15 de enero de 2016

Uzbekistán - Viaje desde Tashkent al valle de Ferganá


La vida en la carretera

Hoy salimos de viaje desde Tashkent en dirección al valle de Ferganá (o Fergana) por la A-373, y en esta salida encontramos mucho más tráfico del que hasta el momento habíamos visto en la ciudad.  Además dejamos de ver los asépticos edificios de oficinas y gubernamentales de la plaza de Amir Timur y de la plaza de la Independencia para encontrarnos con los edificios de viviendas, muchos de ellos en un estado en un estado avanzado de deterioro, en algunos casos con una decoración algo islámica, y en otros yo diría que kitsch e incluso de pop art. 




Por delante una carretera recta, campos cultivos y árboles a los lados, tráfico continuo y un amuleto colgado del retrovisor del coche. 


Comenzamos a visionar la vida en la carretera: trabajadores que limpian la calzada, tanto de ramas y hojas de árboles como de arena; venta ambulante de comida y/o bebida, principalmente melones y sandías; gente que para a descansar; otros viajeros con transportes no tan cómodos… En Uzbekistán parece que se aplica la teoría keynesiana del pleno empleo, porque lo de limpiar a escobazos la carretera es impresionante (ojos civilizados y mecanizados los nuestros); solo faltaba el que por delante fuera colocando las ramas (la versión de la zanja y los que la cubren de Keynes). 







Durante el viaje creo que pasamos al menos tres controles policiales, y en cada uno de ellos tuvimos que enseñar el pasaporte, y cada uno con su idiosincrasia particular. En el primero, Oyott se baja del coche con nuestros pasaportes y nos quedemos con el conductor, recogiendo al guía a la salida del control –en medio no sabemos qué ha pasado si ha pasado algo-; en otro, enseñamos nuestros pasaportes directamente desde el coche; y en otro, enseñamos los pasaportes, pero el policía se los lleva y nos deja en la duda burocrática y funcionarial. Yo no puedo afirmar nada porque no lo he visto pero parece ser que en ocasiones la policía o el ejército acepta –más bien impone- dinero para que el trámite no se convierta en una locura. No solo había seguridad en los controles, también había controles de velocidad, un policía a pie de carretera con el aparato de control o radar en la mano. Todo nos parecía tremendamente surrealista.

Ante tanto control y tanta policía hay que señalar que el valle de Ferganá es la zona del país que más vive y siente el Islam, y que en el 2005 se vivió una manifestación que terminó en represión policial, desde entonces el valle vive bajo un estado de alerta.

A ambos lados de la carretera cultivos, en este caso una plantación de girasoles a la que dan ganas de atacar por sorpresa para darse un atracón de pipas, y formar parte de esta vida en la carretera. 


Al valle también se puede llegar en tren, pero se tiene que disponer de un visado tayiko, o por lo menos antes era así, ya que la línea ferroviaria pasa por Uzbekistán y Tayikistán, porque fue construida cuando las dos repúblicas formaban parte de la entonces URSS, y cuando se repartió el territorio se hizo en despachos moscovitas y no a pie de poblaciones y etnias, lo que aparte de provocar estos trámites para el viajero, también conllevó tensiones étnicas por quedarse la población en muchos casos en el “lado equivocado”. Parece ser que Uzbekistán está construyendo una línea alternativa de tren que solo discurra por el país para evitarse ente engorro burocrático. 


También puedes armarte de paciencia y protegerte con un paraguas del sol abrasador esperando un autobús. Atención a las bonitas paradas de autobús, decoradas la mayor parte con mosaicos o azulejos. 


Y por último, también puedes parar coches particulares, en los que negociarás el precio al destino, siendo este el medio más utilizado en el país y en las ciudades. 


Desde la carretera, a nuestra derecha, al fondo, en las montañas, Tayikistán. 


Al fondo, a nuestra izquierda, Kirguistán, tras la cordillera de Tian Shan. 


Uno de los recursos naturales de Uzbekistán es el gas, y en la carretera se pueden ver gaseoductos durante largos trayectos. 


Para amenizar el viaje Oyott nos propone escuchar música uzbeka, a lo que asentimos ya que no conocemos nada, ni de la folclórica ni de la actual, que en la mayoría de los casos tiene raíces folclóricas. La elección es una cantante famosa en el país, Dilnura, y así entramos en los sonidos uzbekos de los instrumentos musicales y las voces. 



El valle de Ferganá tiene una extensión de unos 22.000 km2, con una población de unos 12.000.000 de habitantes, lo que representa un 35-40% de la población del país aproximadamente, dando una idea de su importancia económica, ya que el valle es la zona más industrial de Uzbekistán, y según nos adentramos en él vemos las fábricas, sus chimeneas y sus humos. 



Si hay industria, hay trabajo, y por lo tanto poblaciones, con casas dispares; de nuevo, como a la salida de Tashkent, muchos de los edificios se ven abandonados. La explicación que nos ofrecen: están construyendo nuevos edificios, mejores, y aparece la frase del viaje para todos los problemas del país, ya sea en viviendas, infraestructuras, alojamientos…”lo estamos arreglando”, frase que comprobaremos es utilizada como una retahíla por todos los guías (cosas de la política supongo). 



También hay nuevos edificios, que creo que en esta ocasión y asemejando a otros que veremos en ciudades y por la carretera, se trata de una sala de celebraciones (bodas y otras fiestas y fiestorros). 


Pasamos junto al embalse Akhangaran, cuya agua nos recuerda que el valle de Ferganá es una tierra fértil regada por los canales trazados desde el río Syr Darya, río cuya sobreutilización en la época soviética para los cultivos de algodón provocaron el desastre ecológico de la desecación del mar de Aral, ya que este río es una de las dos fuentes de alimentación del que fuera un gran mar interior. 


Nos acercamos más a las montañas, el paisaje deja de ser llano, al tiempo que la carretera deja de ser una línea recta casi infinita y las curvas hasta se agradecen, que tanta monotonía produce hasta sopor. Parte de la carretera está siendo ampliada y mejorada por una empresa española, Isolux, esto es Españoles por el Mundo



En la carretera sigue habiendo vida, mucha vida y mucho mercado, con seguridad sería junto a alguna población, pero estos puestos están puestos a pie de calzada, y nos recuerda a nuestro viaje por Vietnam, como la excursión desde Danang al complejo arqueológico de My Son


También hay lugar para la diversión de los niños, que supongo juntan el trabajo que les encomienden con ella. 


Hacemos una parada en un mirador sobre el valle, en el paso de Kamchik, con una amplia y bonita panorámica. 


El mirador está presidido por dos estatuas, de una cabra de montaña y de un águila, pero de animales reales no vemos ninguno. 



Como el mirador es un sitio concurrido por las vistas, hay diferentes puestos de venta de comida y bebidas, así como también consta de lavabos, lugar que declino utilizar. Jengibre, manzanas, hierbas, huevos de codorniz o de golondrina, y unas bolitas de queso que compra Oyott porque le encanta y que nos da a probar, siendo un queso muy pero que muy seco y muy pero que muy salado (queda claro que a mí no me gustó nada). 



Tras el mirador hay un túnel que atraviesa las montañas, donde el humo de los coches hace el ambiente irrespirable, no parece tener ventilación y si la tiene es completamente inadecuada, así que mejor no pensar en lo que pueda pasar y pasar cuanto antes el largo túnel, para lo cual subimos las ventanillas, de modo que no traguemos humo y disfrutemos del frescor del aire acondicionado. La fotografía la hacemos de lejos porque el túnel está custodiado por el ejército y no debemos ejercer el noble arte de la fotografía en carretera. Para entrar soportamos además un atasco.


La siguiente parada que realizamos es consensuada entre guía y chófer, los dos parecen estar hambrientos, así que deciden comprar un cargamento de panes, que luego comparten con nosotros y tengo que decir que estaba buenísimo, tierno y con excelente sabor, como nos parecerán todos los panes que comamos por el país, que a pesar de que puedan parecer iguales, no lo son, como ocurre con nuestros panes. 


Por supuesto también hay un puesto de melones, que creo que solo nos ha faltado verlos en los pasillos de los hoteles. 


Y algo que parece queso con hierbas, como las bolitas de antes pero ahora en cuadrados; también pudieran ser dulces pero me decanto más por la primera opción. 


Sin llegar a ser un viaje espectacular, no hay duda que es un viaje diferente y por ello resulta finalmente espectacular, lleno de sensaciones, de todo tipo, buenas y malas, y sobre todo te acerca mucho más a la vida real del país, vida que en Tashkent en nuestra primera parada no palpamos. Hemos llegado a Kokand.