29 de diciembre de 2017

España - Asturias - Cofiño


Un pueblo a conservar

Día de Fin de Año 2017, para el que teníamos varios planes alternativos, entre los que estaba el realizar una ruta caminando -algo ligero y corto, nada de palizas- desde o hasta el mirador de El Fitu, pero la noche anterior yo no la he pasado en la cama, he estado de visita continua al baño, supongo que se me cortó la digestión al ducharme la tarde anterior, ya que de repente el agua comenzó a salir helada, yo tenía el pelo enjabonado, con lo que tuve que enjuagarle como fuera, aunque esto significara agua fría. Resultado del día 30: una cena frugal, también porque la comida había sido copiosa -una estupenda comida en el restaurante La Huertona, que nada tuvo que ver con mi indisposición, de esto no tengo ninguna duda-. Hoy, día 31, salgo agotada y lo único que me apetece es descansar e intentar dormir algo. Mi marido baja a desayunar y pide una manzanilla  para subirme, y a ver si mi cuerpo maltrecho se va hidratando e intentando recuperar.

Casi al filo del mediodía, algo más recuperada, decidimos dar un pequeño paseo por Cofiño, por lo menos el día es soleado y apetece, aunque la niebla ligera con la que amanecemos todos los días todavía se mantiene, provocando ese aire de misterio que siempre conlleva. Seguro que el paseo me sentará bien. 

En el pueblo todavía se conservan algunos hórreos de madera. 


Como en muchos pueblos de España, algunas casas están abandonadas y en ruinas. 



Eso sí, en las casas habitadas no faltan elementos coloridos vegetales que las adornan. 



Llegamos hasta la visión de todas las mañanas y las noches desde el balcón de nuestra habitación, la iglesia de Cofiño. Se podría considerar hasta delito si no viniéramos hasta ella.



La iglesia de San Miguel es de origen medieval, aunque ha sufrido posteriores modificaciones. El detalle más significativo es una imagen antropoforma de la luna en una de sus paredes exteriores. 



Además de ser hogar de fieles, también lo es para las arañas, que ofrecen fotografías curiosas. 


Desde aquí, la visión del hotel se diluye ligeramente en la niebla. 


Hicimos el intento de bajar a ver la huerta del hotel y, sobre todo, los caballones asturcones, pero el terreno era en cuesta y algo embarrado, por lo que no confiaba mucho en mis fuerzas para no caerme en el esfuerzo, y sobre todo, que a lo mejor conseguía bajar, pero ¿y subir?, mejor no tentemos a la suerte, a ver si encima soy capaz de romperme algo.


Por lo cual volvimos al hotel, donde nos dimos un pequeño paseo por sus instalaciones exteriores e interiores, que no lo habíamos hecho en profundidad. 


Para comer, mi marido baja solo -él no tiene porque castigarse con ayuno- y encarga un arroz blanco y un plato de jamón de york para mí, que no tardan mucho en llevarme a la habitación, deseándome todos los parabienes para que me recupere para esta noche y al menos tener algo de celebración.