27 de noviembre de 2013

Chile - Historia de Norte Grande



Si contemplan la Pampa y sus rincones verán las sequedades del silencio… (Cantata de Santa María de Iquique, Quilapayún)

Al norte de Chile hay una vasta región desértica, que va tomando altura desde la costa hasta el altiplano, donde se alzan los volcanes, es el llamado Norte Grande, dentro de la Región de Antofagasta (mapa de localización) donde se encuentra el increíble desierto de Atacama, con más de 1.000 km de longitud y unos 100 km de ancho. 


El desierto se ubica en la misma franja latitudinal que otros desiertos del hemisferio sur, en los que las altas presiones predominantes impiden que entren en ellos las tormentas. Desde la colonización española no se ha registrado ninguna precipitación en el desierto, lo que le hace acreedor del título de ser la zona más seca del planeta, y ello porque las dos cordilleras de Chile, la de los Andes y la de la Costa, impiden que entren las tormentas, pero el agua de ellas entra en el desierto por las torrenteras, lo que provoca que exista la flora en el desierto, y no solo cactus. De todas formas, una vez cada diez años más o menos cae un fuerte aguacero, relacionado con el fenómeno de El Niño, y hace que germinen semillas latentes en la tierra, produciendo el llamado desierto florido o floración del desierto (para que luego creamos que el desierto es un secarral). 


La historia de Norte Grande es una sucesión de períodos de euforia seguidos de períodos de decadencia, es un relato de codicia y orgullo, escasez y avidez, guerra y paz..., en definitiva, la historia de la humanidad. 


La cultura más antigua de la zona fue la Chinchorro, conocida por sus momias, que eran realizadas con una técnica extraordinaria. 

En el desierto, los primeros habitantes pertenecían a las culturas diaguita, aymara y molle, sociedades precolombinas que fueron gobernadas por los imperios Tiahuanaco de Bolivia (500-1.000) e Inca (1450-1540). El pueblo aymara, “los hijos del sol”, es el más numeroso, y se extendía, y extiende, por Perú, Bolivia y Chile. 


Los incas y los aymara dominaron la zona hasta 1470, hasta la época de la conquista española, y durante este dominio construyeron fortalezas, terrazas de cultivo e impresionantes petroglifos (dibujos en las laderas de los montes); una de estas fortalezas que visitamos durante nuestro paso por Atacama fue al pukará de Quitor. Los aymaras practicaban la momificación, y sus momias se conservan en buen estado gracias a la aridez del desierto. 


Los españoles llegaron buscando minerales y metales preciosos, en especial el codiciado oro, que no encontraron. Bajo el dominio español los aymara sufrieron la esclavitud, trabajando en las encomiendas y en las minas. Millones de ellos murieron por la mala calidad de vida y por las enfermedades que portaban los españoles para las que no tenían defensas. 

Cuando Perú se independizó de España en 1824, todos los territorio aymara eran peruanos; un año después se fundó la República de Bolivia y los aymara fueron divididos entre tres países, Chile, Bolivia y Perú. 


A comienzos del siglo XIX surgieron cientos de minúsculas explotaciones de oro y de plata. La actividad minera impulsó la construcción de la red de ferrocarril, la primera de Latinoamérica.


Decir Norte Grande es decir desierto. A lo largo de millones de años, la enorme actividad volcánica de los Andes fue elaborando el salitre en el desierto, por la conjunción del agua de lluvias y de heleros que bajan al desierto central arrastrando sales disueltas, que cuando se evaporan reaccionan químicamente y salen a la superficie. 


El salitre ya lo utilizaban los chinos desde el siglo VI a.C. como base para fabricar la pólvora pero no hay constancia de que los indios atacameños conocieran el poder fertilizante del salitre. Según un cuento, dos indígenas hicieron una noche un fuego para calentarse y vieron que la tierra comenzó a arder; asustados, acudieron a un cura, al que confesaron haber visto al diablo. El cura volvió con ellos para hacer un exorcismo, recogió tierra para examinarla y al no descubrir nada la tiró en un rincón de su casa, al tiempo notó que las plantas habían crecido mucho y recomendó a sus feligreses que abonaran con esta tierra sus huertos. 


Las empresas mineras se instalaron en pampas desoladas en medio de ninguna parte. La empresa construía el alojamiento, abastecía las tiendas, decidían quién trabajaba y su sueldo, y lo que es peor, como y donde se lo gastaba, ya que este sueldo era pagado con bonos o fichas con los que solo se podía pagar en las tiendas de la propia empresa. Con este ambiente laboral no es de extrañar que a principios del siglo XX germinara la lucha de clases y el marxismo. 


Entre 1810 y 1812 se instalaron en la pampa de Tarapacá las primeras oficinas salitreras (las minas o explotaciones recibían el nombre de oficinas). Hacia 1830 se empezó a exportar nitrato a Francia, Inglaterra y Estados Unidos. El auge de la demanda generó la industria minera del desierto, al tiempo que con ella crecieron las ciudades portuarias como Iquique y Antofagasta. 


En la primera etapa de exportación del nitrato, más del 50% del capital invertido era peruano, y en menor cantidad, chileno, inglés y alemán. 


Norte Grande no perteneció a Chile hasta finales del siglo XIX, anteriormente había pertenecido a Perú y Bolivia, situación que cambió después de la Guerra del Pacífico. Las causas de la guerra fueron las disputas sobre unos tratados, los miles de chilenos que trabajaban en las minas bolivianas y la intención de Bolivia de aumentar los impuestos. Finalmente, Chile ganó la guerra y se apropió de tierras ricas en cobre y nitratos, al tiempo que dejaba a Bolivia sin salida al mar. 


La represión chilena sobre los aymara fue fuerte (no solo los españoles son los bárbaros en esta historia de “venas abiertas” que escribió Eduardo Galeano), se les prohibió su idioma y se les llegó a perseguir. Sus tierras fueron escrituradas a nombre de los municipios aunque ellos siguieran viviendo en ellas. Actualmente casi todos los parques nacionales del altiplano son de propiedad aymara (algo se ha adelantado en sus derechos intrínsecos). 


Con esta conquista de territorios por parte de Chile, los inversores extranjeros también se beneficiaron, ya que comenzaron a especular con más libertad en la industria del salitre. Hacia finales del siglo XIX la exportación anual de nitrato superaba los dos millones de toneladas y la industria ocupaba a 40.000 trabajadores. En el desierto llegó a haber más de 200 oficinas, pero no todas funcionaban a la vez, ya que cuando el salitre se agotaba en una de ellas, la oficina se cerraba y la gente se movía hacia otra. 


La matanza en la escuela Santa María de Iquique en 1907 consolidó definitivamente el antagonismo y la lucha de clases. En Iquique las tropas del gobierno mataron (a sangre fría) a los trabajadores y familiares (mujeres y niños) concentrados en la plaza para demandar mejores condiciones de trabajo. Según los datos oficiales, fueron entre 500 y 2.000 víctimas, pero se cree que se superaron los 3.600. Esta historia está narrada y cantada de forma magistral por el grupo chileno Quilapayún en su cantata


En el siglo XIX la oligarquía chilena condujo la economía del país hacia una dependencia prácticamente absoluta de la minería, que llegó a representar el 51% de los ingresos de las exportaciones. El salitre era la base del llamado nitrato de Chile, del que tengo recuerdos de infancia por un cartel publicitario que veía de pequeña en las fachadas de mi pueblo, y que desde entonces me evocaban grandes historias viajeras, ensoñadoras, desconociendo su trágico devenir histórico. 


Fuente: wikipedia.es
 


Fuente: latrastiendamarch.blogspot.com

De la noche a la mañana todo se viene abajo, se inventa (un alemán o dos noruegos, tengo datos confusos) en 1920 el nitrato sódico sintético a partir del petróleo (deberíamos aprender de la crisis del salitre), con lo que el desierto de Chile se queda en eso, en un desierto, ya no es útil, además el producto es cada vez más caro elaborarlo. La caída del salitre en el mercado internacional conduce al país a la bancarrota. Hoy las oficinas salitreras son esqueletos de hierros que recuerdan el esplendor de una época, así como la tragedia humana de los que trabajaron en ellas, son ciudades fantasma a ambos lados de la carretera Panamericana. 


En el esplendor del salitre los trabajadores acudían en masa hacia el norte, tras la caída, como en una migración de animales en África, bajaban hasta el sur en busca de un medio de vida, mientras cada vez germinaba con más fuerza el sindicalismo y el socialismo, llegando a contribuir a la caída del gobierno en 1925. En unas décadas se formó una clase proletaria que en Europa había tardado siglos en desarrollarse (cierto es que tenían un patrón en que fijarse, pero ¿obreros en el perdido desierto aprendiendo de quién?). 


A Chile y al desierto le esperaba otro nuevo material para explotar, el cobre. Las enormes vetas salvaron al país y hoy en día sigue siendo, como lo fue el nitrato, el principal motor de la economía y las exportaciones. Pero si bien el salitre no era especialmente dañino, el cobre sí lo es, por lo que en ese terreno árido y seco se está produciendo un deterioro medioambiental tremendo (una gran discusión es necesaria sobre el tema, porque el país necesita avanzar en salud, educación, infraestructuras, pero ¿a qué precio? y de nuevo ¿pan para hoy, hambre para mañana?, creo que son pregunta difíciles de contestar y de solucionar). 


En 1911 comenzó la instalación de la mina de Chuquicamata y el crecimiento de la ciudad de Calama fue imparable, convirtiéndose en una ciudad proveedora de servicios (de todo tipo, hasta del oficio femenino más viejo del mundo -que machista suenan estas palabras para mis oídos-) para los trabajadores de la mina. 


La grandiosa mina ya era trabajada por los pueblos indígenas anteriores a la dominación inca, cuando los indios chucos descubrieron las propiedades del cobre, y de ellos proviene el nombre Chuquicamata, “límite del país de los chucos”. 


En 1911 la compañía norteamericana Guggenheim Bross compró los terrenos y mecanizó la producción. En 1921 la mina fue traspasada a la empresa Anaconda Copeer Mining Co, que construyó una colonia minera a pleno rendimiento, con viviendas, escuelas, cines, tiendas y un hospital (semejante a las oficinas salitreras pero no parece que con tantas restricciones y opresión, que bastante opresión se debe sentir al bajar al interior de la mina y de la tierra). 

Los chilenos acusaron a los norteamericanos de llevarse mucho más de lo que dejaban en el país (esto es aquí y en cualquier parte del mundo, ya sea con USA o con cualquier otro país, una realidad innegable, pero con muchos matices). 


Hacia la década de 1960, las tres grandes minas de Chile, todas explotadas por el grupo Anaconda, representaban más del 80% de la producción nacional de cobre, el 60% de las exportaciones y el 80% de los ingresos por impuestos. Cifras económicas espeluznantes. 


A pesar de la elevada carga fiscal, Anaconda fue una presa de la nacionalización. En 1969, durante el gobierno de Eduardo Frei, el Estado chileno compró el 50% de la empresa y nace la empresa Codelco, Corporación del Cobre de Chile, que el 17 de julio de 1972 consiguió el dominio total tras la nacionalización realizada por Salvador Allende con el respaldo del Congreso. Tras el golpe militar de 1973, la junta militar accedió a compensar a las compañías por la pérdida de sus bienes (USA ayuda, USA obtiene). 


Desde 1986 Chuquicamata produce más de 500.000 toneladas de cobre fino, pasando a ser sustituida en mayor producción por la mina Escondida, a 170 km al sureste de Antofagasta.

Con estas cifras de producción y económicas no es de extrañar que haya voces (poderosas y muy ricas) que quieran la privatización del cobre, pero personalmente creo que sería una locura, una riqueza como esta debe ser controlada por el Estado, que de algún modo quiero creer será más justo y equitativo, incluso con mayor miramiento por el medio ambiente. La utopía y la esperanza es lo que nos mantiene al ser humano.


Chuquicamata es la mayor mina a cielo abierto del mundo, con 3 km de ancho, 5 km de largo y una profundidad de más de 1 km, con una forma elíptica. En ella trabajan más de 20.000 trabajadores y funciona las 24 horas del día. Se puede visitar en un tour organizado en la propia mina, pero aunque miré la posibilidad acabé descartándola, así como la visita a las oficinas salitreras fantasma, decidí concentrarme en la belleza natural del desierto y el altiplano, y es que siempre hay "piezas sacrificadas" en la partida del turismo y del conocimiento.


No termina con el cobre la riqueza del desierto, por lo que seguiremos viendo explotaciones y minas en él, ya que se han encontrado nuevos minerales, y además muy valiosos, a la par que tremendamente contaminantes, como el litio y el yodo. 

Durante el vuelo de Santiago a Calama pudimos ver un buen número de explotaciones en el desierto, que realmente impresionan estos "agujeros" inmensos en la tierra.