29 de septiembre de 2013

Chile - Isla de Pascua - Rano Kau



El volcán grande

A las 15.30 h de la tarde llega Rosita con una minivan que ya está llena de turistas ávidos por conocer los secretos de la isla, somos los últimos en ser recogidos de sus hoteles, en nuestro caso del hotel Altiplánico




Esta tarde vamos hacia el sur, muy cerca de Hanga Roa, parando antes en una oficina del Conaf para que aquellos que no tengan la entrada al Parque Nacional la puedan comprar, como es nuestro caso. Nuestra primera parada es en el volcán Rano Kau, el volcán grande, al que se también se puede llegar caminando por un sendero desde Hanga Roa, son algo más de 5 km y seguro que merece la pena el paseo y el paisaje. 




Como se lee en el cártel, el cráter tiene un diámetro de 1.600 m y 200 m (según algunas fuentes 280 m) de profundidad. La cima del volcán fue arrancada por una explosión. 

Llegar hasta el mirador nos deja sin palabras, solo podemos mirar hacia el cráter del volcán y luego entre nosotros con una gran sonrisa en nuestros labios.




A Rano Kau subió Hotu Matu'a cuando sintió que le llegaba la muerte. Se puede realizar un paseo por el borde del cráter, aunque hay está prohibido (y aconsejado) no bajar a él; en cualquier caso hay que tener cuidado porque la pendiente de la ladera es fuerte.




En el cráter hay una laguna de agua oscura, donde flota la totora, unos juncos acuáticos. Las mujeres rapanui bajaban a la laguna a lavar la ropa, pero más que bajar andando alguna lo haría rodando porque la pared es escarpada y el terreno parece blando. 




El borde del cráter que da al océano presenta una depresión, que ha sido producida por la erosión del viento y del agua, que en rapanui recibe el nombre de karikari. Parece una ventana al océano, sin esta depresión desde donde estamos no podríamos verle. 






El cráter tiene algo hipnótico y no puedes dejar de mirarlo y admirarlo, pero aún así, echar la mirada hacia atrás tampoco tiene desperdicio. Estamos en la isla mágica, magnética,  misteriosa....y sobre todo inundada de azul, azul marino y azul cielo.




También se ve el panorama costero, la ciudad de Hanga Roa y el aeropuerto de Mataveri




A las espaldas de Hanga Roa hay un paisaje ondulante de pequeñas colinas, volcanes apagados. 







Cerca del cráter hay una piedra con un petroglifo con la figura del hombre pájaro, del que en la siguiente visita conoceremos su historia. 



Hemos comenzado a explorar la isla de forma magnífica y continuamos el paseo junto al acantilado costero para llegar hasta Orongo


27 de septiembre de 2013

Chile - Isla de Pascua - Hotel Altiplánico



Bienvenidos al pequeño paraíso

El hotel elegido en Isla de Pascua fue por su ubicación, aparte de que nos pareció adecuado a nuestros gustos. Se trata del Hotel Altiplánico, que tiene una cadena de hoteles por el país. 




La ubicación tiene su punto bueno y su punto malo. Su punto malo es que se encuentra algo alejado de la ciudad, a una caminata de una media hora, lo que significa que comer o cenar en Hanga Roa puede resultar extenuante, y bastante difícil sobre todo por la noche, ya que el paseo sería a oscuras. El punto bueno, las vistas y la tranquilidad, que ya iremos conociendo.


Al hacer el check-in nos entregan una carta con la relación de excursiones contratadas y las horas en las que nos recogerían en el hotel. Por supuesto nos entregan la llave, que no podía tener otra forma.  




Al entrar, frente a la recepción hay una pequeña sala a modo de tienda, detrás de la cual se encuentra el espacio habilitado para internet con dos ordenadores para los huéspedes, y el detalle arquitectónico que lo caracteriza es el techo. 




Esta zona tiene las áreas comunes, las habitaciones se distribuyen en el campo, un amplio espacio verde en el que hay pequeñas casas, tipo bungalows, como las que tenían los rapanui, las llamadas casa-bote o hare paenga o hare vaka, que además están pintadas en el exterior con sus dibujos. Nos gusta todo lo que vemos. 






La isla tiene un clima subtropical, con una temperatura media anual de 20ºC, así que el plumas ha quedado aparcado, ¡que alivio!. 




En el amplio terreno del hotel imitan los huertos de los rapanui, en este caso para plantar árboles frutales o sencillamente plantas. Son los manavai, resguardados en un hoyo de entre 1 y 3 m de profundidad, protegidos del viento por un muro de piedras, que nos recuerdan a los viñedos de Lanzarote, también protegidos del fuerte viento por construcciones circulares realizadas con piedra volcánica, y que en el caso de la isla canaria dan al paisaje un toque muy particular. 




Nuestra habitación es la número 9, y para no tener dudas, los números están pintados en tamaño bien grande en el suelo. 




A la entrada un limpiador de botas, unas fuertes púas para quitarse el barro y mantener la habitación lo más limpia posible. 




La habitación es amplia, y las maletas no nos estorbarán, ya que se pueden dejar a la entrada y no nos toparemos con ellas. Lo único malo de la cama, con dos mosquiteros a cada lado, es que está a casi el nivel del suelo y en ocasiones, sobre todo cuando el cansancio inunda el cuerpo, es difícil salir de ella sin hacer posturas o contorsionarse o pedir ayuda... problemas de la edad en mi caso. 





El baño también es amplio, con una gran encimera que se agradece, porque no siempre se pueden poner los neceseres con comodidad por esos hoteles del mundo. 




La estrella del baño es la ducha, una inmensa ducha de obra con luz natural por una ventana en el techo. Además tiene el buen detalle práctico de una cuerda para tender ropa, ya sea una toalla de playa, ya sea la ropa que se lave. 




Una vez instalados nos vamos a curiosear el resto del hotel, además aprovecharemos para comer, la primera excursión la tenemos esta tarde y si podemos ir descansados mejor. Como bienvenida nos ofrecen dos zumos de frambuesa y mango, que estaba riquísimo. 




Como a mi marido no le va demasiado el zumo a estas horas, él se pide una cerveza bien fresquita, sigue con la cata cervecera, hoy toca una Austral, tipo Lager. 




Las vistas desde la terraza nos inundan de belleza y paz, se respira una tranquilidad completa, con ese océano Pacífico al fondo. 




La razón de elegir este hotel como alojamiento es que se encuentra cerca, más o menos cerca, de un moái, a unos diez-quince máximo minutos caminando, porque no se va en línea recta sino por un camino entre casas y luego campo, aunque realmente no era a este moái el que había localizado por internet, era el conjunto de Ahu Tahai

Estamos más o menos cerca de este solitario moái al que vemos desde el hotel, de nombre Hanga Kio'e y de otros lugares, por lo que parece que es una buena localización para llegar a ellos (como al mencionado Ahu Tahai y a la cueva Ana Kakenga, y evitar caminar desde la ciudad y luego volver a ella (no alquilaremos un coche porque tenemos excursiones contratadas y para las tardes era mejor caminar que conducir), el hotel es como un punto intermedio.




Frente al mar, ¡que mejor situación!, hay varias salas, una en la que es una zona tipo chillout, donde descansar, beber, conversar, leer… o sencillamente nada, al lado de la pequeña piscina. 





Hacia el otro lado la sala donde sirven los desayunos tipo buffet, y donde uno se ponía las botas con el surtido de tartas que ofrecían (sí, he dicho uno, masculino, singular). 




Hay una pequeña fila con mesas y sillas en la que sentarse a tomar un aperitivo, donde además hay un lugar destinado a hacer un fuego nocturno, que tuvimos la ocasión de sentir su calor una de las noches que refrescaba mucho. Aquí me podía pasar el tiempo sin mirar el reloj, sin hacer nada, solo mirando el mar, sin tener prisa para nada... impresionante. 






Las mesas destinadas a restaurante, que también se pueden utilizar en el desayuno, se encuentran entre la zona de desayunos y la zona chillout




Nos sentamos a comer con vistas al mar, y pedimos dos copas de vino blanco, del país por supuesto, un Trio Reserva, Chardonnay de Bodega Concha y Toro, con el que más adelante tendremos otro encuentro, y un Leyda, Sauvignon Blanc de Bodegas Leyda. El primero muy suave, nos convenció más el segundo.


De aperitivo mantequilla y una salsa de ajo,  acompañados de un pan caliente y pecaminoso. 






Como no queremos ir muy pesados de excursión pedimos un solo plato para cada uno, y menos mal por dos razones: una, porque la cantidad es más que suficiente, y dos, porque tardan bastante en servirnos, con lo que el tiempo comenzó a correr en nuestra contra; pero no importa la tardanza, aprendemos que aquí las cosas van despacio, además el resultado mereció la pena. 


De Dioses… Matahuira; suave pescado local cocinado en mantequilla de ajo asado y cilantro, acompañado con risotto de setas silvestres. 




De roca, papillote de Pua; exquisito pescado local marinado en vino blanco, cebolla, tomate, cilantro y queso ahumado, envuelto en papel para conservar su sabor acompañado de puré de camote con crutones de tocino. El camote es batata, y en la isla es de color morado. 





Los dos pescados riquísimos, buen sabor natural y cocinado, buen punto de cocción, bueno todo. 

La carta más parecía una oda a la gastronomía, en la que era difícil elegir un plato u otro, por su forma de redactar los platos, que todos eran apetecibles sólo con leerlos. 



25 de septiembre de 2013

Chile - Vuelo a Isla de Pascua



¡Iorana!

Nuestro primer paso por Santiago ha sido corto, un día, pero intenso, hoy volamos a uno de esos destinos cargados de misterio, de magia, la isla de Pascua, y lo hacemos temprano, el vuelo es a las 8.15 de la mañana. En el hotel a la horas que despertaremos no estará abierto el servicio de desayuno, con lo que amablemente nos ofrecen dejarnos una bolsa con algo preparado para tomar en el aeropuerto, pero declinamos la oferta, ya bastante cargados vamos con nuestras maletas y bolsos como para tener que llevar un bulto más. 


Luis nos recoge a las 5.45 de la mañana, comenzamos uno de esos viajes de madrugones, que afortunadamente siempre serán recompensados. El aeropuerto de Santiago a estas horas, 6.45-7 h, ya es un caos de tráfico, coches y coches llegando, y cientos de personas acarreando sus maletas. 


Tras facturar las maletas nos dirigimos hacia el control del equipaje de mano, que tiene una considerable cola, eso sí, bastante ordenada, y una vez pasado buscamos la puerta de embarque. 




En las salas de espera hay un detalle simpático y bien pensado, una casita de juegos para los niños, que si para los mayores estas esperas son un suplicio, para los niños es un soberano aburrimiento, y eso que con los teléfonos, las tablets y demás artilugios informáticos estas instalaciones del pasado pueden pasar a ser prehistóricas e inútiles. Eso sí, con mucha afluencia de niños puede producirse un overbooking




Esperamos que terminen de acondicionar el avión, cargar maletas y avituallamiento, una de esas limpiezas rápidas que suelen hacer, con las que luego te encuentras cacahuetes del anterior pasajero o del anterior al anterior...a lo mejor si el avión ha pernoctado en el aeropuerto la limpieza ha sido más exhaustiva.




A su hora comenzamos el vuelo, lo hacemos sobre la extensa urbe de Santiago, protegida por la maravillosa cordillera nevada de los Andes y semitapada por su capa de contaminación, que a pesar de su efecto nocivo para la salud y para lo visual, no consigue que no nos guste lo que vemos.



Santiago se ubica entre dos cordilleras, la mencionada de los Andes, y la de la Costa, lo que hace que sus alrededores sean fértiles valles de infinito verde y cultivos, muchos de ellos viñedos. 




Alcanzamos aéreamente la costa del océano Pacífico, y pienso en esas ciudades que no conoceremos, tendrá que ser en otra ocasión. 




Cuando reservamos los vuelos nos encontramos con la agradable sorpresa que Iberia tenía una buena “oferta” Madrid-Santiago-Isla de Pascua, con lo que este vuelo también lo hacemos en business. Iberia decidió por nosotros por donde comenzaríamos nuestro tour chileno, aunque a viaje pasado, ya adelanto que si es posible se termine en esta isla, merece la pena y mucho, por todo lo que ofrece en el aspecto cultural, paisajístico e incluso espiritual. 




Volamos sobre las nubes y sobre el Pacífico, realmente pacífico y tranquilo se ve desde aquí arriba.





Yo decido que ya que tengo la posibilidad de tumbarme la aprovecharé, por lo menos descansaré más y mejor, que ya vendrán los vuelos “encajonados”. Algo de música y lectura para pasar las horas, casi seis horas. 




¡¡Tierra!! ¡¡Tierra!! ¡¡La Isla de Pascua!! Se encoge mi estómago y se expande mi corazón, ¿será posible que estemos aquí realmente? ¿no es un feliz sueño?




El avión se aproxima y vemos la única ciudad en la isla, su capital, Hanga Roa (mirar mapa), situada al suroeste. El horario en la isla tiene una diferencia horaria con Chile continental de dos horas, que hay que restar en el reloj. 


La pista de aterrizaje tiene 3 km de longitud y se construyó –ampliando la ya existente- para las misiones espaciales de la NASA, algunos dicen que el motivo fue que los norteamericanos saben que aquí hay una ventana electromagnética, un portal a otras dimensiones... ninoninoninonino… 







En el aeropuerto de Mataveri, que significa “ojos bonitos”, hay un recibimiento especial, y es que uno de los comandantes ha realizado su último vuelo, por eso había decoración de fiesta en el avión, tiras a modo de serpentinas y globos, pero este chorro de agua nos hace sentir a todos más especiales de lo que algunos ya nos sentíamos. 




Aterrizamos y el recibimiento al comandante sigue a pie de pista, que el pasaje se lo sigue tomando a título personal, entre risas e inmensamente sorprendidos y felices. 




Es curioso, tremendamente curioso, cómo según vamos bajando del avión, y al hacerlo directamente a la pista, todos nos quedamos allí curioseando, haciendo fotos, y en ningún momento nadie nos llama la atención ni nos apremia para salir de ella. Tranquilidad, hemos llegado a la isla de la tranquilidad y la paz. Cierto es que la afluencia de vuelos lo permite, otra cosa sería si llegaran y salieran aviones continuamente. 




Tras nuestro rato de disfrute viendo a las bailarinas, y en vista de que el comandante tarda en salir, decidimos entrar a las instalaciones del aeropuerto, con su cartel de bienvenida, ¡Iorana! ¡Hola!, saludo que nos recuerda al ¡Kia Ora! de Nueva Zelanda, con lo que la versión de los polinesios colonizando la isla de Pascua se asienta algo más en nuestras cabezas. Los dibujos y símbolos en la parte inferior corresponden a la escritura rapanui, el rongo rongo.




La, y digo bien, la, porque es la única, cinta de equipajes es la más corta que hemos visto hasta el momento en algún aeropuerto, pero no hace falta hacer más ni más extensa porque de momento solo hay dos vuelos a la isla, uno de llegada y otro de salida (eso creo, a lo mejor en verano hay algo más de tráfico). 






Recogemos nuestras maletas, y entre risas comentamos que sólo nos hubiera faltado entrar en la bodega a buscarlas nosotros mismos. A la salida hay mucha información para conocer la isla, para contratar excursiones, para alquilar un coche, o directamente para contratar el hotel si se llega sin él (no sería recomendable hacerlo en fechas señaladas). Además hay personas que ofrecen entradas al Parque Nacional, ya que dos de los lugares que se visitan necesitan de esta entrada, cuyo coste es de 60$ USA. 


Nuestro transporte al hotel nos espera y nos recibe con un collar de flores y hojas, hojas que nos parecen sintéticas, pero realmente son naturales, que luego las tocamos en sus plantas en la iglesia de Hanga Roa y su tacto era así. Vamos en un servicio regular y no privado, lo que implica esperar a todos los pasajeros, pero lo hacemos completamente felices y sin nervios, tenemos tiempo por delante para comenzar a disfrutar de la isla. 




El aeropuerto de Mataveri está pegado a la ciudad de Hanga Roa, literalmente pegado, con lo que pasamos por algunas de sus calles en el traslado al hotel. 




Paramos en algunos hoteles para dejar pasajeros, y este precisamente nos encanta por su construcción en madera. 




Desde la minivan vemos nuestros primeros moái, ¡ay!, la emoción es máxima y la calidad de la foto mínima, se encuentran en la caleta de Hanga Roa