27 de abril de 2015

Canadá - Vuelo en helicóptero en las cataratas del Niágara


Buenas vistas 

La visita a las cataratas del Niágara no se queda sólo en verlas desde el paseo habilitado con miradores, o con el chaparrón de agua en el barco que se acerca a su caída,  se pueden realizar infinidad de actividades, y entre todas ellas elegimos un vuelo en helicóptero, tras descartar el paso habilitado tras las cataratas, para sentir su fuerza y sonido, que nos pareció curioso e interesante, pero asesorados por Ángel, que no tenía en gran estima esta actividad (aunque siempre es mejor una valoración personal) finalmente elegimos el helicóptero, que además estaría menos colapsado de gente haciendo cola.

Para llegar al centro de helicópteros, Niagara Helicopters, tenemos que tomar un taxi porque se encuentra en la parte superior de la localidad de Niagara Falls y andando con tiempo sería un paseo interesante, entre vistas y casas, pero tiempo como siempre es lo que no nos sobra. Afortunadamente, y contra todo pronóstico, no hay mucha gente esperando para volar, es la hora de la comida, lo único es que van juntando grupos para que el helicóptero vaya completo, y fuimos adelantados y retrasados en la cola, pero no tuvimos que esperar mucho.

Las mochilas no se pueden llevar en el helicóptero, así que las tenemos que dejar en la recepción porque además no hay taquillas (sería una buena idea que las pusieran). 



Comenzamos a sobrevolar el río Niágara y vemos las dos poblaciones Niagara Falls, la estadounidense (derecha) y la canadiense (izquierda). 


Sobrevolamos las centrales hidroeléctricas activas, tanto en el lado de Canadá (sir Adam Beck Generation Station, una de las mayores instalaciones hidroeléctricas de Ontario -no conseguimos fotografiarla-, y su estanque) como en el de USA, (Robert Moses Niagara Power Plant y su estanque –la de la fotografía-). 




El helicóptero gira y comienza a remontar el río, y vemos que hay espacio hasta para un campo de golf, aunque si se da demasiado fuerte la pelota se tiene que dar por perdida. 


Vemos los Whirpool Rapids, donde se forma un remolino mortal de 4,57 m de ondas que forma el agua del río al presionar sobre el cañón noroeste y rebotar con fuerza en dirección contraria. 


En la zona de los remolinos se pueden realizar varias actividades; en el agua, el Jet Boat, que debe ser divertidísimo y donde seguro acabas empapado (un bote rosa a la izquierda de la fotografía); en el aire, el Whirpool Aereo Car, un funicular diseñado por el ingeniero español Leonardo Torres Quevedo que funciona desde 1916 y está suspendido por seis cables (una cabina roja a la derecha de la fotografía). 



Comenzamos a divisar las cataratas y si desde abajo son espectaculares (aunque haya cataratas todavía más espectaculares), desde arriba no lo son menos, porque la visión es más amplia e impresionan más. 


A unos 700 m del borde superior de las cataratas canadienses, casi enfrente de la Toronto Power Station, hay una pequeña embarcación, Old Scow, encallada desde agosto de 1918, y creo que la mejor forma de verla es desde el paseo, ya que desde el autobús la vimos perfectamente, pero como en lugar de ir hacia arriba de las cataratas andando lo hicimos hacia abajo, nos lo perdimos tanto visualmente como fotográficamente.

La balsa estaba siendo remolcada por el río cuando los cabos se rompieron y comenzó a descender hasta llegar a 750 m del borde de las cataratas, quedando encallada por fortuna para sus dos ocupantes, aunque estos tuvieron que esperar 29 horas (supongo que angustiosas) hasta ser rescatados. 


Sorprendentemente, de entre las personas que han saltado las cataratas del Niágara, dejando aparte los suicidas, son bastantes las que han vivido para contarlo.

Matthew Web fue el primero en cruzar a nado el Canal de la Mancha en 1875, y el 24 de julio de 1883 quiso cruzar el río Niagara por la zona del Whirpool y otros rápidos, y después de diez minutos se ahogó en un remolino (dato que parece previsible viendo el ancho y la fuerza del remolino).

El primer hombre conocido que sobrevivió tras saltar desde lo alto de las cataratas, de las canadienses, fue Sam Patch, que realizo tal proeza en 1829. Tras ello, se sucedieron los imitadores (y locos), que se llevan la gloria si lo consiguen pero también un juicio y una multa, ya que saltar o atravesar las cataratas está terminantemente prohibido.

Una maestra de escuela llamada Annie Taylor, de 63 años de edad, en 1901 saltó dentro de un barril acolchado y presurizado sobre las cataratas, milagrosamente sobrevivió, creando tras ello una corriente de temerarios imitadores que se mantuvo hasta la década de 1920, con resultados diversos: muertos, heridos y sin daños. Sólo de imaginarme en un barril cayendo por la catarata se me ponen los pelos de escarpias. 


Los años ochenta del siglo XX fueron especialmente activos: cinco personas saltaron en este período y todas sobrevivieron. Uno de ellos declaró que se había tirado a las cataratas para demostrar a la juventud que no es necesario drogarse para experimentar emociones fuertes (¡pues vaya ejemplo!). Pero el más desafortunado de estos cinco fue Karl Soucek, que en 1984 completó con éxito la caída por las Horseshoe Falls en el interior de un barril rojo, pero que tan sólo seis meses después murió en otro salto con barril en el Houston Astrodome (estadio de Houston).

El primer hombre que saltó en la década de 1990, ante la mirada atónita de los turistas, lo hizo montado en un kayak. Estaba tan seguro de sus posibilidades que tenía una reserva en un restaurante para aquella misma noche. No logró sobrevivir. Tal vez el ciudadano de EEUU que saltó con una moto acuática hubiera tenido éxito si se hubiera abierto su paracaídas propulsado (por lo menos tenía un plan B).

En 2003 otro norteamericano, Kirk Jones, fue la primera persona de la que se tiene constancia que sobrevivió a la caída por las cataratas sin la ayuda de ningún artefacto. El juez le prohibió regresar a Canadá salvo para las sesiones del juicio. Jones perdió la vida poco después cuando un circo de Texas le tentó con la oportunidad de convertirse en el mayor especialista en pruebas arriesgadas del mundo; aceptó el puesto y con él, su destino. 



De las personas que han caído a las cataratas del Niágara de forma accidental (supongo que más de una por tentar a la suerte y tener la foto más valiente), tan sólo una ha tenido la fortuna de sobrevivir, se trataba de un niño de 7 años de Tennessee que cayó de un barco río arriba en 1960 y llegó al pie de las cataratas sin un solo hueso roto.

Pero no solo se trata de saltar a ellas, también de cruzarlas por arriba, en equilibrismo, como Jean Francois Blondin Gravelet en 1859, tras lo cual muchos otros han congregado a multitudes.

David Copperfield, el famoso mago de desapariciones imposibles descendió por las canadienses dentro de una especie de “ataúd” sobre una balsa envuelta en llamas, y aquí está el vídeo de su actuación.

Además de la mencionada película Niágara, otras también se han grabado aquí, como algunas escenas de Superman II, La novia de Chucky, Piratas del Caribe, entre otras. 


Las dos cataratas americanas, American Falls y Bridal Veil Falls



El Rainbow Bridge, que comunica EEUU y Canadá, con un continuo tráfico y atasco en él. 


La catarata canadiense, Horseshoe Falls, impresionante la forma, el caudal de agua, la neblina que levanta y el acercamiento del barco. 



El gran parque de atracciones y actividades que es la población de Niagara Falls (supongo que ambas ciudades, tanto la canadiense, que es la que conocimos, como la norteamericana). 


Aquí termina el vuelo, emprendemos vuelta al aeródromo. 




Por un momento nos hemos sentido con el poder de los pájaros, y como siempre que se realiza un vuelo, ha merecido la pena. 



Desde el aeródromo nos hacen el favor de llamar a un taxi para que nos lleve de nuevo al centro y reunirnos con el resto del grupo para comer (acto que también podríamos haber optado con suprimir o convertir en una comida rápida pero que decidimos hacer con algo más de tranquilidad, y con vistas desde el Hotel Sheraton). 

23 de abril de 2015

Canadá - Cataratas del Niágara



¡Agua vaaaaaaa!

Estando en Toronto hay una excursión que realizar si no se ha hecho todavía, que también se puede realizar desde New York, pero que nosotros no lo hemos hecho en ninguna de las tres ocasiones que hemos visitado esta ciudad, y esta es a las míticas y cinematográficas Cataratas del Niágara, situadas a 128 km de Toronto. 


Salimos de la ciudad por la Gardiner Express, volviendo a atravesar los barrios residenciales de altas torres, que impresiona su número y su extensión en kms desde Toronto, donde es más económico vivir que en el caro centro de la ciudad. Además cuentan con un eficiente transporte de tren (o eso dicen), estaciones cuyos párkings están llenos a rebosar en horario de trabajo (de casa a la estación en coche, de la estación en tren al centro a trabajar y recorrido inverso).



En ocasiones disfrutamos de la visión del inmenso mar que parece el lago Ontario, como en la desembocadura del río Humber, con el Humber River Bridge



Pasada la localidad de Sainte Catherine, cruzamos el canal Welland, que comunica los lagos Ontario y Erie evitando las cataratas en un recorrido de 45 km. Hasta su construcción, las mercancías tenían que ser descargadas a un lado de las cataratas y vueltas a cargas al otro lado, en un proceso lento y por supuesto costoso. El primer canal, de 1832, ha sido ampliado y remodelado hasta en cuatro ocasiones, terminándose en su totalidad en 1932. Consta de ocho gigantescas esclusas sorteando un desnivel de 98 m entre los dos lagos, y admite barcos de más de 33.000 toneladas. 



Llegamos a la población de Niagara Falls (en Ontario, que en el lado estadounidense hay otra población con el mismo nombre) tras sufrir un considerable atasco de entrada; y es que muchos estadounidenses pasan al lado canadiense para disfrutar de las cataratas. 

En el autobús viendo las cataratas hay una gran expectación, pero lo primero es aparcar y luego lanzarnos como posesos a contemplar esta maravilla de la naturaleza, que sin necesidad de verla completamente, se escucha el estruendo y la niebla que levanta el torrente de agua en su caída. 


Las cataratas del río Niágara (un río de 58 km de longitud solamente) se sitúan en el límite entre Ontario y el estado de New York y son el mayor destino turístico de Canadá, con más de 14 millones de visitantes al año (¡formamos parte de este gran número!). Se dice que el hermano de Napoleón viajó desde Nueva Órleans en un coche de caballos en compañía de su reciente esposa para verlas, y que desde entonces es un popular destino para las lunas de miel.



La zona del Niágara estaba habitada por los ongiara, una tribu iroquesa que fue llamada neutrales por los franceses, y que fueron eliminados en gran parte en sus disputas con otras tribus. A los primeros exploradores que llegaron les intrigaron los relatos sobre una gran catarata que hacía un infernal ruido, Niágara significa “trueno de agua”, y Samuel de Champlain fue el primero que informó de su existencia en 1642 pero no llegó a verlas. La mayoría de los historiadores están de acuerdo en que el padre Louis Hennepin las vio y describió en 1677, cuando viajó con el explorador René Robert Cavelier de La Salle. 


Los franceses fundaron Fort Niagara, hoy en el lado estadounidense. En 1759, los británicos tomaron el control de la zona, siendo escenario durante la guerra de 1812 de numerosas batallas. Tras la paz de 1814 se concentraron en las oportunidades de las cataratas; superando la barrera de la navegación con la construcción del Canal Erie en 1825, que unía el curso superior del río Niágara con el Hudson, y la del mencionado Canal Welland en 1829. 



Las cataratas son el resultado de unos procesos geológicos dinámicos que continúan en la actualidad. A medida que los glaciares retrocedían a finales de la última glaciación, hace unos 10.000 años, las aguas del lago Erie, que antiguamente desaguaban en dirección sur, encontraron una salida por la escarpadura del Niágara, hasta el lago Ontario. Desde entonces, las pizarras y areniscas más blandas que hay bajo la escarpadura han sido erosionadas por la acción del agua que cae, lo que ha hecho que la capa superior de la caliza, más dura, se viniera abajo. La cara vertical de las cataratas se mantiene, pero las cascadas van retrocediendo lentamente río arriba, dejando tras ellas una garganta cada vez más larga, que hoy en día tiene unos 11 km desde Queenston, el punto de entrada original al lago Ontario. Es probable que en el futuro, pero no antes de 25.000 años, las cataratas se retiren hasta el lago Erie y desaparezcan completamente. 



Nuestra primera visión y sonido de las cataratas:




Durante los dos primeros siglos posteriores al asentamiento europeo en la zona, las tierras junto a las cataratas eran de propiedad privada. El desarrollo de la región amenazaba la belleza natural del lugar y en ocasiones los visitantes debían pagar para poder verlas a través de un agujero en una cerca (suena tragicómico). En 1885 las autoridades de Canadá y Estados Unidos comenzaron a adquirir las tierras con la intención de preservar la zona. 


En New York, el artista Frederick Church y el paisajista Frederic Law Olmsted (creador del maravilloso Central Park y al que también nos encontramos en Montréal, en el Parc Mount Royal) encabezaron el movimiento Free Niagara, para que el estado de New York comprara las tierras y creara una reserva estatal. Ese mismo año, Ontario estableció el parque Queen Victoria Niagara Falls con el mismo propósito. El 2 de enero de 1929, Estados Unidos y Canadá llegaron a un acuerdo sobre el plan de acción para preservar las cataratas, y en 1950 firmaron un tratado llamado Niagara River Water Diversion Treaty, en el que se tenía en cuenta el tema de la desviación de agua hacia las plantas hidroeléctricas instaladas en ambos lados del río. 



Además de los efectos por la desviación de agua, los esfuerzos para el control de la erosión han incluido la construcción de diques subacuáticos para redireccionar las corrientes más dañinas. En 1953, el flujo se interrumpió para la construcción de un encofrado que permitiese un flujo más uniforme de agua y reducir la tasa de erosión; pero el trabajo más complejo tuvo lugar en 1969, cuando el río Niágara fue desviado completamente de las cataratas estadounidenses durante meses por medio de presas, interrumpiendo su caída, mientras que las cataratas canadienses absorbían el flujo de agua extra, de modo que un grupo de ingenieros estudiaron el lecho del río y trabajaron en él para retrasar la erosión. 



Foto: Russ Glasson

La historia de las cataratas es una historia hidroeléctrica. En 1759, Daniel Joncairs construyó un pequeño canal sobre las cataratas para proveer de energía a su aserradero cercano. En 1805 Augustus y Peter Porter compraron las tierras y alargaron el canal para proveer de energía a su molino harinero y curtiduría. En 1853, la compañía Niagara Falls Hydraulic Power and Mining Company fue contratada para construir canales para utilizar el agua en la generación de electricidad, y en 1881 se produjo suficiente corriente continua para iluminar las cataratas y los poblados cercanos. 


Con el descubrimiento de Nikola Tesla de la corriente alterna se hizo posible la transferencia de electricidad a distancia y en 1896 se construyeron gigantescos conductos subterráneos y turbinas generadoras capaces de enviar energía hasta la ciudad de Buffalo, a 32 km. Se construyeron plantas hidroeléctricas en los lados estadounidense y canadiense. La canadiense Toronto Power Generating Station fue construida en 1913 en estilo neoclásico y se cerró en 1974. 



Las cataratas están formadas por tres cataratas. A un lado están las canadienses (dos terceras partes del total), que reciben el nombre de Horseshoe Falls y tienen forma de herradura, por ello el nombre; se encuentran, sobre una cornisa de 671 m de ancho y 57 m de altura, que se sumergen en el estanque Maid of the Mist. Al otro lado de la frontera, las  estadounidenses American Falls, sobre una cornisa de 260 m de ancho y 51 m de caída, separadas de las canadienses por la Goat Island; y las más pequeñas  Bridal Veil Falls, con 17 m de ancho y una caída de 55 m, separadas de las American Falls por la Lune Island. Con las cataratas el río Niágara ajusta los dos niveles de agua distintos de los lagos Erie y Ontario, lagos unidos por ellas. 

Vamos a verlas:





El salto estadounidense es una brecha horizontal muy desgastada por la erosión; el canadiense es más ancho, un arco que justifica la leyenda de los nativos neuter, la serpiente maligna cayó al río, derrotada gracias a la ayuda de la sirena o doncella de la niebla, maid of the mist, que da nombre al estanque y al transbordador norteamericano. 



No son las cataratas más grandes del mundo (el poderoso Salto del Ángel de Venezuela mide 979 escalofriantes metros de altura), su fuerza y atracción reside en su extensión y sobre todo en su caudal, se estima que cada minuto caen 110.000 m3- millones de litros de agua, casi dos millones al segundo-, que en momentos puntuales puede alcanzar la cifra de 168.000. Miedo da tanta agua aunque desde aquí produce respeto y admiración. 


"Decir algo sobre este maravilloso lugar sería una auténtica tontería", exclamó Charles Dickens cuando visitó las cataratas en 1842. Dickens también dijo, "...sería difícil para un hombre encontrarse más cerca de Dios que aquí". Y yo llevándole la contraria a Dickens escribiendo y escribiendo, ¡me va a tirar de las orejas!


Al fondo se encuentra el Rainbow Bridge, que comunica Canadá con Estados Unidos. 



La primera ocasión en la que el hielo detuvo el flujo de agua fue la mañana del domingo de Pascua de 1848, hecho provocado porque el viento provocó que grandes bloques de hielo del lago Erie taponaran el cauce del río Niágara cerca de Buffalo, dejando de fluir el agua durante 30 o 40 horas. Ese día, algunos aprovecharon (verbo muy bien empleado) para buscar objetos de valor en el lecho del río, bajo la cascada, encontrando pistolas, bayonetas, hachas, mosquetes y otros objetos de la guerra de 1812


Muchas personas vieron el suceso como un presagio apocalíptico, y en la mañana del día 31 fueron a rezar a las iglesias temiendo lo peor, y esa noche se escuchó un gran ruido, el hielo había cedido a la presión del agua, y el cauce del río volvía a la normalidad, por lo que un imponente muro de agua avanzó a gran velocidad. La gente volvió a la tranquilidad (no sé yo la tranquilidad que produce una inmensa masa de agua cayendo). 

Posteriormente, las cataratas se han congelado en 1902, 1911 y 1936. 

 
Recientemente, el 21 de enero de 2014, las cataratas se congelaron debido al vórtice polar, con temperaturas de hasta 30º bajo cero. Este hecho debe ser digno de verse. 



Aparte del ruido atronador y del inmenso flujo de agua, la otra característica principal de las cataratas es la neblina que se produce en el salto. 




En el lado estadounidense hay estupendos miradores de las cataratas, pero no tenemos tiempo para cruzar la frontera, y para hacerlo por supuesto hay que llevar pasaporte (y supongo que la ESTA autorizada). 


Una vez que hemos disfrutado de este espectáculo de la naturaleza sin casi mojarnos, algo de gotas hemos recibido, pero pocas, es hora de emular a los que han estado navegando junto a ellas, y ya desde arriba produce sensación de inseguridad porque un mal golpe y todos al agua. 


Desde el lado estadounidense sigue surcando las aguas el mítico barco Maid of the Mist, funcionando desde 1876, aunque el buen impermeable amarillo que portaba Marilyn Monroe en la película Niagara (tráiler) ha pasado a ser un chubasquero barato de color azul. 




Precisamente este año ha dejado de operar en Canadá el Maid of the Mist (creo que en la parte estadounidense sigue operando) y se ha creado la compañía Hornblower Niagara Cruises, con la que haremos el recorrido, llevando un chubasquero verde. 




El acceso a los barcos está muy organizado porque la avalancha de turistas es tremenda, el flujo de pasajeros es continuo. En el barco pillamos sitio en proa, que hay que ver todo lo mejor posible, y ¡disfrutarlo! aunque suponga un baño completo. 




El barco sale frente a las cataratas estadounidenses, por lo que tenemos una visión muy completa de ellas al no haber tenido tiempo de recorrer el paseo superior. Desde aquí se divisa mejor la pequeña Velo de Novia, ya que además el barco se acerca lo más posible. 




En el lado estadounidense varios miradores, entre ellos uno que se acerca a la base, precisamente por las escaleras utilizadas por Marilyn en la película.  




Otro mirador es una pasarela suspendida. 




En la embarcación nos dirigimos de frente hacia la catarata canadiense, y ya nos salpica con intensidad el agua, aparte del ruido ensordecedor que hace que no nos escuchemos entre nosotros, pero no hace falta, compartimos las risas. 




No todos aguantan en proa el chaparrón, que no era fácil, el chubasquero se volaba y había que anudarle, con lo que al final el pantalón quedaba al aire y dispuesto para acabar empapado, pero es que además el agua se colaba por todos lados. Junto a nosotros, una pareja de menonitas (menos estrictos que los amish; ambos visten al uso del siglo XVIII), con la que compartimos risas y hasta un pequeño diálogo. El barco se aproxima mucho a la catarata, así que nosotros terminamos completamente empapados, y la cámara, a pesar de la protección, también acabó mojándose, pero afortunadamente pasó la prueba y pudimos ser haciendo fotografías. 


Es muy corto el vídeo, pero poneros bajo la ducha y sentir la catarata sobre vosotros. 





Lástima de no pasar en Niagara Falls la noche, porque es cuando se iluminan las cataratas como un espectáculo más, acompañado de fuegos artificiales, y aunque la opción fue barajada, finalmente la descartamos a favor de conocer más Toronto. La tradición de iluminar las cataratas nació en 1860, cuando el funambulista Great Blondin utilizó por primera vez en su espectáculo antorchas y fuegos artificiales. Con toda seguridad puede ser considerado un acto hortera, pero creo que simpático; sólo espero que no produzca la misma decepción que nos llevamos en el puente Banpo de Seúl (aunque no me arrepiento de haber asistido a él, siempre es mejor contarlo a que te lo cuenten). 



Las cataratas se pueden disfrutar de muchas maneras: un paseo a pie, un paseo detrás de ellas, un recorrido en jet boat, utilizando el Whirpool Aero Car, diseñado por el español Torres Quevedo, y la que nosotros elegimos, sobrevolándolas en un helicóptero, una fantástica visión y experiencia.