1 de febrero de 2016

Uzbekistán - De Kokand a Rishtan


Platos nacionales (continente y contenido)

Muertos de hambre, más nuestro chófer y nuestro guía que nosotros, que estamos acostumbrados a saltarnos la comida si es menester por el placer de turistear y conocer, emprendemos de nuevo el viaje, saliendo de Kokand tras nuestra visita al mausoleo Dakhma-i-Shokhon. Chófer y guía se confabulan ahora para obsequiar a nuestros oídos con música europea, pero eso sí, estancada en los ochenta, que no nos desagrada, ya que la edad no perdona. Por ejemplo, escuchamos a Toto Cotugno, Umberto Tozzi, Abba, una curiosa recopilación que más yo que él agradezco.  

Volvemos al paisaje de carretera, con verde a ambos lados de la misma, y con escenas cotidianas de vida, o incluso sin estas escenas, ya que la hora no acompaña y la soledad puede ser total. 




Pasamos por una población cuyo nombre nos hace sonreír (tan lejos, tan cerca). 


Oyott desde que salimos del mausoleo ha estado en contacto por teléfono con el lugar donde vamos a comer, para que vayan preparándolo todo, que ya están algo desesperados ante nuestra tardanza. El lugar es una fábrica de cerámica en Rishtan, localidad que se ha hecho famosa precisamente por esta artesanía, con tonos azules y turquesas maravillosos; tanta fama tenían y tienen, que sus artesanos fueron llamados para fabricar los mosaicos y azulejos del palacio del kan Khudayar de Kokand. Se estima que en la actualidad unos mil artesanos de la cerámica trabajan en Rishtan.

Primero comemos, ya que la mesa estaba dispuesta y los comensales mucho más. El lugar es encantador, un amplio patio donde hay mesas a la sombra y cobijo del calor asfixiante. 


Unos grandes frascos de melocotones en conserva parecen decirnos ¡abre y devora! 


Por supuesto llega el pan, al que nos lanzamos todos, una vez que Oyott ha procedido a su partición, y es que si cierto es el hambre, cierto es también que no nos ha decepcionado nunca este básico elemento nutricional. 


Para beber, mucha agua fresca y cerveza rusa. 


De entrantes, ensalada de tomate con pimientos y ensalada de berenjena, que en esta ocasión está muy picada. 



En las fotos ya habéis visto la bonita y colorida vajilla, haciendo honor a la profesión real del lugar, una fábrica de cerámica. 



El plato principal es el plato nacional del país, uno de los más consumidos, el plov, arroz cocido con verduras y carne; algo así como una paella uzbeka. En este caso la carne es de ternera pero es más normal que sea de cordero. Un plato sencillo pero exquisito, que se menciona en la biografía de Alejandro Magno, ya que se lo ofrecieron en Samarcanda, Bactria y en Persia. Lo único que me sobran son las pasas, aunque el sabor dulzón que le aporta al arroz es interesante y bueno. 


Terminada la comida, nos dimos una vuelta por el local, admirando la cerámica, ante la que por supuesto sucumbimos, eso sí, a las piezas pequeñas, forzados por el poco espacio de nuestras maletas y por el miedo a las roturas. 

La cerámica de Rishtan es vidriada con plomo -razón por la que sus piezas son muy sonoras- que se realiza desde hace más de mil años. El esmalte se realiza con cenizas de hierbas que se mezclan con arena blanca, y es el responsable del aspecto brillante que presenta (el proceso comienza con la hora adecuada en la que se recogen las hierbas). Antes, los hornos donde cocían la cerámica funcionaban con maderas que no producían humo negro al quemarse, principalmente de sauce, y en la actualidad son de gas. El azul es el color del agua y del cielo, y simboliza la felicidad; este color se consigue con lapislázuli. Normalmente se trata de un negocio familiar, y aquí estamos, una familia que vende y además, nos da de comer. Los motivos decorativos son flores, frutos secos, pescados, que son realizados normalmente con pinceles de pelo de cabra. 



Solo nos ha faltado ver el trabajo de realización de alguna de estas piezas, pero el haber llegado tan tarde y tener todavía camino por delante nos hace desistir de pedirlo, aunque cierto es que nos hubiera gustado, pero en esta ocasión debíamos aplicar el sentido común y continuar el viaje.