Cuesta arriba
Una vez comidos, por decir algo, tras nuestra visita por la prisión de Seodaemun, localizada en el parque de la Independencia, se nos plantea la disyuntiva de volver al centro para
callejear por zonas comerciales, ya que dada la hora que es y a la que
llegaríamos no podríamos visitar alguno de los palacios pendientes con
tranquilidad, pero como estamos cerca de una zona que se plantea interesante, y
que desde el comienzo de la mañana entraba como futurible en el planninng del
día, intentamos acercarnos a curiosear y sobre la marcha seguir tomando
decisiones.
El mapa que llevamos no es precisamente clarificador del camino a tomar,
pero mi acompañante es un buen GPS que se sitúa bien y marca bien la ruta, con
lo que a pesar de que emprendemos un camino cuesta arriba por calles de
edificios de viviendas, yo le sigo ciegamente y con la respiración
entrecortada.
En el camino no vemos ningún tipo de señal, así que tras una larga
cuesta que continuaba con otra cuesta igual, nos paramos ante un trío de hombres
desocupados para preguntarles, pero claro, de inglés nada de nada, menos mal
que llevo los nombres de los lugares escritos en coreano y se lo puedo mostrar,
con lo que uno de ellos sonríe primero y luego ríe abiertamente, señala con el dedo la
cuesta y sin necesidad de entender sus palabras se entienden perfectamente:
"turistas tontos, caminar y caminar, que al final llegaréis, pero ¿para qué
vais?". En fin, que por lo menos sacamos en claro que vamos bien.
Afortunadamente podemos comprar agua para no desecarnos en el camino y en las cuestas.
Más adelante, y la cuesta no termina, alcanzamos un letrero, pero está
escrito en coreano, con lo que nos asalta la duda de si continuar por el camino
que vamos o seguir la indicación. En este momento crítico, en el que mi GPS
particular apuesta por seguir cuesta arriba siguiendo las malas indicaciones
del mapa pero siguiendo el sentido común, tres personas, dos chicas y un
caballero nos pasan, pero él nos mira desde arriba, y finalmente nos hace señas
de que los sigamos, suponemos que él supone donde queremos ir, dos turistas despitados en este camino sólo pueden tener un destino.
Los tres llevan un ritmo infernal para mis piernas, pies, cuerpo en
general, pero intento a pesar de no poder acelerar mucho más sacar fuerzas para
aguantar sin parar. El hombre finalmente se une a nosotros para conversar, ¡si
me falta el resuello! ¿cómo voy a poder articular palabra?. Su inglés es poco fluido pero los tres intentamos
comunicarnos, y aparte de definir nuestro destino hablamos de donde somos, que
hemos visto, si lo que hemos visto nos ha gustado, el tiempo que llevamos en el
país, el que nos queda…a todo bien, muy bien, pero ¡por Dios, una bombona de
oxígeno!.
Finalmente las chicas también se unen a nosotros, una de ellas habla
algo más de inglés, e intenta contarnos lo que debemos hacer y lo que nos
llevaría; ven mis esfuerzos en la larga e interminable cuesta y no creen que yo
resista sin desfallecer, porque lo que hemos andando no debe ser nada más que
un pequeño aperitivo de lo que nos quedaría por hacer.
Por fin llegamos a una zona más plana y mis pulmones toman aire, hasta
mis mofletes se vuelven sonrosados que creo que andaban pálidos por falta de
aire.
Hemos llegado hasta las murallas de Seúl.
A finales del siglo XIV una muralla de 18,2 km y una media de 6 m de
altura, rodeaba la ciudad, uniendo las montañas de Bugaksan (342 m),
Naksan (125 m), Namsan (262 m) e Inwangsan (338 m). Algunas partes de la muralla
fueron demolidas, pero todavía se conservan 10,5 km, y entre los planes del
Ayuntamiento está reconstruir las secciones perdidas.
Su contrucción comenzó en 1392 con el rey Taejo, el fundador de la
dinastía Joseon; a mediados del siglo XV el rey Sejong la amplió; el rey
Sukjong en 1704 reforzó las partes deterioradas y la terminó de ampliar hasta
completar los 18,2 km. Al ir caminando a su lado se nota la diferencia de la
época de construcción. Lo que nosotros estamos viendo es claramente una reconstrucción de la
muralla.
A pesar de la topografía irregular del terreno y de los giros que va
presentando la muralla, esta tiene cuatro puertas principales y varias
secundarias entre ellas.
Caminando con nuestros acompañantes llegamos hasta un puesto de vigilancia, donde un vigilante pero no
soldado registra el paso de visitantes; no tengo seguro que allí nos hubieran
pedido el pasaporte, pero como llegar hasta la muralla estaba dentro de las
posibles actividades del día lo habíamos llevado. La razón del pasaporte radica
en que hasta 2007, el tramo de la muralla alrededor del monte Bugaksan había estado
vedado por su proximidad a Cheongwadae, la residencia presidencial, y por eso no es de extrañar el
encontrarse soldados en este tramo, que incluso pueden vetar la toma de
fotografías. El 21 de enero de 1968 varios comandos norcoreanos fueron descubiertos a escasos 500 m de la residencia, donde entonces vivía el presidente Park Chung-hee, con el objetivo de asesinarle, de ahí las medidas de seguridad.
Creo que el pasaporte sólo es necesario para el tramo comprendido
entre las puertas Changuimun y Sukkeongmun, pero no lo aseguro.
Allí mantenemos una conversación entre todos, las personas que nos han
acompañado nos indican el camino que deberíamos seguir: una escalera empinada
por el monte Inwangsan. Hablamos de tiempos, y a mí lo que me interesaba principalmente saber era si
una vez entrado podríamos salir por la siguiente salida, que no fuera necesario
recorrer los 10 km, o incluso si una vez arriba de esa infernal cuesta
podríamos bajar por el mismo lugar; pero aquello era un poco conversación de
besugos internacionales, cada uno con nuestra perorata personal pero sin sacar
conclusiones y respuestas claras.
Había que tomar una decisión por todos, y dicen que una retirada a
tiempo es una gran victoria, así que eso es lo que hacemos, retirarnos con
mucha pena y no afrontar la subida a la muralla. Si en lugar de las 16.35 el
reloj marcara dos horas menos, no hubiéramos tenido duda de afrontar parte del camino de la
muralla, sobre todo yo a pesar de
mi escasa forma y fuerza física y sobre todo de mis ardientes y dolorosos pies.
La teoría es que hasta la siguiente puerta de salida, que podría
coincidir con una puerta de salida y vuelta a la ciudad, la ruta duraría dos
horas, con lo que a mi ritmo podrían ser tres, y eso si en el camino no termino
de desfallecer, lo que significaría plantarnos a las 19.35 en este punto; si
hay salida, pues bueno, no sería malo, no es una buena hora pero sería válida, pero si no la
hubiera, el problema hubiera sido mayor al tener que continuar y ya con la noche sobre nosotros.
Siguiendo el consejo de la buena gente que nos ha acompañado hasta allí
y se ha preocupado de nuestra salud física, bajamos por el camino que va
paralelo al tramo de muralla reconstruida.
Desde aquí se obtiene una buena vista de la torre Namsan o torre de Seúl.
Desde esta altura, a los pies del monte Bugaksan sí podemos ver con claridad
el tejado azul (más bien azul-verdoso) de la residencia presidencial Cheongwadae.
Terminamos de recorrer el tramo de muralla que desemboca al lado de la
estación de metro de Dongnimun, por la que salimos para conocer la puerta Dongnimun, y es ahora cuando vemos una señal que indica el
camino a las murallas, pero en ocasiones hay veces que no se consigue lo que se
pretende, pero a cambio se reciben otras bondades, como la generosidad de las
personas más allá del idioma.
Este recorrido por las murallas tiene que ser muy interesante poder realizarlo, por las vistas, por la historia de sus piedras e incluso por la propia caminata, aunque preferiblemente en una temporada que no sea de tanto calor. Y este es el camino casi completo por ellas: