12 de enero de 2017

España - Madrid - Restaurante Macarela



¡Viva el atún de Barbate!

Cena de amigos, como precelebración de la Navidad y siempre de la amistad, tras curiosear varias posibilidades de locales, algunos demasiado lejanos, otros demasiado caros, y finalmente otros llenos hasta la bandera, nos decidimos a probar Macarela, ocupando un local donde hasta no hace mucho había instalado un bar de tapas de José Luis. Tiene dos pisos, y su decoración es como la que se lleva ahora, una mezcla de industrial y casero, madera y metal; las revistas de decoración y los restaurantes llevan el mismo patrón, pero está bien, se consigue un efecto agradable para ser un sitio más o menos informal. 





Bajo el olivo nos tomamos un aperitivo esperando al resto de los comensales. 




En un principio nos habían asignado la mesa junto a la ventana, a mí siempre me gusta tener vistas, pero el problema es que estaba frente a la puerta de entrada, que aunque era doble y esto evita de alguna manera la entrada del frío, no nos terminó de convencer; afortunadamente pudimos cambiarnos a otra más interna, aunque no en el piso de arriba, como solicitamos por si acaso era posible. 




Todos los platos, tanto los entrantes como los principales, los pedimos para compartir, que aunque toquemos a pequeño bocado al menos probaremos más. Muchos de los platos para picar se pueden pedir en media o completa ración, lo que es una ventaja si se va solo o en pareja y se quiere picotear más. Cierto es que con el nombre de los platos daban ganas de pedirse todos y ¡a reventar!, pero hubo un consenso en las elecciones. 


El primer vino que tomamos, entre cinco personas casi que se reparte sin darse cuenta, es uno de la comunidad de Madrid, Malasaña, que para mi gusto estaba demasiado frío, y sin ser buenísimo, resultó ser aceptable. 




Salmorejo barbateño con virutas de mojama de atún rojo; que realmente compartimos dos, o mejor dicho, yo al menos lo probé con dos cucharadas. Muy rico, aunque una de las comensales elabora un salmorejo para chuparse los dedos -no, no soy yo- y las comparaciones...Lo siento, no hay foto.


Ensalada de langostinos y melva canutera. Muy rica la ensaladilla, que no suele tener grandes complicaciones, pero si los ingredientes son frescos y la mayonesa más, el resultado siempre será mejor. 



Coquinas al vino de Jerez, una elección de casi último momento. La de tiempo que hacía que yo no comía estos pequeños bivalvos, que están muy ricos y son como las pipas, adictivos.




Pulpo de roca a la brasa sobre crema de patata y aceite de pimentón. Personalmente es el plato que menos me convenció, y es que la crema de patata es demasiado untuosa para acompañar el pulpo -animal al que no le objeto nada, estaba bueno-; al resto de los comensales sí les gustó, que todo hay que escribirlo. 



Tortillitas de camarones, crujientes, sabrosas, quizás pasadas de sal un poquito y con pocos camarones, ambos aspectos que se pueden mejorar fácilmente, ambos con la colaboración del cocinero, más generoso en los segundos y menos generosa con la primera. 



Para romper el sabor de mar, croquetones de rabo de toro retinto. Unas buenas croquetas, a las que eché un poco en falta el sabor al guiso de rabo de toro, pero que estaban ricas. 



Comenzamos con los platos principales, que para nosotros seguirán siendo tapas, y decidimos hacer una apuesta por el atún de Barbate, aunque hay platos en la carta cuyo ingrediente principal no es el maravilloso atún. Conocemos un nombre a tener en cuenta si se va por aquellos lares, El Campero, un restaurante que trata muy bien el atún de almadraba. Ahora acompañamos con un vino de la Rioja de nombre muy cantarín, La Tarara; curiosamente nos gustó a todos más el madrileño. 




Tartar de atún de cola blanca con aliño barbateño, muy rico, un tartar muy bien aliñado, por lo menos para mi paladar, al que incorporas otros ingredientes para darle otros sabores: más salado, más picante…




Tataki de Tarantelo con algas niponas, mayonesa de wasabi y tomate de la tierra. Un tataki correcto, al punto, pero no fue el plato de la noche. 




Atún picante a la parrilla con polvo de maíz y crema de aguacate. Muchos agradecimos ese toque picante, otros por desgracia no se llevan bien con él. 



También pedimos y comimos un atún a la plancha sobre pisto y pimientos fritos, pero de este no hay foto; no se puede “estar en misa y repicando”: comida, bebida, conversación y fotografías, aparte de que un comensal movía los platos o colocaba la mano para que no saliera la fotografía, guasón el compañero (un guiño para él). 


Los postres también los compartimos, que hoy estamos todos con todos. 


Tarta de galletas con chocolate. Muy rica, es la que más me gustó. 



Tarta de zanahoria y vainilla. Para mí no fue de las mejores, pero no estaba mal, y es que la cobertura de queso (ahora llamada frosting) que se le suele poner no me gusta, y así no disfruto lo que debería del bizcocho.  




Tarta de queso y frambuesa, a la que por los pelos se le hizo la foto, ya que una cuchara había entrado a ella a traición. Buena, nada pesada, que es lo que puede ocurrir con estas tartas, aunque claro a bocado y medio tampoco se puede sentir muy pesada. 



Terminamos la cena con cafés y unos chupitos por parte de la casa. 




Una reserva gastronómica de último momento que nos ha gustado, la relación calidad-precio está bien, la cantidad es la que es más justita, pero un grupo de seis puede pedir dobles raciones o más platos de la carta y el precio no subirá tanto como para asustarse. Un lugar al que volver sin lugar a dudas, y seguir disfrutando del atún de Barbate.