Sin
salsa brava
En la recepción del
hotel nos piden un taxi para acercarnos
al centro de Puerto Viejo de Talamanca, situado a unos 2 km, y al taxista le pedimos que nos
lleve a un sitio para comer, donde lo haría él, que no sea demasiado turístico
a ser posible, y nos deja en la soda Shekiná, que ofrece comida afrocaribeña,
como corresponde a la población y a esta zona costera. Nos pide 4$ y le dejamos 5$, ha sido agradable en el corto trayecto, y
le hemos pedido un favor que hay que agradecer, o eso esperamos cuando comamos, que ya son casi las 15.30 h.
Las sodas son los restaurantes populares en Costa Rica, algo así como serían nuestras tascas con menú. Hay mesas de banco
corrido, así que es fácil que se compartan si el local se llena, aunque a estas horas lo raro es que seguimos llegando clientes y siguen aceptándonos, ¡pura vida!
También hay mesas más
pequeñas, y en una de ellas nos sentamos.
No sirven bebidas
alcohólicas, así que optamos por dos buenos zumos: de piña y de tamarindo, que
entran rápidos al estar fresquitos y al hacer un calor y una humedad tremendos. ¡Que me chuten zumos en vena!
Nos pedimos dos casados, dos platos combinados. Uno de
pollo con salsa caribeña, acompañado de rice and beans (sí, el gallo pinto pero
al estilo afrocaribeño, guisado con leche de coco), ensalada y plátano frito, un buen
plato, muy sabroso.
Y mi primer pargo, en
este caso a la plancha, acompañado de ensalada y patacones (rodajas de plátano
verde fritas). ¡Que ricoooo!, el pargo estaba buenísimo, muy hecho, churruscadito, y me lo fui comiendo con
los dedos en lugar de con cubiertos, como los nacionales, ya que es cómo se debe comer para saborearlo, le fui desmenuzando, comiéndome su carne y chupando espinas... si mi madre me ve no se lo cree.
El precio no lo
apunté, pero no fue caro, y sin que esperéis grandes alardes culinarios ni
exquisitas decoraciones, y por supuesto tampoco un servicio ultra rápido
(recordar ¡Pura Vida!), hoy por hoy (agosto 2016) podemos recomendar esta soda, situada casi al final de la calle 213, y desde ella hacia el fondo, la
"selva".
Lo mejor después de
comer es dar un paseo para conocer Puerto Viejo, así que a caminar hacia el otro lado.
Si no quieres
caminar, unos tándem en paralelo de alquiler.
Las iglesias que
veremos a partir de ahora por el país por regla general serán de este tipo, sin saber con
exactitud la fe que se profesa, católica, baptista, metodista…
Pero las "iglesias" más
frecuentes en Puerto Viejo son los bares y restaurantes coloridos, en este caso
una mezcla de taberna pirata con grafittis y almacén de cachivaches.
Una divertida partida
de ajedrez, Pilsen contra Imperial, donde no te "comes" las piezas, te las bebes.
Haber llegado hasta Puerto
Viejo solo tiene una razón básica, que secundarias hay varias, el mar Caribe,
que a pesar de ser un día plomizo sin sol, nos ofrece sus bonitas postales de
agua, palmeras, arena…el paraíso, donde las palmeras parecen llevar faldas (son
las raíces) y que en cualquier momento se van a poner a bailar a ritmo de
reggae o reggaetón (música que llegó con los esclavos jamaicanos para la construcción del ferrocarril que unía esta zona con el Valle Central), pero la realidad no es tan idílica, es que el mar le ha ido
ganando terreno a la playa, y la va erosionando, todo esto debido al cambio
climático (aunque Trump no se lo crea).
La carretera, que es
la calle principal del pueblo, es una sucesión de bares, restaurantes, tiendas,
hoteles u hostales. Todos ellos muy coloridos.
Hacia el otro,
continúa el mar, que todavía no presenta todas sus cartas, ya que no hay zona
de arena como para bañarse. Nosotros estamos caminando de norte a sur, en
dirección al hotel.
Hacemos una parada en
una tienda, nunca se sabe qué se puede encontrar, por supuesto, música de Bob
Marley nos acompaña en la visita.
Más adelante miramos
la posibilidad de entrar a la playa, para ir paseando por ella, pero no hay
prácticamente playa, está tomada por el mar y desistimos del intento pensando
que posiblemente más adelante podamos hacerlo. Las corrientes en la zona son
muy fuertes, y en esta zona se encuentra uno de los mayores rompientes de Costa
Rica, que ofrece buenas olas a derecha e izquierda para los surfistas, es conocido
como Salsa Brava, donde se han roto muchas tablas al dar de lleno en el
arrecife (mientras solo sean tablas y no huesos o cabezas).
Continuamos caminando
por la carretera, y para nuestra tristeza no vemos el modo de acceder a la
playa ya que hay hoteles con el paso cerrado, y allá por donde vemos que
pudiera ser posible es un auténtico barrizal por el que deberíamos pasar, y
sinceramente, no nos parece que compense todavía el hacer este desvío sin saber si tendrá resultado. Atención
a la publicidad de una cerveza bien fresquita (y que nadie me tilde de
machista, que esto es lo más fácil).
Finalmente podemos
acceder a playa Cocles, donde
practicar el baño y un surf más seguro, aunque nunca hay que dejar de tener
precaución porque las resacas son fuertes.
No llevamos puesto el
bañador ni llevamos toallas (un fallo total) así que solo paseamos un poco por la arena, disfrutamos del ambiente
que hay en la playa y poco más, ya tendremos ocasión de probar el agua del mar
Caribe, haciendo snorkel en el Parque Nacional Cahuita, así que llegamos al hotel, a descansar del día y a cenar.
Terminamos con música de Walter Ferguson, un panameño que se instaló en la cercana Cahuita, y que deleita con sus calypsos.