15 de mayo de 2012

España - Mogarraz (Salamanca)


Entramado de calles y viviendas


Después de nuestro periplo por varios pueblos salmantinos, San Esteban de la Sierra, San Miguel de Valero, Monleón, Linares de Riofrío, Valero y por el Valle de la Sierra de las Quilamas llegamos a Mogarraz, donde tenemos nuestro campo base. Hacemos el registro en el hotel y tomamos contacto con él, nos parece cómodo y medianamente agradable, pero quizás de las cuatro estrellas con las que figura le sobra una, pero esto es cuestión de gustos y paladares.

El punto más favorable es que tiene una zona  de spa, y cuando caminas de un lado para otro conociendo pueblos y lugares, puede resultar un lugar relajante, a pesar de que a todos nos gusta estar allí, y para ello intentan tener un control de horarios para los clientes, de modo que no bajemos todos a la misma hora y parezca más un bebedero de patos, aunque es imposible que deje de serlo, aunque todos fuimos muy educados y nos comportamos bien. 

El detalle feo del spa y de un hotel-spa de cuatro estrellas es que sí tenemos albornoz en la habitación pero no disponemos de unas zapatillas de goma, y claro, estas son reglamentarias para hacer uso de las instalaciones, así que “amablemente” te venden unas tipo “mecano”, totalmente planas y que se tienen que montar fácilmente, por el módico precio de 1€.

Detalle que me parece feo, y no es el precio a pagar lo que te asombra, sino ese precio que realmente estás pagando con la habitación y no se corresponde a lo recibido…y todo por un euro, que enturbia algo más la crítica no constructiva del hotel, que no destructiva, si suman 5€ al precio de la habitación e incluyen las dichosas zapatillas creo que todos contentos. 

Cierto es que la oferta del puente consistía en tres noches de alojamiento, tres cenas (una degustación, una menú y otra en la bodega) y una hora al día de spa gratuito; pero sigo creyendo que ese euro les perjudica más a ellos que a los que pagamos el hotel, porque al final, los detalles son los que cuentan y suman puntos extras a lo localización, servicios, instalaciones, atención, decoración, gastronomía…o lo restan, como es el caso.

La mejor cena de las tres incluidas en la oferta, las demás las califico de supervivencia sin ser malas (dos conceptos muy diferentes) fue en la bodega, por el lugar, por la compañía y por la pitanza: embutidos de la zona, morcilla, “chicha” (aquí lo llamamos picadillo y en Extremadura también), jamón y unas chuletitas de cordero, acompañado de vino a placer (para mi gusto el rosado mejor que el tinto aunque a la cena no le acompañe, pero el tinto era más lo que en Extremadura se conoce como “de pitarra”), rematando con unos chupitos, no tan a caño libre como nos hubiera gustado a todos los que coincidimos en la cena. 



También hay puntos a favor del hotel, el primero era la terraza con sus vistas del pueblo y los alrededores, aunque para las bajitas como yo el muro era demasiado alto, con lo que necesitaba unos buenos tacones o ponerme de puntillas, pero la terraza para una primavera agradable o noches de verano es un acierto. 



La cama era amplia y el colchón cómodo, esto de los colchones siempre es un poco lotería y uno de los puntos a temer más en los hoteles. Las almohadas bien pero eché en falta algún más supletoria, que posiblemente podía haber pedido (o intentado pedir) en recepción pero para tres noches podía pasar sin ella. 

Otro detalle a favor, el cuarto de baño de la Junior Suite en la que nos alojamos, estaba dividido en dos: un habitáculo con el W.C., un bidet y un pequeño lavabo, y el cuarto grande, con un lavabo y una magnífica bañera de hidromasaje para dos, bajo una claraboya en el techo, sin lugar a dudas un bonito, relajante y romántico-pasional rincón. 


En la habitación también eché en falta algunas comodidades, que no son para detallarlas, quizás la más importante es la ausencia de minibar, bueno sí, mueble frigorífico existía, pero en su interior sólo dos pequeñas botellas de agua. 

Lo que realmente no pude soportar fue el ruido de la calefacción, ya que son aparatos individuales que dejas conectados para estar caliente (y con el frío que hemos pasado en este puente de mayo no podíamos desconectarlo, solo bajar la temperatura). Entiendo que es más fácil que cada uno regule la temperatura a su gusto, y estos aparatos son lo más efectivos pero por favor, no con tanto ruido. 

Tras el pequeño resumen del hotel, del que no menciono el nombre porque no lo considero oportuno ni para bien ni para mal, pero buscando en internet lo encontraréis con facilidad si estáis interesados, vamos a pasear por Mogarraz.

Junto al Restaurante Mirasierra, y en un lado de la carretera, destaca una escultura de Florencio Maillo, artista natural de Mogarraz, que ha utilizado elementos agrícolas para realizarla, un claro homenaje a la actividad de la zona. 



Al lado hay un patio con más “esculturas” de trabajo agrícola, que reflejan el pasado de la villa, en esta ocasión sin tratar, son los instrumentos de trabajo de producción de vino, aceite, recolección...y las llamó esculturas no sólo por el fin para el que pueden ser utilizadas por un artista como Maillo, sino por la propia disposición en el patio.


Al igual que nos pasó en Semana Santa, esta primavera invernal nos desconcierta con sus nacimientos y tonalidades. Yo no sé nada de botánica pero creía que el acebo sólo florecía en invierno, pero claro, es que estamos con una temperatura invernal, a unos tres grados y hasta el acebo puede descontrolarse. 


El trazado de Mogarraz, villa declarada Conjunto Histórico en 1988, es típicamente medieval y lleno de encanto, con lo que tras la opípara comida (y bebida), que detallaré en la siguiente entrada, nos dimos un paseo tonificador de estómagos. 

Comenzamos en la calle en curva entre el restaurante y el hotel que lleva directamente a la fuente del Humilladero.



La fuente recibe este nombre porque está adosada a la pared trasera de la ermita del Humilladero, situada en una especie de pequeña plazoleta en la calle principal, frente a la cual se halla un crucero



Bajamos por la calle, en la que nos vamos encontrando a izquierda y derecha bodegas, casi todas cerradas, pero gracias a sus nombres conocemos la tradición vitivinícola de la zona. 



Algunas bodegas tienen entrada por pequeñas entradas con soportal o casi callejones, que les confiere un aspecto acogedor, más en los días fríos. 


Hay que caminar y callejear fijándose en los detalles, como en los dinteles de las puertas, en los que se encuentra grabado el año de construcción, acompañado en ocasiones de invocaciones marianas  o símbolos religiosos. 




Otros dinteles muestran otros objetos, relacionados con la vid y su procesado. 


De la calle Miguel Ángel Maillo a la calle Cabo la Aldea y de esta a la calle Juan A. Melón -no son necesarios los nombres de las calles ya que la extensión de Mogarraz es pequeña- para llegar hasta una fuente, con la fecha original de su construcción, además de la fecha en la que fue modernizada con caños nuevos. 


Las casas serranas originales son de tres pisos y presentan unos característicos entramados de madera y barro o piedras en sus fachadas, algunas en mejor estado de conservación o rehabilitados que otros, pero todos conforman una visión única. 




Como ya he mencionado, Mogarraz no es grande y lo mejor es pasear por sus calles según la apetencia, no hay manera de perderse ni queriendo. 



Así caminando se llega hasta el campanario exento de la iglesia. 



Frente al campanario se alza la Iglesia de Santa María del Arenal, con el típico pórtico de entrada. 


Y desde aquí se llega a la Plaza Mayor, que se puede hacer por diferentes caminos como en cualquier plaza. 


La plaza tiene un trazado semiesférico, y por ello se convierte durante las fiestas en coso taurino. El edificio de la izquierda en la fotografía tenía algunas cabezas de toros colgadas en el primer balcón así como otras alusiones del mundo del toro. En la plaza también se encuentra, por supuesto, el edificio del Ayuntamiento. 


Seguimos paseando por sus bonitas calles, que nos siguen agradando y sorprendiendo. 



Encontrando nuevos detalles, como esta entrada de una casa, con una balcón en el que emular a una Julieta castellana.  


Llegamos en este paseo a la Plazuela del Banco, donde se encuentra la Fuente de Arriba, con la fecha de 1672 grabada en la piedra. 


Para luego llegar a la Plazuela del Barrio Hondo.


Saliendo por algunas de las calles del pueblo también se obtienen vistas del enclave fabuloso en el que se encuentra Mogarraz, dentro de la Sierra de Francia. 



Por la noche, después de la cena, paseábamos un poco por la villa, y con la tenue iluminación su aspecto medieval salía más a relucir, y eso que ahora hay bombillas y no candiles como antaño. 




Desde el hotel o el restaurante Mirasierra, ambos a la entrada del pueblo desde Miranda del Castañar, si en lugar de adentrarse en él se camina hacia la izquierda, se encuentra un pequeño Vía Crucis o Camino del Calvario, y un sendero por los huertos, pero nosotros sólo realizamos el primero por aquello de bajar un poco la estupenda comida. 



Mogarraz ha sido una grata sorpresa, un conjunto medieval bien conservado, en el que es un placer pasear, y recomendable su visita en una excursión por esta zona.