30 de marzo de 2016

Uzbekistán - Khiva - Madraza Mohammed Amin Khan - Minarete Kalta Minor - Madraza Matniyaz Divanbeghi


Mirada en turquesa

Hemos entrado a Itchan Qala, la ciudad fortificada de Khiva, por la puerta Ota Darvoza, tras la que hay una amplia calle en la que se suceden los puestos de artículos varios, donde incluso para estas temperaturas de abrasivo sol hay unos bonitos gorros de piel o pelo de oveja u otros animales, que por supuesto no apetece probarse para no perecer al momento en una lipotimia. A la derecha de la fotografía se ve la muralla que rodea la ciudadela o fortaleza, Kunha Ark.


En esta calle hay un cine, que ahora está cerrado, pero no parece que sea por la hora de la mañana sino que no parece abrirse con demasiada frecuencia; y eso que esa puerta labrada desata la imaginación, a noches de cine de verano, a jolgorio, a tés refrescantes...


A nuestra derecha surgen dos edificios llamativos, un mundo en turquesa y azul que desde el comienzo de la calle te atrapa la mirada y los sentidos.


Subiendo por unas escaleras a una terraza se encuentra en primer lugar la madraza Mohammed Amin Khan, la mayor madraza de Khiva y de Uzbekistán, creo que también de Asia Central, ocupando un área de 78 x 60 m. Fue construida entre 1851 y 1854 por orden de Mohammed Amin Khan, de quien recibe el nombre.

Sobre el gran pishtaq (arco) de la entrada está grabada la frase “este perfecto edificio se quedará aquí para siempre para alumbrar a nuestros descendientes”. 



En las esquinas de la madraza hay pequeños torreones decorados con azulejos; uno de sus laterales da a la plaza donde se encuentra la estatua de Al Kwarizmi




Actualmente la madraza está ocupada por el hotel Orient Star Khiva, una de las opciones que barajé para alojamiento en la ciudad precisamente por situarse en un edificio histórico y en especial en una madraza, pero que finalmente descarté porque me pareció poco práctico en sus habitaciones para nuestros gustos. Entramos a curiosear, supongo que en recepción y los clientes alojados estarán acostumbrados a este trasiego de curiosidad viajera, como ocurre en los paradores españoles. Bienvenidos al lujo educacional. 



Accedemos al patio, con zonas ajardinadas que le darán frescor a la piedra en las noches calurosas, y que si además tiene una buena pero tenue iluminación será un bonito lugar para relajarse. 


La madraza tiene dos plantas y tiene 125 celdas (khudjras), cada una de ellas con dos habitaciones. Las del segundo piso además disponían de un pequeño balcón. La madraza fue una de las instituciones educativas más ricas del kanato, poseyendo además numerosas tierras. Ahora las celdas alojan habitaciones de hotel, conde el aire acondicionado camuflado en cajas de madera es todo un detalle para no desmerecer el bonito conjunto. 



Aprovechando las puertas abiertas de algunas habitaciones podemos mirar su decoración, y es cuando efectivamente creo que no me equivoqué al descartarlo, por lo menos para nuestros gustos de alojamiento; estrecho, como era de suponer, y sobre todo la falta de luz a pesar de la rejilla de ladrillo sobre la puerta; posiblemente como alojamiento de invierno pueda resultar más interesante. Eso sí, encanto no le falta, y no por la decoración en sí de la habitación, sino por el propio lugar, con la ventaja de estar en el interior de la ciudad fortificada, aunque nuestro hotel afortunadamente no está muy lejos. 



Junto a la madraza-hotel y unida a él por una pasarela de madera el espectacular, sorprendente y azulado minarete Kalta Minor, que te deja sin palabras y los ojos abiertos.



Se trata de un minarete inacabado que comenzó a construirse por orden de Mohammed Amin Khan en 1851, que quería construir un minarete tan alto que se pudiera ver desde el camino a Bukhara, situada a más de 500 km (las pretensiones no eran pocas). El kan murió en 1855 durante una batalla con los turcomanos, y el minarete no estaba terminado, de los 70 m que tenía que tener se quedó en los 26 m que presenta, ya que su coste era demasiado alto para asumirlo, y así tiene una forma rechoncha y no estilizada, por lo que su nombre, kalta minor, significa minarete corto. El diámetro en la base es de 14,2 m. Todos números de dimensiones realmente impresionantes.

La leyenda, no puede faltar, dice que el kan de Bukhara se enteró de la construcción de este minarete y ordenó construir uno para rivalizar con Khiva, para lo que no tuvo mejor idea que llamar al arquitecto de Khiva; cuando se enteró el kan de Khiva se enfureció tanto que ordenó lanzar al arquitecto desde el minarete, quedándose la construcción sin terminar. Aunque esto no tiene mucho sentido, sin arquitecto no tienes minarete, que es lo quería el kan, con lo que es creíble que el alto coste de terminarlo fue lo que frenó su terminación. 


Solo pensar en la altura proyectada impresiona, porque ya con estos 26 m es realmente espectacular, sobre todo por esos azulejos turquesas, azules y verdes que lo recubren, decoración que ya lo hace diferente a los demás minaretes, no solo en esta ciudad, también de los de Asia Central, ya que ninguno está cubierto en su totalidad, solo tienen pequeños detalles. Hasta su restauración en la década de 1970 no se descubrieron 3 m de esos 26, ya que estaban cubiertos de arena, y es que estamos en el desierto aunque no lo parezca. 


Una pena que no se pueda acceder al interior, y que no hayan habilitado una terraza para tener vistas de la ciudad, pero ya tendremos otras, desde la Torre del Vigía de la fortaleza Kunha Ark, desde el minarete de la madraza Islam Khodja, y desde el minarete de la mezquita Juma.

Frente al minarete y a la madraza Mohammed Amin Khan (derecha en la primera fotografía), la madraza Matniyaz Divanbeghi, de un solo piso, en esta ocasión transformada en un restaurante. Fue ordenada construir por un ministro (de ahí el nombre de Divanbeghi) de Mohammed Amin Khan en 1871. 



Uno de los puestos a los pies de la madraza Mohammed Amin Khan y del minarete es una tienda de cerámica, souvernirs, artículos varios y sobre todo de marionetas, con un nombre evocador, Ali Baba y los cuarenta ladrones, así que tanto por los artículos como por su nombre, entramos en ella y salimos con dos bonitas marionetas en la mano. 


28 de marzo de 2016

Uzbekistán - Khiva - Al Khwarizmi - Madraza Sha Qalandar Bobo - Ota Darvoza


La mítica Ruta de la Seda

Ya he comentado algo sobre la Ruta de la Seda durante el viaje por el país, pero ahora es el momento de desarrollarla un poco más. Durante siglos las grandes civilizaciones de Oriente y Occidente estuvieron conectadas por esta mítica ruta, una red frágil de rutas comerciales que atravesaban las montañas más altas y los desiertos más inhóspitos de Asia. El corazón de este comercio era Asia Central, cuyas ciudades crecieron prósperamente. Comerciantes, peregrinos, refugiados y diplomáticos viajaron por la ruta, intercambiaron ideas, bienes y tecnología, en la que se ha sido llamada por la historia como “la autopista de la información” (que privilegio el que formó parte de ella).

No había una única ruta, las rutas cambiaban todos los años dependiendo de las condiciones locales, ya que podían verse afectadas por la guerra, los ladrones o por desastres naturales. Las rutas del norte estaban plagadas de jinetes nómadas y además existía una falta de asentamientos para suministrar viandas y asistencia. Las rutas del sur atravesaban duros desiertos y pasos de montaña que en el invierno estaban congelados.

Aunque la ruta se fue ampliando durante siglos, su principal punto al este era la ciudad china de Chang’an (hoy Xi’an, y sus increíbles guerreros de terracota), y se extendía hasta llegar a Irán y Constantinopla, para terminar en Roma e incluso en España. Las ramas principales de la ruta se dirigían hacia el sur, a la India, y al norte, al Khorezm y el Volga ruso, a través de la estepa.

La seda no era el único comercio que se ejercía en la Ruta de la Seda, también se comerciaba con oro, plata, marfil, jade, lana, cuernos de rinoceronte, conchas de tortuga, cristal del Mediterráneo, pepinos, nueces, granadas, melocotones dorados de Samarcanda, sésamo, ajo, uva, vino, avestruces, porcelana, papel, té, jengibre, ruibarbo, bambú, laca, especias arábigas, incienso, hierbas medicinales, gemas, perfumes…

En medio de Oriente y Occidente estaba (y está por supuesto) Asia Central, que proveía de caballos y camellos bactrianos de dos jorobas para transportar las mercancías y los mercaderes.

En este fluido comercio un viajero de nombre Marco Polo contó maravillas de un mundo que la mayoría de Europa desconocía, sobre reinos cuya abundancia y delicadeza eran ignoradas, citó lugares, costumbres, animales y edificios que el tiempo fue borrando. Cuando en el siglo XIX se acuñó el término Ruta de la Seda se hizo principalmente basándose en las impresiones del mercader veneciano.

Tanto Bukhara como Khiva se levantaron como centros de intercambio en torno a oasis, a medio camino entre el rigor del desierto de Karakul y las Montañas Celestiales, Tian Shan. El agua se transportaba a estas ciudades mediante canales, que se acumulaba en estanques, donde a veces se estancaba (ocurría más veces de lo deseable) y se volvía ponzoñosa, siendo una frecuente causa de epidemias. Tras la llegada de los soviéticos, se suprimieron los estanques y se renovó el sistema de riego.

En un tiempo en que las distancias eran enormes y se necesitaban muchos días para ir de un lugar a otro, fue necesario inventar algo para paliar las necesidades de los viajes. El transporte se efectuaba a lomos de caballos, mulas o camellos. Así surgen los caravasares o caravanserais, palabras que derivan del persa gayrawan (caravana) y sara (habitación); pronto se convertirían en lugares indispensables para descansar y recuperar fuerzas, así como para protegerse de los temibles bandidos que asolaban las rutas comerciales.

Desde Turquía hasta China, pasando por Irán y Asia Central, se encuentran restos de estas antiguas posadas, algunas en estado de ruina y otras han sido restauradas para reutilizarlas como alojamiento, restaurante, o para uso comercial –o las tres a la vez-. A menudo se construían a intervalos de un día de camino. Byron en Viaje a Oxiana escribió: “… nos acompañó a un caravasar contiguo al bazar principal, un viejo enclave de aspecto toscano y rodeado de arcos de madera, donde todos tuvimos nuestra habitación, tantas alfombras como quisimos, una jofaina de cobre en donde lavarnos y un criado barbudo calzado con botas altas de enormes tacones que abandonó su fusil para ayudarnos en la cocina”.

Pierre Loti, otro escritor enamorado de Oriente, muy ligado a Estambul, escribe su llegada a un caravasar en el relato Hacia Ispahán: “Un parador desmoronado, pero de tal modo monumental, que ningún atrio de basílica podría compararse en dimensiones a esta entrada revestida de mayólica azul”.

Pero para gustos los colores, y Robert Whitney Imbrie, vicecónsul de Estados Unidos en Turquía, recorrió el país en los años veinte del siglo XX y escribió cómo su intérprete le prometió llevarle al más afamado alojamiento, y se sintió apesadumbrado, pues no creía que sus gastadas y sufridas ropas de montar fueran las más apropiadas para un hotel de lujo. Al entrar en el patio del caravasar vio caballos, camellos y otros animales y pensó que se trataba de un establo, pero su sorpresa fue grande cuando el intérprete le señaló que aquel sería el lujoso hotel donde pasarían la noche.

Inexpugnables por fuera, cálidos por dentro, el caravasar era el único alto seguro en el desierto. Su diseño arquitectónico suele tener forma cuadrada o rectangular, y casi siempre están construidos en adobe. Su perímetro está amurallado como si de un fuerte se tratara. Para acceder al recinto, al patio central, hay una única entrada protegida por una grandiosa puerta que por la noche se cerraba y era vigilada por un cuerpo de guardia. En los laterales, los pórticos dan acceso a diferentes habitaciones más o menos amplias que se utilizaban para los viajeros, animales, almacenes, cocina… A menudo una escalera lleva al piso superior, donde se encuentran los dormitorios de los viajeros y de las personas que atendían y vigilaban el caravasar.

Un detalle importante del caravasar es que todas las ventanas y puertas se abrían mirando al patio, ninguna hacia el exterior, claramente con la idea de convertirlo en un fuerte inexpugnable. Adosadas a las cuatro esquinas se construían torres de vigilancia.

La vida en el interior de los caravasares era generalmente muy animada. Unas caravanas llegaban con gran bullicio y otras partían. Lo primero que hacían los recién llegados era aligerar la carga de los animales y acomodarla. A veces, el patio central se transformaba en un gran bazar donde los comerciantes exhibían sus mercancías para la venta. Por la noche, la actividad era más relajada, siendo el momento de transmitirse útiles y valiosas informaciones sobre las apartadas regiones que tenían que recorrer, así como el momento de fumarse una pipa de agua (narguile) y escuchar a los contadores de cuentos que por unas monedas entretenían a los huéspedes con sus divertidas historias.

El número exacto de caravasares construidos en la Ruta de la Seda es muy difícil de precisar; la mayoría fueron construidos entre finales del siglo XVI y principios del XIX. Solo en Irán, el rey Shah Abbas mandó edificar alrededor de un millar.

A finales del siglo XIX, con la aparición del motor, los caravasares comenzaron su declive, ya que las distancias se acortan y no hacen falta tantas jornadas de viaje. Los animales son reemplazados por grandes camiones. Así, los caravasares se convierten en una reliquia del pasado, y una utopía del presente para los viajeros de ahora.

Tras esta introducción, para comenzar oficialmente la Ruta de la Seda Oyott tras nuestro paseo acelerado por la ciudad se para en una plaza en la que hay un mapa de esta ruta con las ciudades más importantes por las que pasaba; mapa en el que destaca la mala ubicación de Granada, más situada a la altura de Valencia, y además en el interior. 


La plaza es una amplia explanada en la que destacan diversos edificios a su alrededor, por lo que no sabes si escuchar al guía o perderte con la mirada y dejar que los pies te lleven donde quieran. En la fotografía, a la derecha, una fachada lateral de la madraza Mohammed Amin Khan, y al fondo la fortaleza Kunha Ark, con su Torre del Vigía.


En la plaza está la estatua de Al Khwarizmi o Al Khorezmi, latinizado como Algoritmi o en español como Al-Juarismi, estos dos nombres ya dan el indicio de a qué se dedicaba: matemático, astrónomo y geógrafo que escribió más de veinte libros. Sobre su lugar de nacimiento, en el año 783, hay dudas y discusión; para algunos, fue en Bagdad, donde vivió y murió, pero como nosotros estamos en Uzbekistán, aquí se apuesta por su nacimiento en esta bella ciudad, Khiva, más bien en sus alrededores. A Al Khwarizmi se le deben los nombres de guarismo, algoritmo y álgebra, y fue el que introdujo nuestro sistema de numeración decimal.



Frente a la plaza, en la zona de la ciudad fuera de las murallas, Dichon Qala, que tenía sus propias murallas, la madraza Sha Qalandar Bobo y su minarete de 18 m de altura, construidos a finales del siglo XIX. Ambos se encuentran junto a la tumba del jeque Qalandar Bobo, un sufí que llegó a la ciudad con dos hermanos y se quedó aquí, enseñando su fe. 


Junto a la plaza se encuentra otra de las entradas en la muralla a Itchan Qala (la ciudadela), la puerta oeste, Ota Darvoza, la Puerta Padre, que es por la que generalmente se entra a la ciudad, y donde por supuesto se paga entrada, con la ventaja que vale para dos días y para la mayor parte de los lugares a visitar (si entraran todos ya no sería negocio) así como el derecho de realizar fotografías. La puerta resulto destruida por el terremoto de 1920 –otra versión es que fue derribada por los soviéticos para permitir el paso de los vehículos- y se reconstruyó en la década de 1970. En el interior de la puerta había habitaciones para los vigilantes. 


En el interior de la puerta no solo se adquieren las entradas para la visita, también hay un amplio abanico de productos a la venta. 


Nada más pasar la puerta, en el muro hay un mapa de Itchan Qala en azulejos turquesas, todo un detalle del mundo de color de Uzbekistán. 


Ahora comenzaremos a visitar Itchan Qala, cuya restauración comenzó a realizarse durante la época soviética. 


25 de marzo de 2016

Uzbekistán - Khiva - Murallas - Tosh Darvoza - Itchan Qala


Khiva desbordante

Khiva está situada en el borde del oasis Khorezm, flanqueado por el desierto Karakum al oeste, de arenas negras, y el desierto Kyzlkum al este, de arenas rojas.

Los primeros habitantes de la zona que hoy ocupa Khiva eran de etnia irania, cuyo idioma se mantuvo hasta el siglo X, cuando las tribus túrquicas invadieron el Khorezm. Sin embargo, la leyenda cuenta que la fundación de la ciudad se debe a Sem, hijo de Noé, que descubrió un pozo, al que llamó Kheivak (porque exclamó ¡Khey Vakh!, que significa ¡qué agua más fresca!), y de esta palabra derivó el topónimo de la ciudad (también he escuchado que la frase fue pronunciada por un comerciante de paso por la ciudad y no por Sem). 

Los arqueólogos fechan los orígenes en el siglo VI d.C., pero no existe mención escrita hasta el siglo X, en crónicas escritas por viajeros árabes. 

El Khorezm fue un imperio poderoso en Asia Central, que fue brutalmente diezmado por Gengis Kan.

Hasta el siglo XIV Khiva fue uno de los hitos de un ramal de la Ruta de la Seda, cuando la actual ciudad Konye-Urgench, situada en Turkmenistán, era la capital del reino de Khorezm, estatus que perdió a finales del siglo XVI a favor de Khiva con la fundación de un kanato.

Y con la Ruta de la Seda comenzó la leyenda negra, que es real, de Khiva como un gran mercado de esclavos, en el que éstos recibían un trato cruel, siendo exhibidos para su venta en la puerta Polvon Darvoza. La mayoría de esclavos eran de tribus turcomanas, del desierto de Karakum, y de tribus kazajas de las estepas. Se cuenta que las murallas de la ciudad fueron levantadas en tan sólo 30 días por los esclavos. Pero la crueldad, la tortura y las vejaciones formaban parte de la esencia del kanato, por lo que gobernantes y embajadores europeos ante estos hechos tenían verdadero pavor de acercarse a esta zona.

En 1717, 4.000 soldados del ejército del zar Pedro I el Grande de Rusia llegaron a Khiva como repuesta a la petición de ayuda del kan Shergazi, que estaba en guerra con las tribus de las estepas, que amenazaban la ciudad; la condición del zar para prestar la ayuda fue el vasallaje del kanato. A la llegada de las tropas rusas, el kan había cambiado de opinión y tras acomodar a las tropas para que descansaran, asesinó a la mayoría de los soldados. Envío la cabeza de su comandante, el príncipe Alexander Bekovich, a su principal enemigo en la región, el emir de Bukhara; y el resto del cuerpo fue exhibido en Khiva. Así se las gastaba el kan.

Rusia estaba enfrascada con otros conflictos y tardó en reaccionar, tiempo que sin embargo utilizó el shah Nadir de Persia –que ya había saqueado Delhi- para conquistar y anexionar el kanato de Khiva en 1740. Al final, tanta crueldad para nada.

A finales del siglo XVIII, Khiva fue reconstruida y comenzó a tener una pequeña participación en el comercio entre Rusia y los kanatos de Bukhara y Kokand.

Finalmente, en 1873 el general ruso Konstantin Kaufman conquistó el kanato al mando de 14.000 soldados que entraron por el norte, oeste y este, consiguiendo la rendición del kan Mohamed Rajim II, que pasó a ser vasallo del zar y que fue hasta despojado hasta de su trono de plata, que fue enviado a Moscú.

El ahora protectorado de Khiva duró hasta 1920, cuando el general Frunze lo tomó junto al kanato de Bukhara e instaló la República de Khorezm, que era teóricamente independiente de la URSS, hasta que en 1924 fue anexionada a ella.

En 1990 Khiva fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y ya veremos que con todas las razones posibles. En todas las guías y reportajes de viaje se hace notar que Khiva es una ciudad-museo, y desde el principio se tiene constancia de este adjetivo.

Frente al hotel se encuentra la ciudad antigua de Khiva, Itchan Qala, una ciudadela fortificada rodeada por unas impresionantes y sinuosas murallas de adobe de 2,5 km de longitud y entre 7 y 8 m de altura, cuyos cimientos datan del siglo V, pero que fueron reconstruidas en el siglo XVII por Arang Kan, y luego en el XVIII tras el ataque persa. En su interior, más de sesenta monumentos entre mezquitas, madrazas, minaretes, mausoleos y palacios.

No puedo explicar con las palabras adecuadas (sin parecer tonta diciendo "oooohhhh") cómo nos sentíamos ante estas murallas, que no son como las murallas occidentales conocidas, era sentir la magia y también la intriga de lo que nos encontraríamos en el interior, sobre todo si ya este exterior nos había cautivado del tal modo.


Los torreones de vigilancia forman una onda de arena, que parece que en cualquier momento se desmoronará ante nuestros pies ante un golpe de aire (pero ¿aquí corre el aire?). Además, según el sol el color de la muralla cambia, parece más adobe (grisácea) o arena del desierto (dorada). Más magia –también las diferentes cámaras ayudan en estos colores-. 


Dos detalles destacan en la muralla: por un lado, unos travesaños de madera, cuya función es dotar de elasticidad a la construcción sin añadir mucho peso, de modo que soporten un terremoto; y por otro, unos montículos en ladrillo, que son tumbas, como las que hemos visto en el Mausoleo Dakhma-i-Shokhon en Kokand, un lugar que nos parece curioso para reposar. 


La muralla tiene cuatro puertas de acceso, nosotros nos encontramos junto a la Puerta Sur, Tosh Darvoza, la Puerta de Piedra, desde la que se entraba desde el desierto Karakum. 




El interior de la puerta presenta un juego de cúpulas. 


Entramos y en el interior de la muralla podemos ver la reconstrucción que se está realizando, y el trabajo que tienen por delante durante gran tramo de la misma. 


El interior de la puerta presenta dos torres más pequeñas. 


Y por esta puerta entramos en Itchan Qala, y nuestros ojos se inundan de adobe, es como entrar en el Belén navideño de casa. Estas son las casas donde vive una gran parte de la población, casas muy sencillas pero con un alma muy especial, se nota la vida en ellas, aunque a estas horas poca gente se ve en estas calles polvorientas, o bien están trabajando o bien están resguardados del tremendo calor. 



Entre el adobe asoman las cúpulas, limpias de decoración de azulejos, y uno de los minaretes de la ciudad, el de la madraza Islam Khodja. La segunda fotografía corresponde a la mezquita Bagbanli, construida en 1809 con la financiación de dos hermanos jardineros. 




Hace mucho calor, el sol es justiciero –aunque podría ser más-, y Oyott va caminando rápido para llegar a una sombra donde poder comenzar a contarnos la historia de la ciudad, pero nosotros nos vamos quedando retrasados mirando los detalles, como las puertas de las casas, algunas presentando las tallas elaboradas que hemos visto en Tashkent en el Museo de Artes Aplicadas, y otras más desnudas, nuestros ojos están desbordados, como lo están nuestras emociones. 



Madrazas, mezquitas, cúpulas, minaretes, azulejos…estamos alucinados y nos sentimos tremendamente afortunados de estar aquí.


Atravesamos la ciudad, y cada vez estamos más impresionados con lo que vemos y con la cámara intentamos captar todo lo posible. Oyott tiene claro por dónde comenzar la visita, así que no nos da la oportunidad de quedarnos, aunque vamos detrás de él haciéndonos los remolones, ni de callejear, pero todo llegará a su momento.








 ¡Tenemos ganas de más!