12 de enero de 2014

Londres - Restaurante Fifteen



El uso de las manos y el corazón

Si hay un cocinero televisivo que nos ganado tanto el estómago como el corazón a través del medio de comunicación, ese es el británico Jamie Oliver, y no queríamos dejar la oportunidad de conocer uno de sus múltiples restaurantes en la ciudad -aunque ya teníamos la seguridad al 200% de que a él no le veríamos, aunque en estas cosas del destino nunca se sabe a ciencia cierta-. 

Jamie nació en 1975 y desde entonces entró en el negocio de la gastronomía, ya que su padre tenía un pub en Essex, donde encontró la fascinación por la cocina y donde comenzó a colaborar con 8 o 9 años. A los 16 años su vocación de ser chef le hizo dejar el colegio y entrar en el Westminter Catering College y luego se fue a Francia a seguir estudiando y aprendiendo. Volvió a Londres y trabajó en un restaurante, en la sección de pastelería, y luego en otro restaurante, en este último fue cuando se puso por primera vez ante las cámaras de televisión cuando grabaron un documental en él. Su desparpajo le hizo recibir cinco llamadas de productoras para realizar programas de televisión, y al final el resultado fue la grabación de The Naked Chef (El chef al desnudo), que fue con el programa con el que yo le conocí y con el que sorprendí muchísimo. 


El aspecto gastronómico de Jamie nos ha ganado principalmente por su forma simple de elaborar recetas a la vista sabrosas, con las que se nos hace la boca agua; y por hacer una cocina para todos y de forma rápida (no todos tienen el tiempo para pasarse horas y horas en la cocina) - uno de sus últimos trabajos televisivos ha sido las recetas elaboradas en quince minutos (en tiempo real)-, que a través de la televisión resultan fabulosas. 

Uno de los aspectos más llamativos de Jamie en la cocina es el uso de sus manos, las utiliza continuamente para todo: coger, picar, lavar, trocear, guisar, aderezar… al principio resulta muy chocante, porque si bien es necesario usar las manos, también es necesario utilizar instrumentos adecuados para según qué labores, pero es bueno saber que si se tiene una buena higiene no hace falta ser remilgado a extremos innecesarios. 

El corazón nos lo ganado porque ha creado una fundación para intentar ayudar a jóvenes marginados, con problemas de integración o de estudios o sencillamente que viven de algún modo contra la sociedad y contra su entorno, y esta ayuda la reciben a través de cursos de cocina, ya que la cocina fue lo que, según le hemos oído contar a él mismo, le salvó del que llamamos “mal camino”, por lo que les ofrece la salida que él encontró, aunque en su biografía nada se cuenta de esto, pero sí lo ha hecho en algunos programas de televisión, supongo que más referido al abandono de estudios y la falta de una opción de futuro o profesionalidad si no hubiera optado por el mundo de la cocina. 

No sólo con la cocina se ha involucrado, también con la alimentación de las familias, ha realizado un viaje por Estados Unidos para ayudar a controlar la alta tasa de obesidad en este país, compartiendo con las familias e intentando mejorar la alimentación de los colegios –no siempre con las ayudas y los resultados necesarios y esperados-. 

Uno de los proyectos de Jamie ha sido la creación del restaurante Fifteen en Londres, fundado en 2002, en el que trabajan jóvenes desempleados. También creó un Fifteen en Melbourne, pero uno de sus socios malversó y estafó, y finalmente para destruir pruebas quemó el local, por lo que estaban buscando una nueva ubicación; también hay otro en Amsterdam y no sé si en algunas ciudades más por el mundo. 

Pero Jamie no se ha quedado aquí, con el Fifteen, ha establecido varios restaurantes más en la ciudad, especializados en comida italiana, o en carnes a la barbacoa, un verdadero imperio de la restauración. 

Es miembro de la Orden del Imperio Británico, condecoración recibida con menos de 35 años. 

De los muchos restaurantes de Jamie en Londres, elegimos precisamente el Fifteen, al que hicimos una reserva desde el hotel, tal cual soltamos las maletas en la habitación nos pusimos con ello ya que teníamos wi-fi, y la fortuna nos sonrió para esa misma noche, que no contaba yo que fuera tan fácil para la época navideña. Como nuestro hotel está en la otra punta de la ciudad (de Belgravia a Shoreditch) y para no ir corriendo por el metro, que se podría llegar en él fácilmente, decidimos tomar un taxi, y el conductor al darle el destino nos dijo “Nice election”. 


No hicimos muchas fotos del interior del restaurante, estaba lleno y las que hemos hecho no son buenas como para mostrar la decoración y en algunas salen demasiadas caras de los comensales, que si se recortan se pierde la razón de la fotografía. Al encontrarnos más tráfico del esperado llegamos algo tarde a la hora reservada pero afortunadamente no anularon la reserva, se traspapeló un poco, porque circulación de clientes tienen y mucha, es como si se hubiera quedado en “stand by”, y al llegar nosotros se puso en marcha de nuevo. 

Sobre la decoración decir que predomina la madera, con un toque rústico; al entrar hay una barra y unas pequeñas mesas, en las que supongo es posible cenar si no se consigue mesa, o se pueden utilizar para beber algo mientras se espera una. El espacio está aprovechado al máximo, las mesas muy pegadas entre sí, con lo que al llegar con abrigos y bolsos hay que tener cuidado de no arrear un golpe a los otros comensales, y sobre todo utilizar la palabra “Sorry”. La iluminación muy tenue, muy íntima en general lo que hacía que no viéramos perfectamente los platos de comida.


La carta del restaurante la cambian todos los días, aunque no cambian todos los platos, los van variando, supongo que según el mercado y la idea del chef, ya que su cocina intenta ser lo más natural y orgánica. Como nos perdemos con el inglés y las elecciones, decidimos que el camarero que nos atiende lo haga por nosotros, tres entradas a compartir y un plato principal, que ese sí lo elegimos nosotros. Acompañamos la cena con dos cervezas. 

Beetroot, halzenut and goat’s curd. Un plato de remolacha (auténtica pasión parecen mostrar los británicos por este vegetal elemento), nueces y algo así como cuajada o requesón de cabra, que eran tres gotitas casi imperceptibles de crema de queso. Bien, sabroso y refrescante.


Cured salmon, cucumber and radish. Un plato de salmón ahumado con pepino y rábano (otros dos vegetales estrellas en la gastronomía británica y en sus sándwiches –algunos imposibles de creer-, y por supuesto el salmón, a todas horas salmón y de todas las formas culinarias posibles, aunque el ahumado es la estrella). A mí, como a los británicos, me gusta el salmón, y el poco rábano del plato le daba su puntito picante.


Crab, rye cracker and sea purslane. Unas tortitas de centeno con verdolaga (una planta desconocida para nosotros -allí más todavía, que no teníamos ni idea de lo que podía ser la sea purslane, y que no sabemos la razón del apelativo marino antepuesto a ella, porque era seca y no tipo alga). Un plato especialmente sabroso, con un cracker crujiente, el cangrejo mezclado en una salsa tipo rosa aunque no era directamente esta. 


El plato principal, también para compartir, Whole rotisserie chicken, swiss chard, roast garlic and anchovy. Un pollo entero asado, acompañado de acelgas y unas tostadas con una crema de ajo y anchoas. Un pollo riquísimo, hecho al punto -ni crudo ni demasiado hecho-, que nos repartimos con gusto; unas tostadas geniales para acompañar por su fuerte sabor; y unas acelgas riquísimas, mojadas en el jugo del pollo. Un plato sencillo de sobresaliente. Dejamos el trinchado en las manos del camarero, no fuera que en las nuestras fuera a parar a una de las mesas cercanas.




Con la ingesta del pollo nos quedamos satisfechos, por lo que no compartimos el postre, que hubiera sido lo natural dado el ritmo de los platos en la cena, pero cuando se encuentra satisfecho mejor no provocar síntomas de pesadez. 

La nota al final de la carta dice: All profits allow Fifteen to use the magic of food to give unemployed Young people a chance to have a better future. Fifteen is part of the Better Food Foundation; más o menos, todos los benerficios permiten al Fifteen usar la magia de la comida para dar a la gente joven desempleada una oportunidad de tener un mejor futuro; así que si es cierto nos sentimos un poco solidarios. 

No es una comida de alta gastronomía la que se disfruta en Fifteen pero sí es una buena comida, que al fin y al cabo es de lo que se trata, que no todo son florituras y sorpresas, la comida cotidiana, con sus toques originales o no, son nuestro día a día en casa. Las raciones no son grandiosas, pero pidiendo tres o cuatro platos para compartir -los entrantes no son muy abundantes, pero eso ya se sospecha por su precio en la carta- sale rentable, además de tener la oportunidad de probar más platos de la carta. La relación precio-calidad-cantidad me parece adecuada.

Salimos del restaurante y como este se encuentra en una calle pequeña, Westland Place, es mejor salir a la calle más amplia donde será más fácil encontrar un taxi de vuelta al hotel -si no apareciera siempre tendríamos la oportunidad del metro, con esas escaleras infinitas y esos pasillos, tan poco adecuados para mis tacones-, para descubrir una de esas bonitas tiendas tan británicas y de fachada muy coqueta.