23 de octubre de 2017

Costa Rica - San José - Restaurante Hotel Grano de Oro


Una buena cena de despedida

La última noche en el país la celebramos cenando en el restaurante del hotel Grano de Oro, que ofrece una cocina de fusión costarricense, con base francesa y mediterránea, ya que el chef es francés, Francis Canal. La cita a las 8.30 h, ya va siendo una norma en los viajes las cenas tempranas, y a nuestra llegada todavía el salón no está lleno, lo irá haciendo a lo largo de la velada, y es que mañana es el Día de la Madre en el país, y parece que muchos han adelantado la celebración. Menos mal que se me ocurrió hacer la reserva y no esperar al último momento. 


La mesa que nos corresponde está junto a la ventana, y desde aquí vemos y oímos como cae el diluvio en la ciudad. 


La lámpara de la mesa es muy psicodélica: tiene la figura de una lámpara mágica, patas de ave y el plafón está sujeto por una serpiente. Bonita va a ser que no nos parece. 


De aperitivo nos sirven unos canapés de mousse de foie, que no me parecieron mal (recordar que no me gusta el buen foie), porque el sabor estaba bastante rebajado.


Acompañamos la cena con un vino argentino, un Malbec Lariviere Yturbe, que está bueno, aunque en comparación nos gustó más el que vino argentino que degustamos en el restaurante Laggus del hotel El Establo de Monteverde


Compartimos unos espárragos salteados con grana padano (queso italiano), huevos de codorniz y espuma de champiñones. Para habernos comida un plato cada uno, nada de compartir, estaba muy rico. 


También compartimos un prosciutto de Canard, con remolacha confitada y arugula con esencia de trufas. Un buen plato, sencillo pero con buenos productos. 


Él se despide de Costa Rica con un clásico lomito de res, que va empanizado (rebozado) en pistachos, acompañado de puré de hierbas, radicchio (achicoria morada), salsa de hongos y una espuma de macadamia. La carne espectacular, y el conjunto de los acompañamientos bien. 


Yo me decanto por la parte marina del país, unos frutos del mar: camarones a la plancha, pulpo (cocinado lentamente en vino blanco y tomate) y sepia, acompañados de ensalada de patatas con hierbas. Un poco escaso el plato si se quiere cenar de forma contundente (yo sigo con vértigo y prefería algo más ligero, así que fue una buena elección), pero sabroso. 


De postre, una crême brûlée, que podía ser crema catalana (¡cielos!, con los tiempos que corren me van a caer piedras), elaborada con vainilla de Costa Rica. 


No nos equivocamos al realizar la cena de despedida del viaje en este restaurante, estuvo muy bien, y así nos evitamos desplazamientos nocturnos por la ciudad o tener que recurrir nuevamente al servicio de habitaciones.