24 de noviembre de 2014

Canadá - De Val Jalbert a Saguenay


Paisajes de carretera 

NOTA: Pido perdón porque las fotografías de esta entrada son muy malas, con malos encuadres y reflejos en los cristales del autobús en el que viajábamos, y es que están realizadas por las que escribe, pero con ellas quiero que podáis de alguna manera ver lo que nosotros veíamos, con el paisaje de "hasta el infinito y más allá" de Canadá, con lo que en parte tendréis que tirar de imaginación, porque lo fácil será sentir cómo viajáis en autobús por lo movidas que están la mayor parte de ellas. 

Desde Val Jalbert y su cascada Ouiatchouan partimos por la carretera 169, para luego tomar la 170, y con ello nos adentramos en la región de Saguenay-Lac Saint Jean (lago que finalmente pudimos contemplar a lo lejos y en su inmensidad después del fiasco de dormir en un pueblo a sus orillas, Roberval y no tener la posibilidad de verle ni de tocar su agua, lo que se dice "ni haberle olido"). 

La región ocupa 250.000 km2 y su población asciende aproximadamente a 233.000 habitantes (dato de Ángel, según la wiki, 275.000); además es la única de la provincia de Québec que tiene su propia bandera desde 1938, con los colores que representan los elementos que definen la región: verde por los bosques, amarillo por la agricultura, la cruz central en gris por la industria y el comercio, y el rojo por la naturaleza activa de sus habitantes. 


Fuente: wikipedia.orga
 
La región se divide en cuatro municipios, pero principalmente hay dos zonas diferenciadas: la primera discurre paralela al río que le da nombre, Saguenay, formada por pequeños pueblos en sus orillas; la segunda es una zona preferentemente industrial, cuyo eje es la ciudad de Chicoutimi, que fue sepultada en 1985 por un gran diluvio; ambas dominadas por el fiordo del río Saguenay. Las industrias de la región son las del aluminio, la madera y la leche.

Saguenay es una palabra indígena que significa “estrecho”, y es precisamente por el fiordo del río por el que recibe su nombre.

En la región tienen un dialecto único porque su francés se quedó anclado y no evolucionó al quedar la región desconectada de la provincia de Québec; el 90% de la población es francófona.

Un dato importante para los viajeros es que en la región se pueden ver auroras boreales de junio a julio (tiene que ser una experiencia increíble).

Comencemos con esas malas fotografías. El intento de captura fotográfica de un granero, que nos recuerda al de la serie The walking dead, donde estaban encerrados muchos zombies… 


Al ser poblaciones junto a la carretera no es extraño pasar junto a sus cementerios. 


Casi a punto de aterrizar sobre el techo del autobús, un viajero en parapente a motor. 


La vida funciona plácidamente en los cientos (o miles) de los lagos (grandes, medianos y pequeños) o de los embarcaderos. 





Infinitos campos de cultivo (imágenes de praderas, series y películas que vienen a la mente). 


Posiblemente un viaje en tren sea más visual, más acorde al paisaje tranquilo. 


No vimos muchos animales ganaderos, o no fueron correctamente capturados, pero al menos uno tenemos para el recuerdo. 


Pasamos por pequeñas poblaciones, donde siempre destacaba la torre de la iglesia. 


Lo que más nos gusta es la placidez y calma que se siente en las casas junto a los pequeños lagos con embarcaciones con las que pasear y con toda seguridad con las que disfrutar de jornadas de pesca (conozco a alguno que disfrutaría muchísimo con esta actividad). 


El arco iris sale entrecortado para saludarnos (en un día que ha sido soleado y caluroso). 


Algunas de las explotaciones ganaderas y agrícolas son visitables, y posiblemente sea una interesante visita, como lo fue en nuestro caso a La Finca de Jiménez Barbero, para luego disfrutar de una estupenda comida en el restaurante


Nuestro viaje continúa hasta llegar a la localidad de Saguenay


La localización del hotel en Saguenay, el Delta Montreal, vuelve a ser, como en Roberval, de difícil acceso al río o a un lago más lejano que cercano, pero por lo menos había algún sendero por el que caminar. Otras ventajas eran que al estar en una especie de polígono, había un centro comercial (nada destacable), y varios lugares alternativos de restaurantes (tampoco nada destacables), aunque la mayor ventaja es la categoría del hotel, con habitaciones amplias y cómodas, al estilo del hotel en Montréal; que además cuenta con una piscina exterior y que en esta ocasión disfruté. 


Tras un pequeño recorrido por la zona, pero nada de paseos, y por el centro comercial –donde aprovechamos para comprar agua y algún artículo necesario- decidimos cenar en el hotel, la mejor opción posible. De primero yo tomé una sopa de tomate, que estaba buena y picante.

De plato principal, él se decanta por un surf’n’turf, un solomillo acompañado de ancas de rana (que daba la sensación que estaban a punto de caducar y se las habían plantado todas en el plato); un plato contundente para hambrientos. 


Para mí, salmón, si estoy en un país de salmones había que probarlo, en este caso de la zona, del cercano Atlántico. 


El viaje en mapa: