se quemaba, la alta temperatura era asfixiante, y lo único que pedían era agua.

 
A continuación la Llama de la Paz, Heiwa-no-To, que no se extinguirá hasta que no se destruye la última arma nuclear (futuro imposible e improbable), y hay agua a su alrededor.


 
Se llega al cenotafio, Genbaku Shibotsusha Ireihi, obra del arquitecto Tange Kenzo, rodeado de flores, las del jardín y los ramos que llevan, así como botellas de agua. En su bóveda subterránea están grabados los nombres de las víctimas junto a una inscripción: "Descansen en paz, jamás volveremos a cometer el mismo error". A su lado, la bandera de Japón a media asta.


Estamos al lado del museo, pero hoy la comida tiene una hora demasiado temprano, a las 12.30, todos pensamos que es una locura, que aunque el desayuno sea temprano estas horas son más de un aperitivo que de una comida. ¡Que tontos!! En esta ocasión nos llevan a un buffet de un restaurante, y principalmente hay platos occidentales, así que casi sin hambre nos lanzamos a devorar, porque eso no era comer.     Antes de llegar al restaurante nuestra guía nos avisa que esta noche la cena será auténticamente japonesa, que será muy temprano, y que si queremos nos podemos acercar a comprar comida en una tienda cercana que tendremos tiempo después de comer. La verdad es que nos asustó, ¿podría ser peor la cena de esta noche? ¿cómo sería para que nos diera este aviso?. El caso es que fuimos a la tienda y nos pertrechamos de algunos alimentos, aunque la cosa no fue fácil, porque hasta que encuentras algo conocido o que parezca que te pueda gustar tienes que mirar por toda la tienda y toquetear todas las bolsas.

Después de la comida nos vamos a visitar el museo, hay que conocer la historia por desagradable y dura que sea. Durante todo el viaje, en la preparación de la guía, y ahora en el museo, tengo la sensación que los japoneses no odian a los americanos, es más, parece que por el modo en que los copian o adaptan, los admiran. Y este museo no está hecho desde la venganza, sino desde no perder conciencia de lo que sucedió, de lo que el hombre es capaz, y desde la esperanza que no vuelva a ocurrir. Esta es la sensación que me produjo, y esto lo escribí a la vuelta del viaje, en contraposición a la sensación en el Museo de Vestigios de la Guerra de Saigón. 

Hay dos maquetas comparativas de la ciudad, antes y después de la bomba. 





La visita se me hace muy dura, y eso que la gente mostraba respeto y no había gritos, sólo murmullos por la cantidad de personas que estábamos en su interior. Se exponen multitud de piezas, y algunas terribles: un triciclo, la tartera de un niño, el uniforme escolar quemado y hecho jirones de otro...porque la bomba no entendía si tenía que matar a unos o a otros,  a adultos o niños, a militares o mujeres, y se llevó un colegio por delante sin contemplaciones.

Una copia de la cúpula, ladrillos, vigas retorcidas para comprobar la temperatura que soportó y como se combaron, en unos escalones la impresión de una sombra oscura, resto de la persona que estaba allí sentada.También se pueden escuchar testimonios de algunos supervivientes.

No entendía a la gente que se fotografiaba al lado de estos objetos, al lado de esas fotos devastadoras, y el ambiente se me hizo insoportable, así que recorrí el resto del museo rápidamente, pero me gustaría volver a visitarlo, alquilar una audioguía y hacerlo con calma, porque no conocer no quiere decir que no ocurriera y que no volverá a ocurrir, el ser "humano" es capaz de esto y de mucho más, y para él el fin siempre justificará los medios y los daños colaterales, pero de verdad que es muy difícil llegar a creer que esto era necesario para el fin de la guerra, más bien fue necesario para demostrar una superioridad y para acabar rápidamente una guerra que podría haber sido más larga, e incluso más cruel. 


Se pueden hacer múltiples valoraciones, que si los japoneses tampoco eran ángeles, y que ellos comenzaron, ya no en Pearl Harbour, que fue el golpe directo a los americanos, sino con las invasiones a países asiáticos, con torturas a la población incluidas; pero esta devastación brutal se me presenta incomprensible.

Fuimos de los primeros en salir del museo, y tuvimos que esperar al resto, pero el sol no acompañaba para pasear, así que lo hicimos bajo la sombra del edificio del museo y casi en silencio.

Todos los años se realiza una Declaración de Paz en los jardines, el 6 de agosto.