1 de marzo de 2016

Uzbekistán - De Margilan a Tashkent


Picnic de montaña

Desde la fábrica de seda Yodgorlik, en Margilan, emprendemos el camino de vuelta a Tashkent, ya que todo pasa por esta ciudad, tanto los aviones como las carreteras importantes. Algunas de las poblaciones del valle de Ferganá que atravesamos nos llaman la atención porque la carretera está asombrosamente custodiada por hileras de casas que a su vez están protegidas por una hilera de árboles o bien por un paseo de parras altas, lo que las resguarda del sol y aporta alegría. 


En el camino de ida ya vimos imágenes parecidas: niños y adolescentes aprovechando el canal de riego para darse un baño refrescante, paradas de autobús con azulejos altamente llamativas. Mientras unos disfrutan con el agua, otros trabajan a pleno sol en el campo. 


A la hora y media de camino más o menos hacemos una parada, tanto técnica, nuestro conductor anda algo ligero con sus intestinos (el autóctono perjudicado y de momento, solo de momento, nosotros bien con nuestro aparato digestivo), como para comprar un rico melón, para lo que la vendedora nos hace probar uno de los que tiene, y que estaba riquísimo, super dulce, para comerlo allí mismo. Por supuesto es Oyott el que realiza las negociaciones, mientras el resto de vendedoras le preguntan y me preguntan de dónde somos, ¡Hispania!, que así dicho hasta suena a conquistador y aventurero. El niño no desaprovecha el momento para salir bien en la foto, ¡gracias saleroso! 



De la vegetación pasamos al terreno árido, acercándonos a las montañas, en las que destacan los carteles anunciadores, ya sea pintados en tierra ya sea con letreros, que aprovechamos a captar con la cámara ya que en el viaje de ida fue bastante difícil pillarlos con claridad. Por supuesto volvemos a tener controles policiales, en los que unas veces pasaba Oyott con nuestros pasaportes pero sin nosotros, y en otras, nos miraban el pasaporte dentro del coche. 



Nuestro guía y nuestro chófer tienen la idea muy clara del lugar donde vamos a comer, y nuestro asombro es total por lo bucólico que nos parece, entre tanta carretera, tanto coche, tanto tráfico, tanto control, tanto policía... este lugar parece sacado de la chistera de un mago. Rodeados por las montañas, con un canal de agua circulando, se encuentran las cabañas donde se come. 



Tan contentos y tan felices que estábamos con el lugar, y de repente, la cruda realidad, no hay ninguna cabaña libre, intentamos subir a las situadas más altas, pero por lógica estaban ocupadas, tienen más vistas y más frescor, así que casi cuando nos marchábamos resignados y tristes, ¡una, queda una libre!, ¡nuestra, es nuestra!, no importa que no tengamos las mejores vistas, el lugar ya por sí solo es un buen plus. En el interior de las cabañas la típica mesa-cama uzbeka.


 


Lo primero es poner el melón que compró Oyott a refrescar en el canal de agua, que este era el fin de la compra, comerlo de postre. ¡Estamos de picnic! 


Cerveza y té fresco para beber, que en mi caso necesito hidratación ipso facto, y a ser posible con algo de azúcar y no alcohólico. 



 Lo primero en llegar siempre es el rico pan. 


Ensalada de pepino, cebolla y tomate (un plato para cada dos comensales), que estaba buenísima, todo muy fresco y el tomate de gran sabor. Atención a la vajilla años sesenta. 


Ternera guisada y rellena con pepino, acompañado de huevos cocidos, cebolla y patatas –creo que este tipo de ternera rellena recibe el nombre de langet-. No fue un plato de diez pero se agradeció la diferencia gastronómica. 


De postre, el melón bien refrescado en el agua. 


El lugar, tipo área de servicio pero sin gasolinera se llama Karvon, se encuentra antes del paso montañoso y mirador de Kamchik, en dirección a Tashkent. Tras la comida todos acudimos al baño, pero ¡ah, el destino incierto!, después de pagar a la señora encargada de los servicios, tengo que salir sin depositar nada, las moscas y el olor hicieron imposible la tarea, y eso que me he encontrado en sitios similares, pero de verdad que esto después de comer era una tarea más que ingrata, y preferí quedarme con mis deshechos y mi comida, porque un poco más y vomito todo. 


Nos acercamos más a las montañas y al paso de Kamchik, soportando en ocasiones un importante atasco debido a las obras y por supuesto el intenso tráfico. 




Pasamos junto al embalse Akhangaran nuevamente. 


De nuevo las imágenes de edificios abandonados, a medio abandonar o a medio construir…ya sabemos, "lo estamos arreglando". 



Volvemos a ver los mismos paisajes del viaje de ida: industrias, petróleo, gas, el tren en el que se necesita pasaporte ya que pasa por dos países de la separada URSS...




Por supuesto imágenes de las que nos gustan, ya sea de paisajes, ya sean de la vida cotidiana. 



Llegamos a Tashkent, y la imagen simpática que nos encontramos es una hamburguesería, con el toldo a rayas tan típico de los diner norteamericanos.