La
aldea de arena
La tarde arqueológica
tras la visita al pukará de Quitor continúa y termina en la cercana aldea de Tulor (2.000 CLP; mirar mapa de localización), a 6 km de
San Pedro de Atacama, un asentamiento atacameño, concretamente likanantai.
A la entrada la aldea nos
recibe con la maravillosa y bella visión de un mar de arena (y uno se puede
quedar enganchado haciendo fotos a la simple arena y sus ondas, como si
hubieran sido rastrilladas por las manos expertas de un paisajista de jardines
zen, como los que vimos en el templo Daituki-ji en Kyoto.
No todo es arena, que
la hay y mucha, es lo más parecido a un desierto que vemos en Atacama, porque
hemos visto un desierto pedregoso rudo, un desierto salino y un desierto altiplánico y
amarillento; también están ellos, los magníficos Andes.
Seguimos con la
suerte en nuestras clases especiales de ciencias naturales, como en el viaje de vuelta de los géiseres del Tatio, hay un arbusto
señalado con su nombre, además de una advertencia, la rica rica, arbusto del
que disfruté de un rico helado en San Pedro de Atacama.
El camino hacia la aldea está marcado
entre dos filas de piedras para no pisar donde no debemos, y conduce a una
vivienda reconstruida.
Se puede entrar en la
vivienda por una puerta ancha pero algo baja.
En el interior de la
vivienda hay varios elementos a destacar. El primero, el techo de paja y su
soporte de vigas de madera, unidas por cuerdas y por cintas con pieles de
animales (por un momento piensas, ¡anda
que si se nos cae encima!
Otro elemento especialmente
curioso es que las casas estaban comunicadas por puertas o solo por "ventanucos". Aquí la intimidad no
era un grado, supongo que sería por una cuestión de seguridad y posibilidad de
huída, lo que está claro es que podías pedir o coger tú el azúcar de la casa de al lado si te
faltaba.
¿Qué está mirando?
¿le ha dado un ataque místico?
Pues no, le ha dado
un ataque de asombro, y es que la puerta está perfectamente alineada con el
volcán Licancabur, del que se tiene una visión enmarcada perfecta. Por la
disposición del resto de viviendas (ahora las veremos) no todas tenían esta
fantástica visión, puede que ésta en particular se debería a que fuera
utilizada con ritos chamánicos, ya que el volcán era considerado un Dios, y
desde aquí, desde la vivienda original emplazada en este lugar, se contemplaba la salida del sol (hay que tener en cuenta que es una
reconstrucción).
Hay una pasarela de
madera sobre la arena para tener una buena panorámica de la aldea, que además
es un modo de evitar que se pise sobre y entre las construcciones, al tiempo
que una protección para los visitantes, ya que la aldea está cubierta por la
arena del desierto y no ser absorbido por él.
La aldea es uno de
los asentamientos más antiguos del norte de Chile y de Atacama, con más de
3.000 años de antigüedad. Sus construcciones son de forma circular, como la
reconstrucción que hemos visto. Esta aldea muestra la consolidación de un nuevo
de vida atacameño más productor que depredador de los recursos naturales del
entorno. Antiguamente las aguas del río San Pedro desaguaban en las
inmediaciones, lo que permitió el desarrollo de la agricultura.
Los primeros restos
de la aldea fueron encontrados por el padre Gustavo Le Paige en 1958, un cura
belga que recolectó importante material arqueológico, y cuyo nombre toma el
museo en San San Pedro de Atacama.
Las excavaciones en
la aldea se reanudaron en 1980, con la arqueológica Ana María Barón, la misma
que encontró la esfera de cristal en la laguna del volcán Licancabur. Tulor se encontraba oculta bajo la arena, y los atacameños
abandonaron este lugar aproximadamente hacia el año 500 debido a este avance
imparable del desierto; había permanecido sepultada durante más de 1.500 años.
A pesar del manto de
arena todavía se pueden ver algunas de las puertas que comunicaban las
viviendas.
Marcelo nos traslada
la cuestión de porqué unos restos arqueológicos tan importantes no están más a
la vista, que él no lo comprende. Las razones lógicas serían que si las
personas no lo visitan, mantener limpio de arena el conjunto, que recordemos que fue abandonado por sus habitantes por la fuerza del desierto, significaría una gran labor (trabajo y sueldo para muchos también),
pero que seguramente los costes no podrían ser asumidos con el precio de la
entrada; a esta hora estamos solos durante la visita. La razón esotérica, que a
él tanto le gustan con los extraterrestres y las teorías de la conspiración, se
podía sentir en el ambiente de la aldea, los atacameños no quieren ser
descubiertos ni estudiados, quieren permanecer anónimos, y la que fuera su
enemigo, la arena, hoy es su aliado en este propósito. Puede que me mimetizara
pero allí si se sentía una energía especial, no diría que negativa, pero como
de no ser bien recibidos.
En el camino de
salida mantenemos una agradable e interesante conversación con la pareja con la
que hemos hecho la visita a la aldea, están relacionados con la arqueología y
con el turismo (pueden ser tan malos como buenos compañeros si no se convierte
el primero en negocio y esclavo del segundo); ellos están centrados en grupos
en Tierra del Fuego, cuya parte chilena está todavía por descubrirse y
explotarse (un riesgo el descubrimiento), y desde Francia organizan grupos para
visitar esta zona del país y otras, por ello están aquí.
De vuelta al hotel, hoy no paramos en San Pedro, porque nos toca de nuevo desmontar
y montar las maletas, ya llevamos diez días en el país y hay que recolocar la
ropa, separarla, y dejar al fondo la ropa de más calor, ya que a partir de
ahora tocará cada vez más frío y por supuesto mañana volvemos a tener un buen madrugón. Cenamos en el hotel y no somos nada
innovadores, los dos tomamos un rico sándwich Barros Luco.