7 de febrero de 2014

Chile - Parque Nacional Vicente Pérez Rosales - Lago Todos los Santos



¡Por Todos los Santos!

Tras nuestra visita a los saltos del río Petrohue la siguiente parada es en el embarcadero de la pequeña localidad de Petrohue


Donde tomamos una embarcación que surca las aguas del tranquilo lago de Todos los Santos (mirar mapa de localización). 


El lago es de origen glaciar y recibe su nombre al ser descubierto el 1 de noviembre de 1670 por el misionero jesuita Nicolás Mascardi cuando iba en busca de la Ciudad de los Césares, la ciudad de Eldorado en la región Austral, que nació de la imaginación por supervivencia de los expedicionarios que volvían fracasados y arruinados de sus aventuras, para intentar eludir las deudas, las acusaciones de sabotaje e incluso la cárcel. 


El primero en intentar la aventura de la Ciudad de los Césares fue Juan Díaz de Solís, al que le siguió Sebastián Caboto y posteriormente, Francisco César, del que recibe su nombre, que escribió un detallado informe sobre la misteriosa ciudad llena de tesoros y minas. 


Juan Caboto llegó a elaborar mapas y cartas de navegación que vendía y en el siglo XVII su ubicación era ya muy detallada, “a 160 leguas de Mendoza, 190 de San Juan y 286 de Buenos Aires, en las laderas de los Andes, equidistante de Magallanes y de la provincia de Cuyo”. Con estos detalles, la Corte de Madrid en 1642 ordenó al gobernador del Río de la Plata que cobrase impuestos a los habitantes de la ciudad, pero aunque la buscó, no la encontró (tiene "guasa" la historia de los impuestos). 


Tras varias expediciones, en 1670 el padre Mascardi, guiado por una princesa pehuenche que estaba prisionera, llegó hasta el lago Nahuel Huapi, en Argentina, pasando por el lago de Todos los Santos, y luego llegó hasta el océano Atlántico hasta en cuatro ocasiones. 


Después del padre Mascardi, asesinado por los indígenas en su último viaje, otros misioneros emprendieron la búsqueda de la ciudad, al tiempo que evangelizaban a los pueblos que se encontraban. Los nativos le contaron al padre Francisco Menéndez una ruta para llegar a la Ciudad de los Césares, partiendo en su búsqueda en 1794. El padre notó que las mujeres que había encontrado en viajes anteriores llevan mejores abalorios que los que él les había entregado, y ellas le explicaron que se las traían de Buenos Aires; de este modo se descubrió que la Ciudad de los Césares sólo había existido en la imaginación. 


El barco zarpa de Petrohué con un perfecto paisaje montañoso y nevado. 



Desde el lago se tiene una hermosa visión del volcán Osorno. Una erupción de este volcán fue la que cortó la comunicación entre este lago y el de Llanquihue.




El lago tiene fama de ser el más bonito de Chile, pero creo que este calificativo se lo disputarían muchos de los lagos que hay en la zona centro-sur del país, que no son pocos. Por el color de sus aguas también recibe el nombre de Esmeralda. 




En las laderas de las montañas que rodean el lago vemos casas, que nos parece asombroso vivir tan aislado, dependiendo de una embarcación para poder entrar y salir -no parecen solo casas destinadas al turismo y a la pesca-., ya que no hay carreteras ni caminos que llegan a ellas.

En las riberas del lago se establecieron muy pocos colonos con el plan de Pérez Rosales




En 1903 el lago fue redescubierto por el alemán Roth, un empresario argentino que comenzó a realizar una excursión llamada Cruce de Lagos, ya que como he contado con la historia de la Ciudad de los Césares este lago chileno comunica con el lago argentino Nahuel Huapi (mirar mapa de ruta y localización). 




El barco navega muy despacio, afortunadamente luce un sol espléndido, pero ninguno de estos factores quita el frío que hace al pasar la mayor parte del tiempo en las cubiertas exteriores para disfrutar del paisaje, el aire que da en la cara es helador. 




Por este frío que pasamos durante la travesía entramos a la cafetería para estar más calientes, que nuestros cuerpos dejen de estar en punto de congelación, cosa que yo hago con una leche con cacao y unas galletas de chocolate; pero desde dentro se tienen las mismas vistas que desde fuera, eso sí, algo distorsionadas por el cristal y los salpicones del agua. 





El barco no va completo de capacidad, se nota que es invierno y que el turismo no acude con la misma afluencia que en verano, por lo que la mayoría de asientos se encuentra vacío, y no solo porque la mayor parte de los pasajeros lógicamente estemos en el exterior disfrutando del paisaje. A pesar de este aforo incompleto hubo un momento de lleno completo en la cafetería, parece que los humanos acudimos en manada a los mismos sitios: al exterior, al interior.


Pasamos por el volcán Puntiagudo (2.493 m), cuya forma se debe a la resistencia a la erosión de la roca volcánica de la que está compuesto. 





Pero no perdemos de vista al volcán Osorno. 




Continuamos el viaje plácidamente, entrando y saliendo de la embarcación, enfriando y calentando -lo mejor para pillar un buen constipado o gripazo-, a veces colocándonos a popa, en otras a proa. 




Durante el viaje ocurre un hecho, en realidad ocurre en dos ocasiones, en las que una pequeña barca se acerca al barco donde navegamos para recoger pasajeros, se trata de niños que vuelven de la escuela, y el único modo de llegar y volver es este. Bravo por los padres que velan por la educación de los hijos, y bravo por los hijos que aguantan este trajín diario (suponemos lo del colegio por llevar lo que nos parece un uniforme y mochilas). 





El deshielo en las montañas está comenzando y con él la aparición de cascadas en las laderas. 




Allí creíamos que estábamos fotografiando al volcán Tronador (3.491 m) pero al contrastar la información no parece ser este -no cuadra con la forma del volcán-, no miramos donde debíamos. Este volcán marca la frontera con Argentina. 




Al que sí parece que la cámara -y nuestros ojos- capturó fue al Cerro Techado, más bien la cima o techo que se veía. 




Tras dos horas de navegación tranquila con paisajes perfectos llegamos a destino, Peulla (mirar mapa de localización). 






Durante el viaje el guía ha realizado una labor de información de las actividades que podremos hacer en Peulla, y es el momento de apuntarse y pagar la elegida, que en nuestro caso será una pequeña aventura de canopy o tirolina. 
 
El viaje de vuelta por el lago ya no fue bajo este sol espléndido, las nubes nos arroparon durante todo el camino, pareciendo que el cielo iba a descargar de repente los dos días de tregua que nos había dado en la tierra de la lluvia.