26 de septiembre de 2017

Costa Rica - Península de Osa - Casa Corcovado Jungle Lodge



El paraíso del fin del mundo

Después del divertido y aventurero viaje desde Manuel Antonio, navegando por el río Sierpe y su manglar, llegamos a destino, el hotel en el que nos alojaremos en la Península de Osa, Casa Corcovado Jungle Lodge, y comprendemos la razón de ir en chanclas, no hay embarcadero, bajaremos directamente al agua, así que mejor descalzo o en chanclas, y con los pantalones a la altura de las rodillas, como así van los que dejan el lodge. 



Para llegar hasta las instalaciones del hotel, ya que el camino es en cuesta, han ideado un curioso transporte, un tractor con remolque, y allá que nos subimos todos, continuamos en shock de viaje, todo está resultando una aventura y una sorpresa. Nos acompaña una trabajadora del hotel que nos va poniendo al día de lo que podemos encontrar en este lodge, de las excursiones (aunque en el paquete contratado ya tenemos dos), de horarios, costumbres… Este tractor estará disponible para realizar este trayecto, de ida o de vuelta, y para ello hay un walkie talkie en esta zona junto al mar para dar el aviso, como también hay un pequeño aseo (bien contemplada la emergencia sanitaria). Os podéis imaginar que los nuevos llegados al complejo vamos con amplias sonrisas y risas. 


Las instalaciones del hotel se encuentran repartidas en bonitos edificios, de estilo colonial en su mayor parte, en un gran jardín, un bello jardín. 



Nos reciben con un cóctel de frutas, que después del duro viaje, agradecemos enormemente. Estamos en el bar-comedor de mediodía, El Bosque, pero que solo utilizan para el día de llegada de los clientes, ya que los otros días la comida es un picnic playero, tanto a la vuelta de la excursión por el Parque Nacional Corcovado como de la isla del Caño; y las cenas se realizan en un comedor cubierto, con una gastronomía que nos sorprende gratamente, porque siendo una cocina sencilla, ofrecía calidad y su punto creativo. Lo primero es comer, las habitaciones ya las conoceremos más tarde. 




Junto al bar El Bosque se encuentra el comedor cerrado, en un bonito edificio. 




Antes de llegar al bar-comedor El Bosque hay un edificio multiusos que alberga una biblioteca y una zona de juegos, con una mesa para cartas y un billar, pero en ocasiones se cierra para dar masajes (por lo que se cierra que no es cuestión de estar cantando las cuarenta o los órdagos mientras a otro le intentan relajar con música y manos). 




Hay una piscina escondida entre la vegetación, a la que se llega bajando (que luego hay que salir subiendo, parece una tontería pero todo hay que tenerlo en cuenta) por unas escaleras. El agua de esta piscina es más natural que tratada, la lluvia es buena (y fuerte), y nos aconsejan que tengamos cuidado porque los monos siempre están dispuestos a hacernos compañía. No la utilizamos nunca -y tampoco vimos a nadie utilizarla-, no por miedo o respeto a los animales, sino porque lo de la escalera no era lo mejor para mi vértigo, pero un baño fresquito a lo mejor me hubiera sacado la tontería del cuerpo. 




Frente al bar y el restaurante se encuentra la piscina que sí se utiliza, aunque nunca por todos los clientes a la vez (afortunadamente). Rodeada de vegetación, cuenta con dos baños, toallas, hamacas, sillas… todo lo necesario para la comodidad y el relax. 





Vamos a caminar hasta nuestra habitación, y visto lo visto, tanto por los paseos nocturnos para ir a cenar, como los diurnos para ir a desayunar, como por la lluvia que padeceremos, y por mi situación física, lo que pareciera una situación nada favorable, tan cercana al movimiento en general, se convirtió en la mejor situación para nosotros el bungalow que nos había tocado, el número 2, con forma octogonal, lo que nos acerca a los bonitos pabellones octogonales que conocimos en Corea del Sur. En el jardín hay una mesa con sillas, y junto al pabellón un banco; además tenemos una cuerda de tender ropa (toallas, bañadores, ropa lavada o empapada por la lluvia; las pinzas en el interior, que no falta un detalle).




También disponemos de una hamaca, ubicada bajo otra especie de pequeño pabellón, aunque para mi gusto demasiado apartada, que una cosa es la intromisión personal y otra tener que hablar a gritos (se me ha pasado comentar que no hay teléfono, la señal de móvil es casi nula (el casi es un eufemismo porque ningún día tuvimos señal), el wifi no funciona –todos por las noches intentando encontrarlo junto al edificio de recepción y tienda y no había manera-). 




El interior del pabellón no es muy grande –no hicimos un upgrade de habitación-, pero sí muy coqueto; no hay aire acondicionado (la electricidad es un bien escaso y este lodge es ecológico) pero sí disponemos de un ventilador, que será necesario y suficiente. La cama es tamaño queen, con mosquiteras para desplegar por las noches (yo lo haré que prevenir no es malo). 




El espacio está bien aprovechado: una mesa y dos sillas de obra, donde leer, jugar o tomarse algo si no se quiere estar tumbado en la cama o en el exterior cazando mosquitos (es más bien al revés, ellos nos cazan y acribillan a nosotros). 




Y un banco también de obra, que acaba siempre lleno de cojines, los de la cama a algún lado tienen que ir a parar. 




Contamos con un minibar, sin nevera, el hielo se pide en el bar; viene bien para una tarde tonta, en la que aprovechas para picotear algo. Eso sí, apunta las consumiciones para luego pagarlas, por favor. También teníamos que tener dos linternas, pero allí no estaban, por lo que las reclamamos, infructuosamente al principio y al escuchar quejas en alto, aparecieron como por arte de magia. 



Un detalle muy bueno, una gran garrafa de agua, en la que llenar las cantimploras para hacer las excursiones. 



El armario no es muy grande, pero dado que estamos a final de viaje, la poca ropa que nos queda limpia cabe perfectamente colocada en las baldas, y en las perchas poco colgamos. De detalle, dos albornoces de tela ligera y dos paraguas. Aquí también hay una pequeña (y digo pequeña porque era realmente pequeña) caja de seguridad. 




Visto lo visto, el baño es amplio, por un lado un bonito (y alto) lavabo y el inodoro (nada de papeles en él, seguimos ecológicos y proteccionistas de la naturaleza). A la izquierda, la amplia ducha, con la que tendremos problemas con el agua caliente. Contamos con gel de baño, champú y suavizante (dispensadores). Junto al lavabo siempre nos dejarán unas figuritas realizadas con las toallas pequeñas.





Bajo el lavabo un gran contenedor de basura para reciclar. 



Por la ducha interna se sale a la externa, que será la que finalmente utilicemos, que parece que el agua caliente aquí funciona mejor. 



Un aspecto positivo del lodge es que los bungalows no están muy juntos, y cada uno cuenta con una parcela de jardín, además con la vegetación juegan a intentar hacerlos más privados. 




Por las noches realizan una excursión nocturna (previo pago) por el terreno del hotel, pero aunque tuvimos la intención de hacerla, finalmente no lo hicimos, un día por una cosa, otro día por otra… pero sin ella vimos una rana martillita



No hacía falta esperar a la noche para ver animales. Por la mañana temprano, unos monos aulladores nos sacaban de nuestro letargo noctámbulo, pero estaban demasiado lejos para verlos -pero no tan lejos como para no escucharlos-, y tras ellos, una pareja de guacamayos (creo que rojos, pero nunca distinguimos bien su colorido) venían también a darnos los buenos días (que no eran muy agradables). 


Un bonito trogón negro con el pecho rojo. 




Un basilisco o lagartija Jesucristo, que les voy cogiendo cariño a estos simpáticos animales, en todas sus tonalidades, pero la verde que ví en los canales de Tortuguero fue muy especial. 


Un lugar muy especial del complejo, por el que pasar sí o sí por el día y el atardecer, es el Margarita Sunset Point, con un pabellón cubierto y unas sillas en el exterior, colocadas como si fuera un cine.



Y esta es la película que ofrecen, vistas al océano y a la isla del Caño en su pase diurno.





Un fantástico atardecer en su pase de tarde. 



La teoría es que desde aquí se ven las ballenas, pero el día que nosotros fuimos no vimos ni una sola, aunque tampoco desmereció el momento para nada, que resultó mágico y fantástico.