3 de marzo de 2014

España - Madrid - Restaurante Palacio de Cibeles

Toledo en el cielo madrileño

Con ocasión de una reunión familiar para conocer las nuevas obras de la artista de la familia en la 9ª Feria de Arte Contemporaneo, aprovechamos para comer (que cualquier excusa es válida para este cometido tan humano, y para nosotros siempre es un descubrimiento, una aventura, un viaje) y conocer el restaurante Palacio de Cibeles, situado por supuesto en el edificio homónimo, al que ya tuvimos la fortuna de visitar el año pasado para disfrutar de su mirador, y de paso realizar nuevas fotografías, porque el ojo humano y fotográfico siempre encuentra nuevos ángulos, nuevos rincones, nuevos detalles, o los mismos pero capturados de otra manera. 


El palacio acoge en sus diferentes plantas exposiciones de arte, muchas de arte yo las calificaría de vanguardistas (incluso estrafalarias o excesivamente raras, con lo que no todas son de mi agrado, pero es bueno conocer lo que se mueve en el mundo del arte y en la mente y manos de los artistas) bajo lo que denominan Centro Centro.

En el antiguo patio de operaciones del palacio una curiosa, simpática y vistosa obra/instalación de Kaarina Kaikkonen, Tocando el cielo, que provoca cantidad de posados y de fotografías desde diferente puntos de posición. 




En la tercera planta en cubículos abiertos de diferentes colores y con un banco se proyectan vídeos femeninos y feministas, no teníamos tiempo para verlos todos y no fuimos afortunados con la elección que hicimos, no nos convenció a ninguno. 

También en la tercera planta, una exposición premonitoria sobre la inmigración española a los Países Bajos, con mesas y sillas de la típica cerámica del país. 



Como vamos con tiempo, pasamos por la terraza que pertenece al grupo de restauración que gestiona el restaurante, donde por supuesto no hay sitios libros para tomarse una cerveza o una copa de vino, aunque tampoco teníamos tanto tiempo para ello. Sin lugar a dudas un lugar donde tomarse un aperitivo a mediodía o una copa por la noche, lástima que sólo ofrezcan bebidas, aunque supongo que de alguna forma es el gancho para que bebiendo te dé hambre y pases al restaurante. Lo mejor, las vistas que se tienen sin subir al mirador, aunque la consumición será más cara que la entrada al mismo. 





La cocina está a cargo del chef  toledano Adolfo Muñoz, que regenta el restaurante Adolfo en Toledo, que es considerado un referente en esta ciudad. Por su supuesto su cocina es tradicional con un punto moderno. En octubre de 2013 fue galardonado con el Premio Nacional de Hostelería por la Federación Española de Hostelería, premiando sus más de 45 años trabajando y creando. 



Nos ofrecen un aperitivo compuesto de: crema de carabineros (de sabor inmensamente fuerte a carabinero concentrado, con lo que si no eres amante del marisco te será difícil tomarlo, pero si eres medianamente apasionado será un gusto o un placer; en mi caso un vaso pequeño sí, una taza o plato y sería demasiado carabinero, para eso me los tomo a la plancha y disfruto más); un boquerón con cebolla caramelizada (a mí me sabía a manzana por la dulzura y acidez), que estaba buenísimo (de esto sí me pido un plato entero, o dos), que creo recordar que hace más de diez años tuve la oportunidad y el placer de tomarlos en su restaurante toledano; y un taco de salmón (puro solomillo marino -si no es de piscifactoría, claro-), una auténtica delicia. 


Para compartir, un clásico que a todos gusta: jamón ibérico puro de bellota, acompañado de pan de cristal con tomate. No quedó ni la grasa en el plato de jamón ni las migas en el de pan. Un homenaje a un dedo de una bellísima persona (mi prima postiza) con todo cariño, ya que quería ser protagonista en este pequeño blog como lo fue el dedo de su marido sin quererlo en el restaurante Coque



Compartimos también unas verduritas del huerto de Toledo y mojo manchego, que por supuesto fue una ración escasa para compartir entre seis, aunque con ello ya contábamos. El fallo fue no hacer la foto a la fuente donde venía presentado, ya que fuimos servidos los comensales, con mejor fortuna o cantidad, y el resultado en el plato es más pobre (y sucio como se puede ver). Muy ricas, tiernas y crujientes las verduras, entre las que había calabacín, lombarda, coliflor, zanahoria... y unos pequeños rabanitos que estaban muy ricos.


Para cada comensal un hígado de pato con pan de especias, para la mayoría de los comensales un delicatessen, y aunque lo intento casi continuamente con este alimento porque para los chefs es uno de sus ingredientes estrella sigo sin encontrarme con su sabor y sobre todo con su textura, así que uno de los comensales tuvo ración extra de hígado, y con ello ración extra de minerales, vitaminas y grasas. Podría haber no pedido este plato pero voy buscando los encuentros con mis desencuentros, y en ocasiones los tengo, así que había que arriesgar.


De segundo cada uno eligió su plato. 

Para dos comensales, lechón, su crujiente y plátano de Canarias, un comensal se quedó sin parte de su crujiente por acudir a la llamada de la naturaleza y nosotros permitir que se llevaran el plato sin consultar (espero que nos lo perdone). El toque de plátano parece que a pesar de su sorpresa no quedaba mal, y es que habrá que valorarle más como acompañamiento, como nosotros descubrimos en el restaurante Ametsa acompañado de chorizo.


Perdiz de Toledo, dos texturas, dos vinos, que aunque fue pedido sin gran convencimiento el resultado fue satisfactorio. 


Para otros dos comensales, la del dedo bloguero y la bloguera que escribe, paletilla de cordero con pisto manchego. Muy rica, tierna, sabrosa y sobre todo deshuesada la paletilla, un placer no tener que luchar con los cubiertos para sacar la carne (prohibido el uso de manos y dedos en este tipo de restaurante, aunque el cliente siempre tenga la razón e incluso el derecho, pero también hay que mantener el respeto a los demás comensales que no sean familiares y al servicio). El pisto rico, pero una "pistera" como yo prefiere el clásico de tropezones pequeños y montar en pan. 


Para el arrocero de la familia, un arroz con perdiz, y es que La Mancha es sinónimo de caza de perdices, codornices, liebres, y esta afición se tiene que sentir en su cocina. Yo realicé una pequeña cata y tenía un estupendo sabor el arroz. 


Para finalizar postres para cuatro, dos de ellos para los que realizan este blog, pseudo-escritora y fotógrafo, ya que se escribe y se fotografía que sea con conocimiento de causa y lo más completo posible. Uno de los postres era una tarta de delicia de mazapán, que se quedó sin fotografía porque al final de las comidas siempre hay más descontrol, más disfrute, más relajación, más conversación, más vino consumido...

Tres chocolates, tres texturas, que sólo hacía falta ver la cara del comensal, su disfrute de niño pequeño para saber que era un placer de dioses... o de niños. Mousse, bizcocho tipo brownie y helado.


Soufflé de chocolate y helado, que curiosamente no tuve que pedir al comienzo de la comida como suele ocurrir, porque como también se pidió una tarta de manzana fina que también lleva su tiempo al ser elaborada al momento, ya que esperábamos que fuera por varias razones (como con la tarta de mazapán tampoco hay fotografía). El soufflé maravilloso, esponjoso y con su chocolate líquido interno que se derrama en el plato y al que quisieras apurar con el dedo. 


Finalizada la comida nos dejan entrar en una pequeña terraza del restaurante, a la que se llega pasando por una mesa en un lugar más privado, más privado si no hay tráfico de comensales a la terraza, cuyo paso supongo que no sería posible si estuviera ocupada. 


Esta mesa y su terraza sería un buen lugar para una celebración especial si el paso es restringido, una buena cena con una copa para finalizar con vistas a la plaza tiene un encanto en conjunto muy especial. 



La comida estuvo bien, no es un restaurante al que volveríamos con asiduidad como nos ocurre con otros (y no tienen porque ser con estrellas y premios), pero no haber quedado decepcionados, hay veces que no hay razones específicas sino una sensación final. El precio es ajustado (que no quiere decir económico, sino ajustado a calidad, lugar y chef), porque al tomar dos botellas de vino sabemos que este se incrementa en la mayoría de las ocasiones con una progresión más geométrica que aritmética.