14 de enero de 2013

Corea del Sur - Jeju-do - Hotel Lotte - Playa de Jungmun



Y por fin, el dragón

Terminadas las visitas de hoy en las cascadas Cheonjeyeon, ya no es hora de visitar nada más, son las 18.30 h y nos llevan al hotel, en el que decidimos que hoy nos vamos a explorar este resort a la coreana o a la asiática, el Hotel Lotte (mirar mapa) y además yo ¡quiero ir a la playa!. 

Desde el balcón de nuestra habitación tenemos vistas (lejanas y cortas) al mar y a la zona de piscina, donde hay un gran restaurante barbacoa cuyos efluvios de chamusquina nos llegan y hasta nos abre el apetito. 


A la derecha del balcón hay una mole rocosa que jugará un importante papel esta noche. 


Para ir a la playa de Jungmun (mirar mapa) hay que salir a la zona de la piscina primero, pasando por esos molinos holandeses que supongo un curioso homenaje a Hendrick Hamel y a su barco encallado en la costa cercana….porque de otra forma no le encuentro la razón de su existencia. 

El paseo termina en un pequeño acantilado desde el que se divisa la playa, en la que por la hora que es ya no hay sombrillas abiertas ni hamacas extendidas ni casi turistas.


Ya nos da mala espina lo de estar nosotros arriba y la playa abajo, pero aún así buscamos el camino que lleva hasta ella y lo encontramos, unas bonitas escaleras de madera. 


Aunque la playa es una tentación, sobre todo para mí, que aunque no soy muy playera sí que me gusta andar por la arena y en países exóticos remojar mi cuerpo en el mar, que no todos los mares están a nuestro alcance y hay que aprovechar las ocasiones. 


Si las escaleras por ellas mismas nos habían cortado de raíz las ganas de bajar a la playa, el leer los escalones que teníamos por delante, y no de bajada que esto era lo fácil, sino el tener que subirlos, nos hicieron desistir por completo de la proeza que significaba para mis doloridos pies el realizar este camino.

Yo me imagino bajando allí por la mañana para refrescarse y luego tener que subir para volver a sudar…y no, que no cuenten conmigo definitivamente, a lo mejor en primavera, o desde un acceso más fácil a la playa.




Con el anochecer emprendemos el camino de vuelta hacia el hotel.


La noche y la iluminación también se van apropiando del hotel, de las instalaciones y comienza la hora de los espectáculos. Bajo los molinos hay un escenario donde se toca música en vivo, y que luego se llenó por completo, alrededor de un marchoso cantante con guitarra.


Como yo estaba decidida a remojarme donde fuera y en la playa no había podido ser, nos fuimos a la piscina, donde todavía había mucha gente disfrutando del agua, aunque llegué justo a la hora en que cortaban el pequeño tobogán por el que deslizarse y no pude realizar esta actividad (en el fondo una niña...).

A la entrada de la piscina nos entregan una toalla (normal), un gorro de baño de tela para recogernos los pelos (que es normal que se use pero es la primera vez que me ocurre en piscinas de hotel), y nos colocan una pulsera para saber que hemos entrado porque no vale para tomar nada. 

Una vez satisfecho mi deseo de nadar volvemos a la habitación y vemos las esculturas de unos dragones, presagiando lo que veremos, tétricamente iluminadas. 


Casi en una carrera volvemos a la habitación, mientras los huéspedes del hotel corren en dirección contraria, hacia la piscina. Subimos y nos asomamos al balcón: por las noches sobre esa mole rocosa a nuestra derecha realizan el espectáculo de “Volcán y dragón”, que la noche anterior escuchamos, pero como teníamos prisa por ducharnos y bajar a cenar, asociamos a algún espectáculo más normal, y al tener las cortinas corridas para no presumir de carnes orondas tampoco vimos las luces ni los fuegos. 

Es un vídeo largo pero es el espectáculo completo, que los espectadores de la piscina disfrutan mientras cenan de barbacoa. Y nosotros hemos encontrado al dragón, que se escondió protegido por el mar en Yeongmeori.

Tras disfrutar del espectáculo draconiano, nos duchamos y bajamos a cenar, nada de cocina asiática, ni china, ni japonesa, ni coreana, una american salad y un american sandwich, eso sí, con la compañía de un dúo de guitarras españolas.