5 de octubre de 2012

Corea del Sur - Seúl - Insadong



Comprar y comer, dos verbos básicos del turista

Tras nuestra meditación zen en el Templo Jogyesa caminando llegamos a una de las arterias comerciales de la ciudad, la calle Insadong (estaciones Anguk o Jonggak o Jongno 3 (sam)-ga), a la que volveríamos el penúltimo día de estancia en Corea para realizar compras de última hora y una visita entre curiosa, alternativa, diferente y hasta friki.


La calle va más o menos desde la estación de metro de Anguk hasta la de Jongno 3 (sam)-ga y en ella hay tiendas de souvenirs, cerámica, tallas de madera, figuras grandes y pequeñas de bronce, galerías de arte...


Lo primero es comer, de esto se encarga Sonia, lo intentamos en un restaurante especializado en bibimbap que tenía muy buena pinta, pero había cola de espera y no teníamos tiempo para esta espera, estamos en un tour y el tiempo de nuestra guía y el nuestro propio vale oro. No importa, el local elegido finalmente nos deja más que satisfechos, la tarea de selección de platos se la dejamos a Sonia, porque entiende la carta, que también se lee en inglés, conoce la cocina coreana y se entiende con los camareros. 

En la mesa no colocan los cubiertos, estos se cogen de una caja de madera, donde hay cucharas y palillos; también hay una caja con pequeñas servilletas (demasiado pequeñas cuando te pringas los dedos). 

Sonia pide bulgogi ya preparado (que no sale en la foto) y bossam, panceta de cerdo cocido al vapor; ambos se envuelven en hojas de lechuga, se les pone un ajo crudo, salsa de gochujang picante a gusto del consumidor y se come…¡riquísimo!. 

En la mesa hay varios detalles a tener en cuenta. Hay dos elementos alimenticios que casi nunca faltan: un cuenco de arroz cocido, bap,  que los coreanos siempre comen con la cuchara, y un cuenco con sopa, en este caso la sopa era de tofu que no es el alimento predilecto para mi paladar, pero el caldo estaba rico.

Otros alimentos que no faltan y son los que le ponen la imaginación y la chispa a la comida son unos cuantos platillos pequeños que se llaman banchan, son como pequeñas tapas para acompañar la comida; cada restaurante pone el número que quiere de ellos, siendo diferentes de un restaurante a otro. Esta parte era realmente prometedora y divertida en cada comida y no es necesario ser un comensal ejemplar y comérselo todo, no se ofenden si se deja, es como una pequeña deferencia con la que obsequian.

Y lo último, el cuenco de arroz y los palillos son de acero inoxidable siempre, lo del cuenco no nos asombra pero lo de los palillos es curioso, y tiene su razón: los reyes de la dinastía Joseon no se fiaban de ser envenenados, así que sustituyeron la madera por la plata, ya que esta al contacto con el veneno ennegrece, y la población copió el acto, pero ellos no podían pagarse plata y eligieron el acero como sustituto.
Otro detalle de agradecer es que siempre ponen una jarra de agua muy fría en la mesa, sin necesidad de pedirla.

¡Ojo!, al igual que en Japón los palillos no se pinchan en el arroz, esto se relaciona con los ritos funerarios y está muy mal visto.


Hablemos ahora del famoso kimchi, que no se incluye dentro de la categoría de banchan. Si no se llega a probar en Corea no se hará en ningún otro sitio del mundo porque en todas las comidas está sobre la mesa. En cada región, en cada restaurante, en cada cocina, se prepara de una manera aunque la receta básica sea la misma, con lo que el resultado siempre es diferente. 

El kimchi es un plato de vegetales fermentados, lo más normal es utilizar col o repollo pero también se utiliza el nabo, el apio o el pepino, sazonado con ajo, sal, cebolla, jengibre y pimienta roja. Se preparaba como sustituto de los vegetales frescos que no se recogían en el invierno y se conserva en esta salmuera durante mucho tiempo.

Un refrán coreano reza: “Un poco de kimchi al día nos aleja del doctor”, y si esto fuera cierto, los coreanos no verían a un médico en toda su vida. Dicen que es un buen remedio para pasar la resaca, pero yo me sigo quedando para este menester con el clásico Bloody Mary de toda la vida, aunque el kimchi me ha ganado el estómago y un poquito el corazón. 

Los surcoreanos comen aproximadamente1,6 millones de toneladas de kimchi al año. Para darse cuenta de lo que este alimento representa en Corea hay que hacer referencia a que cuando el primer astronauta surcoreano salió al espacio en 2008 llevaba un tupper especial y espacial” con él,  y que por supuesto contenía kimchi

En esta comida intentamos aprender, no con mucho éxito la verdad, a pedir cerveza, maekju, y siempre la pedimos coreana, que suele ser Cass o Hite, gustándonos más la primera aunque es más fácil encontrar la segunda. El problema para pedirla era su pronunciación, se escribe como se ve pero se pronuncia más o menos “bekchu” (necesitaría la ayuda de Sonia o de cualquiera que hable coreano para realizar esta semejanza fonética). 

El precio de las comidas nos ha dejado siempre estupefactos, porque hemos comido bien y mucho (en ocasiones menos mucho pero bien); comiendo Sonia y nosotros dos, las comidas no han superado los 45.000W - 31€ (en dos ocasiones comimos con los chóferes, que siempre han sido más reacios a compartir mesa y horario). La media normal ha rondado los 36.000W – 25€. Las raciones las pedía Sonia y supongo que en ocasiones pediría para dos y en otras para tres, ella sabía muy bien lo que hacía. En el precio hay que incluir dos botellas de medio litro de cerveza, que las cervezas no van de tercios, sino de persona mayor.

En España por este dinero no hubiéramos encontrado ningún lugar para la cantidad y la calidad, en Corea se come bien y barato, aunque siempre la ternera y el pescado salen más caros, pero esto ocurre en todo el mundo.

Uno de los buenos hábitos de los coreanos, y de los japoneses, es que nunca se paga en la mesa, el placer siempre se separa de los negocios. En la mesa te suelen dejar la nota de la consumición y con ella vas al mostrador de salida a pagar, y hasta en los sitios más remotos o más extraños hay un datáfono para pagar con tarjeta de crédito, que además pasa a la velocidad del rayo. 

Habiendo comido muy bien, e incluso demasiado, nos toca enfrentarnos con el paseo por Insadong, que no es una calle muy larga pero sí muy entretenida comercialmente y siempre atestada de público. Ante nuestra sorpresa en el Insadong Art Center se está celebrando una exposición de Picasso.  


Nos encontramos con el centro comercial Ssamziegil, abierto en el 2004, donde aparte de tiendas comerciales también hay estudios de artistas. 


Decidimos que entraremos a curiosear, si hay algo interesante que adquirir bien, y si no pues vemos, que en ocasiones es de lo que se trata. Las paredes están llenas de pintadas, de grafitis por lo general bastante malos y en ocasiones simpáticos, supongo que además muchos de ellos son de los de “yo estuve aquí el…”.


Subimos hasta la última planta, donde aparte de un curioso jardín salvaje en un invernadero, donde hacía una calorina para morirse, también hay un restaurante. 


También en este piso superior sobre una pared hay cientos de chapas con mensajes, supongo que la mayoría de amor, ¡cuánto mal ha hecho Federico Moccia con sus candados!. 


Desde arriba, aparte de tener una visión hacia abajo del interior del centro comercial también se tiene hacia Insadong y sus innumerables puestos de souvenirs. 


Bajamos a la calle y nos topamos con un puesto callejero que vende una especie de churros con forma de bastones, pero recién comidos no apetecía probarlos, otra cosa hubiera sido antes de entrar al restaurante, que a lo mejor de picoteo y para catarlos…no sé de que están realizados y no recuerdo si le preguntamos a Sonia y si nos respondió. 


En una de las calles transversales a Insadong surge el centro Nagwon Arcade, especializado en instrumentos musicales, pero como en las dos ocasiones que pasamos por esta calle no teníamos la intención de comprar ninguna no entramos en él. 

En la calle siempre había gente, era un trajín de subida y bajada por ella sin parar. 


Aparte de las típicas tiendas de souvenirs las hay de cerámica, infinidad de tazas, cuencos y teteras, un mundo en el que me puedo perder y comprarlo casi todo pero me contuve. 


La visita extraña que realizamos es a una curiosa tienda que al tiempo es un curioso museo (2.000W), que encontré en el blog, me hizo gracia y pensé que si nos cuadraba podríamos visitarlo, todo esto sin saber mi marido nada, que estas cosas sé que le hacen gracia y a pesar de la sorpresa inicial acaba disfrutándolas. Saltarse la entrada de la tienda es de lo más fácil porque el cartel que lo anuncia no se encuentra en el interior de la fachada, con lo que hay que ir bien atentos o repetir el camino. 


Por lo que parece este lugar se ha convertido en casi de culto, porque en internet existe información sobre él (y es que en internet está todo, lo que queremos y lo que no) y además estaba lleno de turistas, divertidos, con los ojos como platos, juguetones…


Creo que no falta nadie en esta tienda, el mundo de Star Wars está bien surtido. 


Un clásico japonés se encuentra en casi cada vitrina, de todos los tamaños, el rey Mazinger Z,.


El simpático y archifamoso extraterrestre no falta en esta fiesta.


En los estantes se acumulan las cajas de juegos: de coches, de mesa, puzzles, de montaje de aviones, juegos de agua…de todo lo que se haya inventado. 


En el techo vuelan los aviones y por supuesto Spiderman lanza sus redes. 


También se encuentra un bebé de Spiderman, pero del malo.


No sólo hay juguetes, también hay aparatos de televisión del año de Maricastaña o más allá. 


Parquímetros y buzones de correo...un asombro tras otro.


Una balda está protegida por un plástico y una advertencia de no tocar, en ella hay muñecas semieróticas, pero lo mejor es el muñeco de ojos saltones y bizcos que las miran, sólo le faltaba ser de color rojo.


Allí estaba Homer Simpson y su familia, Bola de Dragón con los suyos, el hombre galleta, Superman, Wonderwoman, Godzilla y algunos parientes, muñecos de las series de anime, Shrek, Carlitos Brown sin Snoopy, Brutus sin Popeye, La Máscara a tamaño natural, muchos desconocidos a nuestros ojos (más a los míos), y ¡hasta una Nancy!, y me dejo muchos por escribir, pero es que ni los ojos daban para más ni nuestra memoria tampoco. Nosotros echamos en falta a los Maldelman, que posiblemente ni los conozcan por aquella tierra. 

Pero no sólo hay juguetes, también hay pegatinas, cómics y venden golosinas. 

Es más una chamarilería que juguetería o museo, pero la visita resulta especialmente divertida, con lo que si os apetece hacer algo diferente, e incluso si buscáis alguna figura especial puede que hasta la encontréis. Yo conozco a más de uno que esta visita la hubiera disfrutado mucho y seguramente podría haber salido con alguna adquisición o con los dientes largos si no hubiera estado a la venta. 

Al final me ha salido un monográfico de la tienda extenso, pero es que era curiosa, estrafalaria, diferente, y a mí me ha salido mi punto friki

A ambos lados de Insadong surgen calles estrechas, por las que merece la pena entrar y descubrir, no siempre será algo bonito o agradable o interesante, pero en ocasiones sí se encuentran rincones y también restaurantes apetecibles. 


Concretamente esta calle conduce al restaurante vegetariano budista Sanchon y a una curiosa casa de té, en la que entramos para intentar tomarnos uno, ya fuera frío o caliente, pero para ellos ya no era la hora del té sino la de la cena, con lo que era demasiado temprano para nosotros y tuvimos que irnos. Lo curioso del interior, aparte de ser francamente pequeño y apiñado, son sus muebles, mesas y sillas de colegio, todo pequeño, de infantiles, ¡con pizarra y todo!


Insadong desemboca en una plaza donde hay un mosaico de cerámica con el estandarte de la dinastía Joseon, que es donde termina nuestro paseo. 


Estoy segura que si vais a Seúl pasearéis por esta bulliciosa calle.