28 de abril de 2013

España - Parque La Quinta de los Molinos (Madrid)

Llegada tardía a la primavera (¡Volveremos!)

Una visita que teníamos ganas de hacer, por el consejo de una amiga al que le puso mucho énfasis, y en la que yo tengo una total y plena confianza, era al parque madrileño de La Quinta de los Molinos, situado en la calle Alcalá 527 (metro Suanzes, parada justo a la entrada del parque, con lo que no hay pérdida ninguna).


Vamos a hacer esta visita con música acorde:


Aparte de su belleza como parque, como lugar de paseo, lo más característico de La Quinta de los Molinos son sus almendros, que en primavera florecen, inundándolo todo del bonito color blanco. A la entrada ya nos recibe un almendro, que está florido y hermoso... disfrutemos de su visión...


Para hacer esta visita tuve que que mirar los árboles, pero miré los de alrededor de nuestra casa, y cometí un error de una semana o algo más para realizarla, con lo que entramos ya diciendo lo del conejo blanco en Alicia en el país de las maravillas, "Llego tarde, llego tarde". La fecha más idónea sería a finales de febrero o principios de marzo, y nosotros la realizamos el día 22 de marzo.


El terreno era propiedad del Conde de Torre Arias y en 1920 pasó formar parte del patrimonio de César Cort Botí, profesor alicantino de Urbanismo en la Escuela de Arquitectura de Madrid.  


El objetivo de Don César fue recrear una finca de aspecto parecido a su lugar de origen, es decir, una finca agrícola del litoral mediterráneo, de ahí la presencia de olivos (primera fotografía, bien) y almendros (segunda fotografía, ya con sus hojas caídas en el suelo, donde incluso han sido barridas por el viento y no hay casi constancia de su existencia), así como de elementos arquitectónicos como molinos. 

 

Algún almendro solitario quiso aguantar el tipo para deleitarnos un poco con su blancura. 


Afortunadamente la primavera sigue su curso en otros especímenes vegetales. 


Algunas visiones nos traen recuerdos australianos, de los Royal Botanic Gardens de Sydney, que aunque no tienen nada que ver ni en jardines ni en animales que lo habitan, las reminiscencias son eso, asociación de recuerdos fotográficos de la memoria.  


El paseo por el parque puede ser todo lo extenso en espacio y tiempo como se desee, hay varios caminos por los que entrar y salir, nosotros hicimos un circuito clásico para encontrar los puntos principales, como esta fuente sin uso. 


Encontrando nuestros ojos alguno de los almendros que han resistido con sus flores. 


Llegamos hasta el bonito y tranquilo lago, donde se podría disfrutar de una buena lectura dejando que el tiempo pasase, tanto que realmente uno se olvidaría de mirar las manecillas del reloj. 





Bordeando el lago, en la parte superior se encuentran los llamados Estanques Gemelos, donde hay una zona con mesa y bancos de piedra donde supongo que se realizarían meriendas, y que vuelvo a suponer que en ocasiones será utilizado con el mismo fin. 



Subiendo unas escaleras, por detrás de este rincón de descanso, se encuentra el ahora abandonado invernadero, una estructura de hierro ya sin cristales, y cuyo estado de dejadez nos causa estupor y pena, ya que se puede entender que no se utilice con el fin para el que fue construido, pero una manita de pintura y otra manita de escoba le devolverían su aspecto. 


El agua para regar la finca era extraída mediante los molinos de viento de pozos y manantiales subterráneos, que se almacenaba en albercas que también tenían una función decorativa. Por la finca circulaban dos modestos arroyos: el de Trancos, al norte, y el de la Quinta, al sur.

Al lado del invernadero ya se distingue la altiva silueta de uno de estos molinos, por los que recibe el nombre el parque. Y al lado de este molino se encuentra la Casa del Reloj, pero el paso estaba cortado, parece que el edificio lo utilicen para aperos de mantenimiento del jardín, porque se veía movimiento de trabajadores y "automóviles" en sus alrededores. 





Hacia la izquierda del invernadero y la Casa del Reloj se encuentra un lugar curioso, las pistas de tenis, que en la actualidad más parece un pequeño anfiteatro donde realizar conciertos casi en familia. 


Al fondo del parque se alza el segundo molino. 


Cerca de él se encuentra un depósito de agua, una construcción de ladrillos de gran tamaño, algo así como un aljibe "a cielo abierto". 


El núcleo inicial de la finca fue el entorno del palacete y la zona situada al norte del camino de Trancos, donada como regalo del conde de Torre Arias al Don César en 1920. En 1925 se inició la construcción del palacete con marcada influencia de la llamada Secesión Vienesa, y en especial de la obra de Hoffman. 


A partir de la zona del palacete, el parque fue ampliando su superficie mediante diversas adquisiciones hasta los años setenta, en los que se llegó a alcanzar las 28,6 hectáreas de superficie. 

Afortunadamente en la explanada frente al palacete se puede sentir la explosión colorida de la primavera. 



Entre el palacete y la Casa del Reloj se encuentra la fuente principal del parque, con dos estanques; uno más limpio y claro que otro. 




Emprendemos el camino de vuelta por el parque, que a pesar de la gente que se encuentra paseando por él, es un lugar lleno de calma y tranquilidad. 


Con sus almendros limpios de flores, pero con unos senderos incitadores a caminar. 


¿Un guiño a la pista de tenis?


Pasamos junto a la Rosaleda, pero si los almendros están como están, de las rosas ni rastro, tiempo al tiempo...


Don César muere en 1978, llegando los herederos a un acuerdo con el Ayuntamiento de Madrid en 1982 por el que 21 hectáreas de la finca pasan a ser zona verde de uso público y las 7 hectáreas restantes para construcción de viviendas. En 1997 fue declarado Parque Histórico.


Pensé en no contar esta visita hasta ver el parque en todo su esplendor pero me he decidido a relatarlo sin floración, porque el parque merece la pena ser conocido, y si a alguien le interesa, para que esté pendiente de la primavera del almendro y pueda llegar a tiempo para verlo en todo su esplendor.  

Un mapa del parque, que podéis descargar en formato pdf de la página ¡Madrid! 

 


Más floración, más paisajes, más letras, más información la podéis encontrar en el interesante blog de Isabel Alguacil, Paisaje Libre.

Descubrir los jardines y parques de Madrid, ¡tan cerca, tan lejos!, nos está resultado una bonita y gratificante experiencia, ya que no solo existe el imponente y majestuoso Retiro. De momento ya hemos conocido este, aunque como reza el título ¡Volveremos!, y el coqueto Jardín El Capricho 1Jardín El Capricho 2


26 de abril de 2013

Corea del Sur - Parque Nacional Seoraksan - Hotel Kensington Stars



¿Hemos llegado a Londres?

Tras nuestra visita bajo la lluvia al templo Sinheungsa es hora de ir al hotel, para registrarnos, dejar las maletas, y que tanto Sonia como el conductor descansen ya que en ocasiones los viajeros turistas el verbo descansar no lo utilizamos en vacaciones muy a menudo. 

El hotel está situado en el Parque Nacional Seoraksan y tiene su propia idiosincrasia como para dedicarle unas palabras y unas fotografías. Se trata del Kensington Stars Hotel. En el vestíbulo nos encontramos con unos viejos conocidos de New York en Navidad, los soldados de El Cascanueces.

 
En casi todo el hotel las paredes están paneladas en madera, una auténtica oda (o atentado a la naturaleza o a la estética) a este material. 


En la planta baja hay una cafetería, al estilo de un pub inglés pero con mucha luz, donde hay un piano de cola, y también hay un rincón que llaman la biblioteca, realmente se trata de dos mesas con cuatro butacones, con el fondo de una boiserie llena de libros; y por cierto, los butacones nada cómodos, desgastados en tapicería y prestancia. 


En las plantas del hotel, aparte de mucha madera, hay infinidad de fotografías de visitantes que han pasado por él, desde políticos a cantantes, actores, deportistas, que además de dejar una fotografía firmada, en otras ocasiones han dejado algún objeto de recuerdo.

Hay habitaciones de varios tipos, la que nos ha correspondido está decorada en puro “british style”, paredes empapeladas con papel pintado de flores, colchas y cojines con flores; la primavera en la habitación, que era pequeña pero cómoda. El cuarto de baño también era algo pequeño, donde destacaba la grifería dorada, tal cual si fuera Buckingham Palace. Lo siento, no hicimos fotografías ni de los pasillos ni de la habitación, así que sólo son mis letras.

Recorrido el interior, más o menos, nos fuimos a dar un paseo por el exterior, las vistas a Seoraksan merecen la pena, y si despeja algo más seguro que nos encandila más todavía. 

A la entrada del hotel destaca el típico autobús de dos pisos londinenses, de los que ya no existen, creo que sólo dejaron dos líneas de recuerdo y homenaje a estos magníficos autobuses. 



Supongo que en el cartel de presentación del autobús cuentan la historia de cómo llegó hasta aquí. 


El punto final de la línea del autobús era uno de los puntos clásicos en Londres, Piccadilly Circus. Aunque más que el propio autobús, lo que destaca son las montañas del Parque Seoraksan que le valen del llamado "marco incomparable". 


Se puede subir a él, y dado que en nuestra visita a Londres sólo tomamos el Underground (metro), aprovechamos la oportunidad que nos dan, encontrando a la entrada la papelera que tantas risas nos provoca en la cabecera de entrada de la serie Un hombre en casa






El primer piso del autobús está decorado, creo que porque se alquila para eventos y fiestas, pero a lo mejor sólo es una decoración para darle más vida turística. 


Sin embargo, el segundo piso está limpio de decoraciones y flores, así que da más sensación de empezar ruta.


Seoraksan se quiere descubrir algo más ante nuestros ojos, pero poco. 


Continuando por el camino de salida del hotel hay otro autobús, de nuevo con un destino típico en una visita a la ciudad británica, Notting Hill. 


En este caso su interior está sin decorar, tanto en el primer piso como en el segundo. 


Andamos algo más pero no demasiado, preferimos subir a la habitación para montar las maletas, mañana volvemos a Seúl y queremos dejar la poca ropa limpia que nos queda separada y casi preparadas las maletas para el día de salida, al fin y al cabo esta tarea hay que hacerla tarde o temprano y tiene que entrar todo lo que trajimos y todo lo que hemos ido adquiriendo, y eso que todavía no hemos terminado de comprar. 

Tras esta tarea y una ducha reparadora buscamos un restaurante para cenar, la alternativa de la cafetería de la planta de abajo no puede ser, pensábamos en un sándwich, pero parece que aquí no los sirven, y la hora no es tardía cómo para que estuviera cerrado. Como no tenemos consenso en si acudir al restaurante coreano o al occidental, y dado que tampoco queremos tener una cena opípara subimos al piso nueve, donde hay un restaurante de comida algo más ligera (si se quiere), y donde con buen tiempo habría buenas vistas a Seoraksan y a las estrellas del cielo, pero hoy no va a ser una de esas tardes y una de esas noches. Eso sí, el nombre del lugar sigue la estela british, Abbey Road, con una decoración en blanco y negro, en paredes y mobiliario. 


Por supuesto el restaurante está adornada con fotografías relativas a The Beatles, como el rincón de los baterías: Pete Best, el primero, y Ringo Starr, el definitivo. 


La carta sigue en sintonía con el ambiente discográfico. 


Pedimos para compartir un plato de quesos con fruta, abundante y muy rico, y una pizza, que era de las congeladas y de supervivencia. 


Cena que acompañamos con un vino australiano, volvemos a jugar a la ruleta rusa vitivínicola australiana, pero en esta ocasión no estuvo malo del todo. Había que brindar por el casi finalizado tour, durante el que hemos pasado tan buenos momentos, descubriendo la cultura coreana en todas las facetas posibles y saboreando su maravilloso gastronomía.