El pollo Martín
Desde el barrio de Lastarria hemos salido a la avenida Libertador Bernardo O'Higgins, dedicada al
padre de la República de Chile, conocida como la Alameda, que es la principal arteria
de la ciudad, con 13 km y que se suele encontrar colapsada en hora punta, pero
hoy domingo por la mañana temprano está tranquila. Fue construida sobre un
brazo del río Mapocho y recibió originalmente el nombre de Alameda de las
Delicias, de la que toma su nombre abreviado. En ella encontramos de frente el
grandioso edificio de la Universidad
Católica, fundada en 1888.
Nuestros movimientos
estuvieron condicionados por los horarios de los lugares visitables, con lo que
para nosotros fue un poco errático, había que asegurar entrar en algunos
sitios, lo que significó ir como los cangrejos, tan pronto adelantábamos en
nuestro paseo, teníamos que volver hacia atrás para rematar algunas zonas y
edificios. Es dura y complicada la vida del visitante eventual y con tiempos justos.
Pasamos junto a uno de
las entradas del Cerro Santa Lucía, pero de momento no entramos, tenemos otros
objetivos en mente.
En la Alameda, más
adelante del Cerro Santa Lucía, se encuentran los edificios del Archivo Nacional y la Biblioteca Nacional, por supuesto ambos
cerrados, estamos en domingo. Están construidos en estilo francés y su interior, supuestamente ya que no lo vimos,
está muy ornamentado. La biblioteca guarda una de las mayores colecciones de
libros y documentos de Latinoamérica y alberga la biblioteca Medina, de la que
dicen que es una hermosa sala.
En la esquina de la
Alameda con la calle Enrique Mac Iver (cuántas risas con su pronunciación tan parecida
al increíble MacGyver -serie americana de los ochenta de gran éxito en España-) y custodiando el final de la Biblioteca Nacional, la
figura de Barros Arana, pedagogo, diplomático e historiador, decorada por algunos ciudades con los colores de la bandera chilena alrededor del cuello.
Como no todo son
monumentos propiamente dichos e identificados, nos hace gracia, y nos gusta, la
decoración vistosa de una, suponemos, tienda de juguetes, situada en la Alameda, en un antiguo palacete.
Continuamos el paseo
por la Alameda hasta llegar a la iglesia
y convento de San Francisco. En la primera no entramos porque se estaba celebrando
misa y en el segundo no lo hicimos porque comprobamos el horario para ver las posibilidades
que teníamos y como había tiempo decidimos seguir el camino, pero dado que
luego volvimos, vamos a aprovechar el paseo y conocerlos.
La entrada a la
iglesia, y al convento, se halla en una pequeña plaza que se abre en la Alameda,
la plazuela de San Francisco. La
primera impresión exterior es que corresponde a lo que entendemos como
arquitectura colonial.
Pedro de Valdivia
levantó en 1550 la primera capilla que hubo en este lugar, para agradecer a la
Virgen María su amparo durante la expedición por tierras chilenas y en 1575 se
inició la construcción de un templo mayor. En 1583 un terremoto
destruyó la iglesia y el edificio actual se terminó en 1628, cuando la orden
franciscana levantó además de la iglesia, el convento con claustro, jardines y
una enfermería.
En el interior de la iglesia están enterrados la mujer de Pedro de Valdivia, Marina Ortiz de
Gaete, y el arquitecto Toesca (nombre que aparecerá continuamente relacionado
con los edificios de Santiago); pero no están como en otras iglesias en tumbas sobre el suelo o en nichos especiales, lo están en el subsuelo, con lo que no están a la vista de todos.
La torre se
incorporó en 1857 en estilo neoclásico, ya que las anteriores no resistieron
los sucesivos terremotos que soportó la ciudad, aunque sí lo hizo la iglesia.
Entramos en iglesia, la misa está terminando con lo que no molestaremos demasiado, pero
dejarlo tras la visita al convento podría significar o nueva misa o puertas
cerradas, con lo que intentamos ser lo menos visibles y oíbles que podemos.
Los fieles y el cura
nos impiden tener una visión más cercana y una fotografía más nítida de la
imagen de la Virgen del Socorro que se encuentra en el altar. El acto de mirar
lo volvemos a intentar tras nuestra visita al convento pero la imagen de la
Virgen sigue sin ser tan nítida como debería.
Se trata de la Virgen
del Socorro, que Valdivia llevaba atada a su caballo desde que partió de Cusco
(bien él, bien su compañera y amante Inés Suárez). Los conquistadores la
proclamaron patrona de Santiago cuando los salvó del primer ataque que
sufrieron de los indígenas. Es una imagen tallada en madera policromada, de 27
centímetros, y de este tamaño y la lejanía la razón de no verla con claridad.
En la iglesia son
varios los detalles que llaman la atención y que mencionar: los muros
originales de la primera iglesia, con enormes sillares de piedra, la claraboya
de la cúpula, los casetones en madera artesonada del techo.
Nada más entrar en la iglesia hay un altar acristalado que contiene la inquietante imagen de Jesús de la Caña, imagen
traída de Lima en 1630.
Parte del edificio
destinado a convento aloja ahora el Museo de San Francisco (1.000 CLP), que alberga una importante colección de pintura, imaginería,
cerrajería y orfebrería.
La razón básica para
visitar el museo no es el propio museo, que exhibe elementos interesantes y
curiosos, sino el propio convento, con su impresionante claustro colonial.
Se recorren los
pasillos del claustro, con una gran tranquilidad y paz, ya sea religiosa o no,
donde hay colocados y en exhibición algunos muebles, cuadros e imágenes
religiosas.
En el patio del
claustro en lugar del típico pozo hay una fuente, la modernidad llega. A su
alrededor vegetación que en algunos lugares parece más boscosa que un jardín, supongo que llegando la primavera llegarán los recortes, el aseo y las flores.
Tardó en aparecer,
pero finalmente salió a saludarnos la mascota del convento, el gallo Martín, o
alguno de sus descendientes, y es que hay que tener en cuenta que “ave que
vuela, a la cazuela” (no, no creo realmente que se coman al gallo, más si lo tienen como mascota).
Sin relación,
supuestamente, con el gallo, otra ave, más majestuosa aunque menos arrogante en
sus gestos, hace su aparición, un bonito pavo real; que suponemos tendrá
que ver con una especie de aviario que había instalado en el patio.
Desde el interior del
patio se puede observar la segunda planta, no habilitada para el público, y la
arquitectura de los arcos del claustro, que como se puede ver no son lisos como en el interior.
En algunas de las
salas a las que se accede desde los pasillos del claustro hay exhibiciones de
arte colonial sacro del siglo XVI, muchas de ellas de la escuela de pintura
limeña y cuzqueña, con tallas de santos y vírgenes; por algún motivo extraño no
realizamos fotografías, y la verdad es que había algunas obras que por su
composición y visión las hubieran merecido, como una estatua de San Pedro de Alcántara
con un rostro cadavérico, lengua de cuero, dientes y pelo natural (lo del
rostro completamente cierto, el resto de características no fui capaz de
contrastarlas).
En una de las salas
se expone una reproducción de la medalla y el diploma del premio Nobel
concedido en 1945 a la poetisa Gabriela Mistral, que al fallecer era seglar de
la orden franciscana, así como cartas manuscritas de ella.
A todas las salas no
se podía acceder, muchas de ellas estaban siendo rehabilitadas y recolocadas.
Se accede a un pequeño
patio por detrás del claustro principal, donde se expone, entre otros objetos,
un confesionario de madera viejo, aunque no tan viejo como los pecados de los
hombres.
Destacan las puertas y ventanas
de madera, el trabajo de forja, y las grietas en las paredes, supongo que
testigos de los terremotos sufridos en la ciudad, el último en el año 2010.
Desde aquí se accede
a una sala donde se exponen un gran número de cuadros sobre la vida de San
Francisco de Asís, sala que sinceramente no recorrimos con detenimiento, fuímos contemplando los cuadros pero no nos tomamos el tiempo suficiente como para hacer una valoración de ningún tipo, aparte de la númerica.
Saliendo del convento, en la plazuela de San Francisco, frente a
la entrada del Hotel Plaza San Francisco y dando la espalda a la Alameda, se levanta la reproducción de un moái
de la isla de Pascua, pero no sabemos si por algún motivo en especial o
sencillamente es por amor patrio.
El corto recorrido de este tramo de paseo por la Alameda.