25 de enero de 2016

Uzbekistán - Kokand - Madraza Narboutabek


La madraza dos veces cerrada

Desde la mezquita Jami nos dirigimos en coche hacia nuestra próxima visita, momentos en los vamos intentado captar con los ojos, y malamente con la cámara fotográfica, la vida en la ciudad. Los coches son principalmente de color blanco, una mayoría aplastante, y en las calles, las aceras en no pocas ciudades son casi inexistentes, y es que fuera del centro de Tashkent todo parece estar por hacer, ya sabemos, "lo estamos arreglando". 

Llegamos a la madraza Narboutabek/Norbutabek, construida en 1799 y renombrada como madraza Mir, cuyo exterior nos cuenta sobre su amplitud, aunque por regla general las madrazas suelen ocupar una gran extensión. En la ciudad de Kokand en el siglo XIX llegaron a existir 40 madrazas. En el momento de su construcción, el kan de Kokand salió vencedor en la lucha que tenía con el emir de Bukhara, tras la que tomó muchos prisioneros, muchos de los cuales eran cualificados artesanos que trabajaron en esta madraza. 



El nombre de madraza, que aparte de por la historia hemos ido aprendiendo por las noticias, hace referencia a cualquier tipo de escuela, ya sea religiosa o secular, pero principalmente lo asociamos a las escuelas coránicas, donde enseñan el Corán a los niños y donde por desgracia en la actualidad esta enseñanza es utilizada para formar futuros islamistas fundamentalistas y terroristas. Nosotros lo podemos asociar a los internados occidentales, ya que en ella hay dormitorios para los estudiantes.

La madraza fue cerrada por los soviéticos, volvió a abrir en 1991 tras la independencia, y en 2008 fue nuevamente clausurada por las revueltas islámicas de Andijon en 2005, y recientemente ha vuelto a funcionar como escuela. 



La fachada presenta un gran pishtaq o arco de entrada con azulejos azules, y dos cúpulas turquesas a los lados.
Bajo el pishtaq una semicúpula de ladrillos, con tres balconcillos en los que hay unas ventanas de celosía. 



Oyott entabla conversación con algunos jóvenes a la entrada, parece ser que no es visitable, precisamente por ser una madraza activa, mientras nosotros esperamos y nos fijamos en algunos detalles. 




Como finalmente parece una conversación más entre amigos que buscando la posibilidad de entrar, decido aventurarme por mi cuenta, ya que si alguien me quiere parar lo hará cualquiera de ellos, bien los reunidos charlando o bien dentro si mi presencia es molesta. Entro firme pero despacio, dando tiempo para que del grupo salga alguien a detenerme.


Se entra a otro patio, alrededor del cual se distribuyen las celdas (hujras) donde se alojan los estudiantes. Al fondo del patio hay un pishtaq coronado con una cúpula turquesa, esta sala abierta era utilizada como sala de estudio durante el verano. 


No había actividad escolar en el interior de la madraza, pero si parecía que estaban montando o desmontando alguna estructura para realizar un espectáculo. Sin asomarme demasiado (mujer, en camiseta de tirantes, sin pañuelo en hombros o en la cabeza -en el bolso no hace nada-, en una madraza con antecedentes…) para ver de modo parcial las habitaciones, que en este caso muchas de ellas son un caos de almacén de cachivaches. Salgo del patio con tranquilidad.


La primera madraza que hemos visitado en Uzbekistán nos ha dejado un sabor agridulce, porque si su exterior es bello, su interior nos ha dejado un poco desolados, aunque poco a poco iremos encontrando el punto a estas visitas atípicas (suerte tenemos que en las ruinas vemos belleza e historia, y por lo tanto no es lo que nos tire para atrás).

Si en la madraza nos hemos podido colar, no podemos hacer lo mismo en la mezquita adyacente, a la que se entra desde la propia madraza.