Un
pequeño paseo por Chepe
San José es conocida
por los costarricenses, llamados ticos, como Chepe; esto va de apodos. La ciudad está situada
en un anfiteatro de las montañas, en el corazón del Valle Central, a 1.150 m de
altura.
Comencemos con algo
de historia de la ciudad. Durante gran parte de la época colonial, San José
tuvo un papel secundario frente a la mejor asentada Cartago. Originalmente la
población se llamó Villanueva de la Boca del Monte del Valle del Abra (nombre casi nobiliario), siendo
fundada en 1737, cuando el Cabildo Eclesiástico de León decretó un edicto que
obligaba a la población a establecerse cerca de las iglesias. Recibió el título
de ciudad el 18 de octubre de 1813 por las gestiones realizadas por el
presbítero Florencio del Castillo.
Tras la independencia
del país en 1821, Cartago y San José rivalizaron por ostentar la supremacía en
la región, lucha que terminó con la Batalla de Ochomongo en 1823, en la que San
José vence y se autoproclama capital, aunque todavía seguía siendo un rincón
agrícola, y esto fue así hasta bien entrado el siglo XX.
A medida que las
plantaciones de café fueron prosperando y adueñándose de las laderas
circundantes, San José comenzó a prosperar, creándose parques, plazas y
hermosos edificios públicos, así como los ricos cafetaleros construyeron sus
casas en estilo francés.
Desde su proclamación
como capital San José vivió una etapa de calma, que tiene su fin cuando algunas
zonas de la ciudad fueron tomadas como campo de batalla durante la guerra civil
de 1948 tras el conflicto que surge de las fraudulentas elecciones, de la que
emerge la figura de José Figueres. El resto del siglo XX la ciudad comienza su
crecimiento, pasando a ser un gran centro urbano, y de sus 70.000 habitantes de
mediados de siglo XIX pasa a más de un millón y medio en el área metropolitana,
pero en una ciudad que se desarrolla caótica en urbanismo.
El centro de San José
es una cuadrícula formada por avenidas (de este a oeste) y calles (de norte a
sur), que no tienen nombre sino números. La avenida Central es la principal,
hacia el norte de ella están las avenidas de número impar, y hacia el sur, las
de número par. La calle Central es la principal, hacia el este están las calles
de número impar, hacia el oeste, las de número par.
Comenzamos a explorar
la ciudad, que para eso nos alojamos en el centro y no en las afueras. Desde el hotel caminamos hasta el edificio del Teatro
Nacional, (avenida 2), construido en 1897 por arquitectos italianos, con
materiales también procedentes de Italia. Se realizó gracias los impuestos que
se cobraban por cada saco de café exportado, al que se unió más tarde el de los
frijoles y el arroz.
Su construcción se
debe por un caso de orgullo nacional, ya que cuando la diva de la ópera Adelina
Patti excluyó a Costa Rica de la gira centroamericana que realizó en 1890, la
aristocracia local aprobó un impuesto para recaudar fondos y construir un
teatro inspirado en la Ópera de París, y tan suntuoso resultó que precisamente
la compañía de la Ópera de Paris fue la encargada de su inauguración con la obra Fausto de Gounod.
Sobre el frontón
están las estatuas de la danza, la música y la fama.
A la izquierda de la
fachada, la estatua de Beethoven, y a la derecha, la de Calderón de la Barca.
Al entrar al teatro
teníamos dos intenciones. La primera era intentar acceder a un
espléndido vestíbulo de mármol rosa, pero solo podemos hacerlo al primer
vestíbulo que da acceso a la cafetería, porque hay función y no es visitable. La
segunda era tomarnos nuestro primer café costarricense, pero la
cafetería está llena -con mucho ruido, tanto en ella como proveniente del vestíbulo y la cantidad de gente que estaba entrando a la representación-, y a pesar de tener la fortuna de encontrar una mesa libre
junto a la ventana (¿se puede pedir más?), desistimos de ocuparla porque este
ruido es tremendo y agotador, no es la mejor manera de disfrutar del café ni del espacio, pero parece un local agradable sin grandes pretensiones para pasar una velada.
Caminando desde el
teatro por la avenida 2 en dirección oeste está la pequeña plaza Mora Fernández, donde se encuentra la estatua del homónimo
Juan Mora Fernández (decapitado accidentalmente en la fotografía), el primer Jefe del Estado de Costa Rica, y el Gran Hotel,
con una fachada azulona, cuya arquitectura nos recuerda de alguna manera a los
balnearios decimonónicos.
En la esquina de la
avenida 2 con la calle Central se alza la Catedral
Metropolitana, construida en 1871 en estilo renacentista, sobre el solar
del antiguo templo destruido en el terremoto de 1821.
En el exterior hay
una estatua homenaje al papa Juan Pablo II.
El interior está bastante
despejado de decoración, de fieles y visitantes.
A la entrada de la catedral destaca
la figura de Jesús Nazareno, realizado en el taller guatemalteco de Mateo de
Zúñiga a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII.
En la avenida 2 se encuentra el Teatro Melico Salazar, construido en
1928 en estilo beaux arts, que recibe su nombre del tenor costarricense Melico
Salazar.
Frente al teatro y la catedral, entre las avenidas 2 y 4 y entre las calles Central y 2
se sitúa el parque Central, un lugar muy concurrido, donde incluso hay “charlatanes” con micrófono
predicando. En realidad no se puede llamar parque porque no hay un gran jardín aunque sí se ven algunas zonas
verdes. Este espacio está presidido por una glorieta de hormigón bastante llamativa, y no
por su belleza precisamente, donde se realizan conciertos los domingos.
En el parque hay un
homenaje a la bandera nacional, cuya base está decorada con mosaicos de cerámica.
También hay varias
esculturas, entre ellas la del Homenaje a los Trabajadores, realizada en bronce
por Fernando Calvo. Se trata de la figura de un hombre que encarna al
campesino, al obrero, al agricultor, al pescador y a todos aquellos que se
ganan el pan (los frijoles) cada día con su trabajo. Mide 3,5 m de altura que se
instaló en 1986 en otro lugar antes de llegar a este parque.
También hay una
escultura homenaje al barrendero municipal, obra de Edgar Zúñiga, y es que
parece ser que esta ciudad sería un basurero si estos trabajadores no
realizaran su labor eficientemente (nosotros no encontramos una ciudad sucia ni
tampoco reluciente, a ratos un poco de
esto o de aquello). Está claro que en el país se honra al trabajo.
Un carrito de bebidas en la avenida
expone un cartel con una buena máxima: “La identidad de un pueblo está en
conservar su patrimonio”. Para encontrar buenos lemas no hay que mirar muy
lejos ni muy alto.
Entramos en la calle
2, peatonal en un tramo, y nos encontramos con el edificio del antiguo Almacén La Alhambra (entre la avenida Central y 2), ordenado construir a
mediados del siglo XIX por Ramón Rojas Troyo, un rico comerciante y agricultor,
cuyas piezas metálicas (paredes, techos, escaleras) fueron enviadas desde
Bélgica para ser ensambladas en San José bajo la dirección de un arquitecto
belga. El edificio además contó con el primer ascensor del país. Para
contrarrestar la sobriedad y pesadez del metal se encargó un balcón de estilo
morisco, del que recibió su nombre el edificio.
Continuamos por la
calle 2, y entre la avenida 1 y la avenida 3 está el Edificio Central de Correos y Telégrafos de Costa Rica, construido
entre 1914 y 1917 en estilo neo-renacentista afrancesado por el arquitecto de
origen catalán Luis Llach, que es uno de los edificios de mejor factura de la
ciudad, eso nos parece. En el segundo piso alberga el Museo Postal, Telegráfico
y Filatélico.
A continuación del
edificio de Correos, el bonito y coloreado Edificio
Herdocia, construido en 1945, también por Luis Llach, combinando el estilo
neoclásico y el art decó. El nombre lo recibe de su primera propietaria, Carmen
Herdocia Rojas.
Frente al edificio de
Correos se encuentra la estatua a Juan Rafael Mora, presidente de Costa Rica en
cuatro ocasiones consecutivas, y al que los ticos llamaban “Don Juanito”. Detrás, el edificio del Club Unión, un club social de los caballeros josefinos.
Un mapa con el pequeño recorrido: