27 de junio de 2011

Austria - Viena - Renngasse - Bankgasse - Minoritenplatz - Minoritenkirche - Herrengasse - Wallnerstrasse - Naglergasse - Graben - Peterskirche - Kohlmarkt

De recompensa un poco de azúcar

Terminada la estupenda comida en el Café Central en lugar de concentrarnos en la Herrengasse donde tiene la entrada (o salida en este caso), volvemos por el pasaje a la Freyung para salir primero a la calle Renngasse y ver la fachada del Palais Schönborn Batthyány en el número 4 (foto derecha).

Un paseo corto por la calle y de vuelta a la Freyung, es donde confluyen las calles por las que queremos pasear, ahora tomamos ahora la Bankgasse, en la que hay varios palacios aristocráticos, uno detrás de otro: en el número 2 el palacio Batthyány; en los números 4-6 el palacio Strattmann Windischgrätz, con portadas gemelas y sede de la Embajada de Hungría; en los números 5-7 se encuentra la fachada posterior del palacio Starhemberg, y en el número 9 el palacio Liechtenstein, familia que sigue siendo la propietaria del edificio, que está inmerso en una gran rehabilitación. 

Desde Bankgasse salimos a la Minoritenplatz, una de las pocas plazas vienesas que ha conservado su aspecto del siglo XVIII, rodeada por palacios, algunos de los cuales ya hemos visto sus fachadas en Bankgasse. En esta ciudad no se puede bajar nunca la guardia, no deja de sorprendernos, de gustarnos y de impresionarnos. 

En el número 1 de la plaza se encuentra el Archivo Nacional, a espaldas del Bunderskanzleramt, edificio que da a la Ballhausplatz, la plaza por la que salimos del  Hofburg, y es que en el  fondo es una almendra esta ciudad, comunicada continuamente. En el número 3 el palacio Dietrichstein; en el número 4 la portada lateral del palacio Liechtenstein; en el número 5 el palacio Starhemberg, residencia del general Starhemberg, héroe del asedio turco de 1683; en el número 8, en un palacio de nombre desconocido, el Ministerio de Asuntos Exteriores. …todos ellos bien marcados con su placa y sus banderas, y muchos de ellos organismos oficiales. 

Lo que domina la plaza es la sorprendente Minoritenkirche, Iglesia de los Hermanos Menores,  uno de los edificios de mayor relevancia histórica de la ciudad después de la catedral de San Esteban. En ella se celebró el solemne Te Deum por la victoria de Karlowitz, que significó la derrota del ejército turco.

 
La iglesia fue fundada por los frailes menores en 1224, por una petición del duque Leopoldo VI a San Francisco de Asís durante su estancia en esta localidad al regresar de Croacia. Su extraña forma data del asedio turco de 1529, cuando los impactos de las balas de los cañones rompieron la parte superior del torreón. Su apariencia en la fachada posterior es mitad iglesia, mitad palacio, con dos ábsides de diferente forma, y en su fachada principal de pirámide aunque gótica. Muy curiosa esta iglesia. 


Un detalle a buscar se encuentra en la mitad de la torre (primera foto de la iglesia), el supuesto retrato del arquitecto, de nombre desconocido, a la derecha por encima de la ventana: una figura pequeña que parece sostener una esquina. Allí desconocíamos el dato y ahora al buscarlo en las fotos no tengo muy claro que lo veo es lo que busco. 

Su interior es amplio, con mucha luz y sin grandes detalles ornamentales. En la restauración de 1970 se sacaron a la luz escudos nobiliarios del siglo XIV pintados en las paredes, sobre la fachada principal, a los lados de donde se sitúa el órgano.

 
Lo que más llama la atención, por su historia, es el mosaico de La Última Cena, una copia de la de Leonardo da Vinci, realizada por Giacomo Rafaelli por encargo de Napoleón, con el propósito de llevarse el original a París y dejar esta réplica en Milán, con la derrota de Napoleón en Waterloo los Habsburgo compraron el mosaico y acabó en esta iglesia.

 
También se pueden ver una estatua de la Virgen con Niño de 1350, dos grandes lienzos de Altomonte, un fragmento de un fresco del siglo XVI en el que se representa a San Francisco de Asís, un monumento al poeta Metastasio y seguramente más detalles que desconozco.

Por Minoritenplatz se sale de nuevo a Ballhausplatz, en este callejeo continuo de calles cercanas.

Nosotros volvemos a Herrengasse para terminar de ver sus edificios, en el número 13 la sede del Gobierno de la Baja Austria, pero por la hora ya está cerrado el acceso, en su patio parece que una lápida que recuerda que aquí no se pueden llevar armas ni pelear, recomendación o prohibición que fue transgredida durante la revolución de 1848 que se inició precisamente en este lugar; en el número 6 el primer rascacielos de Viena (rascacielos pequeño pero para 1932 y Viena sería rascacielos); en el número 9 el palacio Mollard-Clary; en el número 7 el Palais Modena; en el número 5 el Palais Wilczek

Ahora entramos por Wallnerstrasse, donde de nuevo hay palacios a ambos lados, en el número 8 el Palais Caprara Geymüller, con atlantes en su fachada; en el número 6 el Palais Palffy (el otro con el mismo nombre se encuentra en Josefsplatz); en el número el Palais Esterházy, donde vivió Haydn, que fue maestro de capilla de la familia, y en el número 3 la Kaiserhaus, que se alquila para eventos. 

Imposible el recuento de palacios, imposible recordar cual es cual, imposible recordar sus nombres….aunque con paciencia, haciendo la foto de la fachada y de su panel señalando todo es posible. 

Wallnerstrasse es cruzada por la Fahnengasse, calle de la Bandera, nombre dado porque la multitud arrancó del balcón del palacio Caprara-Geymüller, residencia del mariscal Bernadotte, enviado por Napoleón en 1798, la bandera francesa, provocando el regreso a París del que sería luego rey de Suecia.

Llegamos al cruce de Naglergasse con Graben, y de Tuchlauben con Kohlmarkt, ¡¡cielos, no da tiempo!!, tenemos que tener cuidado con el horario porque esta noche tenemos un plan. Así que decidimos pasear por Naglergasse, la calle de los fabricantes de agujas durante la Edad Media, donde de nuevo hay que ir fijándose en las fachadas, aunque ya no son palacios grandiosos, sino casas más humildes, más cercanas. 


A Naglergasse la cruza Haarhof, donde se encuentra una de las antiguas bodegas reconvertida a restaurante, que Phillip, el recepcionista vienés de La Torre del Remei nos recomendó, pero que en esta ocasión no conoceremos a pesar de su atractivo enclave, aspecto y ambiente en la terraza, aunque siempre mejor entrar en el subsuelo.

 
El final de Naglergasse es la ya visitada Am Hof, con un palacio de cuento en la esquina, edificio que mencioné en esta entrada. 


 
Volvemos hacia atrás  al cruce de calles, entrando ahora por Graben, el Foso, donde a finales del siglo XII se cegaron los fosos del campamento romano y se estableció un mercado. Con el paso del tiempo y al encontrarse tan cerca del palacio se fue transformando en una plaza de torneos y ceremonias y en el siglo XIX ya era el elegante paseo urbano que es ahora es, con sus tiendas de postín. 


Antes de entrar a explorar el Graben en profundidad nos desviamos a mitad de la calle hacia Peterskirche, Iglesia de San Pedro, construida por Hildebrandt entre 1703 y 1733, una de las joyas barrocas de Viena, inspirada en la de San Pedro de El Vaticano. Se dice que la iglesia original fue fundada en el 792 por Carlomagno. Un consejo es que deis la vuelta a la iglesia por su exterior, ya que al igual que ocurre con la catedral de San Esteban en sus muros externos hay esculturas o relieves que merece la pena ver, aunque no con tanta profusión como en ésta.


El interior es un derroche de ornamentación, una explosión visual a la que cuesta acostumbrarse, mármol y dorado sin ninguna medida, o  mejor dicho con todas las medidas posibles. En la cúpula, que no es esférica sino elíptica para dar un efecto de amplitud, un fresco de Rottmayr.


Un detalle simpático, y más en esta lujosa iglesia, lo que parece la representación de La Última Cena con muñecos, aunque faltan muñecos y Jesucristo lleva bigote, si es el de rayas claro.


Un detalle morboso, en realidad hay dos, las reliquias de dos mártires, bien expuestos con sus huesos en posición de descanso, y con joyas por todos ellos; ambos proceden de las catacumbas de Roma. Sobre “la tumba” de nuevo el detalle simpático que rompe la gravedad de la visión esquelética, sobre esta urna la representación de la Semana Santa con muñecos. 






Ahora si paseamos por el Graben, donde hay dos fuentes idénticas, la de José y la de Leopoldo, ambas de 1804. En el centro del Graben se alza la Pestsäule o Columna de la Peste, que luego sería imitada en muchas ciudades austriacas. Una impresionante columna erigida por una promesa de Leopoldo I por el final de la peste de 1679. En ella la Fe, representada por una santa o mujer joven con un ángel, vence a la peste, representada por una bruja o una vieja, por encima el emperador rezando. 

 
El Graben es una calle muy comercial, ahora los palacios y casas nobles los ocupan tiendas, y algunas tiendas siguen ocupando sus locales originales, como Modas Knize, cuyo interior diseñó Adolf Loos. Hay que pasearla con tranquilidad, virtud que en este momento nos falta, para ir tomando nota de sus edificios, sus fachadas y sus detalles. 

En su cruce con Tuchlauben se encuentra el edificio  de la Erste Österreichische Sparkasse, con un símbolo muy familiar en España.


El edificio Graben Hof fue diseñado por Otto Wagner en 1873, antes de encontrar su propio estilo y movimiento, junto a otros arquitectos y diseñadores. 


No muy lejos de este edificio se encuentra la Ankerhaus, también diseñada por Otto Wagner en 1910 para la aseguradora Anker, la del reloj decepcionante de Hoher Market. En el piso superior tenía el estudio el arquitecto, mala elección no es desde luego.

 
Desde aquí el Graben termina al lado de la Catedral de San Esteban, es que como ir cerrando el círculo de calles, aunque Tuchlauben, la calle de los pañeros, nos quedará pendiente.

En el centro del Graben hay unos servicios públicos subterráneos, Unterirdische Bedürfnisnstalt, en una emergencia como para pronunciar este nombre, obra de Adolf Loos de 1904, a los que no me resisto a entrar, tanto por necesidad como por curiosidad.


Una señora atiende los servicios de señora y los de caballero, comunicados por el cuarto-pasillo donde se instala y donde tiene su platillo para los 0,50€ que cuesta su utilización (es su precio establecido para más de un lugar). Están forrados en madera, cada habitáculo tiene su lavabo, y las puertas son de cristal, que te cierra amablemente la señora. Siento la calidad de la foto, pero a pesar de pedirle permiso me sentía rara haciendo fotos a un baño público, aunque se lo mereciera. 






Con la hora ya justa entramos en Kohlmarkt, que en la Edad Media era donde se instalaba el mercado del carbón, y que desemboca en una de nuestras plazas, Michaelerplatz.


De nuevo la calle está copada por tiendas, con el detalle que en esta calle se puede ver todavía como algún comercio antiguo se publicita como K&K, que los señalaba como proveedores del emperador, “kaiserlich-königlich” –imperial y real-, aunque como han ido desapareciendo la mayor parte de ellos y ahora son tiendas de ropa de diseñadores o joyerías de alto caché ya no pueden mantener estas iniciales. 

En el número 14 se halla la pastelería Demel Konditorei, un lujo imperial para los ojos y un placer real para el gusto. Su interior es precioso, madera y cristal con increíbles lámparas; lo malo es que los turistas pululamos atraídos tanto por su arquitectura y diseño como por sus expositores de dulces y tartas, y así una no puede dar el salto temporal como le corresponde a este lugar.

Al fondo de la pastelería se puede ver cómo trabajan los artesanos en sus creaciones. Muy interesante esta posibilidad aunque alguno puede babear el cristal.

 
A pesar de estar en la ciudad de las tartas y pasteles, a pesar de haberme recreado la vista en esta visita, no estoy lo suficientemente golosa como para comprar una tarta o una porción de tarta, con lo que para no decir que no me comí ninguna compro una mini-sacher con un cisne en azúcar, a la que no me dio tiempo a hacerle la foto.

Salimos definitivamente a Michaelerplatz, y en una casa cerca de la iglesia Michaelerkirche las puertas están abiertas, con lo que entramos para encontrarnos con un patio encantador, que con luces navideñas tiene que ser precioso.


Por desgracia y por fortuna las visitas de hoy se han terminado y nos dirigimos al hotel, vamos con el tiempo justo para ducharnos y cambiarnos de ropa, ponernos algo menos turístico aunque no llevamos ropa elegante como el acto al que asistiremos se merece, el que Viena se merece, y el que los vieneses se merecen para hacerles el acompañamiento adecuado. Nos vemos en la siguiente entrega para desvelar este pequeño misterio, que pensando un poco no tiene nada de misterio.