17 de febrero de 2014

Chile - Frutillar - Museo Histórico Colonial Alemán



Corazón alemán 

Tras nuestro pequeño paseo por el lado oeste del lago Llanquihue, con cortas paradas en Puerto Octay y la península del Centinela llegamos a Frutillar (mirar mapa de localización), otra localidad junto al lago Llanquihue. Frutillar fue fundada en 1856 por colonos alemanes que recibe su nombre por una plantación de frutillas (fresas) y es uno de los pueblos con encanto a orillas del lago, y es que el lago por sí solo ya es un valor añadido. La ciudad se divide en Frutillar de Arriba y Frutillar de Abajo, nosotros visitaremos solamente el segundo. 


Apolo había parado en el Museo Histórico Colonial Alemán para conocer su horario antes de seguir camino hacia Puerto Octay porque es una de las visitas concertadas en la excursión y no quería que por no ser previsor nos pudiéramos quedar sin conocerlo. 




El museo fue construido con subvenciones alemanas y está administrado por la Universidad Austral. En el terreno se han construido cinco edificios según el estilo del periodo colonial, destinados a diferentes usos, en los que hay objetos de la vida cotidiana familiar y de uso agrícola, ganadero o laboral. Todo el proyecto ha tardado en realizarse más de diez años, siendo inaugurado con solo dos edificios en 1984.



No tienen folletos sobre el museo, con lo que hacemos una fotografía del mapa de la entrada para tener una guía del terreno, porque además Apolo nos dejará por libre, y no nos parece mal, así podremos llevar nuestro propio ritmo, parando o no donde queramos. Todos los caminos conducen a todos los sitios, pero hay una maraña de senderos, de modo que te puedes saltar alguno si no estás atento al mapa o como en mi caso si tienes un mal sentido de la orientación, menos mal que llevo mi GPS personal (marido) y mi cabezonería en buscar los sitios.


En el museo todos los edificios están en sintonía arquitectónica, hasta la tienda de artesanía, la taquilla de billetes y los baños; se ha intentado cuidar hasta el mínimo detalle. 


El primer edificio es el de un molino de agua, un galpón (construcción grande destinada a depósito de mercancías o maquinaria) de madera de dos pisos, en su interior cuentan la historia de la zona y de la colonización alemana. En el año 1845 se promulgó la Ley de la Colonización, bajo la presidencia de Manuel Bulnes; al comenzar la Primera Guerra Mundial  en Chile había 30.000 alemanes, 6.000 de los cuales se localizaban en la zona sur del país. 





Con la molienda de granos, especialmente de trigo, se obtenían productos como la harina, el afrecho (salvado) y el afrechillo, que constituían la base de la dieta alimenticia de los colonos, con los que elaboraban pan. Además con la cebada y la avena molidas se alimentaba al ganado. 




En el primer piso del molino hay una exposición de objetos de todo tipo y de todo uso de los pioneros alemanes, para adultos, para niños, de uso práctico o de uso lúdico. 





También hay fotografías de la época, con las que se entra en contacto de forma visual con la vida de los colonos, su vestimenta, su trabajo, sus casas...





En el segundo piso hay una exposición de fonógrafos, que son una auténtica maravilla, una preciosa colección. 





Hacia la derecha del molino se encuentra el edificio que recibe el nombre de campanario, una construcción según dicen de influencia española, pero yo no he visto ninguna en España de estas características (lo que no quiere decir que no lo sea, solo que no las he visto, y será que el término español es demasiado amplio). 





El campanario se utilizaba para echar al trote en círculo a los caballos y mulas para realizar la trilla o la cosecha de granos. En su interior se exhiben objetos de uso agrario o doméstico de los siglos XIX y principios del XX, de todos los tamaños y para todo tipo de material: prensadoras, trilladoras, etc., hasta un carricoche de los que eran tirados por caballo, un elemento que nos encanta y que nuestra mente enlaza con los amish






De nuevo también hay fotografías que muestran cómo era el trabajo en el campo, aunque supongo que no sería siempre con estas grandes sonrisas porque sería duro, pero había que posar para la fotografía. 




El terreno donde se localiza el museo y las construcciones es elevado, con lo que vamos hacia donde nuestros ojos se han encontrado en altura con uno de los edificios. 




Se trata de la recreación de la casa del herrero, a la que se puede llegar por el camino por el que hemos llegado nosotros o por otro, que parece que es el más idóneo ya que es allí donde se encuentra el panel explicativo; pero todos los senderos en este museo conducen a todas partes. No sé si en esta recreación se ha utilizado madera de alerce en el exterior, como las construcciones de antaño, o se trata de madera reciclada de alerce de otros edificios o de un sucedáneo que soporta igualmente bien la lluvia y las temperaturas extremas. 





Se accede al primer piso de la casa, donde se encuentra la cocina, con cantidad de detalles, todos ellos resultan muy coquetos, como la propia cocina, la plancha sobre ella, una estufa de hierro, un molinillo de café, un estante con compartimentos sobre la pared...es como una casa de muñecas al natural. 





Hacia el otro lado de la cocina se encuentra la salita y el comedor, de nuevo con todos los detalles para tener agradables veladas (aunque no todas serían agradables, pero aquí intentan reflejar esta sensación), donde no falta un piano y los detalles de las puntillas de ganchillo adornando los muebles. 




Se accede al segundo piso por una formidable escalera de madera. 




En este segundo piso se encuentran los dormitorios, donde las camas parecen estar dispuestas para ser utilizadas, y donde nos gustan la maleta ajada (si estas maletas hablaran, la cantidad de historias que podrían contar), el sombrerero, la estufa, el orinal, y el calentador de cama. 




Han cuidado el detalle al milímetro, como los visillos de ganchillo de las ventanas. 





En un costado de la casa se encuentra la herrería, donde el herrero trabajaba para el dueño del predio, y en su interior la fragua, el yunque y otros instrumentos. Con esto entendemos que la granja era propiedad de un terrateniente, y en ella había diferentes edificios destinados a las labores propias de la granja, aunque esto es sólo un ejemplo, porque no creo que todos los inmigrantes alemanes que llegaron tuvieran una gran capacidad económica, más bien esto se daría con el tiempo y el trabajo. 





Hacia arriba se encuentra la casona de campo, la casa del terrateniente. 





Es curioso, por lo menos a mi me lo me parece, que la fachada que da a Frutillar y al lago Llanquihue no es la principal, más parece que se trata del acceso a lo que hubiera podido ser un almacén o bodega, o incluso caballerizas. Las vistas desde este lado de la casa hacia el lago son más bonitas y el problema de la fachada deja de tener sentido, porque desde las ventanas de los pisos superiores y sus terrazas o galerías se verían de igual manera.Puede que se deba solo a una cuestión de la morfología del terreno y la menor obra posible.




La entrada principal da un jardín. Como la casa se encuentra en un terreno inclinado, al entrar por esta puerta el primer piso se encuentra elevado sobre el que suponemos almacén, y que nos saltamos la visita o no estaba abierto al público. 




En este primer piso se encuentra la cocina, y curiosamente nos gusta menos que la de la casa del herrero (para gustos los colores), que en teoría es más sencilla y de menor impoprtancia, aunque también está llena de detalles, como la porcelana sobre la mesa. 




Hay un amplio salón con un piano; el comedor; y una zona de costura, donde destacan las máquinas de coser, sobre todo la que tiene un águila imperial. 






Se puede salir a la galería cerrada de este piso, donde destaca un bonito juego de bolos en el suelo, y a un pequeño balcón. Es fácil imaginarse con un libro y un buen sillón en esta galería.






Accedemos al segundo piso por las escaleras en las que hay fotografías de colonos alemanes. En este piso se encuentran los dormitorios de la familia, donde en uno de ellos destaca un castillo de juguete, y en otro la cuna y un fonógrafo (¿menos tele y más música?). 






Por último, el espacioso baño, con una bonita bañera de hierro fundido con patas, un precioso juego de jofainas, un barreño de hierro o estaño (de aquellos en los que me bañaban en el patio de la casa de mis abuelos en el pueblo) y una preciosa toalla de hilo. 



Salimos al jardín, donde vemos uno de los grifos a manivela que se utilizaba en esta época para recoger agua (y es que había pozo pero no había grifos en las casas, todo a su debido tiempo, que en nuestra cómoda vida nos olvidamos de la vida no tan cómoda de nuestros antepasados). 




En los jardines, en un pequeño apartado, se ha reconstruido un cementerio familiar de los colonos, ya que el cementerio “oficial” se encontraba en Puerto Montt, pero los distintos credos religiosos, las inclemencias del tiempo, las grandes distancias y las difíciles circunstancias dieron lugar a la existencia de más de cien cementerios de este tipo, familiares, en la cuenca del Llanquihue, que solían estar cerca de la casa principal, en un terreno donde no estorbara a las labores agrícolas. Los ataúdes solían ser de madera de coigüe (los mismos por los que nos deslizamos en tirolina y eran enterrados a aproximadamente 1.30 m. 


No sé si las tumbas, es decir, la ornamentación sobre ellas, es una reconstrucción o se encontraron en este terreno o fueron trasladadas, con permiso supongo, de algún otro cementerio, pero parecían muy reales. 




Al fondo del jardín se puede ver un tractor, y es que no hay que olvidar que la finca era agrícola y ganadera. 




Continuamos el paseo por un sendero que sale desde la casona. 




Y por él llegamos al estanque de lotos, que supongo sería como una atracción en la época o sencillamente un toque actual, porque no le encuentro demasiado sentido a su existencia. 






Emprendemos el camino de vuelta, que es como pasear por un bosque preparado con caminos si te evades de las construcciones del museo. 




Paramos en el mirador, para tener vistas del lago Llanquihue y de Frutillar. Lástima que las nubes tapan la visión de los volcanes, que parecen no existir porque no hay ni rastro de ellos, pero al fondo del lago en un día sin nubes, y eso que por lo menos hemos tenido un día soleado con chubascos intermitentes, se podrían ver perfectamente, sobre todo el volcán Osorno




El único lugar al que no entramos, pero vimos perfectamente desde el mirador o desde el jardín de la casona, es al pequeño jardín tipo laberinto que hay a la entrada del museo. Entrar a este particular museo ha sido dar un paseo por la historia. 

Conocida más la historia de colonización y de sus colonizadores vamos a dar un pequeño paseo por Frutillar.