31 de agosto de 2015

Boston - Hotel XV Beacon

L@s bostonian@s

Tras las vicisitudes varias en el vuelo de Toronto a Boston, llegamos al hotel contratado en esta última ciudad, XV Beacon, elegido tanto por situación, muy céntrico, de modo que caminando a todos los puntos cardinales de la ciudad la tenemos dispuesta para nuestros pies; como por su presunción de hotel boutique, con una bonita decoración. Aviso, admite animales, con lo que si sois alérgicos o no os gusta compartir espacio con ellos, no será de vuestro agrado, aunque durante nuestra estancia no vimos ninguno y no fuimos molestados.

El hotel se aloja en un edificio de estilo beaux arts, construido en 1903, que quizás exteriormente no dice demasiado, destacando los dos pisos inferiores, que nos recuerdan a los cast iron del SoHo neoyorkino. 


Uno de los buenos detalles del hotel es que pone a disposición de los huéspedes un coche un Lexus, para los desplazamientos urbanos; y una de las noches que salimos a cenar, al restaurante Mare, lo utilizamos agradable y cómodamente. 


La planta baja no es muy grande, como es de suponer viendo el tamaño del edificio: recepción, una mesa donde consultar visitas, entradas, transporte, reservas en restaurantes…lo que se necesite, y un espacio con un sofá y unas butacas para las esperas.

La habitación elegida, por tener más espacio en previsión de que llegáramos agotados de Canadá (como así fue) y quisiéramos descansar (aunque sería un pecado hacerlo en demasía en esta bonita ciudad) fue una Beacon Hill Studio. Tenemos vistas a Beacon St, a King's ChapelKing’s Chapel y a la bandera estadounidense. 



Al entrar a la habitación hay un pasillo ni muy corto ni muy largo, pero bastante ancho, y a la derecha se encuentra el espacioso baño, con un lavabo y sus amenities



A la izquierda, la habitación con la bañera y el inodoro, donde hay una pantalla de televisión (siempre hay que distraerse). 




A la derecha, un amplio vestidor, en el que hay una caja de seguridad. Se agradece mucho cuando hay espacio suficiente para colgar ropa, ya que además tras quince días de viaje la poca limpia que llega está superarrugada y este estiramiento es necesario.


Al fondo del pasillo la amplia habitación, que en mi caso me sorprende gratamente, porque a última hora tuve mis dudas de haberlo reservado, pero efectivamente se trataba de un hotel boutique en todos sus detalles. 



La cama al no haber especificado nos ha tocado de tamaño queen, con un colchón y equipo de cama ideales para el descanso, sobre todo después de pasar todo el día caminando por la ciudad. 


Un escritorio, dos butacas amplias, una mesa, y sobre todo una chimenea hacen la zona de estar  muy agradable; chimenea de gas que encendimos por aquello de darle color, y no precisamente calor, a la habitación, pero que seguro que en invierno es todo un plus. 


El restaurante del hotel, Moo, donde también se sirven los desayunos, a la carta, tiene una buena selección de cortes de carne para comidas y cenas, además de ser un lugar que parece estar de moda para tomarse unas copas. Su decoración se podría llamar “cool” o vanguardista con toques retros, el caso es que es un lugar agradable y que sobre todo ofrece buena calidad culinaria. 



El desayuno que disfrutamos una mañana (las demás las hicimos en cafeterías callejeando, para aprovechar más el tiempo y el dinero). La tortilla era de tres huevos y era imposible terminarla. 



Solo hicimos una cena en el restaurante, que resultó exquisita, tanto las carnes y las verduras eran de primera calidad, y como cosa rara a la carne le dieron el punto de verdad, ya que medium rare ya no es un poco pasada, como ocurre en bastantes restaurantes neoyorkinos, sino en su punto. La cena la acompañamos con un vino tinto del valle de Napa, Emblem, un caubernet sauvignon. De postre, una tarta de chocolate, para dejar un buen y dulce sabor de boca.






Nos quedamos encantados con el hotel, fue un acierto su elección, aunque no tuviéramos las vistas al mar que tienen otros, y que son más llamativas. 

28 de agosto de 2015

Boston - Vuelo de Toronto a Boston


Estabulados, estancados y cab…enfadados

Hoy toca pegarnos un madrugón de los que asustan y de los que te planteas marcharte de juerga y no dormir, ya que a las 4.30 tendremos que despertarnos para prepararnos ya que a las 5.15 tenemos el transfer para el aeropuerto Toronto Pearson. Las maletas están listas, aunque siempre hay que contar con algún tiempo extra para colocar necesarios y artilugios electrónicos. 

Nuestro vuelo es a las 8.50 h, y el madrugón es en previsión del intenso tráfico y consiguiente atasco en la autopista, que a estas horas, a pesar de ser lunes, no hay ninguno, con lo que podía haberse evitado un poco. El coche que nos recoge es espectacular, un todo terreno grandioso, y espectacular es su chófer, una señorita elegante y muy simpática; un auténtico puntazo todo.  

En el aeropuerto registramos (o semi facturamos) las maletas, pero a pie de pasillo, no en un mostrador al uso, es un autoservicio que es atendido por un asistente tremendamente atareado. Primer golpe, una de nuestras maletas tiene sobrepeso, pero lo menos que queremos es desmantelarlas en medio del aeropuerto atestado de gente, apechugamos monetariamente nuestro error al no haberlas pesado en el hotel y no haber repartido mejor el peso y pagamos. Las maletas no están facturadas, lo están con etiquetas pero siguen en nuestras manos.

Nos dirigimos a pasar el control para entrar en la zona de puertas de embarque con la intención de tomarnos un café o algo si ya están los locales operativos. Segundo golpe, no podemos entrar, somos retenidos en una sala de tamaño medio, donde nos vamos agolpando los pasajeros, y es que van dando entrada según los vuelos y horas de embarque. No entiendo la premura de llevarnos al aeropuerto tan temprano para tener que estar esperando de forma tan anómala, por mucho tráfico de la autopista y colas de facturación. 



Tras hora y media de espera (más o menos) abren la entrada para nuestro vuelo, todos amontonados haciendo cola, una cola interminable que circula lentamente, para luego formar otra, en la que tras un rato nos cambian de sitio, creo que favoreciendo a pasajeros canadienses y estadounidenses. Aquí es donde pasaremos la aduana, y se trata de la estadounidense, hecho sumamente extraño porque estamos en Canadá, a los que les fastidia que se les tome como una provincia más de USA, pero sin embargo con estos hechos así parece ser.

El tiempo corre en nuestra contra, enseñamos nuestros pases con la hora de embarque –a algunos pasajeros les estaban dejando saltarse la cola- pero nos dicen que tranquilos, que allí quietos, y ya sabemos cómo se las gastan los funcionarios de aeropuertos y más de USA, así que quietos y nerviosos. Un detalle curioso, seguimos con nuestras maletas para facturar a nuestro lado, que llegado el momento de ir al mostrador del control de aduana se sueltan…y se reza.

Nos toca el turno de pasar el control, la señora delante de nosotros tiene problemas y es cacheada, a esperar, luego mi marido comienza a pitar y además le hacen abrir una de las maletas de mano, a esperar…la repanocha. Terminados los trámites, corremos como locos, yo todavía con algo de esperanza, absurda esperanza, de que el avión teniendo a dos pasajeros facturados y sin embarcar diera algún aviso por megafonía con nuestros nombres, mal pronunciados pero entendibles. Nada, allí no se oía nada, y yo soy una inocente estúpida que no aprende (y no quiero aprender, me gusta mi ingenuidad optimista).

Mi marido corrió más que yo, que realmente no podía con mi cuerpo ni con la maleta de mano, y tuve que parar en varias ocasiones porque casi vomito. La esperanza de mi marido era llegar él a tiempo para pedir que esperaran a una española con los pelos alborotados, cara desencajada y cuerpo descompuesto que en algún momento llegaría. Ya lo estáis imaginando, el avión voló sin nosotros, y nuestras caras ya no eran desencajadas eran de alucinamiento total, no comprendíamos lo que había pasado, no nos entraba en la cabeza esta sinrazón. Con nosotros, una familia de cuatro asiáticos a los que también habían dejado en tierra, con la misma desesperación, cabreo y estupor. Ahora me río, pero allí no había risa ninguna. Después de unos cuantos vuelos por todo el mundo, es la primera vez que nos ocurre, y alguna tenía que ser la primera, aunque demasiado absurdo.

La señorita azafata del mostrador de embarque aguanta el envite, aunque cierto es que tanto el señor asiático como nosotros en todo momento fuimos educados, aunque ganas no nos faltaron de dejar de serlo. El problema, la aduana, ellos no saben que pasan allí y el vuelo sale a su hora (incomprensible cuando ellos son los que permiten que ocurra esto, no puedes entrar antes y no puedes saltarte la cola con o sin permiso). 

Solo nos queda una cosa, que nos busque un vuelo, a ser posible durante la mañana, pero si ya no puede ser, pues a lo largo del día. Eso sí, le hacemos saber que nos ha parecido todo un auténtico despropósito, que aceptamos las medidas de seguridad, el estar tres o cuatro horas antes en el aeropuerto, pero esto de que ellos nos estabulen como ganado y que nos traten como marionetas a su antojo es una barbaridad, sabiendo lo que luego pasa (no seremos los primeros ni los últimos a los que le pase). Menos mal, que cuando le dije, en mi inglés pachanguero, que si tuviera una pistola me pegaría un tiro, lo comprendió y no se dio por aludida temiendo por su vida, y no llamó a seguridad para que me placaran (esto ya hubiera sido la guinda del pastel aeronáutico).

Le enseñamos nuestras tarjetas de embarque y le explicamos que hemos pagado por reservar unos asientos con más espacio, y que ahora no tenemos avión, ni asientos, y no sabemos si maletas, por las que además hemos pagado un sobrepeso (algo de risa sí que había, en el fondo era el recurso más adecuado al cabreo monumental). Creo que la azafata se sintió abrumada ante tanto gasto y tanto gesto, se quedó con nuestros pases y comenzó a gestionar las posibilidades. Supongo que este coste añadido fue el que agilizó los trámites para encontrarnos dos asientos, y juntos, en el vuelo de las 10.55 (dos horas después del programado). A la familia asiática tardó un poco más en darle respuesta, pero finalmente también viajaron en el mismo avión. 

Siguiente preocupación, ¿dónde están nuestras maletas? ¿han volado sin nosotros?. La respuesta es no, volarán en el vuelo que nos acaban de encontrar amablemente, pero no nos lo terminamos de creer.

¿Qué ocurre con estas tonterías de aduana y control? Casi nadie en los pasillos de cafeterías y tiendas, pues claro, si todos estamos o haciendo cola o corriendo como posesos. Los que estamos allí presupongo que somos los parias de los aviones perdidos, o por lo menos la mayor parte. Y desde luego, maldita las ganas de comprar algo en un aeropuerto tan caótico y desorganizado (según ellos, seguro que es de lo más organizado y seguro del mundo). El único gasto que hicimos fue el de un café y una botella de agua (porque no era cuestión de deshidratarse, pero te daban ganas de beberte...por no gastar ni un dólar). Miedo me da en pensar en una escala estadounidense, en la que tienes que recoger maletas facturadas para volver a facturarlas...y si nos estabulan...y si... y si...

El vuelo sale a su hora, ¡menos mal! Volamos con Air Canada Express, en un Embraer 175. 



Sobrevolamos Toronto, y lejanamente divisamos la CN Tower, su altura le permite destacar con diferencia. 



La compañía aérea nos ofrece un aperitivo, unos pretzels (galletas saladas, en este caso de tamaño de bocado) con bebida; todavía se respetan algunas buenas costumbres y no como en otras compañías, que han desaparecido los detalles y todo es de pago. 


Comenzamos a sobrevolar los alrededores de Boston, aunque no se dejan ver bien porque las nubes de completo algodón nos tapan la visión parcial o totalmente. 



Divisamos el aeropuerto de Boston, International Logan Airport, situado al este de la ciudad, en una isla frente al puerto interior, y acostumbrados por regla general a grandes aeropuertos, este nos parece bastante pequeño, hasta las pistas de despegue y aterrizaje. 


Sobrevolamos Nantastek Beach y Hull Bay, una zona que se ve bonita pero bastante masificada urbanísticamente, y es que la playa es la playa, aquí, allá o en acullá. 



Tenemos un bonito paisaje de ríos, lagunas, marismas, vegetación, agua. La verdad es que no tenía idea muy clara de lo que sería la zona y desde la altura está resultando una agradable y bonita sorpresa. 



Sobrevolamos George Island y su fuerte, Fort Warrens, que parece ser tiene un fantasma incluido, el de una reclusa (conozco a uno que le encantaría pasar alguna noche aquí y además encontrarse con ella). 


Más sorprendente es la pequeña Nixes Mate y su baliza, isla en la que los piratas eran colgados y exhibidos (¿pero quién los iba a ver allí colgados?, bueno sí, sus compañeros de piratería).


A las 12.15-12.20 aterrizamos finalmente en Boston, totalmente exhaustos, y además con la mosca en la oreja de por dónde estarían nuestras maletas, ¿de verdad volaron en nuestro vuelo?




Sin ninguna convicción vamos a las cintas de equipaje en busca de nuestras maletas, y como era previsible, no aparecen. Lo primero, por si acaso han llegado en el vuelo en el que teníamos que haber ido miramos por el caos de maletas sin recoger que hay en una zona  del aeropuerto, por lo menos hay más de cien desvalidas sin sus dueños. Nos fijamos cuidadosamente por si estaban tapadas por otras, bajo la atenta mirada del empleado que se encarga de retirarlas de las cintas cuando nadie las ha recogido y luego custodiarlas entre viaje y viaje a las cintas. Mala suerte, allí no están.

No hay de otra que ir a reclamarlas a la oficina de Air Canada. Todo está en un recinto increíblemente pequeño, un pasillo algo ancho donde se concentran todos los servicios (cintas de equipaje, oficinas de aerolíneas, punto de información). Rellenamos el papel correspondiente para que nos las entreguen en el hotel de Boston y rezamos, todo sea que tengamos que empezar el turismo en Boston por las compras. 


El traslado al hotel que teníamos contratado lo hemos perdido, si hubiéramos avisado desde el aeropuerto de Toronto hubieran estado pendientes del vuelo en que finalmente llegamos, pero sinceramente, no teníamos ganas de realizar la llamada internacional ni de buscar un teléfono de monedas ni de nada. Nos acercamos al punto de información para pedir un mapa, y de paso le contamos al pobre señor nuestra odisea de aviones y maletas (¡la de historias que escuchará!). Amablemente nos busca el teléfono de la agencia y nos hace la llamada, nuestro transporte nos cuenta que han intentado llamarnos (creo solo tenían el número de mi móvil, que desconecté antes de intentar embarcar y ya no lo volví a encender, con lo que sí lo hicieron no pudieron localizarnos), que si queremos pueden venir a por nosotros pero que sería con un coste adicional (normal, la culpa del no aviso es nuestra), pero desistimos su oferta porque decidimos que tomaremos un taxi.

Entre unas cosas y otras ha pasado el tiempo, y a mí me pega un pequeño bajón de cansancio, nervios y moral (elegimos un vuelo temprano para aprovechar el día y ya llevamos la mañana perdida), así que necesito sentarme, respirar y casi hacer una postura zen de relajación. En media hora llega el siguiente vuelo de Toronto, y pensamos, seguimos siendo unos ilusos, que a lo mejor con tanto vaivén es ahora cuando llegan las maletas, y que media hora más o menos en el aeropuerto no nos va a ninguna parte.

En este momento, ya algo relajada yo, lo que tenemos es un ataque de risa, porque estos dos locos turistas están esperando unas maletas en un vuelo que no les corresponde. Pero la ilusión en algunas ocasiones se torna realidad, y ¡allí están!, esa media hora de espera de más no ha resultado en vano, porque es posible que al hotel llegaran al día siguiente o vayamos a saber cuándo.

Fin de la odisea aeronáutica, que a pesar de todo ha tenido un final feliz, porque hemos conseguido llegar a Boston, y tenemos nuestras maletas. Salimos en busca de un taxi, el aeropuerto está muy cerca de la ciudad y su costo será más rentable que contratar un nuevo transporte. 


Este es el único contacto que tendremos con el equipo de baloncesto de los Boston Celtics, un garaje de uso preferente para ellos. 


Y algunas imágenes, pocas, de lo que veíamos de la ciudad, que a primera vista no nos impresiona pero no nos disgusta. 



27 de agosto de 2015

Boston - Breve historia



En New York se preguntan lo que vale un hombre. En Boston se preguntan qué sabe”, Mark Twain

Boston es una ciudad pionera históricamente en EEUU y por lo tanto creo que es importante y necesario hacer un repaso por su historia antes de comenzar a conocerla un poco, ya que ella no solo marcó su propio desarrollo sino también el del país. 

Boston pertenece a la provincia de Massachusetts, y en ella la presencia humana se remonta al 7500 a.C. Hacia el 500 d.C., los indios algonquinos habían ocupado la región, siendo una tribu de cazadores-recolectores que vivía de la pesca, el cultivo de judías y calabazas, y la caza de alces y ciervos.

Durante la era de los vikingos, los escandinavos se aventuraron lejos de su tierra, llegando incluso a Norteamérica. Probablemente el territorio costero de Vinland, descubierto y mencionado por Leif Ericsson hacia el año 1000, se situase en el litoral de Massachusetts. A mediados del siglo XV faenaban aquí pescadores franceses y españoles, y el explorador italiano John Cabot encabezó expediciones inglesas a la costa de Nueva Inglaterra en 1497 y 1498. Años más tarde, Miguel Cortereal realizó la travesía Portugal-Massachusetts, donde naufragó.

A lo largo del siglo XVI, ingleses, franceses, portugueses, españoles e italianos exploraron la costa este, donde  pescaron y capturaron ballenas, comerciando además con los nativos. 

En 1602, el inglés Bartholomew Gosnold navegó hasta Massachusetts y desembarcó en la península que bautizó como Cape Cod; la isla que atravesó la llamó Martha’s Vineyard en honor a su hija. Gosnold navegó hacia el norte hasta tocar lo que ahora es Maine. 

En 1607 Jacobo I de Inglaterra concedió tierras del Nuevo Mundo a dos compañías. La Virginia actual pasó a manos de la London Company, dirigida por el capitán John Smith, que bautizó el territorio con el nombre de Nueva Inglaterra. En 1607 la Plymouth Company se dispuso a fundar una colonia en la ribera del río Kennebec, en la actual Maine, pero los rigores del invierno les obligaron a regresar a Inglaterra. La expedición de John Smith a Virginia resultó más fructífera, en mayo de 1607 llegó a Jamestown, donde fundó una colonia permanente. 

Un grupo de separatistas puritanos, que no aceptaban todos los dogmas y ritos de la Iglesia Anglicana, salió de Inglaterra en busca de una mayor libertad en los Países Bajos, donde tuvieron que hacer frente a apuros económicos. Alentados por los informes de Smith, regresaron a Inglaterra para procurarse concesiones de tierras en el Nuevo Mundo. Junto a otros puritanos encabezados por William Bradford, zarparon de Plymouth en dos barcos, el Mayflower y el Speedwell. Al descubrir que el Speedwell hacía aguas, volvieron a Plymouth, se apiñaron en el Mayflower y volvieron a zarpar el 16 de septiembre de 1620. Los 102 peregrinos desembarcaron en Cape Cod dos meses después. Antes de pisar tierra firma, firmaron el Pacto del Mayflower, en el que acordaron un autogobierno democrático con “leyes justas e igualitarias…para el bien general de la colonia”. 

Los peregrinos llamaron a su nuevo hogar Plymouth y pronto entablaron relación con los nativos. El 1 de abril de 1621 el gobernador John Carver y el jefe indio Massasoit firmaron un tratado de paz. Ese mismo año celebraron el primer día de Acción de Gracias compartiendo los víveres con sus anfitriones nativos.

Carlos I de Inglaterra otorgó tierras 65 km al norte de la colonia de Plymouth, cerca del río Charles, a la Massachusetts Bay Company, formada por puritanos. En 1630 unos 1.000 puritanos pusieron rumbo a Massachusetts en once barcos; algunos se establecieron en Salem y en otras comunidades de la bahía de Massachusetts. Sin embargo, la gran mayoría siguió a John Winthrop, su recién nombrado gobernador, hasta la desembocadura del río Charles. Al otro lado del río vivía recluido un pastor anglicano, William Blackstone, que sabedor de que las enfermedades se extendían entre los puritanos debido a la escasez de agua potable, los invitó a establecerse al otro lado del río. Winthrop y sus seguidores aceptaron la invitación y denominaron a este nuevo territorio Trimountain, aunque no tardaron en rebautizarlo como Boston en honor a la ciudad inglesa que habían dejado atrás. 

En 1635 fundaron la Boston Latin School, la primera escuela pública de las colonias británicas. Al año siguiente los puritanos fundaron una universidad que recibió el nombre de John Harvard, quien había donado su biblioteca a la misma. En 1652 se acuña la primera moneda americana en Boston, con un pino grabado.

A pesar de que los puritanos emigraron a Massachusetts en busca de libertad religiosa, a menudo se mostraron intolerantes con otras creencias. Anne Hutchinson fue desterrada de Boston en 1638 por su discrepancia con las costumbres puritanas, y muchos cuáqueros fueron objeto de maltratos, multas o destierros. La predicadora cuáquera Mary Dyer fue ahorcada por hereje el 1 de junio de 1660 en Boston Common. En 1692 el hecho de que varias jóvenes de Salem acusaran a tres mujeres de brujería sembró la histeria colectiva en Massachusetts y se condenó a muchos inocentes a la horca. Nadie se sintió a salvo hasta que el gobernador William Phips puso término a los juicios en 1693.

Los británicos habían promulgado las Leyes de Navegación para que los colonos sólo comerciaran con ellos. Sin embargo, cuando los colonos se rebelaron, Carlos II abolió la carta constitucional de Massachusetts Bay en 1684, dejando la colonia bajo el control del rey. Cuando Jacobo II fue derrocado en 1689, los colonos arrestaron al gobernador y establecieron un gobierno propio. Pero en 1692 Guillermo III y María II otorgaron una nueva carta en la que unificaban las colonias de la bahía de Massachusetts y Plymouth y reconocían una asamblea legislativa de dos cámaras. Más tarde, británicos y franceses libraron sucesivas batallas por el Nuevo Mundo. Finalmente, Francia cedió el control de Canadá y el oeste norteamericano a Gran Bretaña, pero la guerra supuso considerables pérdidas para los británicos, que trataron de compensar con impuestos a los colonos.

En Boston, la ciudad más importante de las 13 colonias británicas, se gestaron los ideales de la Guerra de Independencia. Los impuestos eran el principal motivo de disputas con Gran Bretaña. Los llamados Hijos de la Libertad, liderados por Samuel Adams, lograron la revocación del Acta del Timbre, aunque con la promulgación de las Actas de Townshend
las tropas británicas fueron enviadas a la ciudad para proteger a los comisarios de aduanas. En esta situación de conflicto, los bostonianos se mofaban de los soldados. El 5 de marzo de 1770 las protestas se desmandaron y cinco colonos murieron por los disparos de las tropas, en la plaza frente a la Old State House, en la llamada Matanza de Boston, que empeoró las ya deterioradas relaciones entre Gran Bretaña y sus colonias.

En protesta por los impuestos, los patriotas abordaron tres barcos de la East India Company, arrojando el cargamento de té al puerto de Boston en 1773, en lo que recibió el nombre de Boston Tea Party. En 1774 se aprueban las Intolerable Acts y se produce el cierre del puerto de Boston.

El 18 de abril de 1775 los británicos se dirigieron a Lexington para capturar a Samuel Adams y a John Hancock, y después a Concord para requisar las armas. Para advertir de la llegada de las tropas británicas, el sacristán Robert Newman colgó faroles en la Old North Church y Paul Revere emprendió su legendaria cabalgata nocturna. En los enfrentamientos en Lexington Green murieron ocho colonos, se había librado la primera batalla de la Guerra de Independencia.

En junio de 1775 milicianos de Nueva Inglaterra se desplazaron a Boston parra arrebatar el control de la ciudad a los británicos. Los estadounidenses perdieron la batalla de Bunker Hill, la más sangrienta de la Guerra de Independencia. Tras esta batalla, Boston permaneció bajo dominio británico. Durante casi un año, las tropas estadounidenses trataron de sitiar la ciudad, hasta que en marzo de 1776 George Washington dirigió una estrategia que propició la expulsión de los británicos.

La batalla de Bunker Hill y la evacuación de Boston provocaron la sublevación de las 13 colonias. Esto condujo, en julio de 1776, a la firma de la Declaración de Independencia. La liberación del yugo británico se obtuvo en 1781, con la rendición del general Cornwallis en Yorktown, Virginia. En 1783, EEUU y Gran Bretaña firman el Tratado de París.

En 1787 se celebra la Convención Constitucional de Philadelphia y en 1789 se inicia el mandato del presidente George Washington.

El fin de la Guerra de Independencia propició el crecimiento de la población de Boston y su prosperidad económica. El puerto experimentó un gran desarrollo y floreció el comercio, sobre todo con China. Algunos hicieron fortuna en el mar, mientras otros crearon productivas empresas textiles.

Dos miembros de la familia Adams (ambos residentes en Boston) fueron elegidos presidentes: John Adams (1797-1801) y su hijo John Quincy Adams (1825-1829). Abigail, esposa del primero y una de las primeras damas más respetadas del país, fue una pionera de los derechos de la mujer al advertir a su esposo: “Acuérdate de las mujeres porque no nos sentiremos atadas a ninguna ley en la que no tengamos ni voz ni representación”.

En los orígenes, el grueso de los colonos europeos afincados en Boston procedían de Inglaterra, pero desde 1846 la ciudad atrajo a miles de irlandeses que huían del hambre. Éstos al principio se hacinaron en viviendas junto al puerto y fueron víctimas de la discriminación por parte de los habitantes de la ciudad, sobre todo de la élite social, los brahmanes de Boston. Por toda la ciudad se colocaron pancartas con la consigna “no a las ofertas de trabajo para los irlandeses”. No obstante, a pesar de estas trabas, los irlandeses adquirieron fuerza y hacia finales del siglo XIX dominaban, entre otras, la esfera política de la ciudad. En la ciudad hay un monumento a los irlandeses, Irish Famine Memorial

Por otra parte, un vehemente sentimiento contra la esclavitud tuvo su origen en Boston. El 1 de enero de 1831 William Lloyd Garrison publicó el primer ejemplar de The Liberator, donde se proclama la abolición incondicional de la esclavitud: “No daré lugar a equívocos… no disculparé… no retrocederé un solo paso… y me hare oír”. Garrison y otros abolicionistas, como Charles Sumner, Wendell Phillips y Frederick Douglas, pronunciaron acalorados discursos contra la esclavitud en Faneuil Hall, y los relatos de su enardecida oratoria se propagaron por todo el país.
Pero no todos los bostonianos simpatizaban con su causa.
 
La ciudad también desempeñó un papel activo en las fugas secretas de los esclavos con el llamado Underground Railroad. A los esclavos fugitivos se les garantizaba un lugar seguro, y la African Meeting House, la casa de Lewis Hayden (un esclavo liberto) y la barbería de John J. Smith se convierten en escondites provisionales.

Cuando se produjeron los primeros disparos de la Guerra de Secesión en Fort Sumter el 12 de abril de 1861, el presidente Abraham Lincoln solicitó de inmediato el alistamiento de voluntarios. El primero en responder fue el Estado de Massachusetts, que envió 1.500 hombres en cuatro días. En cuanto los afroamericanos fueron admitidos en el contingente de la Unión, éstos iniciaron su instrucción en Boston. Al mando del brahmán de Boston, el coronel Robert Gould Shaw, estos hombres (Regimiento 54 de Infantería de Voluntarios de Massachusetts) asaltaron Fort Wagner, en Carolina del Sur, donde murieron Shaw y otros 62 de sus hombres. Esta batalla aún se recuerda por el papel que jugaron los afroamericanos, a quienes se dedicó un monumento en Boston Common el 31 de mayo de 1897, el Shaw Memorial.

En 1865 se produce la rendición del general Robert E. Lee, se consolida la Unión y es asesinado el presidente Lincoln.

El fin de la Guerra de Secesión en 1865 provocó un declive en el comercio marítimo, pero la Revolución Industrial, concretamente la producción de algodón y lana, propició la recuperación económica de Boston, así como su crecimiento tanto en dimensiones como en población, por lo que se tuvo que ganar terreno al mar en Back Bay y se anexionaron localidades limítrofes. 

El 9 de noviembre de 1872 un incendio se propagó por los almacenes del centro de la ciudad, arrasando 765 edificios; los periódicos hablaron de 250 millones de dólares de pérdidas y de “ricos convertidos en mendigos en un día”. Con todo, la ciudad se recuperó rápidamente, reconstruyendo y revitalizando la industria textil y del calzado.

En 1884 es elegido el primer alcalde irlandés, Hugh O’Brien.

A raíz de la Primera Guerra Mundial, los cambios en los criterios políticos y culturales vividos en todo el país desembocaron en un violento enfrentamiento entre el Gobierno y el pueblo estadounidense. Boston no fue una excepción, la huelga de la policía de Boston en 1919 marcó uno de los capítulos más dramáticos del movimiento obrero estadounidense. Unos 1.290 agentes se quejaron por los bajos salarios, la falta de higiene de las comisarías y el impago de horas extras, por lo que se afiliaron a la American Federation of Labor (AFL). Durante la huelga, la multitud rompió escaparates y saqueó tiendas. Tras el enfrentamiento con la milicia estatal, con un saldo de dos heridos y nueve muertos, el presidente de la AFL, Samuel Gompers, persuadió a los policías para que abandonaran la huelga.

El político de Boston más célebre fue John F. Kennedy, biznieto de un inmigrante irlandés que se afincó aquí tras huir del hambre. En 1960 se convirtió en el primer y más joven presidente católico de EEUU. Su hermano Robert fue fiscal general y senador por New York.

Boston ha aportado cuatro presidentes aparte del mencionado John F. Kennedy: John Adams (1735-1826), su hijo John Quincy Adams (1767-1848), y el ex gobernador Calvin Coolidge (1872-1933), que saltó a la palestra por reprimir la mencionada huelga de la Policía.

Pero los irlandeses no fueron los únicos inmigrantes del ámbito político. Michael Dukakis, hijo de inmigrantes griegos, fue elegido gobernador en 1974 y candidato demócrata a la presidencia en 1988.

A finales del siglo XX se produjo un considerable flujo de inmigrantes del Caribe, sureste asiático, Pakistán e India, incorporando así nuevos costumbres a la ciudad.

En el último cuarto del siglo XX, Boston alcanzó una gran prosperidad en las finanzas, medicina, comunicaciones y enseñanza superior, revitalizando su vida cultural y aburguesando barrios históricos no incluidos en la remodelación urbana de posguerra.