7 de enero de 2014

Chile - San Pedro de Atacama - Aldea de Tulor



La aldea de arena

La tarde arqueológica tras la visita al pukará de Quitor continúa y termina en la cercana aldea de Tulor (2.000 CLP; mirar mapa de localización), a 6 km de San Pedro de Atacama, un asentamiento atacameño, concretamente likanantai. 


A la entrada la aldea nos recibe con la maravillosa y bella visión de un mar de arena (y uno se puede quedar enganchado haciendo fotos a la simple arena y sus ondas, como si hubieran sido rastrilladas por las manos expertas de un paisajista de jardines zen, como los que vimos en el templo Daituki-ji en Kyoto. 





No todo es arena, que la hay y mucha, es lo más parecido a un desierto que vemos en Atacama, porque hemos visto un desierto pedregoso rudo, un desierto salino y un desierto altiplánico y amarillento; también están ellos, los magníficos Andes. 





Seguimos con la suerte en nuestras clases especiales de ciencias naturales, como en el viaje de vuelta de los géiseres del Tatio, hay un arbusto señalado con su nombre, además de una advertencia, la rica rica, arbusto del que disfruté de un rico helado en San Pedro de Atacama




El camino hacia la aldea está marcado entre dos filas de piedras para no pisar donde no debemos, y conduce a una vivienda reconstruida. 





Se puede entrar en la vivienda por una puerta ancha pero algo baja.




En el interior de la vivienda hay varios elementos a destacar. El primero, el techo de paja y su soporte de vigas de madera, unidas por cuerdas y por cintas con pieles de animales  (por un momento piensas, ¡anda que si se nos cae encima!




Otro elemento especialmente curioso es que las casas estaban comunicadas por puertas o solo por "ventanucos". Aquí la intimidad no era un grado, supongo que sería por una cuestión de seguridad y posibilidad de huída, lo que está claro es que podías pedir o coger tú el azúcar de la casa de al lado si te faltaba. 




¿Qué está mirando? ¿le ha dado un ataque místico?




Pues no, le ha dado un ataque de asombro, y es que la puerta está perfectamente alineada con el volcán Licancabur, del que se tiene una visión enmarcada perfecta. Por la disposición del resto de viviendas (ahora las veremos) no todas tenían esta fantástica visión, puede que ésta en particular se debería a que fuera utilizada con ritos chamánicos, ya que el volcán era considerado un Dios, y desde aquí, desde la vivienda original emplazada en este lugar, se contemplaba la salida del sol (hay que tener en cuenta que es una reconstrucción). 




Hay una pasarela de madera sobre la arena para tener una buena panorámica de la aldea, que además es un modo de evitar que se pise sobre y entre las construcciones, al tiempo que una protección para los visitantes, ya que la aldea está cubierta por la arena del desierto y no ser absorbido por él. 




La aldea es uno de los asentamientos más antiguos del norte de Chile y de Atacama, con más de 3.000 años de antigüedad. Sus construcciones son de forma circular, como la reconstrucción que hemos visto. Esta aldea muestra la consolidación de un nuevo de vida atacameño más productor que depredador de los recursos naturales del entorno. Antiguamente las aguas del río San Pedro desaguaban en las inmediaciones, lo que permitió el desarrollo de la agricultura. 




Los primeros restos de la aldea fueron encontrados por el padre Gustavo Le Paige en 1958, un cura belga que recolectó importante material arqueológico, y cuyo nombre toma el museo en San San Pedro de Atacama




Las excavaciones en la aldea se reanudaron en 1980, con la arqueológica Ana María Barón, la misma que encontró la esfera de cristal en la laguna del volcán Licancabur. Tulor se encontraba oculta bajo la arena, y los atacameños abandonaron este lugar aproximadamente hacia el año 500 debido a este avance imparable del desierto; había permanecido sepultada durante más de 1.500 años. 




A pesar del manto de arena todavía se pueden ver algunas de las puertas que comunicaban las viviendas. 





Marcelo nos traslada la cuestión de porqué unos restos arqueológicos tan importantes no están más a la vista, que él no lo comprende. Las razones lógicas serían que si las personas no lo visitan, mantener limpio de arena el conjunto, que recordemos que fue abandonado por sus habitantes por la fuerza del desierto, significaría una gran labor (trabajo y sueldo para muchos también), pero que seguramente los costes no podrían ser asumidos con el precio de la entrada; a esta hora estamos solos durante la visita. La razón esotérica, que a él tanto le gustan con los extraterrestres y las teorías de la conspiración, se podía sentir en el ambiente de la aldea, los atacameños no quieren ser descubiertos ni estudiados, quieren permanecer anónimos, y la que fuera su enemigo, la arena, hoy es su aliado en este propósito. Puede que me mimetizara pero allí si se sentía una energía especial, no diría que negativa, pero como de no ser bien recibidos. 




En el camino de salida mantenemos una agradable e interesante conversación con la pareja con la que hemos hecho la visita a la aldea, están relacionados con la arqueología y con el turismo (pueden ser tan malos como buenos compañeros si no se convierte el primero en negocio y esclavo del segundo); ellos están centrados en grupos en Tierra del Fuego, cuya parte chilena está todavía por descubrirse y explotarse (un riesgo el descubrimiento), y desde Francia organizan grupos para visitar esta zona del país y otras, por ello están aquí. 


De vuelta al hotel, hoy no paramos en San Pedro, porque nos toca de nuevo desmontar y montar las maletas, ya llevamos diez días en el país y hay que recolocar la ropa, separarla, y dejar al fondo la ropa de más calor, ya que a partir de ahora tocará cada vez más frío y por supuesto mañana volvemos a tener un buen madrugón. Cenamos en el hotel y no somos nada innovadores, los dos tomamos un rico sándwich Barros Luco