27 de diciembre de 2013

Chile - Atacama - Vado Putana - Machuca



Un viaje de Ciencias Naturales y Sociales

Marcelo no tiene prisa por abandonar el área de los géiseres del Tatio, y si él no la tiene por supuesto nosotros tampoco, con lo que hemos podido bañarnos, los valientes  del grupo hemos sido cuatro, con tranquilidad en la piscina-charca termal, pero finalmente toca volver a San Pedro de Atacama


En este camino de regreso nos encontramos con varios grupos de vicuñas y seguimos encantados con ellas y con poder verlas tan cercanas, ¿a que dan ganas de adoptar una? Algunos hábitos y curiosidades de las vicuñas: los machos alfa para quedarse con las hembras se muerden los testículos mientras corren, hasta que alguno de ellos ya no lo soporte más y se retire (¡madre mía! por no decir algo más fuerte, aunque algún macho humano, alfa o zeta ya estará espantando); las hembras pueden estar amamantando mientras están preñadas (¡sin descanso! período de lactancia contínuo); y por último, construyen servicios por familia para reconocerse y también para protegerse de los pumas (seguridad e higiene todo en uno). 






Primera parada, tras la fauna algo de flora, en este caso, la llareta, una planta protegida porque su sobreexplotación como combustible la ha llevado a casi desaparecer. Es una planta compacta, se asemeja a un liquen, su crecimiento es muy lento, de uno a cinco milímetros al año, por lo que si desapareciera sería un milagro su recuperación. Se suele encontrar entre los 3.200 y los 4.500 m de altitud, y se utilizaba como combustible, o para la diabetes como uso medicinal. Con el crecimiento que menciono encontrar una de este tamaño es todo un logro natural y humano; afortunadamente en algunas zonas hay poblaciones de llareta y aunque no son excesivamente grandes, en ellas hay un pequeño manto verde.




Segunda parada, pero ahora no nos bajamos porque si lo hacemos asustaríamos a la vizcacha, un roedor de color verdoso con una extensa cola (que no vemos) que se alimenta de vegetación, pasto y coirón principalmente. Habita en los roqueríos de la zona altoandina y al igual que la vicuña o que la llareta, también se encuentra en protección para evitar su extinción, y gracias a ello ha aumentado su población. Sus grandes depredadores son el carancho y el halcón perdiguero, pero no vemos ninguno, por fortuna para la vizcacha. 


Marcelo es un gran conocedor, va muy despacio conduciendo y nos mantiene a todos en silencio, él mira y mira y finalmente la ve, es una vizcacha a la que apodan “el vigilante”, porque es la encargada de avisar a las demás de los peligros. Marcelo intenta encontrar más, sabe que en la zona hay varias, pero a pesar de que incluso silba como ellas, ninguna más sale; por nuestra parte estamos contentos con haber encontrado esta, e incluso le preguntamos por el mando a distancia que ha hecho salir al peluche a su llegada. 


Esta es la razón por la que no ha tenido prisa en salir de los géiseres, la caravana de coches asustaría a las vizcachas y se esconderían, pero llegando más tarde el vigilante volvería a salir a su puesto. 





Tenemos un largo camino por delante, pero vamos mirando hacia todos los lados, derecha, izquierda, al frente, izquierda, derecha...con las explicaciones de Marcelo, con conversaciones cruzadas y con buena música de fondo, ¡estamos de excursión!




Al frente creo que se ve el volcán Putana, allí los reconocía a la primera pero ahora en fotografía me cuesta mucho identificarlos. Es un volcán con actividad de fumarolas en la cumbre, lo que siempre produce inquietud, por lo menos a los que no estamos acostumbrados a esta actividad volcánica. 




Tercera parada, en el vado Putana, un bofedal o humedal del río Putana. 




El vado es el hábitat de aves acuáticas, como esta bonita ave de pico azul, el pato puna





No hay una gran concentración de aves pero sí hay bastantes como para ir conociéndo algunas de ellas, aunque están desperdigadas por todo el vado, como estos gansos andinos




Vemos a la tagua gigante, y la vemos cuidar su nido, un montículo realizado con hierbas y otros elementos que construyen sobre el agua. 





El vado está atravesado por la carretera, ofreciendo buenas vistas desde el puente.





Continuamos el viaje, impresionados y sobrecogidos por el paisaje que tenemos hacia delante y que en el viaje de ida a los géiseres del Tatio no pudimos disfrutar por la nocturnidad del momento. 




Conocemos al arbusto llamado tola, que al igual que la llareta era utilizado como combustible en la puna. 




En una ladera hay una importante población de llaretas




Y continuamos el viaje. 




Ahora nos toca conocer a un cactus de simpático (o no...) nombre, el cojín de la suegra o kume. No hace faltar explicar el motivo del nombre…





Llegamos al pueblo de Machuca (mirar mapa de localización), un pequeño pueblo (una calle con casas a los lados) con seis habitantes (si tres son multitud, lo de seis debe ser considerado sobrepoblación...), y en el que destaca la iglesia y sobre todo los paneles solares en los techos de las casas, ¡impresionante el conjunto!





Hacia el otro lado de la carretera queda el antiguo pueblo de Machuca, con sus casas abandonadas. 




En Machuca paran los coches que vuelven de la visita a los géiseres del Tatio y lo hacen para comer anticuchos de carne de llama o de alpaca, pero cuando nosotros llegamos el cocinero ya se marchaba, seguramente había vendido todo el género; una pena no probar este bocado, una brocheta de carne de vaca, que en ocasiones puede ser de corazón, en cuyo caso no lo hubiera ni tocado, aunque al final siempre me arriesgo aunque sepa que no me gusta, pero lo que sí me gusta es probar la cocina autóctona, y en este caso hubiera tenido que comerlo para no hacer un desaire. 


Pero aunque el cocinero se había ido todavía queda un lugar abierto, un restaurante que ofrece también alojamiento, se trata de un local muy sencillo, con dos cocineras que nos atienden amablemente, y sí, esto forma parte de su trabajo, pero a una turista preguntona le podían haber contestado con menos sonrisas. 




En una pizarra de Veleda se lee la lista de los productos que se pueden comprar y sus precios. 




Hemos entrado al local con una pareja de chilenos, un minero y su pareja, y al verles comer una empanada de queso de cabra, a mi marido se le antoja una, pero fue rápido en zampar con lo que no hay foto, pero de este modo queda constancia de lo buena que estaba. 


Yo me pido una sopaipilla, y pido permiso para hacer la foto mientras la fríen, ya que había leído que no a todos les gustan las fotografías y lo menos que quiero es molestar. 




La sopaipilla es una masa de harina frita, lo que le asemeja a nuestros churros, pero no tiene el mismo sabor, supongo que alguna diferencia hay en la elaboración de la masa, que puede ser la cantidad de azúcar, ya que la sopaipilla no me pareció tan dulce. Aparte de estar rica es inmensamente grande, con lo que lo comparto con todo aquel que quiere. 




Lo que queda de sopaipilla lo termino de compartir con las gaviotas andinas, que poco a poco me han ido rodeando y hasta atemorizando, así que finalmente les suelto en pedazos lo que sobra y se monta un jaleo entre ellas tremendo y salimos de allí casi corriendo. 





Tras el avituallamiento seguimos el viaje, y como hoy estamos de suerte con la flora y fauna, vemos unas llamas en libertad, aunque puede que tengan dueño ya que en Machucha se dedican al pastoreo de llamas. 





Los flamencos que han querido despedirse de nosotros, junto a los que hay un grupo de vicuñas, todos reunidos para saludarnos. 





Como somos los únicos en la carretera, Marcelo puede parar con más tranquilidad donde quiere así poder seguir enseñándonos lugares, como la cabeza del águila, una roca esculpida por la erosión que impresiona por su tallado. 




El volcán Licancabur, el protector, vuelve a hacernos compañía, aunque supongo que no ha dejado de hacerlo nunca. 




Hacemos una pequeña parada para que Marcelo en la lejanía nos enseñe un camino secundario del camino del Inca, una gran carretera de piedra que unía Cusco hacia el norte, el sur y el centro de Sudamérica, una imponente obra de ingeniería. En los caminos había señales como puntos de referencia llamadas apachetas, y en la cumbre de los volcanes almacenaban escrotos de animales con agua y alimentos deshidratados. No se ve casi nada, ni allí al natural ni en la fotografía, solo lo que se intuye, una pequeña senda. 




Una de las imágenes más bonitas en nuestra retina y en nuestras cámaras es cuando nos encontramos en la carretera con una señora que volvía a Machuca montada en su burro, Marcelo nos cuenta que tiene más de ¡ochenta años!, y nos ofrece una imagen típica andina, pero también nos ofrece mucho más, la vida, la fuerza y la alegría de la vida. Ella nos sonríe y nos saluda, especialmente a Marcelo, al que reconoce, y es que este hombre debe conocer a los seis habitantes de Machuca, y no solo por turismo, sino porque le gusta. 




Ayer cuando volvíamos de las lagunas altiplánicas de Miscanti y Miñiques pregunté por los cactus del desierto, estamos en un desierto y no hemos visto ni un solo cactus de los típicos, aparte de los pocos cojines de la suegra que estamos viendo hoy, así que Marcelo cumple mis deseos, supongo que como parte de la excursión, nada realmente nuevo ni especial hacia mi persona, y hacemos una parada para verlos de cerca. 





Podemos caminar hasta uno de los cactus más grandes, y no desperdiciamos la ocasión. 





El cardón es un cactus arbóreo y columnar que puede llegar a medir hasta 7 m de altura y 70 cm de diámetro, su madera es (más bien era, porque es una especie protegida en la que se trabaja para su conservación) utilizada para la construcción de vigas para techos, puertas, marcos de ventanas y muebles, así como para la elaboración de artesanías. Hemos visto este uso en las iglesias de Toconao y San Pedro de Atacama


Parecen hacernos una “peineta” de despedida (si os váis, vosotros os lo pérdeis). 




Terminamos el viaje con la visión de una quebrada de un río, viaje en el que nos ha faltado encontrarnos con alpacas y zorros culpeos para haber sido completo, pero este viaje ha sido de lo más gratificante que hemos hecho en Atacama, una experiencia única, que si bien los géiseres del Tatio son lo importante, este viaje, que de madrugada no pudimos ver ni disfrutar, es un recuerdo inolvidable para nosotros.




Llegamos a San Pedro de Atacama a la hora de comer, pero por el madrugón decidimos que en lugar de quedarnos en el pueblo mejor nos dejen en el hotel, que algo de tiempo para descansar nos vendrá bien.