3 de febrero de 2016

Uzbekistán - Fergana - Hotel Asia Fergana


Sesiones musicales

Tras la buena comida en Rishtan, donde hemos disfrutado de un espléndido plov, emprendemos de nuevo la marcha, nos dirigimos a la capital del valle de Ferganá, que lleva su nombre, Ferganá.  Durante el trayecto, ya que el valle es famoso por su algodón, solicito una parada junto a un campo del mismo, aunque no es la época de floración  y falta su color blanco característico, pero algo es algo, y este caso, algodón. 


Entramos en Ferganá, una ciudad que de momento nos ofrece su cara lavada de urbe moderna, aunque anclada en los sesenta-setenta, con aire muy soviético. 



Sus avenidas, por lo menos la principal donde está situada el hotel es tan amplia como las que hemos visto en Tashkent. 


El hotel es el Asia Fergana, en teoría uno de los mejores de la ciudad, con las mejores infraestructuras turísticas del valle, siendo esta una de las razones de haber llegado hasta aquí, ya que la opción de quedarnos en Kokand nos pareció más coqueta, con más posibilidades, aunque sus alojamientos fueran más sencillos.



La habitación es amplia, espartana en decoración, con una cama de colchón bajo y algo duro. 



Las vistas desde la habitación no fueron las mejores, ya que las tenemos a lo que sería el trastero exterior del hotel. 


Tras dejar las maletas y acomodar algo nuestros cuerpos del viaje, salimos primero a explorar el hotel, que está dividido en varios edificios, y a nosotros nos toca uno de los más alejados, que cuenta con su propia recepción. En principio el conjunto del hotel nos parece agradable, con una zona de jardín cuidado, algunos paseos bajo parras, y sobre todo tranquilidad, mucha tranquilidad (que se agradece para el descanso). 




Uno de estos paseos está decorado para la celebración de una boda, así lo pensamos inicialmente porque no parece muy normal que siempre esté así preparado. 


Nuestra intención era aprovechar la piscina del hotel para descansar y hacer tiempo a la vez, pero nuestro gozo en un pozo vacío. 


Hay una piscina interior, pero esto no nos apetece demasiado, así que vamos a la zona de recepción para hacer uso del wifi y comunicarnos con la familia. Allí es donde nos encontramos con la pareja de novios, pero todavía estamos cortados ante estos eventos y la fotografía la realizo a escondidas, aunque más parece que es la novia la que se escondió de mi objetivo. 


Finalmente salimos a dar un paseo y explorar los alrededores del hotel, y no hay nada, buscamos una tienda para comprar agua, y se ha acabado, no llegará hasta mañana. Frente al hotel por lo menos hay una fuente acompasada con música. 



Suena la música de la película El Padrino, en concreto Love Theme, que nos parece simpático, y otros temas occidentales, en los que todos tienen un sonido a música uzbeka, o eso nos parece a nuestros oídos, que será por el uso de sus instrumentos musicales. 



Tras la exhibición volvemos al hotel, donde nos intentamos tomar dos refrescos, pero al final será una ronda de agua, ya que al pedir una Coca-Cola me ofrecen una botella de 2 litros, así que para eso prefiero la botella de agua.

La cena la tenemos contratada en el hotel, y cada vez que pasábamos por su restaurante en nuestras idas y venidas, un vacío absoluto en sus mesas, vacío que también nos pareció de personal que lo atiende.



En la mesa no falta el pan, que como detalle es alargado y no en las roscas grandes que estamos viendo. De los panes que hemos comido durante el viaje, ha sido el que más contundente de masa nos ha parecido. 
 


Berenjenas, pimientos rojos y cebolla asados, algo así como una escalibada uzbeka. 



Coliflor rebozada con limoncillo o cilantro (vaya, parecía perejil), muy rica. 


Una sopa de pollo con verduras y tallarines muy finos, que a pesar del calor sienta bien. 


Ternera guisada con pimientos rojos y cebolla (¿aprovechando restos?), arroz blanco y ensalada de tomate con pepino. Arroz para comer, arroz para cenar…parece que estamos conjurando a la diarrea. 


De postre un pequeño trozo de bizcocho con requesón, que a mí me parece demasiado reseco, pero que de sabor estaba bueno, quizás algo dulzón. 


Una vez cenados, animo a mi marido a salir de nuevo a dar un paseo hasta la fuente, en la que ahora el agua está acompañada de la música y un juego de luces. Por la noche, entre otras, suenan Gwendoline y La nave del olvido de Julio Iglesias, aunque no cantadas por él. Alrededor de la fuente hay mucha más vida que por la tarde, a estas horas el agua aporta frescor y alegría, así que la gente se reúne junto a ella.


Hoy se ha terminado el día, que ha sido completo y extraño a la vez, de los que hay que dejar reposar la información, sobre todo humana y visual, que hemos recibido.