27 de mayo de 2015

Londres - Highgate - Highgate West Cemetery


Entre elegantes tumbas victorianas

Desde Hampstead Heath salimos a la localidad de Highgate, que está habitada desde principios de la Edad Media, cuando se estableció una importante parada de postas, con una puerta para controlar el acceso a Londres. Posteriormente empezó a ponerse de moda por su aire puro y limpio, construyendo los nobles sus casas de campo en esta zona. Como curiosidad, Kate Moss compró por doce millones de libras una casa (habría que conocer la opinión de sus vecinos y de sus juergas).

Caminamos por Highgate West Hill, donde se encuentra St Anne’s Church, construida en la década de 1850, cuyas puertas están cerradas y no podemos curiosear. 


Vamos directos a nuestra visita concertada, no queremos llegar tarde, por lo que no nos perdemos ni un poco por Highgate, y para ello elegimos el camino recto por Swain’s Lane, donde sí hacemos una parada técnica para perder líquidos y recuperarlos con un buen capuccino.

Swain’s Lane es una calle tranquila a pesar de tener tráfico, donde hay casas de diferentes tipos, algunas más humildes y otras más importantes, algunos complejos de viviendas imitando el estilo Tudor, que no sé si es un despropósito o un acierto.

Nuestra visita concertada por internet a las 13.45 h, ya que sólo admiten visitas guiadas, es al cementerio oeste de Highgate (Highgate West Cemetery), cuya entrada en estilo Tudor ya es solemne, un presagio de que este cementerio no es un cementerio cualquiera. Tras años de abandono, ha sido considerado parte del patrimonio cultural inglés, incluido en el Registro del Patrimonio Inglés de Parques y Jardines de Especial Interés Histórico desde 1987. 

El cementerio victoriano fue inaugurado el 20 de mayo de 1839, sobre un terreno que pertenecía a la Asthurst Estate (la mansión y finca de sir William Ashurst, alcalde de Londres en 1693-1694), dedicándose a St James, con un diseño del arquitecto Stephen Gray y la colaboración del diseñador paisajístico David Ramsay, formando parte de un plan para dotar a Londres de una serie de siete camposantos privados, que eran llamados los Siete Magníficos, de modo que sirvieran de alternativa a los tradicionales cementerios junto a las iglesias, que se encontraban desbordados ante el aumento de la población acompañada por una alta tasa de mortalidad.

En esta situación, empresarios de pompas fúnebres se aprovechaban, y disfrazados con vestimentas del clero realizaban entierros no autorizados incluso en terrenos entre tiendas, casas y tabernas; los cuerpos se envolvían de mala forma, con tejidos baratos, se amontonaban entre otros restos humanos en fosas a pocos metros de profundidad, y se les arrojaba cal viva para que se acelerara el proceso de descomposición y que en un corto plazo la tumba pudiera volver a utilizarse. El nauseabundo olor impregnaba el imperial Londres, aparte de ser lugares descuidados y casi abandonados. En la década de 1830 las autoridades tuvieron que tomar medidas ante el riesgo de salud pública y de ellas nació el plan de los Siete Magníficos. Tremendo panorama se vivía, sentía y olía en ese Londres imperial.
 
A ambos lados de la puerta se encuentran las capillas, una para los funerales anglicanos y otra más pequeña para los no anglicanos; la primera es la que ahora se utiliza como recepción, tienda para vender libros y postales del cementerio y como sala de espera por los visitantes para comenzar el paseo. 


Highgate fue el tercero del plan y tras su inauguración se convirtió en el cementerio de moda; 15 hectáreas se dedicaron para el uso de los miembros de la Iglesia de Inglaterra y dos hectáreas para los disidentes (personas que no pertenecían a esta iglesia, ya fueran creyentes de otra fe o no creyentes). Se concedieron derechos de entierro, bien para un periodo limitado o a perpetuidad. El primer entierro se celebró el 26 de mayo de 1839, el de Elizabeth Jackson, de 36 años de edad.

La elevación del terreno donde se ubica, llega a los 375 m, con vistas de Londres, y su arquitectura gótica pronto animó a que la clase económica de alto nivel adquisitivo invirtiera en él, y en 1854 fue ampliado en el terreno situado enfrente, que conforma el cementerio este, separados por la vía Swain’s Lane, pero conectados por medio de un túnel con un sistema hidráulico por el que se trasladaban los ataúdes del viejo cementerio al nuevo, con el fin de evitar la carretera atestada de coches de caballos, carros fúnebres, dolientes y visitantes (este artilugio me produce una sonrisa sólo de imaginarme los ataúdes deslizándose por este túnel). En esta época se estima que yacían 10.400 almas en el cementerio, y que se realizaban un promedio de 30 enterramientos al día.

Tras la entrada una especie de amplia plaza, supongo que donde quedarían antaño los carruajes de caballo portando los féretros, con una amplia columnata, de ahí su nombre, The Colonnade


En el siglo XX, y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, el cementerio entró en decadencia, los entierros y enterramientos fastuosos ya no se realizaban, las capillas se cerraron en 1956, la empresa que lo gestionaba, la London Cemetery Company, entró en bancarrota en 1960 y fue absorbida por la United Cemetery Company, que intentó mantenerlo los siguientes años, pero en 1975 se encontraba en una profunda decadencia, con tumbas en ruinas, donde la vegetación, la hiedra, el musgo y la maleza hicieron su hogar entre tumbas, la vida se hacía paso entre la muerte de forma descontrolada, levantando y rompiendo lápidas (auténtico escenario de película de terror).

En 1975 se creó la Sociedad de Amigos del cementerio de Highgate con el objetivo de conservarle, y en 1981 por un precio de 50 libras compró el cementerio oeste a la United Cemetery Company, y desde entonces se encarga de su mantenimiento, restauración y administración, así como de la gestión de las visitas guiadas. Un voluntario es el que nos acompaña durante nuestra visita, pero si nuestro inglés no es lo suficientemente fuerte, mal ayuda que este guía tenga un poco de tartamudeo, lo que nos complica la labor de atención y nos ayuda a la desconcentración (eso sí, bravo por la integración más allá de los prejuicios y de los turistas no angloparlantes).

Se accede al cementerio por unas escaleras tras la columnata, en una de cuyas paredes hay una placa con el Canto XXII del poema elegíaco escrito por Alfred Lord Tennyson, cuyas frases iniciales y finales son toda una declaración; “…y la sombra espera por mí”.

El cementerio es el más famoso de la ciudad, fama ganada a pulso, a piedra y a lápida, a imaginería e imaginación, a musgo y vegetación, a tiempo y a abandono, y por fin, a cuidados. Para los victorianos de la época, la muerte era un evento para ser celebrado con tanta ceremonia como fuera posible y aquí lo demostraron con todo esplendor.

Es una lástima no poder perderse por algunos caminos que incitan a ello (pero siempre sin que llegue la noche… y los fantasmas), tenemos que seguir al guía, que como no entendemos, él va por delante con el grupo y nosotros por detrás haciendo fotos y disfrutando del lugar (puede que el verbo no sea el más adecuado, pero no era una sensación tétrica o desagradable). 

 

Estando aquí, no es de extrañar que a mediados de la década de 1960 el cementerio fuera escenario de una leyenda urbana según la cual era rondado por un vampiro, lo que provocó la visita de curiosos, de cazadores de vampiros y de ocultistas, y es que con anterioridad, presuntamente, Bram Stroker, el autor de Drácula en 1897, se inspiró en este ambiente de Highgate para este personaje, aunque esto más parece una adaptación al entorno en sí que a un hecho.

El caso del vampiro se inició cuando un grupo de jóvenes interesados en el ocultismo, comenzaron a ir al cementerio, y el 21 de diciembre de 1969, uno de ellos, David Farrant, pasó la noche allí, relatando que había visto una “figura gris”, que él consideró sobrenatural y comenzó a preguntar si alguien más había visto algo parecido, respondiendo varias personas que sí, describiendo una singular variedad de fantasmas en las cercanías del cementerio: un hombre alto con sombrero, un ciclista, una mujer vestida en color blanco, una cara mirando a través de los barrotes de una puerta, una figura vadeando un estanque, una figura pálida deslizándose, incluso el sonido de campanas y voces... demasiados fantasmas y apariciones. 


Un hombre de la localidad, Sean Manchester, identificó la supuesta aparición en el Hampstead and Highgate Express diciendo que él creía que se trataba de "un vampiro rey de los muertos vivientes", un noble medieval que había practicado la magia negra en la Valaquia medieval (Rumania), que había sido llevado a Inglaterra en un ataúd a principios del siglo XVIII por sus seguidores, que habrían comprado una casa para él en el Weat End, siendo enterrado en el sitio que más tarde se convirtió en el cementerio de Highgate, y afirmó que los satanistas modernos le habían despertado. Manchester afirmó más tarde, sin embargo, que la referencia a "un rey vampiro de Valaquia" era un adorno periodístico (supongo que por el miedo a ser internado en un manicomio junto a las burlas de sus convecinos).
 
En los días siguientes, Farrant informó de haber visto zorros muertos en el cementerio, sin signos externos sobre la forma en que murieron, dato que usó Manchester para apoyar su teoría. Posteriormente, ambos afirmaron haber visto a zorros muertos con heridas en la garganta y vaciados de sangre. De estas declaraciones a etiquetar el hecho de vampírico no se tardó nada. 

Farrant y Manchester entraron en una fuerte rivalidad, afirmando cada uno por su cuenta que podría expulsar o destruir al demonio. Manchester anunció una caza del vampiro el viernes 13 de marzo. Esa tarde, una multitud de cazadores de Londres y de otros lugares se abalanzaron sobre las puertas cerradas del cementerio, a pesar de los esfuerzos de la policía para controlarlos. 


Posteriormente Manchester ofreció su propia versión de los hechos de aquella noche; según la cual, él y algunos compañeros entraron en el cementerio sin ser vistos por la policía y trataron de abrir la puerta de una catacumba, a la que anteriormente le había llevado una chica en estado de trance, pero no consiguieron abrirla, así que descendieron por una cuerda a través de una agujero en el techo, con la intención de colocar ajos en los ataúdes vacíos (el vampiro habría salido de su morada) y rociando el lugar con agua bendita (la historia produce más risa que terror, aunque habría que haber estado durante los hechos si realmente se desarrollaron).

Meses después, Farrant fue encontrado una noche por la policía cerca del cementerio, portando un crucifijo y una estaca de madera, por lo que fue arrestado, pero cuando el caso llegó a los tribunales fue liberado (definitivamente, mejor al manicomio que a los tribunales).

Manchester y Farrant siguieron enfrentado en los años siguientes. En 1974, Farrant fue encarcelado por vandalismo y profanación del cementerio, aunque él insistió que los daños habían sido causados por los satanistas y no por él. Estos hechos inspiraron parcialmente la película Drácula 73 de 1972. 


Una de las últimas tumbas restauradas es de gran tamaño, con una forma curiosa, situada en la confluencia de dos calles. Impresionante tiene que ser entrar en ella para su reparación, sobre todo con esas leyendas de vampiros en la memoria. 


Es imposible no sentirse embriagado y sobrecogido por el lugar, pero no por miedo ni leyendas, más por el respeto a sus moradores y por las imágenes que nos ofrece. Lo interesante que puede resultar un cementerio.




La luz durante la hora de visita, comienza el atardecer lentamente, le infiere un tono muy especial a la piedra en algunos momentos, principalmente con esa claridad, como de resurrección. Hay tumbas de todos los tamaños, desde las más pequeñas a ras de suelo con una sencilla lápida, pasando por las de tamaño medio, hasta las más elaboradas, supuestamente de esas personas importantes y de poderío económico de la época en que se instauró el cementerio. 



Los victorianos estaban fascinados por la cultura egipcia, ya que en aquellos momentos se estaban realizando importantes hallazgos arqueológicos en Egipto (las famosas expoliaciones del Museo Británico), compartiendo con ellos de alguna manera a través del arte en piedra su preocupación por la muerte, por lo que no es de extrañar el uso de obeliscos. Lo que sí es extraño y asombroso es el uso que llegaron a aplicar de la cultura del enterramiento egipcio en la entrada de la Egyptian Avenue, custodiada por dos obeliscos de gran tamaño. Las columnas a ambos lados de la puerta de entrada están decoradas con grandes hojas de loto, y los fustes de la columna con hojas de papiro. 



La avenida está flanqueada por dieciséis salas o bóvedas familiares, con estantes para albergar hasta 12 ataúdes. Las salas están cerradas con imponentes puertas de hierro, decoradas casi uniformemente, muchas de ellas deterioradas en su ornamentación, y a pesar de lo que uno se podría esperar por la entrada a esta avenida mortuoria, no de forma ostentosa, están enmarcadas por columnas que recuerdan a las entradas de los templos egipcios. 





La avenida conduce hasta el Circle of Lebanon, una construcción que como su propio nombre indica es de forma circular, rodeada de bóvedas o salas o catacumbas, principalmente en su círculo interno (veinte bóvedas), de influencia egipcia –como las de la avenida-, pero también se construyeron algunas por el círculo externo, en estilo clásico. En el interior de estas salas hay baldas para colocar los féretros. 



En este círculo, se encuentra el mausoleo de Carl Rosa, un empresario musical de origen alemán que fundó la compañía de ópera inglesa; se encuentra sin formar parte de la construcción, como también hay otros mausoleos, añadidos supongo que por la fuerza de sus moradores importantes. 


En este círculo también hay una sala para guardar las urnas de las incineraciones, el Columbarium


El círculo fue creado excavando alrededor de un antiguo cedro de Líbano, con una edad de 300 años, que le da el nombre, heredado de la finca donde se asienta el cementerio, la Ashurst Estate, que con gran acierto fue utilizado para imprimirle carácter al lugar. 


Salimos del círculo subiendo por unas escaleras para llegar a una amplia terraza con nuevas tumbas dispuestas al estilo conocido más clásico, situándose en un plano superior la capilla de St Michael, cuya entrada se realiza por el exterior del cementerio. 



Desde esta terraza quizás se obtienen las mejores vistas del cedro del Líbano, que además con las luces de la tarde es mucho más bello. Hay que tener en cuenta que desde que hemos entrado al cementerio hemos estado subiendo por Highgate Hill. 


Paramos ante algunas tumbas que destacan o por la persona que descansa en paz o por el monumento realizado en su honor, como por ejemplo la de George Wombwell, un viajante de fieras salvajes que fue el propietario de la mayor colección de estos animales en la Inglaterra a principios del siglo XIX, que comenzó su carrera en las tabernas, exhibiendo boas al precio de un centavo. En la tumba, como no podía ser de otra manera, la figura de animal, un león, aunque tal y como corresponde al lugar, nada de fiera salvaje, sino plácido, casi como un lindo y gran gatito algo despeinado. 



Junto a la capilla de St Michael se encuentra The Terrace Catacombs, situada donde anteriormente se encontraba la terraza de los jardines de Ashurst House, y desde la que se tenían buenas vistas de la ciudad, pero ahora los árboles no dejan tenerlas. Es una construcción de ladrillos con balaustrada de hierro fundido, que se cree que es la más antigua construcción asfaltada de Inglaterra. 


Lo importante de esta terraza es la construcción inferior, las catacumbas, una galería abovedada de más de casi 75 m de largo (80 yardas), iluminada por varios óculos que dan a la terraza (por ello ya merecería la pena subir a ella aunque solo se vería la oscuridad total), que consta de 55 salas con capacidad para quince nichos cada una (tengo la duda de si eran colocados de forma vertical porque eso nos pareció entender y vislumbrar); en total, 825 féretros. Las catacumbas se podían utilizar de forma permanente o temporal, mientras se escogía una parcela para el descanso eterno.

En su interior no permiten realizar fotografías, supongo que por la oscuridad reinante dada la hora de la tarde que es, que nuestra guía ilumina por una débil linterna, porque se tendría que utilizar el flash y ello podría dañar los ataúdes. Sin lugar a dudas, este es un escenario de película. Su aspecto no se parece al de la fotografía de la página oficial del cementerio, por lo menos la zona que vimos, bastante más destartalada, en la que a pesar de la poca luz reinante podíamos entrever los ataúdes. 


                                                    Fuente: highgatecemetery.org

Frente a las catacumbas se alza el mausoleo de Julius Beer, empresario judío nacido en Alemania, que hizo fortuna en la Bolsa de Londres y llegó a ser propietario del periódico The Observer, pero que nunca fue aceptado por los victorianos conservadores de la época por su origen humilde. 


El mausoleo fue erigido para su hija Ada, que murió a la edad de ocho años y que estaba enterrada en otra parte del cementerio. Fue realizado por John Oldrid Scott, hijo de sir George Gilbert Scott, y está basado en el mausoleo de Halicarnaso, una de las siete maravillas del mundo antiguo (yo no le encuentro mucho parecido pero eso son mis ojos). Beer contrató a los mejores artesanos italianos y su coste de antaño fue de 5.000 libras, que ahora sería de dos a tres millones de libras. No podemos entrar, pero creo que ya no es porque sea propiedad familiar sino por intentar preservar su magnífico interior, que necesita una profunda restauración, afortunadamente nos muestran unas fotos para que podamos conocerlo e imaginarlo con todo su esplendor. 



Tierna es la escultura de Ada recogida por un ángel que la conducirá al cielo, obra de Henry Hugh Armstead. 


Emprendemos el camino de salida, donde las imágenes se suceden unas tras otras. 





Por supuesto la imaginación se desata, como se desatarían los vampiros, los zombies, los monstruos, el terror… pero realmente lo que produce en momentos es tristeza, tristeza por aquellos que han sido abandonados bajo las lápidas, pero si hay fe, en este mundo no queda nada, nuestra alma está más allá y descansa en paz. 


Paramos junto a la tumba del boxeador Thomas Sayers, que destaca por la estatua de su fiel perro Lion a los pies…a la espera de algo que no sucederá. El funeral de Sayers fue el más concurrido en la historia del cementerio, asistiendo más de diez mil personas, y por supuesto, su fiel Lion. 


Un elemento decorativo muy utilizado son las urnas sobre pedestales; supongo que a modo de urnas funerarias, muchas de ellas se encuentran deterioradas, otras rotas en el suelo, otras desaparecidas, otras tiernamente cubiertas por musgo, y algunas permanecen en pie, han soportado estoicamente el abandono. 



Con las estatuas ocurre lo mismo, que han perdido miembros, ya sean extremidades o la cabeza, podría parecer un conjuro de magia negra. 


Otros monumentos se mantienen intactos, custodiando a sus moradores y su descanso eterno. 


Cruces, muchas cruces, de todos los estilos, tamaños y composición. Solo faltan unas ristras de ajos colgando sobre ellas para que Drácula no salga de su ataúd. 



Y muchas tumbas están envueltas en un aire misterioso, casi romántico. 



Una de los monumentos más fotografiados en el cementerio es el de un ángel dormido, con sus alas plegadas, durmiendo un dulce sueño. 



Descendemos hasta la entrada de la Avenida Egipcia para emprender el camino de salida. 



 


También vemos tumbas recientes, de familiares de aquellos que yacen, ya que las estatuas que las adornan parecen antiguas. 


Y otras más actuales y en perfecto estado, la regeneración del cementerio y su uso (algunos nombres rusos llamaron nuestra atención, y es que la élite financiera rusa ha tomado la capital londinense).


El cementerio es digno de una visita, que si fuera por cuenta propia resultaría más fructífera en fotografías, más aún de lo que ha resultado. En él se han grabado algunas películas, el ambiente da para ello, como El poder de la sangre de Drácula, de 1968, con Christopher Lee de Drácula (Lee es a Drácula lo que Karloff a Frankestein), o la más reciente, El retrato de Dorian Gray, de 2009.

Por supuesto que es un lugar para ocultistas, más bien temerarios sin temor, para realizar rituales, ouijas y sobre ello se cuentan historias, de demonios que se aparecen y hacen perder la conciencia a algunos de los participantes por días, e incluso por años…la realidad es que nos ha parecido un bello lugar lleno de paz, como debe ser, y estas visitas guiadas y su control la permiten. 


Lo que nos ha provocado esta visita son las ganas de conocer otros cementerios londinenses, que parecen tan interesantes como este, pero no tienen tanta propaganda. Cruzamos la carretera para visitar la ampliación del cementerio, el Highgate East Cemetery.