18 de noviembre de 2013

Chile - Santiago - Cerro San Cristóbal (Parque Metropolitano)



Primero subir y luego bajar

Después de nuestra visita a la casa de Pablo Neruda, La Chascona y antes de caminar por el barrio de Bellavista, decidimos que ya que estamos en buena hora y que el buen tiempo nos acompaña (elemento importante por su influencia en las vistas), subir al Cerro San Cristóbal, bautizado con este nombre por los españoles porque servía de punto de referencia a los viajeros para llegar a Santiago. El nombre original del cerro era Tupahué, Cerro Grande, ya que con sus 880 m es el más alto de los tres cerros de las estribaciones de los Andes que se adentran en la ciudad. 

Entre 1903 y 1927 se creó el Parque Metropolitano , abarcando unos 7 km2 por las laderas de los cerros San Cristóbal, Pirámide, Bosque y Chacarillas. Fue reforestado ya que era una zona seca y desnuda, plantando árboles y plantas autóctonos de todo el país, posteriormente se añadieron senderos, espacios para comer al aire libre, piscinas, jardines y un centro cultural. 


A la entrada al parque hay una llama para fines fotográficos turísticos, por supuesto previo pago, pago que no queremos realizar, y como está tan solicitada no podemos hacerle una foto en soledad, habría que estar tiempo al quite para pillarla por sorpresa, a ella y a su cuidador y captador de turistas. 


Accedemos al parque por la entrada de la plaza de Caupolicán (al que conocimos en la terraza y estatua en el Cerro Santa Lucía); y si bien en el exterior no vimos ninguna estatua, posiblemente dentro del parque, que supongo que también forma parte de la plaza por el mapa, es posible que también haya una estatua, pero no paseamos por allí ni a la subida ni a la bajada del cerro.


Nada más entrar hay una taquilla de información, donde facilitan un mapa del cerro, y al fondo se encuentra el castillo de Pío Nono, donde se adquieren los tickets para tomar el funicular que asciende por la ladera del cerro.  




El 25 de abril de 1925 se inauguró el funicular del parque, que recorre 485 metros en un plano inclinado de 45-48 grados, y que fue declarado Monumento Nacional en noviembre de 2000. Se pueden adquirir varios tipos de tickets: un tramo, 800 CLP; ida o vuelta, 1.500 CLP; ida y vuelta, 2.000 CLP. Después de una conversación con el vendedor, decidimos que bajaremos andando, decisión que le produce tanto asombro como risa, con la convicción de que a la vuelta me divorciaré. 


Supongo que en verano la cola tanto para comprar el billete como para montar al funicular no tiene nada que ver con la que sufrimos nosotros, que fue cuestión de no más de diez minutos solamente. 






Como parte de la diversión de tomar el funicular es cruzarse con el vagón que baja, así se ve la doble vía creada para el paso de los dos al tiempo y que se encuentra tras la primera parada (un tramo, donde se puede bajar y luego volver a subir) que hace en el Zoológico que hay en el parque, inaugurado en 1925, con fauna autóctona del país, siendo el único lugar de Chile donde ver al pudú, el cérvido más pequeño del mundo que se encuentra en peligro de extinción. 






Desde el funicular ya se ve tienen vistas sobre Santiago. 




Al fondo la segunda y última parada del funicular. 


Un pequeño vídeo de este segundo tramo:




Al descender del funicular se accede a la terraza Bellavista, donde hay varios puestos de souvernirs y de comidas, nada especial, el fast food a la chilena: empanadas y sobre todo una bebida que mi marido, una vez más en los viajes, me hace desistir de probar al poner cara de ¿te vas a beber eso?, el mote con huesillo, una bebida refrescante elaborada con melocotones secos cocidos con granos de trigo pelados y azúcar (los granos quedan al fondo de la bebida y es muy llamativo). 




Desde la terraza se obtienen amplias vistas de Santiago y de su capa de contaminación envolvente (aunque debemos ser inmunes porque los pulmones no se resintieron y es que ya se sabe, bicho malo nunca muere). 





Continuamos la ascensión por el cerro, eso sí, ahora a pie, hasta el cercano santuario de la Inmaculada Concepción. A la entrada de la capilla hay una estatua de Santa Teresa de los Andes, a la que conocimos en nuestra visita a la catedral. El santuario comenzó a construirse en 1925 como una copia de una basílica romana del siglo IV, en su interior hay obras en las paredes del escultor alemán Peter Horn, que vivía en Chile, y grabados en piedra, en ellas se recorre la vida de la Virgen María. 





Al lado izquierdo del santuario hay una pequeña plaza, la plaza Vasca, con un roble originario de la localidad vizcaína de Guernica, que fue plantado en 1931 por la comunidad vasca de Chile. 




El camino continúa en subida por unas escaleras. 




Pero antes de emprender el último tramo de subida hacemos una pequeña parada en una iglesia al aire libre, a modo de anfiteatro, donde un señor está recitando oraciones sin un respiro, pero que no tiene un público directo escuchando, aunque a través del micrófono su voz se oye por toda la zona. En este lugar Juan Pablo II ofició una ceremonia en 1987 en la que bendijo Chile y la ciudad de Santiago. 


Una de esas curiosidades de la vida, y en este caso de la religión, es que la existencia de San Cristóbal para la iglesia católica no está probada, con lo que el mismo Juan Pablo II en 1987 lo suprimió del calendario litúrgico, que no es que lo descanonizara, sino que su celebración no es obligatoria (y en el pueblo en que nací era casi un santo obligatorio, y creo que lo sigue siendo). 




Las escaleras terminan al pie de la estatua de la Inmaculada Concepción, de 14 m de alto y más de 36 toneladas de peso, una obra donada por Francia en 1904. 





La imagen es hueca, está realizada en hierro, siendo fue fundida en los talleres franceses de Val d’Osne por el italiano Jaconetti, que se inspiró en la estatua que hay en la plaza de España de Roma, con la que podemos ver que hay similitudes pero también diferencias.




Todos los que subimos estamos apiñados en los escalones que conducen al interior del pedestal de la estatua, al que no se puede acceder, por lo que este no es el motivo, sino porque desde ellos se tienen unas de las mejores vistas de Santiago y de la cordillera de los Andes. Por desgracia los altavoces, árboles y antenas aderezados con la contaminación permanente que rodea la ciudad hacen que la visión no sea tan espléndida como debería ser.

La visión hacia la izquierda es quizás la mejor, porque la cordillera se ve más limpia, más blanca.






La visión hacia el centro queda completamente desmerecida por la capa de contaminación, que es realmente espeluznante, dan ganas de colocarse una mascarilla en la boca con urgencia. Abajo a la izquierda se ve el edificio Telefónica Chilena





La visión hacia la derecha nos ofrece el propio cerro, con los senderos por los que caminar, y al fondo el Cerro Blanco, donde estaban las canteras de donde se sacó piedra para las construcciones de Santiago, como la iglesia de Santo Domingo y la Casa de la Moneda (hoy Palacio de la Moneda). Actualmente el cerro es un parque urbano y se puede acceder a su cima.




Por la quebrada que separa ambos cerros entró Pedro de Valdivia al valle del río Mapocho en 1540, ya que Cerro Blanco era centro de reunión de los pueblos indígenas. 




Antes de comenzar a descender tuve la duda de si acercarnos hasta un restaurante que hay más adelante en el cerro, ya que con el paseo llegaríamos a una hora adecuada para la comida, pero el camino me pareció demasiado largo y que llegaríamos en una presentación no aceptable ya que son unos 4 km, que serían recompensados por las vistas y la propia comida, que sería aderezada con un vino chileno, ya que el restaurante es al tiempo enoteca, pero por estas razones finalmente desechamos la idea. 


Otro gallo nos hubiera cantado y otra ruta hubiéramos hecho y contado si siguiera funcionando el teleférico que se inauguró en 1980, cuyo servicio tuvo que ser suspendido y revocada la licencia tras dos incidentes, uno en diciembre de 2008 que dejo a 20 personas atrapadas durante dos horas, y otro el 7 de junio de 2009. Si hubiera funcionado, nos hubiera dejado cerca del restaurante, y aparte de facilitarnos el camino, nos hubiera ofrecida vistas aéreas del cerro. 


Tras algunos titubeos por el camino por el que emprender la bajada del cerro, para lo que cuento con la para mí asombrosa orientación de mi marido, tras consultar el mapa en el que no hay explicaciones pero se ven senderos dibujados y por ellos se guía, emprendemos la bajada. 




Al poco tiempo somos recompensados con unas buenas vistas de la ciudad y la cordillera de los Andes, sin problemas con antenas y demás objetos, y en la más absoluta soledad y tranquilidad. En este momento nos sentimos muy afortunados. 





La Gran Torre Santiago destaca entre todos los edificios, por las noches iluminado será como un faro. 




Según vamos descendiendo el camino se hace más impracticable, lleno de barro, se nota que la lluvia se ha llevado el terreno y hay pasos muy estrechos en los que poner un pie mal significará hacer una bajada demasiado rápida, con lo que por mi parte ralentizo el ritmo que soy muy patosa y es preferible ir con precaución. Para complicar las cosas en un momento hay una bifurcación en el camino y no hay indicaciones, si por mi fuera todavía estaríamos allí, así que mapa en mano mi marido toma la decisión del camino por el que continuar, y sí, lo hizo bien, porque el otro camino nos hubiera llevado más kilómetros, más tiempo y que termináramos por una salida del parque lejana a nuestros próximos destinos, volveríamos cerca del puente de Valdivia y su parque de Esculturas

En el camino hay mojones donde leer los metros recorridos y los metros que faltan, pero en ningún momento dicen el punto de inicio y lo que es peor, el punto de llegada del camino, con lo que la información es buena pero incompleta. 


En el camino nos encontramos con dos chicos que están de subida, y lo hacen en compañía de un perro, que en principio pensamos que era suyo, pero al charlar un rato sobre lo que les faltaba de camino y lo que nos faltaba a nosotros, nos dijeron que iban muy asustados con el perro, que por supuesto no era suyo, que se les había unido en el paseo y que tenía muy malas pulgas, que de vez en cuando les enseñaba los dientes, ¡menos mal que no le hice una caricia!, así que nosotros seguimos bajando rezando para que el dichoso y mal encarado perro no cambiara de rumbo y nos siguiera. 


La señal de que vamos por el camino correcto la encontramos cuando pasamos por debajo de un puente, sobre él circula el funicular, y esta es la parada del zoológico. 




En el último tramo de bajada nos encontramos a más gente de subida, algunos van hacia el santuario, pero si durante todo el camino de bajada no nos hemos encontrado más que con una pareja, no parece que todos lleguen al destino final.


La última parada para tener vistas, hacia el barrio Patronato, donde entre los árboles asoma la iglesia de la Recoleta Dominica




Salimos del sendero del cerro, y en esta salida descubrimos que la cumbre se llama Zorro Vidal, y por lo menos de subida hay una indicación hacia el santuario, pero llegando a la bifurcación o se sabe o se intuye el camino a seguir. La bajada nos ha llevado más o menos una hora, con lo que los siete kilómetros de los que nos habló el vendedor de tickets más parecía destinado a convencernos de comprar el billete de ida y vuelta, que una realidad, ya que seamos sinceros, puedo tener más resistencia de la que aparento, pero en velocidad no soy un velociraptor, más bien una tortuga bajita y rechoncha, cuya cabezonería le hace llegar a muchos sitios. 




Un mapa del cerro y sus lugares visitables, así como los senderos.