Cena
en la casa de neumáticos
En nuestra escapada
londinense para este Fin de Año 2013 decidimos que queríamos hacer turismo del
que nos gusta, de paseos interminables por la ciudad, hasta que el cansancio, y
principalmente hasta el apagón de luz natural, ya que el atardecer comenzaba a partir de
aproximadamente las 16.30 h, nos lo permitieran –en ocasiones el horario se ha
alargado algo más por la alegre iluminación navideña-. Turismo sin pausa pero
también sin prisa, sin querer abarcar todo y más, disfrutando de lo que nos
encontrábamos o de lo que buscábamos; y también con tiempo para el turismo
gastronómico, no un "aquí te encuentro, aquí me quedo", que comenzó con nuestra visita al restaurante Fifteen de Jamie Oliver.
El segundo
restaurante elegido lo fue más por el edificio que ocupa, la Michelin House, que por su gastronomía, una carta de platos franceses con influencia
británica (el público es el que manda), que cuando se inauguró en 1987 adquirió
fama tanto por su ubicación como por su cocina, pero parece ser que en los
últimos tiempos la segunda ha ido decreciendo, el restaurante Bibendum.
Hicimos una reserva
por internet, al igual que en el Fifteen,
ya que acercarse hasta aquí para nada no era buena idea, para eso mejor
explorar por los alrededores del hotel o por cualquier zona más céntrica. Optamos nuevamente por el horario europeo de cena, a las 19.30 h, lo que quiere decir que comemos
poco, sándwich o bocadillo o cualquier cosa en un pub o en una de los múltiples locales que pueblan la ciudad de estos alimentos, que no quiere decir mal sino rápido,
y cenamos bien, o por lo menos lo intentamos. Cenar en este restaurante era para poder tener la visión del edificio iluminado.
El restaurante me da
la sensación de ser como un pequeño salón de convites y eventos, con sillas
cubiertas por fundas de tela, y sin ser lujoso u ostentoso o increíblemente
precioso, tiene su pequeño puntito (menos que en las fotos de la página web).
No tenemos el ángulo perfecto desde nuestra mesa para hacer una buena foto a la
vidriera de Bibendum, y a la salida ya nos olvidamos de hacer el “paseíllo”
para conseguirla -con lo que hubiéramos molestado a los comensales-. Lo que destaca sobre un mueble bar demasiado grande y vacío (menos mal, así ni el espacio merma visualmente ni se parcialmente la visión de la vidriera) son las figuras del hombre Michelin, destacando una metálica más grande, y la blanca sentada en el borde, como a punto de saltar.
Las mesas para dos
están situadas en los extremos de la sala, tienen mejor situación las de cuatro
personas, más centradas, aunque ninguna de ellas dispone de una mesa de tamaño
grande, son por lo general mesas pequeñas.
En la mesa destacan
tres detalles. El florero de cristal, su forma es como una pila de neumáticos
(no hay foto directa), como el cuerpo de Bibendum, y un plato de aceitunas verdes y negras (no sé si spanish
olives pero estaban muy ricas).
Pero sobre todo destaca él,
el plato de la mantequilla con un Bibendum en el borde… porque el bolso que
llevaba era pequeño pero en un descuido… ¡que me pille el que pueda!. Lo que daba grima colocar el cuchillo entre las piernas del muñeco, un acto casi castrador. En estos tiempos en que el fumar está mal visto -ya sé, un vicio insano- no debería decir que podría ser utilizado como cenicero individual.
Nuestra mesa está
situada junto a la cocina, y un buen detalle, detalle de aislamiento y detalle
decorativo, es que hay un biombo de madera y cristal con Bibendum y su slogan, Nunc est bibendum,
de separación.
La comida la hicimos
más tarde de lo pensado y lo que era conveniente, porque paramos a las cinco de la tarde en un pub
de la zona de Holborn. La decoración de los pubs casi nunca decepciona, madera
y clasicismo, escaleras y pintas. Su calidad, pues como en nuestros bares y
tascas, de todo un poco, algunos buenos, otros no tan buenos, algunos malos y
seguramente algunos excepcionales –que son los hay que buscar y encontrar-. En
el pub elegimos una ronda de pasteles de carne (pie) para compartir, que estuvo bien como para conocer este plato
típicamente británico aunque fueran congelados y no fueran los mejores para
degustarlos apropiadamente, pero nos hizo gracia, así que apartamos masa de los pasteles para
no llenarnos mucho y nos comimos los rellenos. El caso es que a tres horas de
haber comido y bebido dos pintas, para la cena no teníamos un hambre “canina”.
La carta está impresa
con letra algo retorcida, a mí me
resulta algo difícil de entender, entre la propia letra y la mezcla de inglés y
francés (la cocina de Bibendum es eso, francesa británica o inglesa
afrancesada).
Para compartir, Grilled
scallops with fennel purée rocket and gramolata. Tenemos
claro que son vieiras a la plancha, que nos gustan y nos apetecen, que están
acompañadas de puré de hinojo (el fennel es otro vegetal muy utilizado en la
cocina británica) y nos arriesgamos a conocer a la gramolata, no tenemos el gusto de conocerla ni por aproximación sabemos de que se trata, que finalmente
parece ser la rúcula o un vegetal parecido a la rúcula. Bien pero escasa la
ración, una más no hubiera significado mucho y hubiera quedado mucho mejor; eso
sí, lo importante, que son las vieiras, muy buenas, que en esta ocasión venían con
su coral - no siempre lo hace-.
Acompañamos la comida con dos copas de vino blanco -no era cuestión de salir con una gran "alegría" del restaurante-, uno francés, con la aprobación del sumiller, y uno neozelandés -y es que soy de las que les gusta dar oportunidades a pesar de acabar dándome de cabezazos-.
Aprovechamos la
oportunidad que nos ofrece el restaurante de comer pescado, que no sea salmón
en diferentes cocciones, y él se pide bacalao
(cod, una palabra ya reconocida por
nosotros) con puré de patatas y “algo más” -una mermelada parece ser-, y ella besugo (sea bream, que
buscamos en el diccionario del teléfono para saber que era besugo, porque la
alternativa era el rape, del que no me gustaba su acompañamiento) a la plancha
acompañado de acelgas y cebolla (las acelgas de Jamie en Fifteen no fueron
superadas en sabor pero estaban en su punto de cocción y de muy buen sabor vegetal). Un fallo logístico fue no hacer la fotografía a la hoja
fuera del menú donde estaban escritos estos platos.
Las raciones no son
especialmente generosas, sobre todo teniendo en cuenta su precio, pero la
calidad del producto es buena, con lo que cenamos bien en el lugar elegido
(nunca se sabe, ni con toda la información del mundo). Por estas escasas
raciones decidimos tomar postre.
Él es comedido y opta
por un helado de vainilla, pero ella se olvida del comedimiento totalmente y el
primer plato de la carta de postres le hizo la llamada maligna, St Emilion an chocolat, una rica, suave
y cremosa tarta de chocolate.
Durante nuestra cena
en la mesa de al lado se sentó una pareja de españoles o hispano parlantes, es
que el acento inducía a confusión en algunas ocasiones –nuestras mesas estaban
tan juntas que hablabas en murmullo o por sms o whatsapp para no ser escuchados por los
demás-, de los que me despedí al marcharnos antes, ¡buen provecho!
¿Volveríamos a
Bibendum?, no digo que no pero tampoco digo que sí, antes hay otras prioridades
de restaurantes para conocer en Londres, una ciudad que se está moviendo a
grandes pasos en el aspecto gastronómico de calidad, pero si se presentara la
ocasión no miraríamos para otro lado, porque el resultado fue más que correcto
pero no fue memorable, aunque para hacer una comida completa, entrante, plato principal y postre para cada uno, con una botella de vino entera y no dos copas, el precio resultaría algo elevado en comparación con otras ofertas en la ciudad. En esta valoración hay dos puntos de vista: él, volvería; ella, tiene dudas.