La
ciudad de la isla
Hemos terminado con el tour contratado para hoy, tras nuestro paso por la cueva Ana Te Pahu, Ahu Akivi y finalizando en Puna Pau. En lugar de que nos dejen en el hotel a casi la hora de
comer, pedimos que por favor lo hagan en la ciudad de Hanga Roa (mirar mapa), por la que hemos pasado únicamente en vehículo, con lo
que es hora de darnos un paseo por ella y conocerla un poco.
Tras hablar con Rosita, nuestra guía, bajamos en la
avenida Atamu Tekena, donde nuestra primera visita es a la Feria de Artesanía,
donde empezamos la ronda de compras, aunque seguimos sin ver nada especialmente bueno o llamativo o sencillamente, acorde a nuestros gustos.
Durante el paseo
aparte de intentar conocer la ciudad, con aproximadamente 6.500 habitantes,
miramos las posibilidades de restaurantes para comer, y seguimos con las típicas
compras de turistas (que no falten nunca las camisetas, para regalo o para uso personal).
Las edificaciones albergan casi todas un restaurante,
una tienda, un local de arrendamiento de coches, una agencia de turismo para contratar
excursiones… pocas viviendas parece que se encuentran en el centro de Hanga Roa.
Al final de la
avenida Te Pito O Te Henua se encuentra la iglesia
del Sagrado Corazón, que originalmente era una construcción sencilla, y
aunque ahora no es ostentosa, es el resultado de la remodelación realizada en 1982. Lo más llamativo y diferente es que su
fachada muestra figuras de la imaginería rapanui, como el hombre pájaro o tangata-manu, peces, aves, tortugas y palmeras.
A un lado de la
entrada a la iglesia hay cuatro tumbas, una de ellas (a la derecha en la fotografía) de Sebastian Englert,
un cura capuchino que estudió la cultura de la isla. Junto a ella la tumba del primer
misionero de la isla, Eugène Eyraud. Englert escribió el
libro La tierra de Hotu Matua, sobre
la historia, etnología, cultura y escritura rongo rongo, y el párroco recibió
el sobrenombre de rey sin corona de la isla de Pascua por Thor Heyerdahl.
En la iglesia se
celebra el domingo de Pascua, en teoría con la llegada del párroco a caballo según mis fuentes, pero puede que esto ya no se mantenga en la actualidad.
Los actos terminan con cánticos en rapanui, que tienen ritmos polinésicos, que
sin duda merecen la pena escucharse, finalmente cristianos y rapanui unidos en
lugar de enfrentados, o los segundos reprimidos por los primeros, aplicándose el refrán de que la fe mueve montañas.
Lo que más destaca en
su interior son las tallas de madera, en las que se mezclan los símbolos cristianos con los símbolos rapanui.
Una de las tallas que
llama poderosamente la atención es la de un ángel como un hombre pájaro o tangata-manu… muy extraño, muy curioso, y muy satisfactorio de ver por
la sintonía y respeto de creencias y ritos.
Otra imagen es la de un
sacerdote (puede que se trate de la representación de San Francisco de Asís, al que siempre se le representa con pájaros) con un pájaro en su mano, un gaviotín apizarrado o manu tara, del que
buscan el primer huevo en el islote Motu Nui.
En los terrenos que
rodean la iglesia vemos las hojas que formaban el collar con el que nos
recibieron a nuestra llegada a la isla, y efectivamente comprobamos que no son de
plástico, aunque lo siguen pareciendo.
Frente a la iglesia
se encuentra el mercado de artesanía,
donde entramos pero muchos de sus puestos estaban cerrados, era la hora de
comer y todos tienen derecho, aunque alguna adquisición conseguimos hacer; tiene algo más de variedad que la Feria de Artesanía, pero también es demasiado típico tópico.
Tenía la idea, y
bastante entroncada, de comprar una talla de madera, un moái kavakava, una
figura humana con una nariz y unas orejas enormes, el falo erecto y un físico
escuálido con costillas prominentes, que según la leyenda fue tallada
originalmente para ahuyentar dos fantasmas que miraban al rey Tuu-ko-ihu
mientras dormía al pie de un barranco. Desde entonces para combatir a los
demonios se colocan figuras a la entrada de la casa. Mi marido no sucumbió a la
idea de tener una de estas esperpénticas figuras en casa, y yo al verlas al natural tampoco me sentí muy proclive a su compra; pequeña no tenía sentido, y grande provoca demasiado miedo . Vosotros juzgáis.
Continuamos nuestro
paseo por la ciudad, entrando en cuanta tienda vemos abierta (nunca se sabe donde se puede encontrar la compra perfecta), que normalmente
tienen casi todas lo mismo: camisetas, pareos, imanes, joyería, estatuas de
piedra o madera imitando moái, etc, creo que en el made in mucho sería de China y poco de fabricación propia.
Pasamos por la puerta
de la Biblioteca Pública, escrita en la escritura
rongo rongo, la escritura rapanui, de la que se sabe muy poco o casi nada.
Se ha inventariado un
alfabeto de 120 signos básicos y 1.200 signos compuestos que se encontraron en
tablillas de maderas, incluyendo figuras de animales y humanas. Cuando en
1865 los europeos vieron las tablillas ninguno de los pascuenses que quedaban
en la isla sabía leerlas. Hasta el momento los intentos para descifrar el rongo
rongo apenas han dado resultados, lo que provoca más misterio en la historia de esta isla.
Para complicar la
cuestión, hay conjeturas sobre su procedencia, que van desde el valle de Indo,
en Pakistán, hasta los Andes; en el caso de la primera, porque son
sorpresivamente coincidentes en un número apreciado de símbolos, lo que no
puede ser coincidencia ¿o sí?
La escritura rongo
rongo la vimos a nuestra llegada a la isla, en el cartel de bienvenida del
aeropuerto.
También pasamos al
lado del cine, donde la película que proyectan no podía ser otra:
La película narra parte de la
historia de la isla, concentrándose principalmente en el rito del hombre pájaro o tangata-manu, y también muestra una gran parte de los lugares
que os he ido enseñando. Aparte de un semifinal algo extraño y una “ida de olla”
de los guionistas, creo que merece la pena su visionado.
Nos hemos dejado de
tiendas, es hora de comer y estamos buscando entre los locales recomendados por
Rosita, nuestra guía estos días por la isla, donde sirven empanadas de atún, y
en estas vemos a una de las compañeras del grupo, una alemana que reside en
Venezuela desde hace muchos años, ella está terminando su comida pero nos sentamos en su mesa para compartir charla y compañía, aunque sinceramente nosotros por nuestra cuenta nunca hubiéramos elegido
este local.
Decidimos pedir una
empanada de atún para cada uno, y ver que tal va la cosa, si nos gusta y si nos parece
suficiente, porque tampoco queremos comer demasiado, la tarde se presenta para caminar
y mejor no ir demasiado pesados. Sin ser una maravilla culinaria, la empanada
está muy rica, y por supuesto llena de queso. Puede parecer poca comida, y en
condiciones normales lo sería, pero entre el queso y la masa, la empanada llena
un montón. Hago una mención especial al cocinero-camarero y supongo que propietario del establecimiento, un hombre de una gran y afable sonrisa.