18 de marzo de 2015

Londres - Restaurante Oblix at The Shard Building


Cena en las alturas londinenses 

Para nuestra cuarta cena más o menos formal en Londres tuvimos un problema de horario, porque fue imposible hacer la reserva a una hora medianamente española, ya que el horario de comida, donde había disponibilidad, no era factible al no romper el día y las visita. Teníamos claro que iríamos al restaurante Oblix, y la hora que más nos cuadro finalmente fue las 18 h (una merienda-cena), así que la comida de este hoy día fueron unos ricos sándwiches de la cadena Pret a Manger

El restaurante se sitúa en el piso 32 del edificio The Shard, el más alto de Gran Bretaña con 306 m de altura, que hasta noviembre de 2012 fue el más alto de Europa, fecha en la que fue superado por el Mercury City Tower de Moscú. La cocina está bajo el mando de Fabien Beaufour, llegado de New York. 

En la otra orilla, frente a The Shard, "The Walkie Talkie", el famoso rascacielos que tras su terminación tuvo que ser modificado porque sus paneles exteriores de vidrio funcionaban a modo de lupa y quemaban retrovisores de coches y freían huevos fritos en la acera. 




The Shard tiene 72 pisos, además de 15 plantas adicionales, que llaman plantas radiador. Está recubierto de vidrio, tiene forma piramidal y fue diseñado por el arquitecto Renzo Piano con un coste de 450 millones de libras. Es propiedad del estado de Qatar. Su construcción se inició en 2009 y finalizó en 2012, pero hasta el 2013 no ha ido ocupándose paulatinamente, formando parte de un proyecto que reacondicionará la zona del London Bridge. 


Renzo se inspiró en las agujas de las iglesias de Londres, y en los mástiles de los barcos pintados por Canaletto, diseñando el edificio como una aguja escultórica que emerge del Támesis. 


Su figura desde luego es imponente, aunque cuando te encuentras cerca de él, dada la estrechez de las calles es difícil tener una buena panorámica visual, así que mejor desde la otra orilla del Támesis. 




En los pisos 68, 69 y 72 hay miradores, con la que supongo una vista espectacular sobre Londres (si el día lo permite claro; con un precio de 24,95 libras). Pero hoy no tendremos estas vistas, es arriesgado hacer una reserva sin saber el tiempo con seguridad y en los planes originales de este viaje no entraba esta visita aunque la tendremos en cuenta para un futuro már primaveral y menos invernal. 


El edificio aloja un hotel, Shangri-La, de los pisos 34 al 52; y tres restaurantes: Aqua Shard, en el piso 31; Oblix, en el piso 32; y Hutong, en el piso 33. El resto de pisos están (o estarán porque su ocupación no está completa todavía) destinados a oficinas y apartamentos.

Está todo muy bien organizado para evitar el caos en los ascensores; así cada uno de los restaurantes dispone de su propio ascensor, y no hay manera de colarse en otro o en el hotel o en el mirador (eso es lo que parece a priori). 


Teníamos dos opciones para cenar, pero una de ellas, Hutong, la descartamos, aunque era la que más nos apetecía, pero como su especialidad ea la comida asiática y ya habíamos estado en Hakkasan, finalmente nos decantamos por Oblix, donde nos reciben en la bifurcación de un largo pasillo, para dejar los abrigos y constancia de nuestra reserva. Primero nos conducen por el pasillo a la izquierda para tomarnos una copa en el lounge-bar, que está lleno hasta la bandera, pero del que no pudimos disfrutar, porque una vez pedidas nuestras copas (que pagaremos, nada de invitación) de champán Billecart Rosé, pasaron a buscarnos para ir a nuestra mesa, con lo que al final tomamos el pasillo a la derecha. Este pasillo tenía un aire a cámara egipcia, esas grandes piedras en las paredes, la tenue iluminación, el conjunto en general. 


A la entrada del restaurante se encuentra la cocina, abierta al comedor, detalle que definitivamente se está imponiendo en los restaurantes, aunque es difícil ver el trabajo a no ser que te quedes a cotillear (y a molestar). Pasamos por la cámara frigorífica (este "filetón" para mí por favor) y casi que podemos tomar el pan para ir mordisqueándolo por el camino.




Nuestra mesa se encuentra en segunda fila de cristalera, pero el comedor está vacío, recordemos que son las 18 h, así que cuando nos entregan la carta les pido si nos pueden cambiar a la mesa de al lado, junto a los cristales, con vistas directas. La respuesta a la consulta tardó mucho más de lo pensable y deseable, lo que nos hizo pensar que no sería posible (lo que fue imposible fue reservar mesa con vistas, ni con recargo ni sin él), pero finalmente y felizmente fuimos trasladados a ella. 



Es un restaurante amplio, y con las mesas no demasiado pegadas, que es de agradecer, porque en estado completo puede resultar un auténtico jaleo. 



Antes de cenar tengamos unas vistas nocturnas sobre la ciudad, aunque claro, las fotografías a través de los cristales no siempre se obtienen de la mejor manera posible por los reflejos.

La Catedral de San Pablo, y de derecha a izquierda, sobre el Támesis: puente de trenes a Cannon Street, Southwark Bridge, iluminado en azul el Millennium Bridge, y al fondo Blackfriars Bridge, tapado por el puente por el que circulan los trenes. En la esquina inferior izquierda, la torre de la catedral de Southwark. 



A "nuestros pies", London Bridge, desde el que se tienen unas vistas magníficas del Tower Bridge y del propio edificio The Shard. 


El barrio de Southwark y su catedral. 



Ya es hora de comer, ese pan que vimos al entrar, que resultó estar tierno y rico, untado por supuesto con mantequilla. 


Para compartir, Lobster and scallop ceviche, jalapeño, coriander and sweet pepper. Un riquísimo ceviche de langosta y vieiras, con jalapeños, pimiento rojo y el siempre utilizado cilantro, aunque en esta ocasión en una medida justa como no arrollar el plato con su sabor. Un buen plato, quizás mejor para no compartir. 


Para él, un Sirloin (entrecot) con salsa de pimienta verde acompañado de un contundente plato de macarrones gratinados con queso. 



Para ella, Beef Tenderloin (solomillo) acompañado con un sabroso y crujiente plato de brócoli con limón y chili. 



Otra cosa no, pero en Londres, y supongo que en la Gran Bretaña, la carne siempre resulta muy buena, tierna, jugosa y de buen sabor (cierto que estos cortes también tienen su precio, pero compensa).

No compartimos postre, cada uno el suyo. Él, New York Cheesecake; ella, Pecan Nut and Chocolaten Bar, crunchy bourbon ice cream. No compartimos pero metimos la cuchara en el plato contrario; ganando el helado de bourbon (esa rama alcohólica que de vez en cuando nos sale sin control). 



Acompañamos los platos de carne y los postres con dos copas de Secret 1863 Bordeaux, un riesgo francés que no resultó malo pero tampoco como para tirar cohetes y lanzarse a la botella.

Tras la cena volvimos a través del pasillo con evocación egipcia al lounge-bar


En el lounge-bar también se puede comer, y aunque estaba más despejado que cuando entramos, las mesas junto a las ventanas estaban, por supuesto, ocupadas, con lo que tampoco nos decidimos para tomarnos una copa. 


Lo que hacemos es tener nuevas vistas, del London Bridge hacia el este. 


Y de la magnífica Tower Bridge, así como del edificio del Ayuntamiento al que se le conoce entre otros nombres con el de “El Testículo”. 


Calidad-precio alta, pero hay que tener en cuenta que se paga el lugar y sobre todo las vistas, además de las copas de champán y de vino, bebidas que no son precisamente baratas en la capital británica. Volveremos a cenar a The Shard, en una próxima visita será una opción a considerar, pero antes que volver a Oblix optaremos por Hutong. Y sobre todo si desde el piso 32 esas vistas son buenas, desde los pisos 68 al 72 deben ser espectaculares, si hay suerte de tener un día claro (y soleado a ser posible), por lo que tendremos que acceder a los miradores.