23 de marzo de 2014

Chile - Puerto Natales - Restaurante Afrigonia



Un toque de África en Patagonia

Casi agotados y extenuados, volvemos de la increíble excursión en la que hemos conocido al milodón y hemos entrado al Parque Nacional Torres del Paine, disfrutando con sus torres, cuernos, glaciares colgantes o los glaciares más típicos y conocidos, los que yo he llamado flotantes. El cansancio no es por un exceso de actividad realizada, ya que casi todo el desplazamiento ha sido en la minivan, pero el madrugón, el frío, y el último paseo por el glaciar Grey han hecho mella en nuestros cuerpos. 
Pero al ver que esta noche no sopla el viento como ayer a nuestra llegada, decidimos que saldremos a dar una vuelta por la ciudad y por lo menos conocer algo más de ella que la visión a través de las ventanas de un autobús o una minivan. Tras una ducha reparadora y necesaria -esa bañera de nuestra habitación y yo tendremos que esperar nuestro encuentro-, y de paso mirar si nos convence algún lugar para cenar. 


Puerto Natales es la capital de la provincia Última Esperanza, que antaño fue un modesto puerto de pescadores en el seno, pero que en la actualidad está más volcada en otras empresas, como la turística. Cuenta con 20.000 habitantes, dato que realmente nos sorprende, no nos pareció ser tan grande ni que albergara tantos ciudadanos. 


Caminamos por la calle Eberhard, y en la perpendicular calle Barros Arana, encontramos el lugar ideal para tomar un chocolate caliente con tartas o pasteles o dulces en general, pero nosotros queremos una buena cena y si hay hueco o ganas después, una buena ración de azúcar.




Pasamos frente a la sede del Club Deportivo Puerto Natales, que fue fundado el 1 de agosto de 1917 y que a primera vista sinceramente nos parece otro tipo de "club". 




Más adelante se encuentra el edificio que alberga la Municipalidad




Frente a ella se sitúa la plaza de Armas, que está siendo sometida a una restructuración y está en obras, con lo que entre estas obras y la oscuridad de la noche no vemos mucho de ella, aparte de un busto dedicado a Arturo Prat


A continuación se alza la parroquia María Auxiliadora, construida por los salesianos en 1930 con una torre de 30 m de altura, lo que la convierte en el edificio más alto de la ciudad. Entramos en ella ya que tenía sus puertas abiertas, siendo muy austera en su decoración (no lo escribo como nota negativa, sino como adjetivo comparativo). 




Una alternativa para cenar sería este restaurante donde sirven pizzas al horno de leña, que a mí se me hace la boca agua; además para sentarse hay una mesa grande para compartir conversación con los comensales. 




Otra alternativa es tener una cena auténticamente magallánica, con cordero asado al palo, que tampoco me disgusta (creo que esa noche llevaba los colmillos afilados y la comida en los talones). Menos mal que no fue la opción elegida, y no lo digo por la calidad de la comida, que desconozco, sino porque al día siguiente comimos en una estancia un completa variedad de asado al palo.




En este corto paseo vemos una tienda con un cartel curioso, al menos  extraño e intrigante, que no se a qué se refiere especialmente, aunque creo que es lo que es, ropa USA. 





Es curioso que cuando paseas por la ciudad con luz, por las tardes, con luz natural, estas calles estaban llenas de gente y ahora no se ve un alma por ellas, y eso que el tiempo aunque frío no era desapacible. 

No caminamos mucho más, la calle Eberhard y algo de la calle Manuel Bulnes, pero finalmente bajamos de nuevo por la primera para llegar al restaurante elegido, que nos llamó la atención por su supuesta fusión de cocina, Afrigonia. Somos los primeros comensales en llegar y nos planteamos la duda si habremos acertado en nuestra valentía, pero poco a poco irán llegando más comensales, algunos de los cuales parecían estar más seguros que nosotros de dónde habían ido. 




El local que ocupa había sido una oficina bancaria, y como recuerdo de ello han dejado la caja fuerte como un elemento decorativo más. 


Al ser los primeros en entrar al restaurante tenemos la suerte de poder elegir mesa, y lo hacemos al lado de la ventana, además así ejercemos de reclamo turístico para posibles clientes. Los servilleteros son el primer guiño africano. 





Como estamos en temporada baja no tienen todos los platos de la carta, pero aún así hay una amplia variedad para elegir. De momento, el vino, seguimos con la cata de uva carménère, un Emiliana, de Bodegas Emiliana, del Valle Central, que no resultó lo rico que esperábamos al ser un Reserva, pero que nos lo bebimos sin dejar gota (Santa Rita había puesto el listón muy alto en nuestros paladares y en todas las comparaciones salía siempre ganador). 




De aperitivo nos sirven unos garbanzos fritos, (cocidos y luego fritos, por lo que no son tan duros como lo que conocemos en España como torraos, garbanzos tostados) y una salsa de chancho en piedra (una variedad del rico pebre). 





Pedimos tres platos para compartir. De primero, un Austral King, con tres tipos diferentes de preparación de la famosa centolla austral: centolla envuelta en salmón ahumado; mousse de centolla; y centolla al gratén. ¡Por fin la centolla!, a cada cual más rica, aunque la del gratén fue la que más nos convenció. Recordamos con nostalgia, como si hubiera sido hace años y realmente fue hace unas dos semanas, aquel maravilloso filete altiplánico de Isla de Pascua.




De segundo, Mchuzi, camarones salteados con mantequilla, ají, cilantro y vino blanco. Ricos con normalidad. 




Por último un Filete silvestre, filete con salsa de callampas (champiñones). Para no variar, estupenda la carne, tierna, jugosa y de gran sabor, acompañada por una típica salsa de champiñones que casi nunca defrauda por poco bien que se elabore. Si bien los entrantes para compartir podían resultar escasos, al ver el tamaño de la carne me alegro de no haber pedido dos segundos platos, y mi partenaire también se alegró de que no le hincara el diente a mi ración de carne completa.


Quedaba un hueco en el estómago, no muy grande en mi caso, para compartir un postre; El dúo, panacotta de porotos negros (frijoles o alubias) y helado de maracuyá


Terminada la cena emprendemos el camino directo al hotel, nada de desvíos, la noche era oscura y lo que teníamos eran ganas de descansar y reposar la buena cena. 

Un mapa de la ciudad de Puerto Natales:


Fuente: moon.com