25 de octubre de 2017

Costa Rica - Vuelo San José a Madrid


¿Quién se ha comido mi pargo?

Después de nuestro pequeño recorrido por los barrios de Amón y Otoya, con muchas asignaturas pendientes que nos han quedado en ellos, volvemos en taxi al hotel Grano de Oro, donde apuramos el tiempo casi hasta el último momento: nos damos una ducha refrescante, recogemos tranquilamente nuestras pertenencias, pagamos la factura y aprovechamos el tiempo hasta que nuestro transporte nos pase a recoger, a las 13 h, entrando en la tienda de regalos que hay en el hotel, y aprovechamos para rematar las compras (si miras, al final terminas encontrando algo, así que el único antídoto es no mirar). El hotel está muy cerca del aeropuerto, y además es día festivo, con lo que el tráfico no representa ningún problema. 


Llegamos con tiempo de sobra al Aeropuerto Internacional Juan Santamaría, a unos 18 km de la ciudad. Es importante saber si en el billete está incluida la tasa de salida, porque en caso contrario antes de facturar hay que hacerlo, de modo que serán dos colas a soportar; si no se sabe con antelación, como fue nuestro caso y el de muchos más por lo que vimos, hay trabajadores con una lista que te dejan para que compruebes tu nombre en ella, ¡y suerte!

Ya facturados, pasamos el control, en el que se fijan algo más en los pasaportes que en otros países, no sé si no se fiaron de nosotros o realmente es que esto lo tienen muy en cuenta, cotilleamos un poco por las tiendas, hay que hacer que el tiempo corra, y poco más. 




Nos vamos a la sala VIP Santamaría, por lo menos allí podremos tomar algo y descansar un poco con menos bullicio. Es una sala no muy espaciosa, que ya está casi ocupada, pero encontramos dos sitios en los que disfrutar de unas bebidas (creo que dan dos por personas mediante tickets) y unos snacks. 



Al salir vimos que había una minisala adjunta en la que no había nada, claro, que estaba lejos del suministro de comida y bebida, que parece que no nos gusta, pero se estaba mucho más tranquilo, y solo tienes que dar cuatro pasos más para llegar a ella; un buen lugar para desconectar e incluso para darse una siesta. 


Embarcamos, buscamos nuestros asientos, y ¡nos equivocamos!, no sé qué pasó, que despiste tuvimos, pero el caso es en lugar de 5-6 (que se ve muy clarito), nos sentamos en 6-7, de modo que cuando llegó el pasajero del 7 amablemente me llamó ¡señorita! (años hace que no me llaman así, con lo que ilusión me hizo un montón) para advertirme del error, que subsanamos presentando nuestras disculpas por supuesto. Volvemos a viajar separados, ya que los dos tendremos ventanilla, y la configuración del avión es 1-2-1. 


El vuelo es a las 16.35 h, nos ofrecen un aperitivo muy español, aceitunas, acompañadas de una bebida, que en este caso nos decantamos por el cava.


Tal y como vimos a nuestra llegada, en las verjas que rodean el aeropuerto, la gente espera la llegada y salida de aviones.


Comenzamos a volar, con tranquilidad a pesar de que por un momento las nubes parecían presagiar algo de nube y tormenta. Nos dan nuestras tarjetas con clave para la utilización del wi-fi aéreo, pero después de los problemas para conectarme en el vuelo de ida, no me interesa ni intentarlo, y no lo echo en falta, puedo volar desconectada.




Llega la hora de la cena, temprana pero cena. De entrante, pan con aceite (¡de oliva!), consomé de ternera, ensalada con tomate y zanahorias, y jamón ahumado. No falta el plato de quesos. 


De las opciones de plato principal, él se decanta por el pollo y yo elijo el pargo con salsa de tomate criolla y calabacín a la plancha, pero algo extraño pasó, que si una de las asistentas de cabina se había llevado mi plato porque una pasajera había pedido pollo y no lo quería, o no tenían raciones suficientes o no habían tomado el pedido… el caso es que yo quería despedirme gastronómicamente del país y no pude, pero sin ningún problema y con una amplia sonrisa admito pollo como plato, que bastante tienen las asistentas de cabina como para montar yo un “pollo” por un pez.


En vista del descontrol con el plato principal, a la hora de servírmelo, con retraso por supuesto, me preguntan por mi opción de postre, no vaya a pasar lo mismo. Le agradezco el detalle con más sonrisa, y luego llega mi helado de vainilla.

Durante el viaje solo escucho música, cotilleo un poco las películas disponibles pero no me apetece ninguna, y tampoco ver las que llevo en la tablet, así que intento descansar. 


Hasta que llega la hora del desayuno, una tortilla francesa con salchichas a la parrilla, que podría haber sido una tortita de patata, zanahoria y calabacín.


Y ya estamos en Madrid, tras unas diez horas y media de vuelo, la aventura verde se ha terminado.


Estamos en la lejana Terminal 4S del Aeropuerto de Madrid Barajas Adolfo Suaréz, y emprendemos el largo camino a la Terminal 4 (que luego no tiene nada de largo, pero sí que lleva más tiempo para salir). 


Esperamos las maletas siempre con esa tensión del si aparecerán por la cinta, tensión que se suele traducir en nudo cuando van saliendo todas las de los demás pasajeros y tú sigues allí esperando, hasta que finalmente las ves caer y el nudo da paso a la mezcla de tristeza porque se termina el viaje con las emociones vividas. Por supuesto, nuestra mente (principalmente la mía) ya está maquinando un nuevo destino.