20 de julio de 2016

España - Madrid - Restaurante Yakitoro


La cocina fusión de Alberto Chicote

Aprovechando el éxito televisivo y gastronómico, Alberto Chicote ha abierto un segundo restaurante en Madrid,  un segundo Yakitoro, nombre surgido de la fusión de las brochetas yakitori japonesas y algo tan español como el toro (aunque en estos tiempos que vivimos decir español y decir toro no parece estar muy bien visto). La cocina de Alberto también es una fusión japonesa-española, y en los programas de televisión ha dejado muy claro su pasión por ambas. 

Este segundo local está más accesible para nosotros, ya que el original está situado en el centro, y la agenda no terminó de cuadrar para hacer una reserva con tiempo. Ya que estábamos en las cercanías del restaurante, nos acercamos sin reserva, y para ello llegamos temprano, a hora de comer más europea que española, pero merecía la pena el intento. La única condición al asignarnos mesa es que en algo menos de dos horas tendríamos que salir, nuestra respuesta es clara, si vosotros sois rápidos, nosotros cumpliremos sin falta, que en ocasiones nos asustamos de nuestro ritmo al masticar, y no por ello perdemos el placer de degustar. 


El local es amplio, y además de las mesas cuenta con varias barras donde poder comer, supongo que destinadas a aquellos que llegamos sin reserva y no nos importa la ubicación.


Puestos a elegir, mejor la barra baja junto al ventanal, aunque me parece que esta si que irá con reserva. 


Somos afortunados y nos sientan en una mesa para cuatro, en cuyo centro hay una cubitera con hielo picado y un surtido de cervezas. 


A pesar de que estas cervezas estaban tan a mano y eran tan sugerentes, nos decantamos por dos copas de vino tinto, un Ribera del Duero y un francés, ganó el español por goleada. 





 















 



Entre las mesas hay un cubo cerrado, como un cesto de ropa sucia, en el que introducir los bolsos u otros objetos, aunque nos advierten que tengamos cuidado; y es que claro, no es un cubo por mesa, y tu bolso puede estar con más, y con más manos que abran el cubo… de todas formas, nos parece práctico, manteniendo la misma seguridad que cuando lo cuelgas de la silla, que no es tampoco el lugar más seguro.

Ya podemos empezar a comer. 


Muchos platos son preparados en el grill al carbón, haciendo honor a ser yakitoris o brochetas. Un buen detalle es que hay al menos tres grills en el restaurante, uno por cada zona de comida, de modo que se consiga un mejor servicio; aunque con plena ocupación, el trajín debe ser tremendo en todos ellos, como fue ocurriendo a medida que comenzaron a llegar los comensales. 


Los platos o son raciones individuales, no demasiado grandes, o en brochetas, de las que suelen venir dos, para compartir más fácilmente.

Comenzamos con una brocheta de setas shitakes frescas, salsa de ajo cocido y virutas de bonito seco ahumado. Las setas muy ricas, la salsa de ajo muy suave, pero las virutas de bonito parecían un poco chicle en la boca, no nos terminó de convencer, pero ya sabemos que esto es muy personal, e incluso, que mañana repetimos y nos parece exquisito. 


Fuera de carta tenían varios platos, y nos decantamos por pedir un ceviche de hamachi, aunque nosotros entendimos que era sushi, pero ya se ve por la presentación que no. Lo importante no fue la preparación, sino que el pescado estaba buenísimo, el pez nosotros lo llamamos (o deberíamos llamar si lo encontramos) pez limón. Su apariencia asemeja a un pez espada o emperador pero de carne más blanca y de sabor no tan fuerte ni característico. 


Impresionante resultó la brocheta de atún rojo y pack choy, lacado, sobre con pan con salmorejo. El atún rojo nunca defrauda, y más si está hecho al punto, sellado por fuera y tierno por dentro, un bocado exquisito, que no necesita del salmorejo más que para aportarle color y españolidad. El pack choy es una hortaliza familia de la col pero con sabor a endibia, así que no es perejil como puede parecer. 


Rompiendo el ritmo de brochetas, un antojo madrileño, para conocer la concepción de Chicote sobre el cocido madrileño: un caldo (riquísimo) sobre el que colocan una brocheta con zanahoria, chorizo (espectacular) y tocineta (super rica, era muy tierna a pesar de su apariencia, se deshacía en la boca). Con el chorizo y el tocino daban ganas de montarse un bocadillo. 


Otra versión de un plato clásico, el arroz a la cubana. Disco de arroz tostado, salsa especiada de tomates y huevo frito. El arroz no lo notamos tostado, pero sí que tenía un sabor dulce, cosa que achacamos a que fuera posible que lo tostaran con ralladura de plátano, aunque en un primer momento achacamos este azúcar a la salsa de tomate. 


Para terminar los platos salados, entrecostilla de Wagyu lacado. Tierna, rica, sabrosa, melosa… todo bueno en este plato, el producto y su elaboración.


Hay hueco para el postre, también lo había para algún plato más de salado pero fuimos comedidos, así que un postre para cada uno, eso sí, con derecho a probar el del otro sin remilgos. Helado de fresa y wasabi con galleta de jengibre; la galleta machacada un deleite, y el helado riquísimo, aunque a mí no me hubiera importado un mayor toque de wasabi, aunque este picante puede llevárselo todo por delante.


Crumble de manzanas con helado de vainilla. Muy bueno, aunque yo no soltaba mi helado de fresa por nada del mundo, ¡mi tesssoro!; un momento, ¿esto no era para compartir?, creo que hice algo de trampas.


Llegados a este punto, daban ganas de volver a empezar, porque la experiencia gastronómica ha resultado ser mejor de lo esperado, y esperábamos mucho, además nos quedan muchos platos de la carta para probar, por lo que tendremos que volver y volver, a ser posible con reserva porque ya vemos que encontrar mesa no es tan fácil.

Terminamos con un buen café. 


Gracias Alberto por darnos bien de comer y a precio asequible (aunque lejos de ser un precio de menú por supuesto, pero la calidad de los productos, presentación y servicio tienen su precio y hay que tenerlo en cuenta).