11 de septiembre de 2017

Costa Rica - Quepos - Manglar Isla Damas



Esculturas vegetales

Hoy toca madrugar, a las 6.50 pasarán a recogernos al hotel, por lo que hay tiempo para el desayuno, pero no para que sea pantagruélico, aunque ni con tiempo estamos cometiendo excesos gastronómicos en general. Viajamos hacia el norte, hacia más allá de Quepos, y nuestro guía sera el joven y simpático Andrés, que en facebook publica hermosas fotografías de los animales de Costa Rica.


Atravesamos los palmerales. 




Llegamos hasta lo que será nuestro transporte, un bote. El grupo de viajeros que vamos en la furgoneta se dispersa, la mayor parte se van a hacer kayak, y quedamos cuatro, una pareja de ingleses con los que ya hemos coincidido en otros traslados, y nosotros. 




Vamos a realizar una excursión que me apetecía mucho hacer, ya que solo pensar en ella me sugería paisajes diferentes, exóticos y aventuras, estamos en el estuario de Damas, un amplio sistema de humedales irrigados por los ríos Palo Seco y Damas, que arrastran grandes volúmenes de limo desde las montañas y hacen del estuario un laberinto de canales interconectados que se abren en amplias lagunas o se terminan en estrechos canales sin salida. Nos vamos a adentrar en el manglar de isla Damas, que ya de nombre es bonito, y por eso hemos salido temprano, ya que hay que aprovechar las mareas, de otra forma en lugar de agua nos encontraremos un barrizal. 





Entramos en un mundo maravilloso de troncos, raíces y ramas, un bosque acuático que parece  que en cualquier momento nos puede sorprender y ponerse en movimiento. 



En el suelo hay pequeños montículos llamados neumatofóros, raíces aéreas, es decir, la planta, el mangle, crece en sentido contrario a lo normal, lo hace hacia el suelo y la raíz se encuentra por encima del nivel del suelo. Aprendemos un nuevo vocablo que no tengo claro seamos capaces de recordar, aunque confío en que al menos nos suene si lo volvemos a escuchar.





Los manglares pueden vivir en el agua salina porque expulsan la sal a través de las hojas. Son espectaculares en sus formas y parecen esculturas vegetales. 




El paseo es muy tranquilo, navegando a baja velocidad para poder disfrutar de la naturaleza que nos rodea, y así poder aprender sobre ella e intentar ver alguno de sus habitantes. El paisaje es de gran belleza. 




Hay varios tipos de mangle y en este caso estamos viendo el mangle rojo y el mangle negro. El manglar está protegido, no se puede sacar madera, solo peces (pescados con caña y no con redes), moluscos y frutos, y es que esta particular vegetación realiza una importante función de protección ante la erosión marina, por lo que es de vital importancia conservar el ecosistema. 




Ahora parece un ejército camuflado de alienígenas dispuesto a caminar, es impresionante lo que provoca esta vegetación  en la imaginación. 




En un árbol hay una familia de murciélagos de línea blanca o de saco, bien alineados ellos y por supuesto bien agarrados al tronco. Reconozco que me costó encontrar los cinco bultos, porque una cosa es hacerlo a vista de ojo y otra a objetivo de cámara. ¿A que son lindos?




A lo lejos, por la altura, una garceta azul posa orgullosa. 




No podían faltar, aquí también hay termiteros de gran tamaño, y no me terminan de gustar, pensar en miles de hormigas saliendo de ellos me produce escalofrío total... ¿película Marabunta? 




El fruto del mangle piñuelo (me faltan más tiempo y lecciones para distinguir los mangles a primera visión) es bastante duro por fuera –para soportar el agua salada- pero blando por dentro, y en su interior hay un líquido dulce que les gusta a los monos. Además en su exterior hay unos puntos anaranjados que les sirven para respirar, estos puntos reciben el nombre de lentiscelas. Las hojas de este mangle se utilizan para elaborar un té digestivo. Clases de naturaleza en vivo, y el fruto no pesa nada, es como aire con un bonito envoltorio. 







Si bien el río abierto es espectacular, llamativos resultan los canales estrechos, con los manglares a punto de cerrar el paso. 




Las plantas epifitas muestran su desarrollo, no sé si esta en particular corresponde a la familia de las orquídeas. 



Entre la maraña de ramas asoma una garcilla verde, aunque en la fotografía parece más azul. 



El agua del río va cambiando de color según avanzamos, esto es debido a que el agua del mar va clarificando el color; si es de color verde es que tiene más organismos fotosintéticos, y si es más marrón, más cantidad de sedimentos hay. Eso sí, mejor evitar el baño, es posible encontrarse con cocodrilos y tiburones toro (no vimos ninguno de ellos pero hubiera estado bien). 




De repente el bote vira un poco y se acerca despacio al bote a la vegetación; enroscada en un árbol hay una boa arborícola jardinera o del manglar, que puede llegar a medir hasta 2 m. Que Dios les conserve la vista a Andrés y al conductor del bote. 




Ante nuestros ojos la inmensidad de un paisaje perfecto, y la isla de Damas, isla que sufre un oleaje astronómico, con olas y corrientes más grandes de lo normal, que surgió precisamente por este oleaje, que la fue separando de tierra firme, y que  por él se va haciendo más pequeña. Aquí viven unas 9 familias, un total de 25 habitantes, un lugar en ningún sitio. 





Llegamos a la salida del río al océano, un paisaje único, que nos recuerda, con todas sus diferencias, a la salida del fiordo Milford Sound en Nueva Zelanda. Nos hubiera gustado continuar y realmente salir al bravo Pacífico, para volver a entrar por otro canal, y así pasar todo el día. 






Pero no entramos en el Pacífico y nuestro conductor da media vuelta y emprendemos el camino de vuelta. 




Todavía nos queda una sorpresa, programada tanto por el conductor como por Andrés, aunque no siempre tiene porqué ocurrir. Desde el bote vemos unos monos capuchino con sus actividades en la vegetación y hacia ellos nos acercamos, aunque creo que esta es “su casa” y ellos lo saben, por lo que la sorpresa no es tanta. 




La sorpresa aumenta, aunque tanto en internet como en la información de la agencia del tour hablan de ello, cuando estos monos toman el bote al asalto, cual piratas del manglar. Está claro que vienen a por comida, es más fácil (e incluso más sabroso) un bocadillo o una bolsa de patatas fritas que las hojas de todos los días, aunque ellos no son conscientes del daño que les causa. Somos cuatro turistas desconsiderados que no hacemos el amago de darles nada. 


Ante la agresividad que muestra el que supongo jefe del grupo, lo que hacemos es esconder y sujetar con más fuerza nuestras mochilas, no vaya a ser que en un descuido se haga con ellas; desde luego, simpático no parecía el mono, enseñándonos sus dientes. 



Continuamos navegando por el río y sus canales, para ir despidiéndonos de esta maravilla natural, que espero pueda protegerse para deleite de los ojos y sobre todo por el bien de esta zona y del planeta. 



Desembarcamos y nos juntamos con los de la excursión en kayak, a los que vemos felices en sus rostros, y nos llevan a desayunar a la sede de la agencia del tour, ya que el madrugón ha sido importante y más de uno no se habrá tomado ni un triste café tico. Como nosotros hemos desayunado en el hotel, pasamos del gallo pinto o de los huevos fritos (que hubo un momento de duda, pero también apareció el sentido común), y nos decantamos por tostadas y fruta. 




Para hacernos compañía apareció una iguana con mucho desparpajo pero que no se fiaba del todo de nuestras intenciones al acercarnos para hacerle fotografías. 



Sin lugar a dudas, una gran excursión la que hemos realizado por este bello manglar, que ha sido como un aperitivo, ya que mañana viajaremos a Corcovado en un viaje de aventura pasando por el espectacular manglar de Sierpe.