Por
todos los santos aéreos
Se acaba la escapada
navideña, hoy nos toca de nuevo volar y volar, y para ello nos encomendamos a
todos los santos aéreos posibles, además de haber estado atentos a los partes
meteorológicos, pánico nos produce una nueva escala en Dallas, aunque todo
parece haberse calmado, y los tifones ya no pasean a sus anchas en los cielos, como en el vuelo de ida.
.
¿Volver a Las Vegas?,
pues no es un futuro previsible, no hemos sido capaces de encontrarle el
encanto del que muchos hablan, pero seguramente cambiando la logística del
viaje, haciendo excursiones por el día a los alrededores (que prometen y mucho) y aprovechar las
noches para disfrutar de un buen espectáculo y/o de una buena cena, la ciudad
ganaría puntos y tendría más posibilidades.
A la llegada al aeropuerto McCarran tenemos tiempo de disfrutar de la decoración de sus paredes, muy
viajeras ellas.
También se mantiene
cierto aire retro en algunos locales, y es que un diner tiene que ser un
clásico diner, por lo menos en su publicidad exterior.
Algunas tiendas intentan
seguir esta estela decorativa publicitaria.
Lo que si no somos capaces
de entender es que las máquinas tragaperras se encuentren plantadas en el aeropuerto al alcance de todos,
los niños no deberían tener este acceso tan fácil a ellas, que ya tendrán tiempo de hacerlo si quieren.
El primer vuelo, de
Las Vegas a Dallas, es al amanecer, a las 6 de la mañana, con lo que la salida del
hotel Bellagio fue temprana, creo que sobre las 4.30 nos recogieron, hay que
tener en cuenta que el aeropuerto está al lado, y que a estas horas el tráfico
en la ciudad todavía no ha comenzado a ser un infierno. Facturación rápida y
correcta, y ya estamos sentados en nuestros asientos del Airbus 321 de American
Airlines.
Nos tomamos un café y
un té, por aquello de llenar algo el estómago, no es cuestión de seguir nuestra
rutina de pedirnos una copa de champán o de vino a estas horas del día. Los auriculares que
nos ofrecen no son esos armatostes que luego molestan bastante, aunque sean
buenos para la amortiguación del ruido exterior, son más pequeños y de los que solemos llevar nosotros.
Sobrevolamos la
ciudad que nunca se apaga, pero no consigo hacer una foto decente de ella, aunque tampoco veo nada que me apasione como para echarla de menos, ni con una buena foto me puedo despedir de la ciudad.
Durante el vuelo, la altura y las nubes
no me permiten tener unas buenas vistas de la tierra bajo nuestros cuerpos, pero a cambio me ofrecen unas bonitas tonalidades tornasoladas.
Llega la hora del
desayuno, y volvemos a tener nuestras dosis de cafeína y teína.
Tortilla francesa,
patatas, trozos de salchichas, mantequilla y fruta. Lo clásico del desayuno en
aviones.
Sobrevolamos la hoy
tranquila Dallas, aunque ese cielo grisáceo no nos hace ninguna gracia.
¡Qué difícil en
entrar en USA!, en el vuelo de ida, en la escala tuvimos que recoger nuestras maletas y
pasar un montón de controles con unas colas de impresión. Para salir del país, ellos se
encargan de las maletas y una vez que te controlan en el aeropuerto inicial ya
eres una persona libre. No termino de comprender la razón de las diferencias; si las maletas están siempre bajo su control (en teoría tendría que
ser el mejor del mundo mundial), no tendríamos opciones de hacer nada (ni bueno ni malo), y esto tanto a la entrada como a la salida. En fin, veremos cómo depara el futuro para viajar con los tiempos convulsos que vivimos.
Tomamos el trenecito, que hoy si funciona,
que comunica las terminales, pasamos de la terminal A (eso creo recordar) a la .
Tenemos una larga
espera por delante, una hora y media de conexión nos parecía tremendamente
insegura en caso de alguna eventualidad, así que desde las 11 h de la mañana
hasta las 17.40 h tenemos tiempo para aburrirnos, comer, dormir, comprar, y
seguir aburriéndonos. Pasamos gran parte del tiempo en la sala VIP, donde
tenemos derecho a algunos alimentos: frutos secos, patatas fritas y poco más,
además de dos tickets por persona para pedir agua, cerveza o vino, la coca-cola
es gratuita, de grifo; si quieres comer, págalo.
Pasando las horas, los minutos, los segundos lentamente, llega finalmente la hora de entrar en
el Boeing 777-200 para afrontar el vuelo de casi diez horas a Madrid.
Y ahora sí, es hora
de una copa de champán.
Carpaccio de
champiñón portobello con pimientos asados, arúgula (para nosotros rúcula), queso parmesano y
balsámico; y una ensalada de espinacas con fresas y queso azul.
Filete de pavo con
hierbas, salsa de cereza agria, brécol con ajo y pasta orzo (que parecía arroz).
De postre, un helado
de galletas y crema.
El vuelo trascurre con normalidad y tranquilidad, intentando distraernos como podemos, para alguno con cabezadas de sueño incluidas, hasta que llega la hora del desayuno: cereales
con yogur y fruta; y quiche Lorraine con salchicha de
pavo y patatas con paprika, con algo de fruta para aligerar.
Y llegamos a Madrid,
realmente cansados, que el viaje ha sido desde el comienzo un no parar, tras casi diez horas de vuelo.
Yo también me deje
deslumbrar, antes de verlas, por las luces de Las Vegas, pero a viaje pasado, si
volviera a hacer el viaje, me quedaría en la habitación del Angel Bright Lodge,
compraríamos una o dos botellas de champán, unos sándwiches o lo que fuera
posible, y celebraría románticamente en la cabaña el Fin de Año, pero claro tener un poco de todo como queríamos en
tan pocos días era muy difícil, teniendo en cuenta que no queríamos grandes
palizas, sino también algo de descanso y tranquilidad.