23 de septiembre de 2013

Chile - Santiago - Cerro de Santa Lucía



Huelén (Dolor)

Emprendemos el camino de vuelta hacia el hotel desde la Basílica de la Merced por la calle Merced, y hacemos la última visita del día al cerro de Santa Lucía (entrada gratuita). Hay varias entradas al cerro, nosotros lo hacemos por la de la confluencia de las calles Merced, José Miguel de la Barra, Santa Lucía y Victoria Subercaseaux, subiendo por unas nada agradables escaleras (pocas realmente) a estas horas del día y de paseo en nuestras piernas, pero con caminar en el cerro ya contábamos y estábamos dispuestos. 


A la entrada, más bien sería como una segunda entrada hay un registro de visitantes, número y país de origen, como en muchos lugares turísticos para estadísticas. 




Fue en este lugar, en lo que era un simple afloramiento rocoso, donde Pedro de Valdivia y 150 hombres  que lo acompañaban acamparon por primera vez tras su llegada del arduo viaje desde Cusco, sirviendo de punto estratégico de defensa, y donde Valdivia decidió fundar la ciudad. El cerro recibió el nombre en honor de la onomástica de la santa del día que llegaron, el 13 de diciembre, Santa Lucía. Para los mapuche el cerro recibía el nombre de Huelén, dolor o tristeza en su lengua, mapudungun. 




Hasta finales del siglo XIX del cerro se sacaba piedra para la construcción de las casas de Santiago, y en sus cuevas se refugiaban delincuentes y mendigos. En 1872, el intendente de Santiago Benjamín Vicuña Mackenna comenzó la transformación del peñón rocoso en un conjunto de veredas, jardines, fuentes, plazas, estatuas, miradores, y lo transformó en un parque público, en el que se plantaron entre otros árboles naranjos del Maipo y palmeras de La Campana. Se tardaron seis meses en realizar la obra, siendo según su arquitecto, el parque realizado en menos tiempo, con menos elementos y con más vastas proporciones de grandeza del mundo…el arquitecto se valía solo.


La primera parada es en el que llaman jardín circular, un pequeño jardín alrededor de una fuente, en el que han plantado alegres flores de colores.





Al fondo se distingue el Castillo Hidalgo, cuyo acceso está prohibido, ya que está dedicado a la realización de eventos (para la clase más pudiente de Santiago). El castillo fue construido por los realistas durante la guerra de independencia chilena (1814-1817), y ahora lleva el nombre de un héroe independentista. 


En esta zona hay un acceso sin necesidad de escaleras, un ascensor acristalado que se toma en la calle Santa Lucía, supongo que aparte de para la gente de movilidad reducida para los invitados a los eventos en el castillo, que no es cuestión de llegar empapado de sudor por la caminata. 




Hacia la derecha hay un camino con indicaciones pero parece que su paso está cortado por una cadena pequeña, y como no vemos tampoco gente andando por allí no nos animamos a entrar, no vaya a ser que luego haya que dar la vuelta.



Bordeamos el castillo Hidalgo por un camino empedrado a la izquierda, donde hay más gente circulando, aunque no lo parezca en la fotografía, y aunque el otro camino parecía más bucólico y de cerro, desde este vemos el lateral del castillo. 





Tras un corto paseo se llega a la Plaza de Pedro de Valdivia




No hace falta explicar la razón del nombre de la plaza, está presidida por una estatua del conquistador español y fundador de la ciudad.



Desde la terraza de la plaza obtenemos vistas de la ciudad, con el telón, algo confuso,  de la magnífica cordillera de los Andes. 





No, no es niebla lo que impide una visión perfecta, es una gran capa de contaminación que desgraciadamente rodea la ciudad, y que en invierno (hay que recordar que agosto es final de invierno en el hemisferio sur) suele ser más acuciante. Entre esa neblina contaminante destaca la silueta del que será el edificio más alto de Santiago, la Gran Torre Santiago, junto al centro comercial Costanera Center




Una pena que el estanque de la plaza no esté lleno de agua y la visión sea mejor, aunque el cartel de aviso no deja de ser simpático, Pileta no apta para el baño, más de uno en el verano seguro que se metería de lleno en ella.




Sobre el cerro hay un mirador a modo de atalaya medieval. 





No nos queda otra que subir, y no porque pensemos que esa diferencia de altura nos proporcionará mejores vistas, sino por aquello de que estamos allí. El camino de subida y bajada es una romería de gente, y eso que es estrecho, sobre escalera de rocas, y además el acceso a la pequeña atalaya de la esquina es mucho más estrecho.






Bajamos del mirador y emprendemos el camino de bajada del cerro, afortunadamente hay un camino –realmente hay varios pero algunos están cerrados porque hubo desprendimientos de tierra- que lo bordea enteramente y también hay diferentes entradas al cerro como comenté, lo que permite dar la vuelta completa por él. 


Llegamos hasta la ermita Benjamín Vicuña Mackenna, a la que no se puede acceder ni rodear precisamente por ese cierre de caminos por precaución. La ermita lleva el nombre del intendente de Santiago bajo cuyo mando se realizaron las obras de habilitación como paseo del cerro, aparte de otras muchas obras que europeizaron la ciudad y en ella yace la familia Vicuña. 




Continuamos el descenso hasta la terraza de Caupolicán, encontrando en el camino pequeños cañones a modo de decoración. Desde la terraza se obtienen nuevas vistas de la ciudad, de su contaminación, incluso de su tráfico a estas horas de la tarde dominical.  





Caupolicán fue un líder mapuche que combatió contra los conquistadores españoles en el sur de Chile, tras la frontera natural del río Bío Bío. Cooperó con el mítico Lautaro en la toma del fuerte Tucapel, batalla en la que los españoles fueron derrotados y en la que murió Valdivia, presuntamente siendo torturado cruelmente (tal cruelmente como él había ordenado en cientos de ocasiones anteriores la muerte de indígenas). Su vida, su lucha, la escribió Alonso de Ercilla en el poema épico La Araucana


Supongo que no es casualidad que dos terrazas del cerro tengan las estatuas del vencedor y del vencido, aunque sí es curioso que sea la figura de Caupolicán y no la de Lautaro. 




En la plaza hay dos figuras tipo tótem, que no sé si corresponderán a Caupolicán y a su esposa Fresia, o no tienen nada que ver, y sencillamente eran una obra de arte de exposición permanente o temporal. 




Tras los tótems había un cañón más grande, no tan de juguete como el anterior, desde el que suponemos (siempre suposiciones) a las doce del mediodía realizan un disparo desde el siglo XVIII para marcar la hora, pero nosotros ninguno de los días lo escuchamos, lo que no quiere decir que no se haga, a lo mejor sólo significa que somos duros de oído. 


Emprendemos la última bajada del cerro. 




La última terraza del cerro es la más impresionante visualmente, la terraza Neptuno





Viendo esta terraza sin localización se podría ubicar en un país europeo fácilmente, Francia o Austria…, Vicuña Mackenna es lo que quería y lo logró. 




Acometemos el último tramo de escaleras para salir del cerro Santa Lucía por la puerta que da a la Alameda, puerta por la que pasamos esta mañana, más o menos frente a la Universidad Católica, pero por la que no entramos, dejando el cerro y sus vistas para última hora de la tarde. 


En el muro de entrada un mural dedicado a la poetisa Gabriela Mistral. 




Algo más adelante en la Alameda, y en los jardines al pie del cerro hay una piedra con parte de la carta que Pedro de Valdivia escribió al rey Carlos V de España el 4 de septiembre de 1545: “… Y para que haga saber a los mercaderes y gentes que se quisieren venir a avencidar que vengan porque esta tierra es tal que para vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo. Dígolo porque es muy llana, sanísima, de mucho contento… Y las minas riquísimas de oro e toda la terra está llena dello y donde quieran que quisieren sacarlo… Y agua y leña y yerba para sus ganados, que parece la crió Dios a posta para poderlo tener todo a la mano…”. 




Nosotros emprendemos el camino de vuelta al hotel, durante el que miramos si hay algún local abierto, por la plaza Mulato Gil de Castro, que nos convenza lo suficiente como para luego salir a cenar, pero a estas horas el barrio se ve tranquilo, por lo menos por las calles por las que pasamos, así que una vez en el hotel, tras descansar un poco decidimos que cenaremos en el hotel, si nos dan de cenar claro. 


No demasiado tarde, llevamos dos días de trajín y mañana nos toca madrugar, con lo que sería bueno dormir y descansar más, bajamos a la pequeña sala del hotel habilitada para desayunos y cenas frugales, nada de grandes platos, ofrecen ensaladas y sándwiches, lo típico para una cena informal tanto en casa como fuera de ella. 


Seguimos con la cata de cervezas chilenas, una Mestra tipo blonde ale. 




Los platos que pedimos son para compartir, no sabemos si nos habremos quedado cortos o no, pero ante la duda de pasarnos, mejor ser comedidos. Una tabla de quesos y fiambres, acompañada de unos crutones de verduras –muy ricos, sobre todo los de cebolla confitada-. 





El otro plato es una típica quesadilla de carne y queso (queso, queso y queso; además con un puntito alto de picante), que por supuesto van acompañada de guacamole o salsa de palta, que los chilenos (desconozco si los mexicanos también) toman también para el desayuno como iríamos viendo (en lugar de mermelada, palta). 




Tenía dudas de si terminar la visita por Santiago o realizar la crónica según el viaje que hicimos, decidiéndome por esta segunda opción, así tendréis el mismo trajín que nosotros, con maletas arriba y abajo, vuelos y sus esperas, traslados, hoteles... la sufrida vida del turista que tanto nos gusta. Los paseos para conocer Santiago continuaran en el barrio de Providencia y ahora volamos a la magnífica isla de Pascua.