13 de junio de 2014

Irlanda - Breve historia



Éire, la isla esmeralda

Antes de comenzar a desgranar nuestra siguiente visita, en este caso a Dublín, como ya es costumbre en este blog, nos daremos un paseo por la historia del país, así cuando nos encontremos con nombres de personajes irlandeses ya los habremos conocido, a ellos y a sus hechos. Para no pasar de puntillas por el conflicto de la independencia irlandesa esta entrada quedará bastante extensa.   

Los primeros habitantes de Irlanda llegaron a la isla hace unos 10.000 años, seguramente desde Escocia, cuando las islas británicas todavía estaban unidas al continente. Cuando la subida de las aguas separó las dos islas principales, pequeños grupos de cazadores y recolectores vivieron en la boscosa Irlanda, principalmente en las desembocaduras de los ríos y alrededor de los lagos.

La Edad de Hierro llegó de la mano de los celtas, el pueblo que más contribuyó a forjar la identidad nacional. Provenientes de Europa Central, probablemente comenzaron a llegar hacia el 500 a.C., y cuatro siglos más tarde su lengua, costumbres y tradiciones eran ya las dominantes en la isla.

Los primeros misioneros llegaron a Irlanda entre los siglos III y IV, bastante antes de la llegada de San Patricio, que tradicionalmente se ha llevado el mérito de cristianizar a los irlandeses. La caída del Imperio Romano llevó el caos a Europa, pero Irlanda disfruto de una relativa estabilidad religiosa y cultural gracias al auge de los monasterios.

La historia de Dublín comienza con los vikingos, que llevaban cien años saqueando a los monasterios irlandeses. En el siglo IX se establecieron en el punto de encuentro de los ríos Liffey y Poddle, conocido por los irlandeses como Dubh Linn (pozo negro), convirtiéndose en un activo puerto y comercial.

Durante el siglo X los vikingos ya estaban firmemente establecidos en la isla y eran una fuerza con la que contar en todo el país excepto en Ulster, donde los O'Neill impidieron su asentamiento. Los vikingos, reconvertidos a mercaderes, se establecieron principalmente en la desembocadura de los ríos, creando los embriones de las futuras ciudades irlandesas, como Dublín, Cork, Limerick, Waterford o Wexford. La llegada del milenio marcó el fin de la importancia viginga en la isla, y en los años 999 y 1002 fueron derrotados por el rey de Munster, Brian Boru, que fue proclamado rey de Irlanda. En 1014 los vikingos fueron derrotados nuevamente en la batalla de Clontarf. Muchos vikingos permanecieron en la isla, pero su poderío militar se aniquiló, y fueron rápidamente asimilados por la sociedad local.

La implicación inglesa en la isla comenzó cuando el rey de Leinster, Diarmuid McMurrough, acudió en busca de ayuda extranjera para recuperar su trono, del que había sido despojado por el rey de Connaugh, y de paso imponer su supremacía en el resto de la isla. Uno de los súbditos de Enrique II de Inglaterra, Richard de Clare, más conocido como Strongbow, aceptó ayudar a McMurrough a recuperar su trono; a cambio, se casaría con Aoife, su hija, y a su muerte le sucedería como rey. La campaña militar fue corta y victoriosa, y la nueva élite normanda pronto asumió el control del país. De hecho, lo hizo tan rápidamente que Enrique II, que había sido reconocido por el papa Adriano IV como soberano de Irlanda, empezó a preocuparse por la autonomía mostrada por Strongbow, y viajó a Irlanda para ser reconocido como rey tanto por los jefes gaélicos como por los nuevos señores normandos.

Durante el reinado de Isabel I (1558-1603), Inglaterra consolidó su poder en la isla y comenzó a saquearla. Sus bosques fueron talados para construir barcos (hasta el punto de que aún hoy es el país europeo con menos superficie arbolada, apenas un 6 por ciento del total). Grandes extensiones de tierra fueron confiscadas y entregadas a los colonos ingleses, las llamadas "plantaciones", en un intento de acabar con las costumbres y usos de la sociedad irlandesa. A pesar de un par de rebeliones menores en Munster, fácilmente sofocadas, la política de la reina Isabel dio sus frutos: tras el desastre de la Armada Invencible de España en el que varios barcos naufragaron frente a las costas de Irlanda, los supervivientes que lograron alcanzar la costa fueron, en su mayor parte, masacrados por los locales. Sin embargo, el difícil terreno del norte de Irlanda y la determinación y habilidad de sus líderes fueron la china en el zapato inglés.

Durante la guerra civil inglesa (dos intervalos de tiempo entre 1642 y 1651), irlandeses y anglonormandos católicos se aliaron en la llamada confederación de Kilkenny para apoyar al rey Carlos I en contra del Parlamento protestante inglés. Tras la decapitación del rey, el líder del Parlamento, Oliver Cromwell, decidió acabar de una vez por todas con los deseos irlandeses de independencia.

En 1649 desembarcó en Dublín con un ejército de 12.000 hombres y empezó la campaña de destrucción más salvaje y sistemática que jamás ha vivido la isla. Los habitantes de las ciudades que ofrecían la mínima resistencia eran pasados por las armas. Dos años después, Cromwell había acabado con la quinta parte de los católicos del país. Huérfanos y desposeídos fueron vendidos como esclavos y enviados a las colonias inglesas de ultramar. Más de 2 millones de ha (la cuarta parte de la isla), por supuesto las más fértiles, fueron confiscadas a sus dueños y entregadas a los soldados como pago por sus servicios. Las personas declaradas "transparentables" recibieron órdenes de emigrar al oeste del Shannon durante el año siguiente o serían ejecutados. El éxodo duró meses y el daño que provocó aún se recuerda en Irlanda.

El siglo XVIII vio como una nueva generación de protestantes llegaba al poder en la segunda mitad de siglo, pero esta vez algo era distinto: muchos de ellos se consideraban irlandeses.

En aquella época existía un Parlamento en Dublín, aunque todas sus decisiones debían ser ratificadas por el Parlamento y el rey inglés. Los protestantes irlandeses no se sentían bien representados en Londres, y muchos de ellos formaron un partido "patriota", que perseguía una cierta independencia de Inglaterra. Su líder era Henry Grattan.

Cuando estalló la guerra de Independencia americana, la negativa de los rebeldes a pagar impuestos sin contar con representación en el Parlamento halló eco en Dublín. Los ingleses, ocupados en América, no podían mantener una fuerte presencia militar en la isla y dieron al Parlamento irlandés pleno poder legislativo. Fue conocido como el Parlamento de Grattan.

El fracaso de los medios pacíficos hizo que una sociedad secreta conocida como los United Irishmen buscara apoyo exterior para conseguir la independencia. El grupo lo fundaron presbiterianos del Ulster pero, en sintonía con los ideales de la Revolución Francesa, sus ideales de igualdad atrajeros a un gran número de católicos. Su líder era el abogado protestante Wolfe Tone, que pidió y obtuvo el apoyo de Francia para la causa de la independencia. Tras varios intentos de invasión, en 1798 el descontento entre la población era tan grande que estalló un levantamiento mucho antes de que los franceses llegaran, y la rebelión fue suprimida con la crueldad habitual. Wolfe Tone fue capturado (se suicidó para ahorrarse la humillación de ser ahorcado por los ingleses), y excepto por un simbólico intento de rebelión llevado a cabo por Robert Emmet en 1803, no se volvieron a producir levantamientos armados hasta el siglo XX.

La figura de Daniel O'Connell dominaría la escena de la política irlandesa durante la primera mitad del siglo XIX. El considerado "liberador" de Irlanda nació en Kerry en 1785, en el seno de una adinerada familia católica. Puesto que los católicos no podían acceder a las universidades inglesas, el joven O'Connell estudió en Francia, donde observó de primera mano los efectos de la Revolución Francesa. 

Su pacifismo le hizo rechazar la insurrección de Robert Emmet en 1803, y durante un tiempo aparcó la política y se dedicó, con gran éxito, a su carrera de abogado, pero no tardó mucho en volver a ella. En 1823 fundó la Catholic Association, con el objetivo de lograr la emancipación de los católicos irlandeses usando todos los medios legales posibles. La Iglesia católica canalizó el apoyo popular a través de los púlpitos. Con el dinero conseguido por la asociación a través de suscripciones, en 1829 O'Connell desafió al poder inglés al presentarse a las elecciones por el condado de Clare, y ganarlas, aunque al ser católico no podía ocupar su asiento. Temiendo una nueva insurrección, el Gobierno inglés aprobó la Catholic Emancipation Act, que otorgó a los católicos (a los católicos ricos) derechos de voto y poder ser elegidos como diputados (MPs, Member of the Parliament) y que permitió a O'Connell ser el primer católico de la era moderna que se sentó en la Cámara de los Comunes.

Logrado el objetivo central, el siguiente pasó a ser conseguir la separación legal de Gran Bretaña. Los diputados irlandeses trataron de conseguir la abolición de la Union Act, que unía políticamente a las dos islas, como primer paso para restituir el Parlamento irlandés, que, con los católicos autorizados a votar, sería muy distinto del antiguo órgano dominado por los ingleses.

En aquellos momentos, su popularidad era tal que O’Connell fue elegido alcalde de Dublín (hay que recordar que entonces era mayoritariamente protestante y él era católico -la fe y su problemática absurda-). Para 1843, la capacidad de movilización de O'Connell y sus aliados era enorme; sus monster meetings atraían a cientos de miles de personas, y la naturaleza pacífica de su movimiento "no hay cambio político por el que merezca la pena derramar una sola gota de sangre" atrajo simpatías por todo el mundo.

El Gobierno inglés, asustado del cariz que tomaban las cosas, prohibió uno de los mitines organizados por O'Connell, que se iba a celebrar en Clontarf, lugar de la histórica victoria de Brian Boru sobre los vikingos. La muchedumbre llevaba días acudiendo a la zona, pero O'Connell, temiendo un baño de sangre, suspendió el acto. Poco después fue arrestado y acusado de sedición, aunque la Cámara de los Lores rechazó los cargos contra él y fue puesto en libertad.

Deprimido y enfermo, en 1847 dejó Irlanda y se fue a Roma, donde murió cuatro meses después. Su tumba, como la de muchos patriotas irlandeses, se encuentra en el cementerio de Glasnevin.

El suceso que ha marcado la historia reciente de Irlanda fue la hambura, The Famine, sin duda la mayor catástrofe jamás sufrida por Irlanda. Las clases bajas, en su gran mayoría campesinos que arrendaba tierra del cacique local (tenants), dependían casi por completo de la patata para su supervivencia. Entre los años 1845 a 1849 fallaron todas las cosechas y las consecuencias fueron terribles: más de un millón de personas murieron de hambre o enfermedad, y un número aún más elevado se vio forzado a emigrar. La población se redujo de 8 millones y medio a menos de 6 millones en una década.

Tal vez lo peor de la situación es que nunca hubo escasez de comida en la isla, sino al contrario, Irlanda continuaba exportando carne y otros cereales, que eran demasiado caros para los pobres. Mientras cientos de miles de personas dependían de la caridad para vivir, gran parte de los propietarios ingleses (muchos de ellos vivían en Gran  Bretaña y no tenían ningún contacto con la realidad irlandesa) hacían oídos sordos a su sufrimiento y exigían alquileres completamente imposibles de pagar, que normalmente acababan en desahucio (evictions).

En marzo de 1849 unas 600 personas caminaron los 18 km que separan Louisburgh de Delphi con la esperanza de que el noble local les diese comida o trabajo. No consiguieron ninguna de las dos cosas, y desesperanzados dieron media vuelta. En el viaje de regreso más de 400 de ellos murieron de hambre y frío en el valle de Doolough, en una de las mayores tragedias de la historia de Irlanda. Cada año desde 1988, una organización humanitaria irlandesa, AFRL, organiza una marcha en recuerdo de los millones de personas que han de desplazarse en busca de comida o refugio.

La completa indiferencia del Gobierno inglés ante la situación (Irlanda era legalmente parte del Reino Unido) creó un enorme resentimiento en el pueblo irlandés, y que llevaron a los países donde conseguían emigrar, dando con ello a conocer la lucha irlandesa en el resto del mundo. En Estados Unidos, tal vez por ser una ex colonia inglesa, las simpatías por la causa irlandesa fueron (todavía son; JFK era de origen irlandés) especialmente fuertes. Dinero procedente del extranjero, fundamentalmente Estados Unidos, ayudó a financiar organizaciones nacionalistas de corte violento, cuyo exponente más destacado fueron los Fenians.

La conexión americana continúo con la figura de Charles Stuart Parnell, protestante, natural de Wicklow, cuya madre era estadounidense y cuyo abuelo había luchado contra los ingleses en América. Parnell creía que el modelo americano era perfectamente aplicable a Irlanda, y por tanto la independencia era la única forma de garantizar el proceso económico de la isla. Fue elegido miembro de Westminster en 1875 y se dedicó a reclamar una ley que hiciera posible un moderado autogobierno (Home Rule).

Al mismo tiempo, Parnell se dedicó a intentar mejorar la situación de los tenants, otra vez al borde del abismo a consecuencia de otra cosecha fallida. Para ello se alió con un Fenian, Michael Davitt, y entre los dos crearon la Land League, que organizó a los campesinos y comenzaron a exigir rentas más realistas y mejores condiciones de trabajo. Las tácticas usadas fueron realmente efectivas, y una de ellas ha pasado a la historia: el boicot. Los landlords o sus empleados que se negaban a aceptar las demandas de la Land League fueron tratados como apestados por la población local. Una de sus primeras víctimas fue el capitán Boycott, que además de sufrir la nueva táctica la bautizó con su nombre.

La elección de Gladstone como Primer Ministro inglés hizo que se aprobara una ley que mejoró enormemente las condiciones de vida de los tenants. Gladstone dependía de los votos de Parnell en Londres, y cuando parecía que la ansiada Home Rule estaba a punto de conseguirse, el asesinato de dos altos funcionarios británicos en Dublín provocó un cambio de actitud en Inglaterra, y la propuesta fue rechazada.

El fin de Parnell fue en 1890, al descubrirse su relación con la mujer de un miembro del partido. La Iglesia católica se volvió contra él, y las masas le dieron la espalda. Poco después murió, con tan sólo 45 años.

Durante estos años, la parte este del Ulster, la única que experimentó la Revolución Industrial, era sin duda la más rica de la isla, y a los protestantes de la provincia les iban bien las cosas, cualquier mención de Home Rule les daba pavor, ya que veían en ella la mano de la Iglesia católica para dominar el país. Fue entonces cuando se fundó el Partido Unionista, que no dejó de perseverar en su empeño de preservar la unión con Gran Bretaña a cualquier coste.

En 1911 el Gobierno del liberal Ashquith declaró su intención de aprobar una Home Rule para Irlanda, provocando la ira de los unionistas, que bajo el liderazgo del abogado dublinés Edward Carson amenazaron con formar su propio Parlamento si la Home Rule entraba en vigor, formando la paramilitar Ulster Volunteer Force (UVF) para defender la unión con Gran Bretaña. Líderes republicanos (entre los que se incluían protestantes del Ulster partidiarios de la independencia) crearon, en respuesta, los Irish Volunteers, si bien éstos carecían de la organización y los medios de la milicia protestante, que contaba con la aquiescencia de las autoridades y gozaba de un amplio apoyo en los oficiales del ejército británico en Irlanda, además de estar fuertemente armada. 
Un cargamento de armas alemanas llegó a Larne en 1914 y fueron rápidamente distribuidas entre los miembros de la UVF. El país estaba al borde de la guerra civil, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial retrasó la entrada en vigor de la Home Rule y los líderes republicanos se dividieron. La mayoría, apoyaban a Inglaterra, y muchos de los Irish Volunteers se alistaron en el ejército británico con la esperanza de que al final de la guerra la Home Rule pudiera aplicarse finalmente. Otros, con Eoin McNeill como líder, desconfiaban de las intenciones inglesas y prefirieron esperar acontecimientos. Un pequeño grupo se organizaron en la secreta Irish Republican Brotherhood (que poco después se transformaría en el Irish Republican Army, el IRA). Ellos fueron los que organizaron la rebelión de 1916, The Easter Rising.

Edward Carson nació en 1854 en Dublín, en el seno de una familia protestante de clase media, y tras estudiar Derecho en el Trinity College llegó a ser uno de los abogados más prestigiosos de su generación. Sus grandes dotes de orador le llevaron hasta el Parlamento inglés en 1892, y fue nombrado Solicitor General (equivalente a fiscal general del Estado) de Irlanda el mismo año, y de Inglaterra en 1900. Como abogado siempre estuvo en el lado más conservador de la ley, persiguió legalmente a quienes se negaban a pagar los alquileres, y fue el máximo responsable de la condena a Oscar Wilde en 1895.

A principios del siglo XX, Carson era uno de los políticos más prestigiosos del Reino Unido, y parecía que se encaminaba a ser el nuevo líder del partido conservador británico hasta que su profundo rechazo a la idea de una Irlanda separada del Reino Unido le hizo aceptar el liderazgo del Partido Unionista del Ulster, una tierra que apenas conocía y que apenas llegó a conocer.

La UVF rápidamente se convirtió en un ejército privado al servicio de los unionistas, en especial tras el desembarco de armas en Larne. La fuerza de esta organización fue usada como moneda de cambio en las conversaciones entre Carson y el Gobierno inglés, que en 1912 había aprobado la Home Rule para toda la isla, aunque nunca se llegó a ejecutar.

Carson estaba convencido que sin las industrias del norte, Irlanda no podría sobrevivir, y creía que manteniendo el norte separado podía impedir la independencia de Irlanda. Sin embargo, tras darse cuenta de que era inevitable, aceptó la idea de la división del país. Para entonces la isla estaba al borde de la guerra civil.

El lunes de Pascua de 1916 un pequeño grupo de nacionalistas tomó varios edificios en el centro de Dublín y establecieron su cuartel general en el edificio de la General Post Office en O'Connell St, desde el cual, Padraig Pearse anunció el nacimiento de la República a los sorprendidos dublineses. Además de Pearse, entre los líderes de los sublevados figuraban James Connolly, la condesa Markievicz y Eamon de Valera. Seguramente todos ellos sabían que no tenían la más mínima oportunidad de éxito, pero tenían la esperanza de que su sacrificio sirviera como ejemplo a los irlandeses, por aquel entonces mucho más preocupados por la guerra en el continente que por la independencia de Irlanda.

Ni las autoridades, ni la población, y ni siquiera Eoin McNeill, líder de los Irish Volunteers estaban al tanto del ataque. Mc Neill se enteró a última hora e intentó paralizarlo para evitar un inútil derramamiento de sangre. Los acontecimientos le dieron la razón: los rebeldes aguantaron únicamente cinco días, tras los cuales fueron capturados y tuvieron que ser protegidos de las iras de la población de Dublín, que los responsabilizaba de los terribles daños que había sufrido la capital durante la batalla.

Irónicamente fueron la intransigencia y crueldad inglesa las que provocaron la conversión de la sociedad irlandesa al independentismo: 15 de los líderes de la revuelta fueron fusilados en Kilmainham Gaol (James Connelly tuvo que ser atado a una silla ya que no podía sostenerse en pie a causa de una herida en la pierna), y se convirtieron en mártires. El sacrificio de sangre, como habían creído los líderes de la revuelta, no fue en vano, porque la población no tardó en abrazar el ideario nacionalista.

Sinn Feinn ganó la mayoría de los asientos irlandeses en las elecciones de 1918, y sus diputados ignoraron a Westminster, para donde supuestamente habían sido elegidos, y constituyeron en Dublín el Dáil Eiréann (Parlamento irlandés) y comenzó a actuar como Gobierno del país, con Eamon de Valera como Primer Ministro y Michael Collins como Ministro de Finanzas, aunque en realidad era el cerebro en la sombra de la campaña militar del Ira. Poco después, el asesinato de dos policías británicos pertenecientes a la Royal Irish Constabulary (RIC) en Tippery marcó el comienzo de la guerra anglo-irlandesa, que no fue una guerra abierta sino más bien un constante goteo de violencia extendido por todo el país.

Los problemas para reclutar voluntarios fuera del Ulster hicieron que el Gobierno inglés enviara a Irlanda veteranos de la reciente guerra mundial, que fueron conocidos como los Black and Tans, cuyos salvajes métodos contribuyeron todavía más a exacerbar el sentimiento nacionalista de los irlandeses y a aumentar el apoyo al IRA.

Tras dos años de conflicto se declaró una tregua y dieron comienzo las negociaciones para intentar hallar una solución al problema, que se prolongaron durante varios meses y dieron como resultado la firma del tratado anglo-irlandés en diciembre de 1921. El documento, basado en una ley elaborada por Westminster el año anterior, consagraba la particición de la isla, creando dos Parlamentos distintos (nominalmente bajo la autoridad de la Corona inglesa, a la que los miembros debían prestar un juramento de lealtad). Los 26 condados del sur conseguían su independencia, pero no como república sino como un estado libre dentro de la Commonwealth Británica, conocida como Irish Free State.

El tratado dividió profundamente al nacionalismo irlandés; Michael Collins y Arthur Griffith, que habían conducido las negociaciones, consideraron que era el mejor resultado al que se podía aspirar, y que cualquier otra opción incluía una guerra que el IRA no podía ganar. La cuestión del juramento a la Corona inglesa era contemplada por ellos como algo simbólico, sin importancia real, y creían que el norte era demasiado pequeño para ser económicamente viable y acabaría integrándose en el Irish Free State.

Por otro lado, De Valera y la facción más radical del nacionalismo no veían nada de simbólico en el juramento y pensaban que se habían hecho demasiadas concesiones a los ingleses. Tras semanas de intenso debate, el Dáil aprobó el tratado en enero de 1922. Las elecciones en junio de ese mismo año dieron la victoria a los partidarios del acuerdo. Dos semanas después estalló la guerra civil entre los antiguos compañeros de armas. El recién elegido presidente William Cosgrave mandó ejecutar a 77 de sus antiguos correligionarios. De Valera fue encarcelado; Collins y Griffith, asesinados. A pesar de que el conflicto no fue una guerra propiamente dicha, puso al país de rodillas económicamente.

Después de la guerra comenzó la tarea de construcción del estado irlandés. De Valera creó su propio partido con el mitológico nombre de Fianna Fail (guerreros del destino), que llegó al poder en las elecciones de 1932 y gobernó durante los siguientes 16 años, en los que poco a poco fue cortando todos los lazos que unían al estado con Gran Bretaña. En 1938 se aprobó la nueva constitución, se abolió el polémico juramento, se reclamaron los seis condados como parte integral de Irlanda y se dio especial preeminencia a la Iglesia católica. El país permaneció oficialmente neutral durante la Segunda Guerra Mundial, aunque de hecho prestó considerable ayuda a los aliados. La República de Irlanda fue oficialmente proclamada en 1949, y fue admitida en la ONU en 1955.

Los progresos políticos de esos años no estuvieron acompañados de progreso económico. La recesión de los años 30 golpeó a Irlanda con especial dureza, especialmente por la guerra comercial con Gran Bretaña provocada por De Valera. La emigración volvió a dispararse tras la guerra, fundamentalmente al Reino Unido (ironías del destino, la historia y las necesidades), necesitada de mano de obra para reconstruir el país. La sangría no se detuvo hasta la década de los 60, tras la llegada al poder de Sean Lemmas, cuando por primera vez en más de un siglo la población comenzó a aumentar, y el desempleo bajó una tercera parte, lo que hizo posible la entrada del país en la entonces CEE en 1972, junto al Reino Unido y Dinamarca.

Irlanda del Norte nació como consecuencia del rechazo de los unionistas a integrarse en un estado irlandés mayoritariamente católico, como demuestra el hecho de que sólo seis de los nueve condados del Ulster pasaron a formar parte de la nueva entidad. Únicamente así una mayoría protestante estaba garantizada. Los distritos electorales fueron alterados para asegurar mayorías protestantes incluso en áreas católicas, en un proceso conocido como gerrymandering. Se creó un nuevo cuerpo policial (RUC, Royal Ulster Constabulary) enteramente formado por protestantes, primera muestra de lo que se convertirá en una constante de la realidad en la provincia durante los siguientes cincuenta años, la discriminación institucional de la minoría católica, especialmente en el área laboral y en vivienda.

El movimiento por los derechos civiles, Civil Rights Movement, fue creado en 1967 como una plataforma no sectaria que reclamaba igualdad de derechos para todos los ciudadanos, y fue rápidamente apoyada por una minoría católica empobrecida y sin esperanzas de mejora. Marchas de protesta recorrieron las ciudades y pueblos de la provincia, algunas de las cuales fueron atacadas por radicales unionistas ante la pasividad de la policía, como la ocurrida en 1968.

Las tradicionales marchas protestantes, que atravesaban zonas mayoritariamente católicas de forma claramente provocativa, vino a ser la gota que colmó el vaso. En 1969, la tradicional marcha de los Aprendices de Derry fue apedreada a su paso por el Bogside, y la RUC y los B-Specials asaltaron el barrio, dando lugar a lo que se llamó la batalla del Bogside. Ante el virulento ataque policial, la población católica se refugió en el barrio y construyó barricadas para resistir el asedio. Habían comenzado lo que en Irlanda e Inglaterra se conoce eufemísticamente como los Troubles, los problemas. La situación se inflamó tanto que el Primer Ministro irlandés, Jack Lynch, movilizó al ejército irlandés, que instaló hospitales de campaña en la frontera. El renacido IRA se hizo cargo de la defensa de los barrios católicos de Derry primero y luego de Belfast, al tiempo que el ejército británico se desplegaba en Irlanda del Norte.

Al principio las tropas fueron bienvenidas por la minoría, que creía que les iba a proteger de la RUC y los B-Specials, pero pronto se vio que el rasero era distinto a la hora de tratar con los protestantes y con los católicos. Poco después, el IRA colocó sus primeras bombas y la violencia se extendió por toda la provincia.

La situación fue volviéndose poco a poco más insoportable, con indiscriminada violencia republicana y loyalista, mientras que la poca creíble imparcialidad del ejército británico quedó definitivamente desterrada tras los sucesos de enero de 1972 cuando durante una manifestación de civiles desarmados, paracaidistas británicos abrieron fuego asesinando a catorce personas. Bloody Sunday, el nombre por el que se conocen los terribles acontecimientos, provocó una oleada de indignación en el mundo entero y especialmente en Irlanda: poco después la embajada británica en Dublín fue asaltada por una muchedumbre enfurecida. El Gobierno inglés aceptó la gran mayoría de las demandas del Movimiento por los Derechos Civiles, y suspendió la autonomía de la provincia, que pasó a ser gobernada directamente desde Londres.

Intentos de formar un Gobierno con representantes de ambas comunidades fueron boicoteados por los unionistas, cuyos trabajadores controlaban prácticamente todas las empresas estratégicas del país, pero la salvaje campaña de atentados del IRA no hizo mucho por acercar posiciones, y el primer intento de reconciliación nació muerto. En estos años hubo contactos entre los republicanos y Londres, pero tras el fracaso de las negociaciones ambas partes endurecieron sus posturas: el IRA y los paramilitares protestantes (UVF y UDA, principalmente) intensificaron sus actividades, mientras que se introdujeron leyes que permitían la detención sin cargos durante un prolongado período de tiempo. En 1976 se despojó a los prisioneros relacionados con los Troubles la categoría de presos políticos.

El IRA reaccionó y reclamó que se devolviera a sus presos su anterior estatus, para lo que organizó una serie de protestas en las cárceles, que fueron escalando en intensidad hasta provocar la huelga de hambre de 1981. Diez prisioneros republicanos, liderados por Bobby Sands, murieron en prisión ante la negativa del Gobierno británico a aceptar su propuesta.

Durante los años 80 se produjeron varios intentos de negociación, condenados al fracaso debido a la ausencia de nacionalistas o de unionistas (no había intención). Lo más destacable de la década fue el acceso al liderazgo del Sinn Feinn (el considerado brazo político del IRA) de Gerry Adams y Martin MCGinness, que representaban la facción del nacionalismo más dispuesta a buscar una salida negociada al conflicto.

No se produjo ningún avance significativo hasta 1993, cuando gracias al trabajo en la sombra de John Hume, John Major -Primer Ministro de Reino Unido- Albert Reynolds –Primer Ministro de Irlanda-, firmaron la declaración de Downing Street, que se reveló como un documento lo suficientemente sólido para servir de punto de partida a nuevas negociaciones. En ellas debían participar todos los actores de la crisis, incluidos el Sinn Feinn y los Unionistas. Para tranquilizar a estos últimos, se hizo especial hincapié en asegurar que ningún cambio se produciría sin haber sido aceptado por la mayoría de la población.

El año siguiente, tanto el IRA como los paramilitares protestantes anunciaron un alto el fuego y durante unos meses el protagonismo pasó a los políticos. En 1995 los gobiernos de ambas naciones presentaron sus propuestas, entre las que se incluía la restauración del Parlamento norirlandés y la devolución de un amplio grado de autonomía a la provincia, además de la creación de algún tipo de institución con autoridad en toda la isla.

Ni los unionistas -que no veían con buenos ojos la intervención de Dublín en asuntos del norte- ni los republicanos -que no aceptaban el principio de la voluntad de la mayoría- acogieron la propuesta con entusiasmo. El principal punto de conflicto fue, sin embargo, el desarme del IRA. Los partidos protestantes reclamaban que el IRA debía desprenderse de sus armas antes de empezar cualquier contacto, y John Major, que dependía de sus votos en el Parlamento inglés, tuvo que aceptar su petición.

En el campo nacionalista la entrega de las armas era considerada como una rendición, y argumentaron que la entrega se produciría cuando el ejército británico abandonara el Norte y los presos políticos hubieran sido liberados. La situación volvió a estancarse mientras la paciencia comenzaba a agotarse en ambos bandos. 
En 1996, el IRA anunció el final de su tregua y poco después hizo estallar una bomba en Londres matando a dos personas y las esperanzas. Cuando todo el mundo daba el proceso por terminado, contactos en la sombra dirigidos a persuadir al IRA de declarar otra tregua sirvieron para conservar la llama de la negociación encendida. La victoria de los laboristas en las elecciones británicas significó el nombramiento de Mo Mowlan como Secretario de Estado de Irlanda del Norte, la primera mujer en ocupar el puesto, y con el decidido apoyo del presidente Clinton y de Tony Blair, el proceso de paz volvió a tomar un nuevo impulso. Ambos reconocieron a Gerry Adams como un interlocutor válido e imprescindible para poder llegar a una solución viable. Al mismo tiempo, en la República, Bertie Ahem se hizo con el poder y fue el primer Taoiseach (Primer Ministro) en reunirse con un líder de los unionistas, David Trimble. Ambos hechos tuvieron una fuerte carga simbólica y cumplieron dos objetivos fundamentales: un nuevo alto el fuego y sentar a la mesa de negociación a todas las partes enfrentadas por primera vez en más de 25 años.

El desarme volvió a ser el lema central de las negociaciones. El senador estadounidense George Mitchell propuso seis condiciones (conocidas como The Mitchell Principles) para sortear el problema, que esencialmente consistían en aceptar una entrega de armas gradual a cambio de un compromiso total de las partes, incluido el IRA, de aceptar el resultado de las conversaciones entre los partidos. Durante todo el proceso se produjeron actos violentos que amenazaron con envenenarlo pero finalmente lograron desarrollar el documento más importante en la historia del conflicto, el Acuerdo de Viernes Santo. Al firmarlo, los participantes se comprometieron a usar medios exclusivamente democráticos para resolver sus diferencias; en el acuerdo se respeta el derecho de la población de Irlanda del Norte a decidir sobre cualquier cambio en su futuro, abriendo la puerta a multitud de cambios legales que reflejaran la nueva realidad política. Se restableció el Parlamento de Stormont, y la República de Irlanda reformó los artículos de su Constitución que reclamaban los seis condados. Referéndums celebrados simultáneamente en toda la isla ratificaron estos cambios, y poco después tenían lugar las primeras elecciones para la asamblea de Irlanda del Norte desde 1972, que resultaron en la formación de un Gobierno de concentración con el unionista David Thimble como Primer Ministro y el católico de SDPL (el partido de Hume) Seamus Mallon como vicepresidente. 
John Hume y David Trimble recibieron conjuntamente el premio Nobel de la Paz en 1998.

La solidez del acuerdo fue puesta a prueba casi inmediatamente, con el inicio de la tradicional temporada de desfiles orangistas para celebrar el aniversario de la batalla del Boyne. Unionistas opuestos al proceso de paz la usaron como medio para expresar su postura, y la Orden de Orange anunció que la marcha de Portadown pasaría por la católica Garvaghy Road, a pesar de la prohibición de la comisión de desfiles. Mientras orangistas de toda la provincia se congregaban en Portadown, una ola de violencia se extendió por el Norte, con ataques a comunidades católicas y, en medio del espanto de los unionistas más tradicionales, a la RUC, y al ejército inglés. Tras la muerte de tres niños católicos al ser incendiada su casa en una barriada protestante, la concentración fue abandonada ante la repulsa general hacia los miembros más radicales de la Orden.

Poco después se produjo la peor matanza en la historia del conflicto, cuando una escisión del IRA, el Real IRA, hizo estallar una bomba en el centro de Omagh el 15 de agosto de 1998, asesinando a 29 personas, entre ellas a un niño español. El temor a un retorno a la violencia se extendió en el ambiente, pero por fortuna no se llegaron a concretar.

Sin embargo, el proceso de paz no se desarrollaba con suficiente rapidez y esto propició una radicalización del electorado, que en las elecciones del año 2003 dieron la mayoría a la DUP de Paisley en el campo unionista y al Sinn Feinn en el lado católico, relegando a los partidos moderados a un segundo plano.

Estos resultados significaron un paréntesis de cuatro años en Irlanda del Norte ya que fue imposible reunir en el gobierno a dos fuerzas antagónicas que no tenían reparos en dedicarse los mayores improperios. Durante este tiempo ambos partidos derivaron hacia posiciones más pragmáticas con el propósito de convencer a sus propios correligionarios que un acuerco con "los otros" era lo más positivo para la comunidad.

Finalmente, y tras unas nuevas elecciones celebradas en 2007 que rubricaron los resultados de cuatro años, Ian Paisley y Martin McGuinness, como primer y viceprimer ministro respectivamente, se colocaban al frente de un gabinete conjunto que unos pocos años hubiera sido completamente impensable, abriendo una puerta a la esperanza y la paz.
La historia de Irlanda e Irlanda del Norte continúa, siguen escribiéndose páginas y hechos, avances y retrocesos, como la detención en 2014 de Gerry Adams por un asesinato de 1972, quedando en libertad sin cargos cuatro días después.