11 de abril de 2013

España - Real Monasterio de Nuestra Señora de Rueda, Sástago (Zaragoza)

En el nombre de la rueda

A primeros de marzo subimos de nuevo a Tarragona, más concretamente a Creixell, en la zona de Roda de Barà, para compartir una calçotada y unos buenos momentos de conversación, risas y por supuesto comida y bebida. Hay tradiciones que vale la pena instaurar y esta es una de ellas. El menú consistió más o menos en lo mismo, alguna variación carnívora y de postre, con una cantidad de calçots abrumadora ante los ojos. Como esta entrada no va de la calçotada propiamente dicha, la podéis ver en la entrada que escribí el año pasado, el ritual es el mismo, los comensales los mismos y las conversaciones pues con variaciones, pero no dejamos de ser unos viejos amigos que ya cuentan las historias como el abuelo Cebolleta, tirando de recuerdos y de pasado común en muchos momentos.

La diferencia es que el año pasado subimos en tren por una cuestión logística y familiar, y este año nos quedamos a dormir allí, así que a la vuelta hacia Madrid hicimos uno de esos actos que tanto me gustan cuando viajamos por carretera: dar una pequeña vuelta para conocer algún rincón de la geografía que no conocemos, y que además en este caso desconocemos por completo, no sabemos nada sobre lo que nos podemos encontrar, pero como había tiempo apostamos y sin duda ganamos. 

A la altura de Bujaraloz tomamos un desvío que conduce a Sástago. 


Nuestro destino sorpresa es el Real Monasterio de Nuestra Señora de Rueda, construido en la villa de Escatrón, cedida por el rey Alfonso II en 1182 a los monjes cistercienses, emplazada a orillas del Ebro. Las obras duran desde el siglo XIII hasta principios del siglo XV. 

La Puerta Real se construyó en el siglo XVII, de modo que el monasterio tuviera un acceso más monumental y en ella se pueden ver esculturas de temas bernardos o cistercienses. 


Tras la puerta de entrada hay un zagúan, en el que se encuentra la taquilla de información y donde comprar el ticket para la visita, así como los aseos. Pasando la puerta se accede a un amplio patio o plaza de San Pedro, donde a nuestra derecha se encuentra  el antiguo Palacio Abacial, de estilo barroco, actualmente convertido en Hospedería. 



La hospedería está unida, formando parte de ella, por un corredor de estilo herreriano, al que los visitantes no alojados no pueden (no deben sería el verbo adecuado por aquello de no molestar) acceder, al muro del claustro de la iglesia, muro que continúa hasta la portada gótica de ella.



Nos situamos de nuevo en la puerta de entrada a la plaza, a nuestra izquierda unos edificios que parecen de nueva construcción, que no reconstruidos -supongo que en sustitución de algunos anteriores-, detrás de ellos, sobre la pequeña elevación de terreno se ve lo que suponemos una ermita, y a su izquierda, aunque no se distingue en la fotografía, ni nuestro ojo divisaba, una de esas construcciones a las que seguimos el rastro por el mundo, un nevero, utilizado para conservar y almacenar hielo. Lástima que no tuvimos tiempo para llegar hasta él y adjuntarlo a la colección con los de Medinaceli y el Seokbinggo, en la ciudad de Gyeongju, en Corea del Sur. 


Cerrando el patio por este lado se sitúa la antigua Hospedería



A la iglesia no se puede acceder por la puerta que da a la plaza, se hace a través del claustro, y frente a su muro hay una zona con ruinas protegidas, pero que no sabemos a qué corresponden. 


Accedemos al bonito claustro, en torno al cual se distribuyen varias dependencias en las que se articulaba la vida monástica. 



El claustro también fue construido durante un largo periodo de tiempo. 


Alrededor del claustro se hallan varias dependencias, como la cocina


El bonito refectorio, el comedor de los monjes, utilidad que se sigue dando cuando se restauran conventos y monasterios con fines hoteleros, como en muchos paradores. No falta en este lugar el púlpito para los lectores que acompañaban a los comensales.



A continuación se halla el calefactorio, y a su lado la sala de los Monjes, en cuyo suelo se puede ver por una parte acristalada por dónde circulaba el agua. 


En el siguiente corredor hay varias dependencias más, destacando entre ellas la bonita entrada labrada a la sala capitular, donde en su interior hay varias tumbas de abades del monasterio. 


Entramos al patio del claustro, que con esas palmeras la imaginación nos lleva a creer que estamos más en zona levantina que zaragozana. No falta un típico ciprés, que esto ya es más asiduo a nuestros ojos.


Destaca la altiva torre de la iglesia, que es curioso que no se encuentra al frente de la fachada de ella, sino en la parte trasera. 


En el patio hay un pozo elevado que más parece un trono o la silla del abad. 


También hay otro pozo de los clásicos, que no llevan a confusión ni a imaginación, bueno, a imaginación sí, que los pozos en ocasiones tienen leyendas sobre seres que viven en ellos o fantasmas de los que fueron arrojados a ellos y buscan venganzas...


Aparte de la propia belleza del claustro y del lugar en general, lo que destaca en este patio es una construcción que creo que nosotros vemos por primera vez en un monasterio, el lavatorio



En una mezquita es indispensable el lugar para las abluciones, sin pasar a asearse a la mezquita no se puede entrar; pero en un templo cristiano es curioso este lugar, que supongo que sería por la proximidad al refectorio y a la cocina, una cuestión de higiene básica hasta para aquellos tiempos. En pleno invierno intentar bañarse en este lugar me parece harto imposible e inhumano aún teniendo una gran fe. 

Su uso real era de fuente de agua para el monasterio, agua que por un sistema de canalización, de ahí el suelo acristalado de este lavatorio y de otras estancias del claustro para ver esta canalización, se obtenía del cercano río Ebro, al que nos acercaremos tras nuestro paseo por el monasterio. 


Su techo es abovedado, en sintonía con la arquitectura del sitio. 


Al lado de la sala capitular hay unas escaleras que conducen al dormitorio de los monjes, que con ese espacio diáfano parece un lugar adecuado para celebrar reuniones y banquetes, no multitudinarios pero sí agradables. 


Desde esta zona se accede a un lugar desde el que divisar más cercanamente la torre, lástima del cristal que no lo permite de un modo diáfano. 


Lástima no poder acceder a la zona en la que se encontraba un sobreclaustro, ya desaparecido, pero del que se conserva la galería de arquillos que se observan mejor desde la plaza, ya que su parte externa se encuentra mejor restaurada y conservada que la externa, pero la visión del claustro desde aquí arriba tiene que merecer la pena.


Desde el dormitorio, creo que a través de la sacristía, se accede a la iglesia, que consta de tres aves con triple cabecera plana, sin crucero y cubierta de bóvedas de crucería simple.




Me recuerda en sus similitudes sencillas a otro monasterio cisterciense que visitamos ya hace algunos años, el Monasterio de Cañas en La Rioja. 

Otra novedad que nos encontramos, o será que en visitas por otros conventos y monasterios no hemos reparado en ellos, bien por desconocimiento bien por juventud, es el que llaman armarium, donde se guardaban los libros litúrgicos cuando no existían las bibliotecas. En algunos monasterios este lugar se utilizó posteriormente para tumba de los abades. 




Siguiendo con las novedades desconcertantes en este complejo monástico, hay un oratorio que nos asombra, sus paredes están decoradas con esgrafiado, más típicos de palacios de nobles que de iglesias cistercienses, aunque claramente esto tiene que corresponder a un añadido en los siglos XVII o XVIII.


En la cabecera de la iglesia, a ambos lados hay pequeñas capillas. 



En el lado del evangelio de la iglesia (lado izquierdo según se entra), y en este caso desde la cabecera a la puerta se encuentran tres capillas. La primera es la de capilla de Santa Bárbara, de decoración barroca, nuevamente una sorpresa, y es que los añadidos a esta iglesia parece que fueron muchos. 



A continuación la primitiva, y por tanto más acorde al conjunto eclesiástico, capilla del Santo Cristo



Por último la sorprendente barroca capilla de San Bernardo, con una cúpula más grande y muy ornamentada. 



Volvemos hacia el claustro, atravesamos la plaza de San Pedro y salimos fuera del conjunto para caminar junto al muro que rodea el conjunto. 




Así nos acercamos al agua, al río Ebro


El camino conduce hasta la razón del nombre del monasterio, a la rueda, el gótico acueducto y el molino de harina. El acueducto es uno de los mejor conservados en Aragón.


El norial es uno de los mayores de España, y la rueda con sus 16,24 m de diámetro es la mayor de Europa que se encuentra operativa, aunque se trate de una reconstrucción realizada en acero corten y madera de iroko. 



El agua pasaba por el acueducto y luego por una serie de canales llegaba hasta al monasterio y hasta el lavatorio. 



Pasando un pequeño puente sobre el río se accede a la Mejana del norial, una pequeña isla formada por el Ebro, que necesita un desbrozado de hierbas y un acondicionamiento porque si bien por algunos lugares se paseaba más o menos bien por otros hubiéramos necesitado el machete de Indiana Jones. 

En la isla hay tres miradores, el mirador del norial, desde el que se obtiene una buena composición visual del mismo y del monasterio. 



El mirador del Ebro, río que se desborda al menos una vez al año. 



Y el mirador del Azud de Escatrón. El azud es una presa construida en el río principalmente con fines de riego, y que en este caso alimentaba al conjunto norial. 



Así concluimos nuestra visita sorpresa en el camino de vuelta a Madrid, porque era demasiado temprano para comer en la hospedería, en la que comenzaba a funcionar la cocina y la "cacharrería", y en la que hubiéramos comido no sólo por hambre y necesidad, sino por curiosear las instalaciones.



Un mapa del conjunto: